2-¿Cuál es su concepción de la historia?
Foucault
concibe la historia como contra-historia de múltiples ejes con diferentes
concepciones del sujeto, de la verdad y de la historia. Entiende la historia
como la única manera de producir la eventualización de nuestras verdades del
presente, la historia como el pensamiento de la diferencia. A la hora de
construir el texto historiográfico, de hacer historia, su nueva forma centra su
análisis en descubrir las interrupciones que corren por debajo de unidades históricas.
La forma
nueva de operar con documentos no pretende ni interpretarlos ni probar su
veracidad sino abordarlos desde su interior, el documento no es un ente muerto,
sino una entidad llena de vida. Se trata, no de interpretar el documento, sino
de elaborarlo, estableciendo series de acontecimientos, fijando sus elementos
intrínsecos, estableciendo sus límites y sus relaciones con otras series. Hay
que abordar el documento más por lo que no dice que por lo que dice, planteando
una nueva semiología de documento, valorándolo en su total integridad e
instalándolo en el contexto relacional de su tiempo y no tratarlo como un
vestigio del pasado sino como un “monumento”, esto es como un campo relacional[1].
El trabajo
del historiador/a no se puede limitar al análisis y rescate de documentos sin
enfrentar el problema de las formas de relación, de génesis y de evolución de
un grupo determinado de acontecimientos, verdadero objeto del análisis
histórico.
Resulta clave
que el historiador/a, tras el análisis forense del documento (tanto el que se
halla fuera como dentro de los archivos), intente una ubicación contextual del
documento en la episteme donde se generó.
En relación
al material de trabajo, Foucault
distingue entre:
*Textos
teóricos: son los que tienen prescripciones, reglas, consejos que funcionan
como operadores para ser leídos, aprendidos, meditados y utilizados.
*Textos no
teóricos: tienen su origen en las instituciones y repercuten mucho en la esfera
de la vida de las personas: registros médicos, reportes judiciales, reglamentos
institucionales reflejan la vida interna de las personas en estos
establecimientos.
Foucault
considera que el historiador/a debe estar menos preso de los discursos de su
tiempo Al no poder pensar cualquier cosa en cualquier momento, solo pensamos
dentro de las fronteras del discurso del momento. Todo lo que creemos saber
está limitado a nuestras espaldas, no vemos sus límites e ignoramos incluso que
los haya[2].
a) El tiempo histórico
Al cuestionar
las construcciones naturalizadas de largos periodos de tiempo que dan cuenta de
unidades cerradas sobre sí mismas, el objetivo de Foucault es hacer de la
historia una contra-memoria y desplegar otra forma de tiempo, en el sentido de
que el devenir histórico sería una multiplicidad de variados sentidos y
direcciones[3].
Entiende la historia en sentido ruptural, lo que interesa son los
pliegues, las fisuras, los cortes, la ruptura, y, para desarrollar este
planteamiento de la historia, es necesario el concepto de acontecimiento que permite entender dichas fracturas de la
historia.
Foucault considera que hay que detener la mirada en la rareza, en lo
singular, en la originalidad irracional del acaecer, los hechos humanos no
están instalados en la plenitud de la razón, sino que son arbitrarios y no
evidentes. En las zonas de desgarramiento se visibilizan los silencios de la
historia (lo que no está dicho y permanece implícito), la historia de seres
humanos jamás reconocidos por la historia tradicional.
La propuesta de Foucault parte de la idea de una
ontología del presente, de nosotros/as mismas, de fragmentos existenciales, de
huellas silenciosas, de relatos de vida
pequeños, casi insignificantes, de sujetos invisibles como los homosexuales,
los locos o los criminales (las mujeres, añado yo). La problematización, de la
que luego hablaremos, de los pequeños trozos de la historia, es donde el
desequilibrio y la inestabilidad son los elementos comunes del acontecer
cotidiano. Plantea de hecho un nuevo tipo de racionalidad.
