Estas reflexiones sobre el libro de
Yago Mellado López[1]
no son una reseña al uso, no pretendo describir o resumir la obra en cuestión
sino seleccionar y reflexionar sobre aquellos aspectos que más me han interesado
del libro. Dejo dicho por adelantado que El
anarquismo en el espejo judío me ha interesado mucho porque el libro
trasciende el tema judío para reflexionar sobre el anarquismo como ideología
política.
Precisamente en la Introducción
(donde plantea las bases de la investigación llevada a cabo) reafirma una vez
más[2]
que el anarquismo es una ideología política por tres motivos: La afirmación
de que la ausencia de gobierno (entendido como una institución separada del
cuerpo social) sería la mejor forma de gobierno es ya, en sí misma, una
afirmación teórico-política. En segundo lugar, todas las estrategias desplegadas
para lograr dicho fin (tanto las estrategias insurreccionales como las
conocidas como políticas prefigurativas) entran dentro del campo de la
acción política y, por tanto, de la ciencia política. Por último, también lo
harán las estrategias organizativas y de redistribución y control del poder de
los propios grupos libertarios.
Es indudable que el anarquismo es una
ideología política, entre otras cosas, porque la idea de poder ha estado
siempre en el centro de sus reflexiones. Un poder entendido no como algo
externo sino cotidiano. El anarquismo ha tenido algunas intuiciones básicas que
ha ido desarrollando de formas diferentes con el paso del tiempo, entre ellas destaca la afirmación de que las relaciones de
poder impregnan cada una de nuestras relaciones y hábitos cotidianos, de ahí el
interés que ha mostrado por aspectos
claves de la existencia como la alimentación, la salud, la familia, el amor, la
sexualidad, la relación y respeto por la naturaleza, etc. Desde esta
perspectiva todo es político, no hay separación entre lo privado y lo público, entre
lo político y lo personal; un planteamiento que hoy sigue teniendo gran
actualidad.
A lo largo del libro, el autor deja constancia de tres
ideas fundamentales: La necesaria transformación del enfoque internacionalista
libertario ante la expansión del antisemitismo y la cuestión judía. En segundo
lugar, las dificultades
para recoger el potencial de resistencia latente en la politización de la
identidad judía. Y por último, el fracaso de la salida nacional-comunitaria que
se expresó de forma dramática en las complicidades de las estructuras
comunales de los kibbutzim con el colonialismo sionista en Palestina.
Especialmente interesante es la
reflexión sobre las dos estrategias que recogieron el potencial de resistencia
latente de la identidad judía: el anarquismo yiddish y la estrategia de recuperar
la dimensión nacional vinculada a una configuración comunal. Sin embargo, el
primero fue incapaz de ofrecer una respuesta global al empuje del antisemitismo,
algo que incidió en su rápida disolución en favor del sionismo y la
asimilación. Y el segundo convirtió la comuna (los kibbutz) directamente en una herramienta de colonización y en la
punta de lanza de la entrada del capitalismo en la región.
La historia del anarquismo
judío condensó de manera simbólica las turbulencias de la ruptura que implicó
para el anarquismo la entrada de la cuestión identitaria en el ámbito político y
los límites del propio anarquismo clásico. Esos límites están relacionados con
las herencias ilustradas que resultan caducas a día de hoy: el iluminismo del
progreso, el racionalismo individualista y la ingenuidad sobre la naturaleza
humana. Hoy existe una clara desconfianza ante la institucionalización del
poder que se extiende también al conocimiento, sus ideas asumidas (incluidas
aquí las heredadas por el propio anarquismo clásico) y sus grandes relatos. Tampoco
cabe ya creer en la omnipotencia de la razón, ni tampoco mantenerse en una
concepción naïve de la
naturaleza humana, que ya no aparece como una aliada incondicional.
