La
democracia actual poco tiene que ver con la res publica, es una
democracia de libre mercado que se desdibuja a pasos agigantados frente a la
burocracia global y que asume las funciones que los mercados le marcan. El
mundo camina hacia la centralización, hacia la concentración del dinero y del
poder, en definitiva, hacia nuevas formas de totalitarismo. Seguramente el
control no será idéntico al del siglo pasado y es posible que nos aguarde, como
señala Imre Kertész, un fascismo discreto con abundante parafernalia
biológica, supresión total de las libertades [por supuesto por nuestro
bien, por nuestra seguridad] y relativo bienestar económico en el mundo
rico.
Tampoco es descartable una guerra mundial que no pocos sociólogos llevan
tiempo anunciando y que diferentes dirigentes, entre los que destacan Donald
Trump o Vladimir Putin, nos están acostumbrando a su posibilidad. De momento no
sabemos aún quienes la libraran y cuál será su escenario principal. Los rostros
del odio, del racismo, del machismo, del nacionalismo exacerbado cobran delante
de nuestros ojos expresiones terribles (leamos las palabras de furia del
discurso de Donald Trump en su toma de posesión como presidente o de Marine Le
Pen o de Benjamín Netanyahu o de cualquiera de los líderes de extrema derecha
que avanzan posiciones en diversos países europeos) y vuelve a experimentarse
la embriaguez colectiva que tanto nos recuerda a lo ocurrido en la década de
1930.
Quizás
alguien pueda pensar que este panorama es exagerado y catastrofista, una
reacción habitual que recuerda a otras que se han dado en la larga historia de
la humanidad poco antes de grandes guerras.
En 1938 y 1939, poco antes
de morir, Joseph Roth, en artículos recogidos en La filial del infierno en la tierra, escribía
sobre la verdad (en cierto sentido sobre lo que
hoy llamamos postverdad):
La adulteración de la verdad se consigue en el periodo más corto de tiempo recurriendo a la exageración o a la simple negación de la realidad. (…) La verdad requiere propagación, pero no “propaganda”. Sé que mientras nosotros nos esforzamos por decir la verdad, en un simple papel, el altavoz ya está allí preparado para el transmisor de mentiras (…). Aun así nosotros hablamos. Aun así, escribimos. Porque sabemos que las palabras veraces no mueren. Nuestra fe es sólida, porque no teme la duda. Al contrario, ésta la refuerza.
Roth se devanaba los sesos sobre cómo
expresar lo inexpresable.
El círculo de fascinación de la mentira, que los criminales levantan en torno a sus fechorías, paraliza la palabra y a los escritores, que están a su servicio.
Y daba vueltas y vueltas sobre la
necesidad de tomar la palabra (…) la palabra amenazada por la
paralización. Sin embargo, se desesperaba, ya exiliado en París, por
la indiferencia de los países europeos ante lo que estaba sucediendo en
Alemania tras la llegada al poder de Hitler en 1933:
La quema de libros, la expulsión de los escritores judíos y todos los demás desvaríos (…) pretenden aniquilar el espíritu. (…) la Europa espiritual se rinde. Se rinde por debilidad, por desidia, por indiferencia, por irreflexión. El futuro deberá investigar con exactitud los motivos de esta capitulación vergonzosa.(…) los indiferentes siempre han contribuido a que el mal triunfe. Si el humanitarismo se percibe como excepcional, ello significa que la inhumanidad es lo acostumbrado. Lo natural se convierte sin más en sobrenatural. (…) Nada es tan brutal como la indiferencia frente a lo que ocurre en el terreno de lo humano.
ResponderEliminarDemocracia...
Me parto... como 'Mafalda'.
Besos!!
Lo malo es la alternativa que se está configurando a la imperfecta democracia...
ResponderEliminarBesos!!