Propone una red de conceptos para poder atrapar la
discontinuidad y poder problematizarla,
esos conceptos son: umbral, ruptura, corte, mutación, transformación, etc..
b) Sujeto histórico
Paul
Veyne considera que para entender el pensamiento que da lugar a un ámbito de
conocimiento determinado en una época concreta, es preciso establecer con
precisión tanto el modo de subjetivización como el modo de objetivación[4].
El
“modo de subjetivización” hace referencia a cómo debe ser el/la
sujeto, cuál debe de ser su estatus, qué posición debe ocupar en lo real y en
lo imaginario y, en definitiva, a qué condiciones debe de ser sometido para
constituirse como sujeto susceptible de dar lugar, precisamente, a tal o a cual
tipo de conocimiento.
Foucault
niega que haya sujetos de la historia en el sentido de ser constructores
conscientes de devenires históricos. Para él, como ya se ha dicho, el devenir
histórico es una multiplicidad de variados sentidos y direcciones, con
múltiples protagonistas anónimos donde ninguno de ellos/ellas se puede asimilar
a la figura de sujeto de la historia. Propone que el sujeto es una construcción
que se ha realizado en el seno de dispositivos
como la familia, la escuela, la fábrica, la cárcel, la sexualidad, el ejército,
etc. Construcción que se encuentra atravesada por dispositivos discursivos con
pretensiones de verdad y soportado en saberes con estatus de poder que se
traducen en prácticas discursivas específicas que son irrigadas por todo el
tejido social.
No existe un
sujeto histórico previo, no existen discursos inertes ni un sujeto todopoderoso
que los manipula, sino que los sujetos forman parte del campo discursivo con
una posición y función específicas. El
sujeto no es “natural”, no es soberano (es hijo de su tiempo), está constituido
como subjetivación, está modelado en cada época por el dispositivo y los
discursos del momento, por las reacciones de su libertad individual y por sus
eventuales “estetizaciones” (son iniciativas de la libertad: invenciones,
opciones individuales que no se imponían por sí mismas, a Foucault le servía
este término para subrayar la espontaneidad que es lo opuesto de la
subjetivación sufrida)[5].
La manera de entender el sujeto es la de un entramado de relaciones históricas.
No podemos
convertirnos en cualquier tipo de sujeto pero si podemos reaccionar contra los
objetos y, gracias al pensamiento, tomar distancia sobre ellos.
c) Objeto histórico
El conocimiento no puede ser
el espejo fiel de la realidad.
El “modo de objetivación” hace referencia a qué condiciones se han
tenido que dar para que algo se constituya como un objeto susceptible de
conocimiento, a qué procedimientos de recorte ha tenido que ser sometido, cómo
se ha desgajado la parte que ha pasado a ser considerada como pertinente.
El objeto no puede separarse
de los marcos formales a través de los cuales lo conocemos. Pensamos las
cosas relativas al hombre a través de las ideas generales que creemos
adecuadas, cuando la realidad es que nada humano es adecuado, racional y
universal.
Es más
fecundo partir del detalle de las prácticas, de lo que se hacía y se decía, que
arrancar de una idea general y conocida, pues nos arriesgamos entonces a
atenernos a esta idea, sin advertir las diferencias últimas y decisivas que la
reducirían a la nada. Es decir, hacer el
esfuerzo intelectual de explicitar el discurso.
No poseemos
una verdad adecuada de las cosas, pues solo alcanzamos a conocer una cosa en sí a través de la idea
que nos hemos formado de ella en cada época. No podemos separar la cosa en sí
del discurso en que está inserta para nosotros/as. Se trata de llevar lo más
lejos posible el análisis de las formaciones históricas o sociales, hasta dejar
al desnudo su singular extrañeza.
El algo, que se
constituye como objeto susceptible de conocimiento, se debe “problematizar”.
Pensar es experimentar, es problematizar. Se trata de ver cómo algo
se ha constituido en objeto de pensamiento y cómo ha entrado, finalmente, en el
propio campo del pensamiento.