La transformación del
pensamiento libertario, que ha sabido captar las trampas latentes de la
concepción clásica del anarquismo, se ha producido por factores muy diversos, siendo relevantes: la entrada del
feminismo en el escenario político, así como la de movimientos ligados al
indigenismo, las luchas anticoloniales, la cuestión racial, entre los cuales
-y quizás por ser excesivamente temprano- el relato judío no deja de ser una narrativa
marginal.
El autor afirma que el anarquismo contemporáneo ha sabido ir sustituyendo
el concepto de inter-nacionalismo, por el de comunidad global de
resistencia. Este cambio de perspectiva tiene varios aciertos según el
autor[3]:
en primer lugar, rompe definitivamente con la concepción progresista que en el
enfoque ilustrado permitía clasificar las diferencias en una escala evolutiva.
El pasado se hace futuro y de ahí el interés de la antropología política y la
recuperación de formas pre-estatales como herramientas a considerar para pensar
sistemas de organización política alternativa. En segundo lugar, rompe el
paradigma de la universalidad para sustituirlo por la contingencia de la
globalidad: una globalidad en proceso y que apela a una
urgente reflexión. En tercer lugar, rompe la externalidad del otro: ya no se
trata de gestionar la alteridad, no basta el reconocimiento; la solidaridad
debe ser concebida desde este enfoque no como altruismo sino como una
vinculación/participación que nos concierne.
Hay aspectos complejos sobre los que la reflexión del autor es un tanto especulativa
puesto que, desde mi punto de vista, estira demasiado la cuestión judía hasta llegar
a la transformación actual del anarquismo. Entre estos aspectos me parece
confusa la posible valorización de la tradición y la costumbre factible, según
el autor, por el cuestionamiento del progreso y la quiebra de la linealidad. También
me parece cogida muy a contrapelo la condición de paria aplicada al anarquismo
yiddish por su recuperación de la cultura de supervivencia y el uso de una
lengua despreciada como el yiddish. Recordemos que el sentido de la categoría
de paria en Hannah Arendt corresponde a la exclusión social y política que
vivieron los judíos de la Europa occidental en el siglo XVIII. Es cierto que
Arendt habla del paria consciente y que tal constatación
podría hacer posible una visión más extensa del concepto que fuera válida para
la comprensión de la existencia política de otros pueblos oprimidos y que incluyera
otros modos de ser en el mundo que la misma Arendt sugiere. Yago Mellado no profundiza en estas posibilidades y,
en cambio, acaba haciendo una propuesta poco clara como la de las estrategias
de reciclaje en que defiende la necesidad de reciclar aquellos
elementos del pasado que contienen un valor de resistencia o potencial crítico
incorporando entre estos elementos la tradición.
La
tradición, afirma el autor, recupera su función crítica, no por su contenido
(lengua, tradiciones, creencias...) sino por su capacidad para la reproducción
de su existencia desde una posición de alteridad, por sus elementos críticos
con la dominación. De ahí que no pueda desprenderse de la memoria de
exclusión, persecución y negación si no quiere ser fagocitado como ocurrió en
el caso del sionismo. El riesgo de ser fagocitado es inmenso puesto que hay que
realizar un triple salto mortal que implica reivindicar la identidad desde el
enfoque de la resistencia, desplazando la búsqueda de los elementos originarios
para centrarse, en palabras del autor, en el estigma que la dota de sentido
como paria, como alteridad y las formas que permiten su reproducibilidad: es
desde ahí, desde donde esa identidad se convierte en una cultura política de
resistencia. Muy complejo este propósito y muy peligroso puesto que las
posiblidades de acabar en el nacionalismo puro y duro (como ocurrió con el
sionismo) son muy altas.
[2]
Recordemos el libro fundamental (y de significativo título) de José Álvarez
Junco (1976): La ideología política del
anarquismo español (1868-1910). Siglo XXI, Madrid.
[3] Los aciertos aparecen recogidos
en las conclusiones del libro, p. 270-271.