Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

sábado, 23 de agosto de 2025

«A mi aire»

 

2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra

«A mi aire» (3 julio)

Recuperar la relación con familiares con los que compartí la niñez me deja inquieta: tantos juegos compartidos, tantas risas, tantas travesuras y ahora tantos años después no somos capaces de hablar de aquello.

Ahora nos contamos las preocupaciones de adultas, pero sin rascar la profundidad que tenían nuestras vivencias infantiles.

Es muy extraño.


«A mi aire» (10 julio)

Hay libros que abren la mente a cambiar la mirada sobre algo que tenemos muy arraigado. Ese es el caso de James C. Scott y su libro: “El arte de no ser gobernados”. Desarrolla la tesis de que durante cientos de años en las tierras altas del sudeste asiático millones de personas vivieron sin ser gobernadas por un Estado. Huyeron de las zonas bajas en las que el Estado recaudaba impuestos, sometía a la población a trabajo esclavizado y los alistaba en el ejército hacia las zonas montañosas. Adaptaron su economía a esa condición (agricultura itinerante y de rozas) por decisión propia y no por retraso o no civilizadas.

Por qué sí, nos han convencido de que el Estado es desarrollo y civilización y vivir sin Estado, igualitariamente y con libertad es todo lo contrario.


«A mi aire» (17 julio)

Para mí la corrupción política es inaceptable.

¿Cómo es que hay personas que votan a partidos políticos que la practican?

Supera mi capacidad de entendimiento, de comprensión, de discernimiento…


«A mi aire» (24 julio)

Me cuesta aceptar que la ultraderecha tenga las cosas tan claras y el viento sople a su favor. Me enerva que se infiltren en el espacio de los dominados, en los barrios, entre la gente joven y que el viento nos arrastre sin rumbo.

¿Qué vamos a hacer?


«A mi aire» (31 julio)

A veces, imbuida en esta realidad del capitalismo neoliberal, se me olvida la importancia que tiene el deseo de libertad en un sentido vivencial sin la contaminación del capital.

Es cierto, que cuesta recordarlo cuando tantas personas viven maltratadas por la miseria, la guerra, la exclusión y la explotación.

miércoles, 13 de agosto de 2025

«Las pajaritas» de Ramón Acín en el manto de la Virgen del Pilar

 


Ver «Las pajaritas» en el manto de la virgen del Pilar me noqueó. Pensé que era una falsa imagen hecha con IA o que la Asociación de Papiroflexia de Zaragoza (el manto era de papel) no sabía el significado de las dos pajaritas una en frente de la otra, que era casualidad, ignorancia o ambas cosas a la vez.

Ramón Acín era, como no podía ser de otra forma, anticlerical. La llamada «cuestión religiosa» y la oposición a la Iglesia católica era desde finales del siglo XIX el sustento del movimiento librepensador que había sido un fuerte nexo de unión entre el republicanismo de izquierdas, la masonería, el espiritismo y el obrerismo organizado, mayoritariamente de influencia anarquista. Ramón Acín tiene diversos escritos en los que critica la traición de las órdenes religiosas al Evangelio, la desnaturalización de las celebraciones eclesiásticas o el oscurantismo contrario a la cultura libre que suponían las rígidas creencias católicas. Su posicionamiento con las clases sociales poderosas y con la ley y el orden, no podían sino alejarlo de todo lo que tuviera que ver con el clero católico.

Digo todo esto porque me cuesta creer que a Acín le hubiera parecido bien que «Las pajaritas» estuvieran en el manto de una virgen y en el interior de la basílica del Pilar. La obra de un anarcosindicalista que fue ejecutado, el 6 de agosto de 1936, por un movimiento militar, católico, totalitario y golpista, ni siquiera en estos tiempos líquidos, cuadra.

Parece que se trata de un homenaje a la paz y la memoria de Hiroshima, algo muy loable, pero hoy hay guerras y masacres a las que un anarcosindicalista como Acín hubiera prestado sus «pajaritas» en las plazas y en el espacio común antes que en una basílica.

Pero ¿qué representan «Las pajaritas»? ¿cuál es su mensaje?

No es fácil explicarlo; para quienes han hecho este homenaje es sencillamente una alegoría de la infancia y la naturaleza, también se dice que representan la libertad, la paz y la posibilidad de romper barreras y limitaciones como hace una «pajarita» al volar con alas de papel.

