Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

viernes, 23 de junio de 2017

ANDRÉ LÉO, La guerra social

En 1867 se fundó la Liga para la Paz y la Libertad, Bakunin se unió a esta organización con la idea de que en su congreso se aprobara un programa socialista revolucionario. Sin embargo la Liga no iba por esa dirección y las posiciones de Bakunin fueron derrotadas en 1868, abandonando la organización a partir de ese año.
Tres años después, André Léo realizó el discurso, “La guerra social”, en el Congreso de la Liga, ofreciendo su testimonio sobre la experiencia de la Comuna.
Léodile Béra, más conocida por André Léo (1824-1900), nació en el seno de una familia acomodada de la burguesía media y por ello pudo acceder a estudiar y a consultar la biblioteca familiar.
Se casó en 1851 con el socialista Grégoire Champseix, redactor de revistas liberales. De su unión nacieron en 1853, dos gemelos de nombre: André y Léo, de ahí su seudónimo. Su marido murió en 1863.
André Léo fue novelista y presentó en sus obras una amplia panorámica de la sociedad de la segunda mitad del siglo XIX en la que aparecían las condiciones de vida de la mujer, su sumisión al hombre y la tradición de los matrimonios por conveniencia. Con sus novelas pretendía educar en la virtud y moralizar las costumbres.
Difundió también la idea de la necesidad de las asociaciones obreras para mejorar sus condiciones de trabajo.
En 1869 entró en relación con el semanario   L’Egalité y, por tanto, con Bakunin y otros redactores de su ideología. Sostuvo discrepancias con ellos por su tolerancia con respecto al papel que podían tener en la transformación social los pequeños burgueses y el campesinado.
Militó en favor de los derechos de la mujer y tuvo una actuación importante en la Comuna de París, por cuyo motivo se tuvo que exiliar en Suiza. Tras la amnistía de 1880 pudo volver a Francia donde acabó sus días en soledad.


La defensa de los derechos de la mujer
Desde 1868 participó en reuniones públicas donde se entablaron debates sobre diversos temas relacionados con la emancipación de la mujer, poco después formó parte de un grupo de mujeres (también había algún hombre) entre las que estaban Maxime Breuil, Maria Deraismes (1828-1894), feminista y francmasona que fundó L’Association pour le droit des femmes; Paulina Mekarska, Paule Minck (1839-1901), periodista y francmasona de origen polaco, fue una de las fundadoras de la feminista Société Fraternelle de l’Ouvrière y militó en el Parti Ouvrier Français. En estos debates se trataron temas relacionados con la condición de las mujeres, el trabajo y la educación de estas.
Bajo el impulso de estos debates se organizaron reuniones en casa de Léo que culminaron en 1869 en la constitución de la Société de revendication des droits de la femme, en ella se integraron Louise Michel (1830-1905), Maria Deraismes, Élie Reclus (1827-1904), hermano mayor de Elisée Reclus y Marthe Noémie Reclus. Los fines de esta asociación eran informar y educar para lograr una sociedad más justa. Redactaron un manifiesto que pedía la reforma del Código Civil que ignoraba los derechos de las mujeres.
André Léo colaboró en el periódico Le Droit des Femmes donde publicó un importante tratado sobre la condición de la mujer: La femme et les moeurs, Liberté ou monarchie. En este tratado hizo una evaluación histórica de la condición de la mujer y replicó a aquellos pensadores (como Proudhon) que justificaron la inferioridad de la mujer. Era defensora decidida de la unidad de todas las mujeres para luchar por su emancipación.

