Los aniversarios de
acontecimientos históricos siempre favorecen que se editen libros sobre el
tema, en este caso concreto, la Revolución rusa no es hoy conmemorada por las
nuevas autoridades rusas y pocas dudas quedan sobre la tremenda dimensión
totalitaria que tuvo la revolución desde sus inicios.
El imaginario
subversivo del siglo XIX y parte del XX se basa en la idea de que el objetivo
de la acción revolucionaria es avanzar gracias a un proyecto claramente
definido hacia la confrontación decisiva, representada por la metáfora de la gran noche, que crea las condiciones
para la construcción de una nueva sociedad. Ese imaginario comporta un conjunto
de imágenes, entre las cuales la de los insurgentes tomando el Palacio de
Invierno es una de las más potentes. En todos los casos aparece el pueblo heroico
armado derrocando el poder establecido. En este imaginario revolucionario se
constituye un nosotros heroica y
sacrificialmente enfrentado al poder, que actúa en una lucha cuerpo a cuerpo y
a cara descubierta protagonizando la revolución social que se anuncia como
inevitable y que está llamada a abarcar la totalidad de la sociedad. Durante
más de un siglo este imaginario subversivo se mantiene en sus rasgos
principales: sujeto, proyecto y prácticas políticas. Bien es cierto que hay
diferencias importantes en las filas revolucionarias (como mínimo entre
marxistas y anarquistas) respecto a las prácticas políticas y, en parte, al
proyecto. La importancia que el anarquismo da a la crítica del poder y a la
libertad le alejan de las prácticas políticas más distópicas y totalitarias en
las que el marxismo navega durante décadas.
El siglo XIX
empieza con la Revolución Francesa que sienta las bases del nacimiento del socialismo. El siglo XX se
inicia con la Gran Guerra y el derrumbe del orden europeo que engendra la
Revolución Rusa, esperanza liberadora que se propaga por Europa y el mundo. Las
grandes narrativas de la Ilustración (emancipación, progreso, razón, ciencia, etc.) son los
cimientos de las utopías que se construyen a lo largo de más de cien años.
Sorprendentemente,
las utopías y el antiguo imaginario revolucionario se desintegran y se vuelven
obsoletas en unas pocas décadas, los movimientos de Mayo de 1968 ponen sobre la
mesa demasiados argumentos críticos contra las utopías y abren paso a duros
ataques, protagonizados desde la
historia y la sociología, contra el imaginario subversivo. Si 1968 marca el
inicio del cuestionamiento, la caída del muro de Berlín en 1989 indica el
momento clave que cierra una época para abrir otra nueva en que las
utopías dejan de ser creíbles para que
puedan seguir fundamentando y
legitimando el credo moderno.
Entre los
años setenta y ochenta del siglo XX se abre, por tanto, una época de transición
en la que el paisaje intelectual y político conoce un cambio radical, el vocabulario
se modifica y los antiguos parámetros son reemplazados. Pero la hecatombe va
más lejos, palabras como revolución o
comunismo adquieren un significado diferente, en vez de aspiración o acción
emancipadora, evocan un universo totalitario, mientras, por el contrario,
palabras como capitalismo, empresa, emprender, etc. se prestigian ante el
estupor de quienes viven este proceso endiabladamente rápido.
El libro de Vadillo
no es un libro de celebración o recuerdo nostálgico de la Revolución sino que
estamos ante un buen libro de divulgación sobre el anarquismo en la Revolución
rusa. El libro está dividido en ocho capítulos de los que la mitad están
dedicados a sentar los precedentes de la Revolución de octubre de 1917 y la
presencia del anarquismo en Rusia. Especialmente interesante es el capítulo VI
dedicado a la llamada “epopeya majnovista” en la que el protagonismo militar y
organizativo del anarquismo es muy destacado en una zona concreta de Ucrania.
Igualmente destaca el capítulo VII dedicado a la insurrección de Kronstadt
(1921) en la que el anarquismo tuvo también un cierto protagonismo.
La derrota de
Kronstadt y la de los guerrilleros de Majnó marcaron el final del anarquismo en
Rusia. Durante el año 1921 todas las estructuras que persistieron en el
interior de Rusia de los anarquistas fueron proscritas, sus centros y
periódicos clausurados y sus militantes perseguidos y encarcelados.
Los que lograron
huir y establecerse en el exilio, pudieron desarrollar estructuras para la
defensa de los presos anarquistas, uno de los organismos que se creó fue la
Cruz Negra Anarquista que defendía los derechos de los presos/as. A la altura
de 1938 ya no quedaban anarquistas en el interior de Rusia.
Una se pregunta el
efecto que tuvo el testimonio de estos hombres y mujeres perseguidos/as sobre
el entusiasmo que en esos momentos difundía el comunismo europeo y que costó
mucho desmantelar, como mínimo hasta finales de los años sesenta, momento en
que las intervenciones militares en Hungría y Checoslovaquia dejaban pocas
dudas sobre el totalitarismo soviético.
El libro de Vadillo
no deja dudas sobre el hecho de que esa tendencia totalitaria existió desde el
minuto uno de la llegada de los bolcheviques al poder, algo que hace mucho que
es conocido ya que en 1920 una comisión de la CNT, encabezada por Ángel
Pestaña, Gaston Leval y Fernando de los Ríos, aterrizó en Moscú para elaborar
un informe sobre el carácter de la Revolución. A partir de la entrevista de
Pestaña con Lenin, la asistencia -y participación- en congresos políticos y
sindicales, etc, la comisión pudo elaborar una serie de documentos con lo visto
en su viaje a Moscú, y con las críticas pertinentes para enviar a España: el
conocido como “Informe Pestaña”.
Dicho informe
llegó a España en 1921 y se publicó a principios de 1922, provocando que todo
el movimiento anarquista y anarcosindicalista dejara de apoyar a la Unión
Soviética bajo un enorme compendio de críticas hacia la ya existente
centralización, burocracia y separación entre el Partido –ya consagrado como
una nueva clase dominante por encima del proletariado- y las masas. Al “Informe
Pestaña”, además, se le sumaron las críticas provenientes de grandes figuras
internacionales del anarquismo tales como Emma Goldman o Rudolf Rocker.