Ramón Acín era profesor de dibujo en la Escuela de Magisterio de Huesca cuando proyectó sus «pajaritas», por ese motivo y por sus ideas anarquistas, se han interpretado como evocación del movimiento pedagógico racionalista de la época en el que la infancia tenía un papel fundamental. Como artista, pedagogo y anarcosindicalista creía en la emancipación de la humanidad basada en gran parte en la educación y la cultura. He aquí cómo lo plasmó en un artículo titulado «Florecicas», publicado por el periódico cenetista: Solidaridad Obrera en 1923:

«El canto de la libertad es lo que cantan los niños al salir de la escuela. Hay que sacar la escuela al bosque, al jardín, al huerto y pegar fuego a esas escuelas pocilgas memorísticas y rutinarias de los mapas con sus océanos colgados en la pared y su Cristo difunto. A los niños no se les pega ni con una flor. Hay que llevar a la escuela: belleza, alegría y salud».

La obra de «Las pajaritas» levantada en el Parque Miguel Servet de Huesca en 1929 inspiro estas palabras de Ramón Acín:

«Las aguas, las escuelas, los árboles. He aquí los tres problemas capitales de la ciudad. Todo para los niños, la higiene, la cultura, la alegría y la salud. Los niños son la única esperanza de un mañana mejor».

Carlos Mas, que junto con Emilio Casanova hicieron la edición anotada de los escritos de Acín (1913-1936), titulada: Ramón Acín toma la palabra, sostiene que «Las pajaritas» se entienden en paralelo a una fotografía del farmacéutico Ricardo Compairé. En esta fotografía aparecen en su casa Ramón Acín y su compañera Conchita Monrás, uno enfrente de la otra y en medio de ambos hay una jaula con una pajarita de papel dentro.


Para Mas, la pareja representa la dualidad del amor igualitario, la pajarita la libertad, y el arte, la resignificación de la vida. Las dos «pajaritas» reflejan la mirada especular de las figuras y plasman una estética racionalista y el carácter lúdico que hemos visto reflejado en los fragmentos reproducidos de Acín. Por tanto, las «pajaritas» simbolizan el vuelo a un mundo mejor, a un mundo libre, y la duplicidad de las dos «pajaritas», la mirada igualitaria en la que cada pajarita se reconoce en la otra en paridad presidida por la libertad, base del pensamiento anarquista y libertario que condujeron a Ramón Acín y a Conchita Monrás a su ejecución por el peligro que representaban sus actos, sus ideas y su manera de vivir y educar a sus hijas.

Son tiempos líquidos como hemos dicho antes, tiempos de impostura, de crueldad, de control y vigilancia… muy alejados de los sueños de Ramón y Conchita, pero «Las pajaritas» siguen simbolizando para muchas personas ese sueño de libertad de unas pajaritas con alas de papel. No deberían estar encerradas en un templo católico sino en un espacio abierto y popular.

Laura Vicente (agosto de 2025)

 

domingo, 3 de agosto de 2025

LA GUERRA COMO DESPOSESIÓN

 

GUERRA DE TROYA


Oigo voces que dicen que lo que sucede en Gaza no es guerra porque no hay dos bandos enfrentados, como por ejemplo sucede en Ucrania. Sin embargo, esa afirmación nos conduciría a «sacar» de la IIª Guerra Mundial a pueblos o etnias que no formaban parte de un bando (supongo que ser bando significa tener Estado) como la población judía o gitana y que sufrieron la persecución y muerte en un genocidio tan rápido que no tiene comparación posible con ningún otro. Estas personas no decidieron ser bando, lo decidió el gobierno de Alemania, igual que el pueblo de Gaza es bando por decisión del gobierno de Israel.

Utilizar el «hambre» en una guerra, declarada o no, tampoco es nuevo. Los asedios o sitios tienen una larga historia: Troya, Cartago, Numancia, Breda; más cercanos los de Leningrado, Stalingrado, Varsovia o Budapest; el de Sarajevo en la guerra de la antigua Yugoslavia duró cuatro años y Gaza entra en esta pequeña lista con derecho propio. Lo habitual es que sean bloqueos militares prolongados de una posición, usualmente una ciudad, con el objetivo de conquistarla a través de la fuerza o el desgaste. El asedio implica rodear la posición y cortar sus líneas de abastecimiento. Pero también se ha utilizado el hambre en guerras no declaradas, de eso sabe mucho Ucrania que sufrió el Holodomor («matar de hambre») por parte del gobierno de Stalin en el contexto de la colectivización de la tierra entre 1932-1933 y en el que murieron millones de personas.