Problematizar, por tanto, es lograr entender el cómo y
el por qué algo ha adquirido su estatus de evidencia incuestionable, cómo es
que algo ha conseguido instalarse, instaurarse, como aproblemático. Lo
fundamental de la problematización consiste en desvelar el proceso a través del cual algo se ha constituido como
obvio, evidente, seguro[6].
Lo original del método de investigación de Foucault es
que en lugar de plantearse la relación entre los hombres con el Ser, con el
mundo, con Dios, él arranca de lo que
las diferentes personas hacen como si
fuera obvio y dicen teniéndolo por verdadero. En suma, parte de la
historia, de la que toma muestras (la locura, el castigo, el sexo…) para
detallar su discurso e inferir de ello una antropología empírica[7].
El saber, el poder y el sí mismo son
la triple raíz de una problematización del pensamiento. En primer lugar, según
el saber cómo problema, pensar es ver y es hablar, pero pensar se hace en el
“entre dos”, en el intersticio o la disyunción del ver y del hablar. Pensar es
inventar cada vez el entrelazamiento, lanzar cada vez una flecha desde uno
o una misma al blanco que es el otro/la
otra, hacer que brille un rayo de luz en las palabras, hacer que se oiga un
grito en las cosas visibles. Pensar es lograr que el ver alcance su propio
límite, y el hablar el suyo, de tal manera que los dos sean el límite común que
al separarlos los pone en relación.
En segundo
lugar, en función del poder como problema, pensar es emitir singularidades,
lanzar los dados (esta metáfora expresa que pensar siempre procede del afuera).
Lanzar los dados expresa la relación de fuerzas o de poder más simple, la que
se establece entre singularidades sacadas al azar. El afuera es la línea que no
cesa de reencadenar las tiradas al azar en combinaciones de aleatorio y de
dependencia. Pensar adquiere, pues, nuevas figuras: sacar singularidades;
reencadenar las tiradas; y en cada ocasión inventar las series que van del
entorno de una singularidad al entorno de otra. Singularidades las hay de muchos
tipos, pero siempre proceden del afuera: singularidades de poder, incluidas en
las relaciones de fuerzas; singularidades de resistencia, que preparan las
mutaciones; e incluso singularidades salvajes,
que continúan unidas al afuera, sin entrar en relaciones ni dejarse
integrar (lo salvaje como lo que aún no entra en la experiencia)[8].
Pensar es
plegar, es doblar el afuera en un adentro coextensivo a él. Todo el espacio del
adentro está topológicamente en contacto con el espacio del afuera y esta
topología carnal o vital, lejos de explicarse por el espacio, libera un tiempo que condensa el pasado
dentro, hace surgir el futuro fuera, confrontándolos en el límite del presente
viviente. Si el adentro se constituye por el plegamiento del afuera, existe una
relación topológica entre los dos: la relación con sí mismo es homóloga de la
relación con el afuera, y las dos están en contacto con los estratos. El
adentro condensa el pasado (periodo largo), en modos que no son continuos, pero
que lo confrontan con un futuro que procede del afuera, lo intercambian y lo
recrean. Pensar es alojarse en el estrato en el presente que sirve de límite:
¿qué puedo ver y qué puedo decir hoy en día? Y es pensar el pasado tal y como
se condensa adentro, en relación consigo mismo (hay un griego en mí, o un cristiano…). Pensar el pasado contra
el presente, resistir al presente, no para un retorno, sino en favor del
futuro. El pensamiento piensa su propia historia (pasado), pero para liberarse
de lo que piensa (presente), y poder finalmente pensar “de otra forma”
(futuro).
Las tres
instancias de la topología son relativamente independientes, y entre ellas se
produce un constante intercambio. Los estratos se caracterizan por producir
constantemente capas que hacen ver o decir algo nuevo, Pero también la relación
con el afuera se caracteriza por poner en tela de juicio las fuerzas
establecidas; por último, la relación consigo mismo se caracteriza por invocar
y producir nuevos modos de subjetivización[9].
