Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

miércoles, 13 de noviembre de 2024

ERREJÓN Y LA DOBLE MORAL

 




La doble moral ha sido un comportamiento netamente masculino desde tiempos inmemoriales, ya que a las mujeres no se les ha permitido más que una versión de la moral, la del sistema heteropatriarcal. Las mujeres han sido vigiladas, maltratadas, encerradas, para que su comportamiento respondiera a la normatividad estricta, lo contrario implicaba, entre otras cosas, un peligro para la paternidad legítima de los hombres que han castigado siempre, incluso con la muerte. Pero las normas elaboradas por los hombres permiten un comportamiento masculino laxo, aceptable y bien visto (en todo caso, los hombres nunca han sido censurados por vivir en la doble moral).


Pero el «caso Errejón» resulta llamativo porque la doble moral parece que no va con los hombres «progresistas» o de izquierdas, ellos se las han apañado para hacernos creer que no hacen esas «cosas», que eso es propio de la derecha, del conservadurismo casposo. Los hombres de izquierdas se han situado en un nivel de superioridad moral, también en los comportamientos sexuales, puesto que son feministas y han logrado una nueva masculinidad que les exime del machismo, del deseo de dominio y del abuso de poder. El «caso Errejón» demuestra que las cosas no son tan sencillas y que algunos viven esa doble moral de forma extrema.


El «caso Errejón» pone de manifiesto otros aspectos dignos de reflexión. El discurso identitario construido sobre las diferencias entre hombres y mujeres, que los feminismos han consolidado y, en algunos casos, han naturalizado como elementos fijos, han servido para regular los deseos, la sexualidad y las relaciones sociales. Las identidades femeninas y masculinas se han basado en un contraste binario entre una sexualidad femenina sacralizada (necesitada de seguridad y afecto) y una sexualidad masculina irrefrenable y, en ocasiones, agresiva y violenta. El «caso Errejón» parece responder a ese prototipo de mal masculino peligroso.


Pero sin entrar en detalles del «caso Errejón» que está en fase de investigación, individualizar el peligro de las agresiones sexuales, nos apartan de responsabilizar a las instancias e instituciones que sostienen el sistema heteropatriarcal y que son el fundamento de las violencias. Errejón conoce tan bien el discurso feminista que él mismo utilizó este argumento en su carta de dimisión para justificar su comportamiento culpando al patriarcado. Esto no funciona así: tú debes responsabilizarte de tu comportamiento agresor y abusador y nosotras nos encargaremos de indagar el aspecto estructural del sistema heteropatriarcal que hay tras tu violencia contra las mujeres.


El «caso Errejón» ha puesto en evidencia la facilidad con la que los feminismos y otras instancias políticas caen en el punitivismo, en la necesidad de poner en la picota al agresor y castigarle. Comprendemos que las víctimas puedan necesitar el castigo, pero desde un punto de vista feminista y anarquista debemos preguntarnos: ¿Para qué sirve el castigo, la pena? ¿Qué aporta a la solución de la violencia de género una política restrictiva y regulacionista? ¿Consideramos que el feminismo anarquista debe apostar por una justicia basada en la venganza? En ningún caso podemos apoyar la necesidad de que el Estado aparezca como la instancia protectora de las víctimas y que estas queden como seres necesitados de protección e incapaces de autoprotegerse.


No resulta, por último, menos relevante que hayan sido en gran parte mujeres de las formaciones políticas en que estaba encuadrado Errejón quienes han ocultado su conducta sexual agresiva y maltratadora en aras de la defensa de un fin superior: la defensa del proyecto político que compartían. Tanta importancia se concede a este fin superior que para muchos el «caso Errejón» tendrá graves consecuencias para la izquierda en su proyecto electoral.


Al margen de ser de izquierdas o de derechas, la vida cotidiana de los hombres está, como mínimo, salpicada de machismo (y eso no depende de quién gobierna), es un mal estructural que conviene enfocar de modo adecuado para avanzar en el debilitamiento del sistema heteropatriarcal.


Laura Vicente

domingo, 3 de noviembre de 2024

«A mi aire»


 2023

«A mi aire» (5 octubre)

Creo que es María Galindo la que dice que trabajamos mezclando utopías con urgencias. ¿y por qué me da la impresión de que cada vez hay menos utopías y más ensimismamiento pese a que cada vez hay más urgencias?

 

«A mi aire» (12 octubre)

La guerra saca lo peor del ser humano y lo mejor. La guerra suspende las normas básicas que marca cualquier Estado. Cuando las normas desaparecen o se suspenden, emerge la maldad de gentes que ya lo son pero que encuentran en el caos guerrero sus posibilidades de acción.

No estoy defendiendo la bondad del Estado y sus normas, puesto que hay Estados terroristas, Estados totalitarios y Estados democráticos que deciden excluir a las personas que no importan y que cada vez son más.

Quizás es una oportunidad para que salga lo mejor: la solidaridad y el apoyo mutuo de la gente común.

 

«A mi aire» (19 octubre)

Hay situaciones que me indignan, me cabrean y me cuesta pacificarme.

Las mentiras políticas: el hoy digo hache y mañana be, me crispan. ¿Y qué saco con ello? Nada.

Pues eso, a ver si aprendo.

 

«A mi aire» (26 octubre)

Siempre hago propósitos de escribir algo alegre y optimista.

Pero no lo logro.

En mi ciudad tenemos una plaga de chinches de campo. Jamás había visto una cosa igual, pero es que las temperaturas no son normales. Los mosquitos me siguen picando porque siguen con vida.