POBLACIÓN JUDÍA EN BUDAPEST (II GUERRA MUNDIAL)

La guerra moderna, dice Glucksmann en El discurso de la guerra, se define por arrasar completamente lo que hay para construir lo que «debe» haber, por ejemplo, Trump considera que en Gaza debería haber resorts y playas para turistas. Estas guerras son una maquinaria de hacer el vacío en nombre del supuesto progreso, la libertad y la felicidad para todos.

Por supuesto, estas guerras que los nazis y soviéticos llevaron a cabo en la IIª Guerra Mundial en lo que Timothy Snyder denominó tierras de sangre (su libro con ese título es magnífico), aplican la fuerza bruta de manera descomunal. Hay que destruir totalmente, despoblar, inmolar todo lo que estorba, lo que es un lastre. Es un plan de desposesión de largo alcance porque conlleva arrebatar la lengua, la cultura, los bienes materiales (la tierra, el agua, las casas por miserables que sean). Todo se puede sacrificar en este plan perverso.

Dice Amador Fernández Savater[1] que el racismo puede pensarse desde ahí: hay sujetos que estorban. Esto significa que la violencia de las guerras se cocina en tiempos de paz y en sistemas democráticos. Nunca debemos pensar que aquí (me refiero en los países occidentales) estamos libres de esa violencia y de la posibilidad de guerra porque ya ha sucedido y porque se percibe la violencia en Europa. No podemos afrontar a la extrema derecha como una deformidad de la democracia, la violencia implícita en el odio a las mujeres, en el racismo, en la precariedad y en tantos otros aspectos, están presentes en la defensa a ultranza del orden y la seguridad máxima, en la defensa de la productividad y el capital, en el rechazo de lo marginal (que cada vez lo componen más y más personas) y en tantos otros aspectos aparentemente poco relevantes.



GAZA

La guerra, la violencia, el odio no son rarezas, deformidades, están entre nosotras, en nuestra cotidianidad y van configurando un caldo de cultivo en el que se va diferenciando entre poblaciones de las que depende nuestra vida y nuestra existencia y las que representan una amenaza directa a nuestra vida y a nuestra existencia. Las poblaciones que parecen constituir una amenaza directa a nuestras vidas, tal y como explica Judith Butler en Marcos de guerra, no aparecen como «vidas» sino como una amenaza a la vida, por tanto, no sentimos el mismo horror y la misma indignación ante la pérdida de sus vidas.

Nadie está libre de convertir la destructividad en algo justificable. La posición de una parte de la izquierda española de no considerar la guerra de invasión de Rusia sobre Ucrania como rechazable y combatible como ocurre con otras guerras (apenas se ha producido movilización en contra de dicha invasión expansionista) resulta como mínimo preocupante.

Es evidente que las escasas respuestas a las guerras actuales, la de Gaza es muy clara, tienen un componente afectivo y, por ello, son difíciles de explicar. El afecto del horror se experimenta de manera diferencial según las poblaciones, por unas sentimos una urgente y no razonada preocupación y por otras sentimos que no nos afectan, o, como dice Butler, no aparecen como vidas en primer lugar.

Lógicamente, nuestro afecto no es solamente nuestro, nos viene comunicado de otras partes, nos predispone a oponer resistencia a ciertas dimensiones del mundo y a abrirnos a otras.  

Es urgente que nos preguntemos qué nos impide ver ciertas vidas en su precariedad y en su necesidad de apoyo y considerarlas vidas dignas de ser contempladas como tales.


Laura Vicente



[1] Fernández Savater, Amador (Edición y Prólogo) (1922): «Tabula Rasa: La lógica de la Modernidad y sus resistencias). En André Glucksmann. La religión de la guerra. Textos e intervenciones libertarias (1975-1980). Madrid, Arena, p. 17.