La militante política de la Comuna
Desde el 18 de marzo de 1871, André Léo se consagró a la causa de la Comuna, fue periodista, oradora y se adhirió a diferentes comités: el Comité de Vigilancia de Montmartre, el de ciudadanas del distrito 17 y el del distrito 10 de la Unión de Mujeres para la defensa de París y el cuidado de los heridos (sección francesa femenina de la Internacional). Los comités dirigían talleres de trabajo, reclutaban ambulancias, prestaban asistencia a las familias indigentes de los federados, enviaban oradoras a los clubs, etc.
Durante la Comuna escribió artículos relatando los sucesos que se producían y cuando fue derrotada la defendió de las acusaciones de violencia en el discurso, “La Guerra Social” (1871), realizado por invitación de la Liga para la Paz y la Libertad. En esta intervención afirmó que la mayor parte de los asesinatos  no los produjo la Comuna sino la “gente de orden”.
Cuestionó además a los republicanos que temían por encima de todo la llamada democracia popular que representó la Comuna, temían en definitiva el París socialista.
Entre los aspectos que destacó Léo en su discurso estaban en primer lugar el tema de la educación que fue liberada de la religión, pero que se restauró con la derrota. En segundo lugar Léo destacó que la igualdad y libertad iban unidas y que la libertad era muy valiosa: “Ser libre es estar en posesión de todos los medios para desarrollarse de acuerdo a nuestra naturaleza” (46).
Léo era bastante heterodoxa y discrepaba con Bakunin en algunas cuestiones como en la necesidad de formar una alianza de todos los “demócratas sinceros”, aun reconociendo que entre los demócratas liberales y los socialistas había un asunto principal que los dividía, la cuestión del capital. Por ese motivo para lograr una doctrina  que proclamaba el derecho de los desheredados debía atraerse a la causa, no solo a los pobres sino “a todos los descontentos con el orden actual, a todos los egoísmos ofendidos, a todas las ambiciones burladas (…)” (55).
Por último, logró sintetizar las facetas de la vida de un pensador afirmando que este tenía “el derecho para sí mismo de ir tan lejos como le sea posible y explorar el absoluto, y el deber de ser entendido por los demás” (58).

Estas manifestaciones de Léo provocaron que se le retirara la palabra.

martes, 13 de junio de 2017

NO EN MI NOMBRE, PUIGDEMONT

Uno de los efectos indeseados de cualquier nacionalismo (lo subrayo más que nada porque siempre que hablo del nacionalismo catalán tengo que decir que incluyo al español, al malayo, al guatemalteco y a su pastelera madre para no parecer sospechosa)  es la creación de un “relato de la nación” que implica manipulación del lenguaje y del contenido de cualquier información.
Resulta indignante que el Sr. Puigdemont diga que piensa ir al Parlamento español para “explicar lo que piensan hacer los catalanes”, ¿a qué catalanes se refiere este señor?, seguramente se refiere a quienes él representa con los votos obtenidos, es decir, a Junts pel sí; es posible que incluya también a la CUP, compañero de andanzas de los primeros. Sin embargo, resulta que quienes votaron a estos partidos no son los catalanes, son una parte de los catalanes, una parte que ni siquiera llega al 50%. Pese a tal evidencia, se consideran con el “derecho democrático” de denunciar déficits democráticos ajenos sin mirar los propios, denunciar corrupciones ajenas sin mirar las propias y así hasta el infinito.
Pero distorsionar los hechos  bien poco importa si estropean el “relato nacional”. Si estas narrativas se realizan desde el poder, como ocurre en Cataluña, la creación de falsas verdades (de la postverdad) y de mitos busca producir silencio entre quienes no se las “creen”, mientras  que, repetidos hasta la saciedad por los fieles creyentes, se convierten en “verdades”, en falsas verdades, pero eso poco importa. Estas “verdades” no se pueden poner en cuestión sin correr el riesgo de ser condenados como traidores, o  botiflers a la catalana, a la patria. Resulta más cómodo guardar silencio que separar la verdad de la falsedad, ese es el peligro de los mitos que, opuestos a la explicación racional del mundo,  hay que aceptarlos completos aunque sustituyan a la realidad. Todos los nacionalismos sin excepción pretenden  construir y controlar el “relato de la nación”, vivir en un territorio que está en plena construcción de dicho “relato” significa escuchar o leer  continuamente el simplista relato nacional (o independentista como le gusta a la izquierda que teme el término nacionalismo como a una mala pena) que ha ido creciendo al calor del poder y de sus recursos (medios de comunicación, ediciones, congresos, museos, becas, etc.) voceados desde las instituciones, desde la voz “autorizada” de diputados/as, políticos/as, miembros de la llamada sociedad civil o comentaristas de cualquier medio de comunicación que de pronto son expertos/as en historia, en economía, en sociología, en filosofía y en otras muchas  materias.
Y ahí estamos, aguantando su postverdad, soportando a unos dirigentes y sus aliados “anticapitalistas” (sic) hablando en mi nombre (y en el de la mitad de la población catalana).


