La portada de la novela de Cristina Morales contiene
estos lemas que nos resultan tan conocidos: «Ni amo ni dios ni marido ni
partido ni de fútbol». Lo tomo como una brújula que me orienta para afirmar que
esta novela es una ficción de la acracia. Entendemos esta concepción matriz del
anarquismo como ausencia de coerción. La acracia concibe como posible un orden
social no agresivo en el que la convivencia respeta las diferencias de todo
tipo a través de acuerdos voluntarios, rechazando cualquier imposición por la
fuerza.
Lectura fácil
no oculta un discurso político explícito contra el fascismo, el patriarcado, el
neoliberalismo y otros «ismos» de nuestra sociedad actual. Toda la novela conlleva la idea de que no
existe la uniformidad, el pensamiento único, la verdad, el cuerpo o la
sexualidad normativa, las bondades de la democracia o de los partidos nuevos de
extrema izquierda que disfrutan de poder municipal (En Comú, la CUP), la
supuesta radicalidad del nacionalismo independentista y el proceso, etc., etc.
La
autora pretende descolocarnos, desquiciarnos de alguna manera, cuando sonreímos
por los zascas a tal o cual postura política y, de pronto, recibimos otro en
plena boca del estómago o en pleno centro de nuestro pensamiento
autocomplaciente, sea este el que sea. Nos interpela continuamente, cuestiona
las formas narrativas, confunde sobre su punto de vista como escritora y el
nuestro como lectoras/es.
Su
argumento y sus protagonistas (Marga, Àngels, Nati y Patri) cuestionan las
injusticias, el racismo, el capacitismo, el clasismo… Y pretende subvertir las
posibles respuestas desde la democracia, los nuevos partidos y Ayuntamientos
(especialmente el barcelonés de Colau puesto que en Barcelona transcurre la
mayor parte de la novela), el buenismo de los servicios sociales, incluso las
respuestas ácratas de los ateneos libertarios de Sants.
Las
protagonistas, cuatro mujeres discapacitadas que viven en un piso tutelado de
la Generalitat catalana, lo son en el
pleno sentido de la palabra puesto que Morales pretende que la voz narrativa sea
la de estas cuatro mujeres, la trama sea suya y el punto de vista también. La
trama se va desviando por cada una de las protagonistas: declaraciones ante el
juzgado para decidir la esterilización de Marga por su intensa vida sexual,
reflexiones sobre la danza y los cuerpos discapacitados, actas de una asamblea
de okupas anarquistas, la reproducción de un fanzine punk, la novela que
escribe Àngels de lectura fácil que da título a la propia novela de Morales y
otras.
Su
discurso político explícito quiere ser radical porque arremete ferozmente
contra el buenismo de psicólogas, monitoras («moni-polis»), funcionarias de
servicios sociales, centros de discapacitados, etc., que en realidad pretenden
normativizar y disciplinar aquello que es diferente, indisciplinado,
subversivo, o insólito. Es, por tanto, desobediente en su intención política.
Es también un grito contra la condescendencia con que es tratada la denominada
discapacidad.
Para
mi gusto se pasa de discurso político y cae algunas veces en la reiteración. El
protagonismo que tiene Nati en la novela confirma estos excesos aunque tiene
momentos gloriosos como este fragmento que se produce en un local okupa
anarquista:
«
¡Me quedé loca! ¡Estaba ocurriendo también allí! ¡Resulta que los hacen en
serie y todos los fascistas llaman fascistas a quienes les plantan cara! Es la
ley facha-macha: para el facha, tolerar significa que el otro se ponga de su
lado. El facho-macho no admite la alteridad salvo que le sea sumisa o, como
poco, cómplice, o, cuando menos silenciosa, y mucho mejor si la alteridad está
muerta» (p. 75).
Si
alguien piensa que, debido a tanto discurso, estamos ante una novela pesada o
aburrida está muy equivocada, es una novela divertida en la que más de una vez
esbozamos sonrisas cómplices. Pero también es una novela destructiva y, quizás,
por eso podemos enlazar con la idea de la acracia y aquella frase tan manida de
Bakunin:
«La pasión por la destrucción es también
la pasión creativa»
En Granada tenemos mucho facherio, demasiado diría yo, pero Cristina, granadina ella, no entra dentro de este grupo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eso desde luego, Cristina Morales arremete contra el facherio, pero también contra el buenismo de la izquierda que decía que venía a cambiar la política, sin piedad.
EliminarUn abrazo.