 

miércoles, 23 de julio de 2025

«A mi aire»

 


2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

A mi aire (5 junio)

Islandia era un sueño, tenía poca información, pero la convertí en algo precioso que guardaba casi en secreto. No es lo mismo tener información que hacer la experiencia y eso me ocurrió al viajar a Islandia, metabolicé la experiencia vital, y mi cuerpo quedó autoafectado.

Vi y me sentí modificada por la experiencia. Y ahora persigo empaparme de Islandia.

Así ando.

«A mi aire» (12 junio)

Desde que estoy en Instagram he constatado que apenas coincido con los libros que se leen entre los perfiles que sigo. Quizás se deba a que leo muy poca literatura que se publica ahora, entre otras cosas porque enloquecí hace unos años y compré novelas como si no hubiera un futuro y ahora las voy leyendo.

Debe influir también el género y la edad, supongo.

Hago poquísimos comentarios, aunque suelo repasar lo que publican los perfiles que sigo que no son muchos. La falta de tiempo y de coincidencias lectoras supongo que lo explican.

No es queja, solo confirmación.


«A mi aire» (19 junio)

No confío en la democracia representativa desde hace muchos años, ahora tenemos un nuevo caso que demuestra mi desconfianza. A eso añadimos el, toma y daca, del «tú más», así se defiende la «izquierda triste».

Confío en la democracia directa, la que ejercemos todas las personas y que conlleva la ética y la responsabilidad. Apuesto por ella por confianza, por deseo, por amor, por no delegar en nadie.

Otro día diré más y escucharé. De eso trata la democracia directa de decir y escuchar.


«A mi aire» (26 junio)

El calor ya me desborda.

Me cuesta hasta pensar porque mi cuerpo no lo admite.

domingo, 13 de julio de 2025

Impresiones de un libro de James C. Scott

 


Esto no es una reseña, como digo en el título son impresiones, también podría decir emociones, que me ha suscitado la lectura del libro: El arte de no ser gobernados. Una historia anarquista de las tierras altas del sudeste asiático[1]. He leído a James C. Scott, politólogo y antropólogo, desde hace años, Elogio del anarquismo me llevó a Los dominados y el arte de la resistencia y he tenido que esperar mucho para poder leer El arte de no ser gobernados.

Scott es un experto en saber leer detrás de la historia oficial, en cambiar la mirada sobre el pasado, en comprender que los dominados no siempre usan la táctica del enfrentamiento contra los dominantes, que existen artes de «disfraz político» muy útiles para enfrentar la dominación. Tiene una mirada tan fina como para comprender que los actores de la vida social y política no reducen sus intervenciones al escenario público. Existen procedimientos de encubrimiento lingüístico, códigos ocultos, anonimato, que puede aprovecharse para la resistencia.

Por ejemplo, sobre el anonimato dice Scott en Los dominados: «La espontaneidad, el anonimato y la falta de organización formal se convierten (…) en modos efectivos de protesta en lugar de ser mero reflejo del escaso talento político de las clases populares». La acción de las multitudes se ha interpretado como resultado de la relativa incapacidad de las clases bajas para mantener un movimiento político coherente de cualquier tipo. Se espera que, con el tiempo, esas «primitivas formas de comportamiento de clase» sean reemplazadas por movimientos más permanentes y más ambiciosos, con un liderazgo que tenga como objetivo cambios políticos fundamentales. Sin embargo, el hecho de que las multitudes escojan actuar de manera fugaz y directa no será de ninguna manera un defecto o incapacidad para practicar modos más avanzados de acción política. Según el autor esa manera de actuar responde a la sabiduría táctica que el pueblo ha desarrollado como respuesta realista ante las limitaciones políticas que se le imponen. Tal vez no necesiten organización formal sino coordinarse con eficacia y una activa tradición popular[2].

Pero bueno, yo no venía a hablar de estos libros sino de El arte de no ser gobernados. El autor presenta un espacio, al que denomina Zomia, y que está formado por territorios que están por encima de los 300 metros de altitud, que abarcan desde la meseta central de Vietnam hasta el noroeste de la India, atravesando a su paso cinco naciones del Sudeste Asiático (Vietnam, Camboya, Laos, Tailandia y Birmania) y cuatro provincias de China (Yunnan, Guizhou, Guangxi y partes de Sichuan). Una extensión de 2,5 millones de kilómetros cuadrados que contiene cerca de cien millones de personas.