¡¡Puigdemont, no me representas, no hables en mi nombre!!


sábado, 3 de junio de 2017

DUDAS SOBRE LA DEMOCRACIA ACTUAL

La democracia actual poco tiene que ver con la res publica, es una democracia de libre mercado que se desdibuja a pasos agigantados frente a la burocracia global y que asume las funciones que los mercados le marcan. El mundo camina hacia la centralización, hacia la concentración del dinero y del poder, en definitiva, hacia nuevas formas de totalitarismo. Seguramente el control no será idéntico al del siglo pasado y es posible que nos aguarde, como señala Imre Kertész, un fascismo discreto con abundante parafernalia biológica, supresión total de las libertades [por supuesto por nuestro bien, por nuestra seguridad] y relativo bienestar económico en el mundo rico.

Tampoco es descartable una guerra mundial que no pocos sociólogos llevan tiempo anunciando y que diferentes dirigentes, entre los que destacan Donald Trump o Vladimir Putin, nos están acostumbrando a su posibilidad. De momento no sabemos aún quienes la libraran y cuál será su escenario principal. Los rostros del odio, del racismo, del machismo, del nacionalismo exacerbado cobran delante de nuestros ojos expresiones terribles (leamos las palabras de furia del discurso de Donald Trump en su toma de posesión como presidente o de Marine Le Pen o de Benjamín Netanyahu o de cualquiera de los líderes de extrema derecha que avanzan posiciones en diversos países europeos) y vuelve a experimentarse la embriaguez colectiva que tanto nos recuerda a lo ocurrido en la década de 1930.
Quizás alguien pueda pensar que este panorama es exagerado y catastrofista, una reacción habitual que recuerda a otras que se han dado en la larga historia de la humanidad poco antes de grandes guerras.
En 1938 y 1939, poco antes de morir, Joseph Roth, en artículos recogidos en La filial del infierno en la tierra, escribía sobre la verdad (en cierto sentido sobre lo que hoy llamamos postverdad):
La adulteración de la verdad se consigue en el periodo más corto de tiempo recurriendo a la exageración o a la simple negación de la realidad. (…) La verdad requiere propagación, pero no “propaganda”.  Sé que mientras nosotros nos esforzamos por decir la verdad, en un simple papel, el altavoz ya está allí preparado para el transmisor de mentiras (…). Aun así nosotros hablamos. Aun así, escribimos. Porque sabemos que las palabras veraces no mueren. Nuestra fe es sólida, porque no teme la duda. Al contrario, ésta la refuerza. 
Roth se devanaba los sesos sobre cómo expresar lo inexpresable. 
El círculo de fascinación de la mentira, que los criminales levantan en torno a sus fechorías, paraliza la palabra y a los escritores, que están a su servicio. 
Y daba vueltas y vueltas sobre la necesidad de tomar la palabra (…) la palabra amenazada por la paralización. Sin embargo, se desesperaba, ya exiliado en París, por la indiferencia de los países europeos ante lo que estaba sucediendo en Alemania tras la llegada al poder de Hitler en 1933:

La quema de libros, la expulsión de los escritores judíos y todos los demás desvaríos (…) pretenden aniquilar el espíritu. (…) la Europa espiritual se rinde. Se rinde por debilidad, por desidia, por indiferencia, por irreflexión. El futuro deberá investigar con exactitud los motivos de esta capitulación vergonzosa.(…) los indiferentes siempre han contribuido a que el mal triunfe. Si el humanitarismo se percibe como excepcional, ello significa que la inhumanidad es lo acostumbrado. Lo natural se convierte sin más en sobrenatural. (…) Nada es tan brutal como la indiferencia frente a lo que ocurre en el terreno de lo humano.