El día 17 de noviembre tuve la gran suerte de rodearme de compañeras y amigas (Lola Vicioso, que presentó el acto, Carmen Gracia, Ana Carrera, Pilar Lerín y Nieves Pina) para presentar el libro: Mujeres Libertarias de Zaragoza. El feminismo anarquista en la transición. La presentación se hizo en la librería La Pantera Rosa.
Este texto recoge mi intervención en la presentación.
Este es un libro especial para mí:
- Por adentrarse en una época reciente (la
Transición) en la que casi es imposible trabajar desde el punto de vista
de la historia por la cercanía a los hechos.
- Por haber formado parte activa de lo que se
describe en el libro, algo que nunca imaginé que haría.
Por
ese carácter especial que tiene, me tomaré la licencia de montar mi
intervención en esta presentación como un puzle, en cierta manera caótico, con
aspectos que quiero resaltar, sacrificando una exposición más convencional, más
ordenada y completa.
La primera pieza del puzle
Hace
referencia a algo sobre lo que he pensado mucho y tengo claro que no conviene
confundir: memoria e historia. Este
libro se basó, en gran parte, en un ejercicio de despertar la memoria del
pasado reciente para poner fechas y orden cronológico a la existencia de
Mujeres Libertarias de Zaragoza. Todas nos dimos cuenta en ese intento de
recuperar la memoria personal (que hicimos en dos mañanas de sábado de 2016) de
su fragilidad. Por mi parte, comprobé una vez más que la memoria es tan solo un conjunto de recuerdos individuales y
de representaciones colectivas del pasado, por ello en la introducción escribí
estas palabras inspiradas en el historiador Enzo Traverso:
La memoria es en
realidad una representación del pasado que se construye en el presente, resulta
de un proceso en el que interactúan varios elementos, cuyo papel, importancia y
dimensión varían según las circunstancias. Las personas cambian, sus recuerdos
pierden o adquieren importancia nueva según los contextos, las sensibilidades y
las experiencias acumuladas[1].
La memoria, por tanto, aporta elementos vitales a la historia, “el
aliento de vida”, pero como tal es siempre subjetivo, necesita ser contrastado
con otras fuentes que le otorguen más objetividad.
Y es la Historia
la que tiene que aportar el discurso crítico sobre el pasado, es decir, una
reconstrucción de los hechos y acontecimientos pasados tendente a su examen
contextual y a su interpretación.
Este librito intenta humildemente, desde la memoria
y otras fuentes documentales, hacer historia, o mejor microhistoria, ya que
trata de estudiar la actividad de un
grupo feminista durante un breve, pero intenso, periodo histórico.
La
segunda pieza del puzle
Hace referencia a la genealogía que durante cien años (década de 1830 a la de 1930)
construyó el feminismo anarquista. Los seres
colectivos siempre son más de lo que son puesto que llevan en sí fuerzas de
tiempos anteriores, de esta forma no se trata de verlos desde fuera sino desde
dentro, desde lo que somos podemos evaluar mejor lo sucedido en el pasado. Así
lo expresa el escritor y poeta Jean Tardieu, en una bella metáfora de la
genealogía de las clases trabajadoras, cuando dice:
Si con
una llave, golpeo los hierros que él golpeaba, escucho todavía, en su sonido
que permanece puro, brotar del fondo de los siglos criminales el grito de su
esfuerzo y de su triunfo[2].
Yo
llevo mucho tiempo golpeando los hierros que ellas golpeaban y escuchando el
sonido puro de sus esfuerzos, de su activismo, de sus ideas, de sus lágrimas,
de sus emociones, de sus vejaciones, de sus vidas…
El
feminismo anarquista forma parte, por tanto, de una ascendencia de largo
recorrido que fue el resultado de la diversidad,
la apertura de miras y la evolución a lo largo del tiempo. El nacimiento de los grupos
de “Mujeres Libertarias /Libres” durante la Transición democrática (1975-1982)
intentó vincularse con esa genealogía de cien años que arrancó con las utópicas
de la década de 1830, paso por las republicanas, las internacionalistas, las
librepensadoras, las pioneras que definieron el feminismos obrerista anarquista
(las “dos teresas”) y que floreció en la II República con Mujeres Libres ya
iniciada la Guerra Civil. Pero esa genealogía feminista quedó truncada
violentamente por la Dictadura franquista, que sin duda tuvo una dimensión de
género, produciéndose un vacío que no fue fácil llenar en la Transición.
La tercera pieza del puzle
Es la constatación,
hoy, de que el activismo se nos comió y
un aviso a navegantes para que no vuelva a suceder. Pocas mujeres (por el grupo
pasaron algo más de treinta personas) abarcaban mucha actividad en el terreno
de la lucha en perjuicio de la reflexión y de la construcción de teoría. Se
leyeron libros, se elaboraron ponencias, pero no se construyó, desde mi punto
de vista, las bases de un feminismo anarquista sólido. Esto no quiere decir que
no tuviéramos una personalidad libertaria definida y diferenciada de los otros
feminismos. Cualquier tema (el militarismo, la sexualidad,
las relaciones de pareja, el trabajo, la cultura, la educación, etc.) incidía
en la opresión que sufrían las mujeres y que hacían necesaria una rebelión
entendida como subversión de los valores más profundos y enraizados en cada
persona, eliminando los prejuicios basados en la cultura autoritaria del
franquismo. La defensa de la libertad, clave para las libertarias, se fundamentó en
la búsqueda de la independencia psicológica y de la autoestima, poniendo en
valor la llamada “emancipación interna”, que ya defendía Emma Goldman, para que
las mujeres se convirtieran en sujetos de su proceso de liberación.
Todo esto fue
tremendamente positivo y lo tradujimos en ideas, organización, reivindicaciones
y luchas (tres de los cinco apartados que estructuran el capítulo 4 dedicado al
grupo), pero la falta de tiempo nos impidió adaptar el feminismo anarquista
heredado del pasado a los años ochenta.
La cuarta pieza del puzle
Hace referencia a
la constatación de que el feminismo no afectaba solo a lo político, a lo
público, sino que incluía lo personal. Ese descubrimiento fue revelador para
muchas de nosotras: el poder, la autoridad, la subordinación… no estaban solo
en lo exterior (religión, Estado, ejército, lugar de trabajo, etc.) los
teníamos en casa, en nuestra pareja, en las relaciones sexuales. Lo impregnaba
todo, hasta lo más íntimo. Y empezamos a hablar de lo que vivíamos, de cómo era
nuestra sexualidad, de nuestras parejas, del sexismo, cuando no paternalismo,
que sufríamos en las propias organizaciones libertarias.
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Enzo Traverso (2012): La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo
XX. FCE, Buenos Aires, Argentina, p. 286.