 La tesis de Scott en este libro es sencilla, sugerente y controvertida como él mismo señala en el Prefacio: Zomia es la mayor de las regiones en las que aún perduran pueblos que todavía no han sido totalmente incorporados a los Estados nación (aunque considera que tienen sus días contados).

¿Por qué la historia de Zomia es una historia anarquista? Porque estos pueblos se han mantenido sin Estado de forma deliberada, son pueblos fugitivos, huidos, que, a lo largo de milenios, han escapado de los Estados de los valles refugiándose, en general, en las colinas.

Scott demuestra, a lo largo de quinientas páginas, que estos pueblos no eran atrasados, primitivos, «bárbaros» o poco evolucionados, sino que consciente y deliberadamente se fugaron de los valles en los que los Estados ejercían la dominación y el poder, adoptando modelos de cultivo, siembra, patrones de movilidad, etc. para huir de la explotación, los impuestos y la incorporación al ejército.

La huida del Estado es parte de la historia, pero se ha ignorado sistemáticamente y no ha tenido un lugar legítimo en la narrativa hegemónica de la civilización pese a su importancia histórica. Emociona saber que, en zonas extensas, por ejemplo, Zomia pero también en el castigado Oriente Medio, en Europa o en América (pone ejemplos de ello), han existido comunidades relativamente libres, no estatalizadas, rodeadas de Estados. Es cierto que para ello tuvieron que huir a las montañas, las marismas, los pantanos, los litorales de los manglares o las laberínticas regiones estuarias (algo de estas huidas intuyó Ursula K. Le Guin en Los Desposeídos y Anarres).

La táctica de la huida, y no del enfrentamiento, parece poco heroica, pero ha resultado ser muy eficaz y un elemento crucial de la libertad popular. Y es que Scott nos propone continuamente una inversión de la mirada que nos ha dominado sistemáticamente tanto en la valoración de lo que hemos llamado progreso y civilización como en las luchas y las resistencias al poder y la dominación.

El Estado ha sido considerado siempre un factor de progreso y civilización y hemos naturalizado que la historia de los Estados haya usurpado el lugar que debería haber ocupado la historia de los pueblos (y no digamos los pueblos no sujetos a gobierno). Por otro lado son los Estados los que dejan más evidencias físicas de su existencia, más basura dice Scott, al igual que los asentamientos agrícolas puesto que concentran mayores densidades de población que las sociedades recolectoras o las sociedades agrícolas itinerantes.

Además, los Estados de hace cientos o miles de años permiten una identificación como protonaciones y como protonacionalismos que permiten la mitificación histórica, las genealogías, la existencia de los ancestros de las naciones actuales.

Pero ¿qué mitos se pueden crear partiendo de comunidades fugitivas, cimarronas, que han escapado de los diferentes proyectos de progreso y civilización que constituían los Estados?

Si el progreso y la civilización es la guerra, la explotación, la esclavitud… emociona pensar que millones de personas han huido y han buscado espacios inaccesibles para llevar una vida sin gobierno, una vida anárquica y relativamente libre. Y la constatación de su existencia nos provoca una pregunta (de hecho, muchas): ¿Dónde están nuestros espacios inaccesibles (imposible pensar que sean físicos en el siglo XXI)?

Y cierro (de momento, porque este libro da para mucho más que estas impresiones emocionadas) con un autor tan magnético y emocionante como Scott, Pierre Clastres y su libro La sociedad contra el Estado[3]:

«Se dice que la historia de los pueblos que tienen historia es la historia de la lucha de clases. Podría decirse, al menos con el mismo acierto, que la historia de los pueblos sin historia es la historia de su lucha contra el Estado».


Laura Vicente



[1] Ha sido publicado por Traficantes de sueños y Katakrak en 2024 (la edición original se publicó en 2009).

[2] James C. Scott (2003): Los dominados y el arte de la resistencia. Txalaparta, Tafalla, p. 216.

 [3] Publicado también en 2024 por Virus.

jueves, 3 de julio de 2025

CAMBIO SOCIAL Y DERECHOS LEGALES

 




El auge de la extrema derecha y del totalitarismo están poniendo en peligro los derechos humanos, los derechos constitucionales y las legislaciones sobre derechos de las mujeres. Sin embargo, esta seria amenaza no es por donde encaminaremos este texto. Los derechos hace tiempo que hacen aguas por otros motivos que nada tienen que ver con las posiciones políticas de la extrema derecha, sino con su propia naturaleza.