El mundo está
hecho de superficies superpuestas, archivos o estratos. Estos no hacen más que recoger, solidificar el polvo
visual y el eco sonoro de una batalla que se desarrolla por encima (donde las
singularidades no tienen forma ni como cuerpos visibles ni como personas
hablantes). La zona “por encima” es aérea u oceánica, a cada estado atmosférico
le corresponde un diagrama de las
fuerzas o de las singularidades incluidas en la relación: una estrategia.
Los estratos
(que son terrestres) están atravesados por una fisura que distribuye lo enunciable y lo visible en cada estrato
(las dos formas del saber).
Estamos
atrapados en un doble movimiento: nos hundimos de estrato en estrato para
tratar de llegar a un interior del mundo;
pero al mismo tiempo tratamos de pasar por encima de los estratos para alcanzar
un afuera que sería capaz de
explicar cómo las dos formas de saber pueden estrecharse y entrelazarse en cada
estrato, entre un borde y otro de la fisura.
El afuera es una batalla, algo así como
una zona de turbulencia en la que se agitan puntos singulares y relaciones de
fuerzas entre esos puntos.
Lo propio de
la estrategia es actualizarse en el estrato, lo propio del diagrama es
actualizarse en el estrato, lo propio de la sustancia no estratificada es
reestratificarse[10].
Foucault es un
historicista porque plantea la vuelta al acontecimiento,
como hemos señalado cuando se ha hablado del tiempo histórico, la vuelta a
rescatar el hecho en su singularidad e irrepetibilidad, abandonando la idea de
que la historia tenga una esencia que tengamos que indagar. La historia no se limita a
condicionar las expresiones de la existencia, como tampoco se limita a hacernos
avanzar hacia la plena realización del ser, sino que la historia forja, produce
y crea la propia existencia.
Por tanto,
Foucault no hace una historia de las mentalidades, sino de las condiciones bajo
las cuales se manifiesta todo lo que tiene una existencia mental, los
enunciados y el régimen de lenguaje. No
hace una historia de los comportamientos, sino de las condiciones bajo las
cuales se manifiesta todo lo que tiene una existencia visible, bajo un régimen
de luz. No hace una historia de las instituciones, sino de las condiciones bajo
las cuales éstas integran relaciones diferenciales de fuerzas, en el horizonte
de un campo social. No hace una historia de la vida privada, sino de las
condiciones bajo las cuales la relación consigo mismo constituye una vida
privada. No hace una historia de los
sujetos, sino de los procesos de subjetivización, bajo los plegamientos que se
efectúan tanto en un campo ontológico como social[11].
La historia,
por tanto, es el arte de captar la individualidad para poder borra los tópicos.
Las sendas de la aventura humana nos parecen
banalizadas por grandes palabras que no son más que grandes tópicos:
universalismo, individualismo, identidad, desencantamiento del mundo,
racionalización, monoteísmo… Cada una de estas palabras puede abarcar un montón
de cosas, pues no existe una racionalización en general[12].
Foucault
plantea otra novedad: la historia no
se reduce a una disciplina particular,
es aquello que ordena el pensamiento de la sucesión temporal a través de
investigaciones tan diversas como la biología, la lingüística, la economía, la
filosofía, etc[13].
[1]
Lo relacionado con los
documentos y la manera de operar que propone Foucault en: José Wilson
Márquez Estrada, “Michel Foucault y la Contra-Historia”, 221 y también Gilles Deleuze (2015-1987): Foucault. Paidos, Barcelona, p. 82.
[2]
Paul Veyne (1984): Cómo se escribe la historia. Foucault
revoluciona la historia. Alianza, Madrid, p. 36.
[13]
Michel Foucault y otros autores (2015): Saber, historia y discurso. Prometeo, Buenos Aires (Argentina), p. 103.