Esta reflexión no se posiciona contra los derechos y sabemos que algunas de las mayores atrocidades de los Estados modernos se han realizado como violación de los derechos humanos y que estos pueden ser considerados una barrera defensiva contra el poder. Pese a ello, no se pueden ignorar aspectos relevantes que han influido en la situación de crisis que atraviesan en la actualidad.

 

Los derechos en crisis

Empezaremos por señalar que los derechos no son principios absolutos, sino que están relacionados con las circunstancias históricas contingentes. No compartimos el esencialismo que sostiene que los derechos humanos son inherentes a la naturaleza humana, es decir, que son preexistentes a cualquier reconocimiento formal por parte de los Estados o instituciones.

Los derechos son instituciones creadas por los seres humanos, resultado de un proceso inacabado y en permanente transformación. Como señala J.M. Bermudo[1], cuando emergen nuevas necesidades y nuevos compromisos, derivados de cambios objetivos, puede producirse la necesidad de nuevos derechos. O, simplemente, cuando la voluntad de los gobernantes, como ocurre en la actualidad, considera necesario suprimir unos e instaurar otros. Quienes luchan por derechos legales deben asumir que estos no son para siempre, los feminismos deben tener clara esa contingencia.

Los derechos se enmarcan en el Estado y, por ello, están sometidos a los objetivos políticos de quienes gobiernan. Retrocedamos a su origen, el liberalismo ilustrado[2] consideró que el Estado se tenía que diseñar conforme al ideal de los derechos de primera generación[3], eliminando la hegemonía de los privilegios del Antiguo Régimen. La emancipación de súbdito equivalía a conquistar la ciudadanía e instituir el Estado racional, es decir, el reinado del derecho.

Giorgio Agamben[4] señala una contradicción en dicha lógica, puesto que para tener derechos no basta con nacer humano como se proclama, sino que hay que pertenecer a una comunidad, es decir, tener la ciudadanía. Una cosa son los derechos humanos y otra los del ciudadano o ciudadana, los primeros son papel mojado, los que valen son los segundos, que los tenemos porque nos los da el Estado al nacer en su territorio (inicialmente sectores nacidos en el territorio no accedieron a la ciudadanía: mujeres y personas racializadas). Una vez que están incluidas todas las personas nacidas en el territorio, ¿qué pasa cuando hay un desajuste entre los que están ahí y los nacidos allí? Pues que aparecen reivindicaciones xenófobas de que la nación es para los de la misma sangre y tierra.  

Quedó claro también que los derechos legales no implicaban un cambio social puesto que por sí mismos no suponían el fin de la explotación ni de las diversas formas de dominación. Existía la dificultad de compatibilizar la idea racional y universalista del derecho y la fuerza de la particularidad expresada en la voluntad de los representantes de la sociedad civil y sus intereses de clase, patriarcales y de raza. Por tanto, los derechos son compatibles con la presencia de la dominación y deberíamos preguntarnos por la complicidad misma entre derechos y dominación[5].

Walter Benjamin[6] fue muy consciente de esta complicidad puesto que se detuvo en la paradoja de que, aunque digamos que el ser humano nace igual y libre, la realidad es que la mayoría nace pobre y condenada a la opresión; ni libres ni iguales. Si a pesar de todo, decía Benjamin, nos obstinamos en decir que nacemos iguales y libres es porque hacemos abstracción de la realidad cayendo en el idealismo y confundiendo el ideal con la triste realidad. Quienes siguen la estela de los derechos tienen el problema de suplantar la realidad por la ficción o, mejor, de preferir una imagen presentable del ser humano a su triste realidad. Esto no solo sucede con los derechos de primera generación sino con los de segunda que comenzaron a ser reconocidos en el siglo XX. Son fundamentalmente sociales, económicos y culturales en su naturaleza. Aseguran a los diferentes miembros de la ciudadanía igualdad de condiciones y de trato, sin lograrlo. Y, si no que se lo digan a la ciudadanía en la actualidad con el derecho a una vivienda digna, por poner un ejemplo.

Estas contradicciones fueron constatadas por el socialismo del siglo XIX que pronto advirtió que la emancipación social no se encontraba en el discurso de los derechos; que la realización de los derechos no incluía por sí misma el fin de la explotación y, por tanto, de las diversas formas de dominación. La función de los derechos era la de reproducir el modelo particular de sociedad donde nacen, en nuestro caso la sociedad capitalista[7].

Los derechos no son algo que tenemos, sino que hacemos

Los derechos de las mujeres forman parte de la tercera generación de derechos, surgida en el último cuarto del siglo XX, vinculados con la solidaridad. Estos derechos incluyen las luchas de descolonización y feministas; los ambientales, que se definen como derechos de las generaciones futuras; y los relativos al control del cuerpo y la organización genética de una misma, enfrentados a la mercantilización de la vida. Como ocurre con los derechos de primera y segunda generación, más que cuestionar su existencia, queremos centrarnos en los aspectos críticos que observamos en su naturaleza.

El anarquismo, posición desde la que escribo, acostumbra a ser más partidario de la despenalización, dejar de tipificar como delito una conducta o acción (por ejemplo, la reivindicación histórica del aborto, hoy en peligro de ser penalizado de nuevo) que de la regulación a través de leyes. Ya lo dijo Hobbes (poco sospechoso de anarquista): «Las leyes [son] limitaciones de la libertad».

Pese a ello y puesto que estamos hablando de derechos legales, compartimos con Linda M.G. Zerilli[8] que estos solo importan cuando los reclamamos, los usamos y los superamos en busca de nuevas reclamaciones y libertades; solo importan si nos instan a seguir adelante. Los derechos solo tienen sentido si las personas involucradas están en posición de reclamarlos y defenderlos. Esta es la pregunta que debemos hacernos: ¿los derechos que consideramos en peligro, estamos en disposición de defenderlos? No pensemos solo en quienes los amenazan sino en cómo vamos a luchar por mantenerlos.

Los derechos no son «cosas» para distribuir desde arriba, desde el Estado, sino demandas de algo más que surgen desde abajo. No son «cosas» sino relaciones sociales y como tales no son algo que tenemos, sino que hacemos cada día en nuestras prácticas feministas, sin ellas los derechos siempre son frágiles y al albur de los cambios de gobiernos o de la voluntad de la justicia patriarcal. La libertad, como los derechos, es algo que solo puede ser garantizado por las mismas personas que los reclaman.

Las prácticas feministas de lucha política no se pueden confundir con la institucionalización de los derechos o la igualdad formal, por ello «la política de proclamar los propios derechos, por muy justa u hondamente sentida que sea, es una clase subordinada de política»[9]. Las prácticas de libertad política crean, mediante el discurso y, especialmente, mediante la acción, un espacio subjetivo intermedio que, en ocasiones, excede el espacio institucional. Solo cuando se produce esa situación de fuertes movilizaciones y luchas se consiguen ampliar los espacios de libertad y autonomía de las mujeres que, a veces, quedan regulados en forma de derechos.

Un rasgo de los derechos legales es su tendencia a deteriorarse en artefactos legales muertos y hasta en instrumentos políticos peligrosos cuando pierden conexión con las prácticas de libertad feministas. No podemos compartir, como ya hemos explicado, las posiciones de un sector del feminismo que ha aceptado la estrategia de que un cambio social se basa en los derechos legales. Estos por «progresistas» que nos puedan parecer no logran por sí mismos acercarnos al fin de la dominación patriarcal a la que aspiramos y es compatible con su existencia.

Así mismo, no podemos dejarnos cegar por las respuestas jurídicas y centradas en el Estado a las preguntas políticas y sociales que nos hacemos como feministas y haríamos bien en dar protagonismo a lo que las mujeres podemos y no podemos lograr en nuestras luchas que, a veces, pueden tomar la forma de derechos.

 Laura Vicente

 [Publicado en la revista Crisis, nº 27, Zaragoza]



[1] J.M. Bermudo, «El discurso de los derechos: carencias y confusiones», p. 3. Conferencia impartida en México en el Seminario de Política y Antropología de la UAM, en Diciembre de 2010.

 [2] J.M. Bermudo, «Ilusiones de la emancipación». Texto presentado en el XIII Congreso Nacional de Filosofía de Perú, El hombre, la interculturalidad y la biodiversidad. Iquitos, UNAP, 4-8 de octubre de 2011, p. 21.

[3] Estos tratan esencialmente de la libertad y la participación en la vida política. Son derechos civiles y políticos, y sirven para proteger al individuo de los excesos del Estado.

[4] Reyes Mate Rupérez (2018): El tiempo, tribunal de la historia. Madrid, Trotta, p. 107.

[5] Bermudo, «El discurso de los derechos», pp. 18-19.

[6] Mate Rupérez, El tiempo, pp. 108 y 110.

[7] Bermudo, «El discurso de los derechos», p. 32.

[8] Linda M. G. Zerilli (2008): El feminismo y el abismo de la libertad. Buenos Aires, FCE, pp. 234-236.

[9] Afirmación con la que coincido, pese a no compartir muchos de los postulados de esta corriente feminista, del Colectivo de la librería de mujeres de Milán, Sexual Difference; citado en Zerilli, El feminismo y el abismo de la libertad, p. 187.

lunes, 23 de junio de 2025

«A mi aire»

 


2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

«A mi aire» (3 abril)

Las armas y las guerras despiertan en mí un rechazo instintivo. También el militarismo, no comprendo cómo puede haber instituciones a quienes se les cede el monopolio de la violencia.

Las guerras se preparan mucho antes de que sucedan puesto que hay que preparar a la población para asumir las matanzas.

Rusia o Israel son autocracias expansionistas, agresivas y agresoras, no veo cómo defendernos de ellas y sé que son peligrosas, como Estados Unidos (democracia con tendencias autócratas e imperialistas).

Estamos en una encrucijada compleja y no me fío de quienes nos gobiernan.

«A mi aire» (10 abril)

¿Cómo componer subjetividades que, guiadas por el deseo, nos movilicen contra las ansias de guerra, capitalismo neoliberal y autocracia?

No podemos dejarnos arrastrar por la impotencia y el desánimo.

«A mi aire» (17 abril)

Dice el clero católico que este jueves es santo, o sea, un día perfecto y libre de toda culpa. De hecho, van juntos unos cuantos días santos, hablan de una semana santa.

Yo ya no sé qué pensar… tantos días santos debería notarlos de alguna manera, pero ¿para qué entrar en detalles? No quiero que penséis que soy negacionista, descreída u otras malas cosas.

Quizás es otro bulo más. Este, eso sí, con muchos años a sus espaldas.

 «A mi aire» (24 abril)

Se habla de la aceleración de la política (de todo en realidad).

O lo que es lo mismo: nunca nos han dado tantas «leches» y tan rápido.

«A mi aire» (1 mayo)

De aquellos primeros de mayo, en los que un sector de la clase trabajadora hacía huelga general para desencadenar la revolución, han pasado unos 130 años.

Hoy nada queda de aquello y esta fecha está vacía de contenido, casi nadie cree en la revolución y los sindicatos forman parte de las estructuras de poder y no podrían sobrevivir sin los ingresos procedentes del Estado (son muy pocos y minoritarios los sindicatos que viven solo de las cuotas sindicales).

El teletrabajo pronto los hará prescindibles.

«A mi aire» (8 mayo)

Cumplir sueños es uno de esos acontecimientos personales que cuesta mucho lograr y que siempre suenan a maravilla.

Mañana cumpliría años mi padre y estoy convencida que sería feliz por facilitarme este sueño.

«A mi aire» (15 mayo)

Qué planteamiento tan luminoso el de James C. Scott en su libro: El arte de no ser gobernados. Una historia anarquista de las tierras altas del sudeste asiático. Pueblos diversos que abarcan un territorio similar al de Europa (lo han denominado Zomia) y que se caracterizaron por fugarse a ciertas zonas inaccesibles a la intromisión y el dominio de los Estados que los circundan.

Su mirada rechaza que sean pueblos atrasados, primitivos, sin historia… 

«A mi aire» (22 mayo)

Por alguna extraña razón, muchas veces las personas más duras son las más blandas en su interior.

«A mi aire» (29 mayo)

Hay quien valora tener mucha información y supongo que será fan de la Inteligencia Artificial. Pero tener mucha información no significa que extraigamos significado de ella, más bien al contrario: demasiada información tiende a comportarse como poca información.