Esto son minucias del primer mundo, pero no es ni medio normal. ¿Cuántas cosas así veremos?

NO AL MILITARISMO, NO A LAS GUERRAS.

 

«A mi aire» (2 noviembre)

No me gusta nada el cambio de hora.

Cuando salgo a caminar tempranísimo es de noche y ahora, aunque salgo de noche, pronto se hace de día. Ver amanecer para mi es un lujo que me pierdo en verano.

Prefiero el amanecer al atardecer, prefiero el inicio que el fin del día.

Soy diurna, eso no tiene remedio.

 

«A mi aire» (9 noviembre)

Paso a paso (lentos en el Mediterráneo) nos vamos acercando al otoño.

¿Quién se preocupará en Gaza por el otoño, si la vida no vale nada?

¿Quién lo hará en Ucrania y en otras muchas guerras, especialmente en África?

 

«A mi aire» (16 noviembre)

Mi hartazgo de los nacionalismos es total.

Me cansa que la “izquierda” diferencie nacionalismos buenos y malos.

Me genera rechazo que todo lo inunde lo territorial e identitario.

¿Dónde está la disidencia de lo nacional? ¿Quién la representa?

No me sorprende que la derecha de todos y cada uno de los nacionalismos esté en su salsa.

 

«A mi aire» (23 noviembre)

Hay muchas situaciones indeseables: una guerra acumula muchas de esas situaciones. Yo no vivo una guerra y, por ello, me considero privilegiada. Estoy viviendo de forma indirecta una de esas situaciones indeseables: la enfermedad de mi madre, el mundo hospitalario, la pena y muchos pensamientos que vienen y van.

No hay espacio, ni confianza, ni desinhibición suficiente para contarlos, pero estoy convencida de que sabéis de que van esos pensamientos errantes.

 

«A mi aire» (30 noviembre)

Estoy como desinflada, ralentizada, incapaz de volver a mi rutina.

Siempre se producen situaciones que interfieren y que impiden esa «normalidad» tras la enfermedad de mi madre (quien me iba a decir que aspiro a la «normalidad».

Mi madre está bastante bien. Gracias a quienes me habéis preguntado.

miércoles, 23 de octubre de 2024

ALUMBRAMIENTO

 


ALUMBRAMIENTO (2024)

Dirigida por Pau Teixidor.

Guion Pau Teixidor y Lorena Iglesias.

Protagonizada por Sofía Milán, Celia Lopera, Carmen Escudero, Paula Agulló, Victoria Oliver, Alba Munuera, Laura Gómez-Lacueva y María Vázquez. 

***

Alumbramiento es una película que trata muchos temas interesantes, uno de ellos el de la maternidad fuera del matrimonio. En España diversas instituciones afrontaron en el pasado la maternidad de las madres solteras. Las casas de maternidad y expósitos, por ejemplo, la de Barcelona, acogía a las madres solteras que, por diversas circunstancias, se veían obligadas a dar a luz lejos de los suyos, en el anonimato y de forma clandestina, ya que tener un hijo fuera del matrimonio suponía la exclusión social. El objeto de estos establecimientos era evitar infanticidios y salvar el honor de las madres. El símbolo más cruel del abandono era el torno, un pequeño habitáculo giratorio que daba a la calle donde se dejaba al expósito, tocando el timbre para que al otro lado de la pared del edificio fuera recogido. Al lado del torno había una especie de buzón para dejar algo de dinero para el recién nacido. 

TORNO DE LA CASA DE MATERNIDAD Y EXPÓXITOS DE BARCELONA

El personal subalterno de estas «casas» eran monjas (hasta 50 Hermanas de la Caridad había en la de Barcelona en 1936) que eran las principales responsables de la atención de las mujeres. Estas monjas eran las transmisoras de la idea de pecado (es decir, ofensa a Dios) y la necesaria penitencia de las madres solteras. Los maltratos de estas monjas a las internas llegaron hasta la prensa durante la II República pero nada se hizo para relevarlas hasta agosto de 1936.

El franquismo reprodujo estas casas de maternidad y expósitos que, sorprendentemente, funcionaban todavía en los años de la «Transición» incluidos los primeros años de la llegada al poder del PSOE (la película muestra la victoria socialista en 1982).

En Alumbramiento encontramos mucho de lo que había habido en el pasado: centros donde ingresar a mujeres embarazadas fuera del matrimonio, en este caso se trata de un reformatorio para adolescentes embarazadas: Peñagrande. La gestión directa o indirecta de estos centros por parte del clero femenino cuya función era transmitir la idea de pecado por tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, así como la necesidad de «reformar» esos malos comportamientos y devolver al redil a las madres solteras. El sexo solo tenía el visto bueno de Dios dentro del matrimonio y con el fin exclusivo de procrear. La invisibilización y la exclusión de la madre soltera, en centros carcelarios, para evitar la condena social de ella y su familia es otro elemento presente en Alumbramiento.

Pero en la película de Pau Teixidor hay algo más. Los niños y niñas recién nacidas eran arrebatadas a las parturientas (se les comunicaba el fallecimiento en el parto o posparto) para ser entregadas a familias que no seguían los cauces legales para adoptarlas, sino que las «robaban» cona ayuda de médicos y personal religioso haciendo negocio sin el consentimiento de las jóvenes madres.

Alumbramiento es, por todo ello, una película dura que restituye la memoria de tantas mujeres jóvenes y del sufrimiento que un embarazo fuera de la normatividad acarreó a esas adolescentes. Ante tanto infortunio la sororidad es la nota consoladora, pero siempre realista, para estas adolescentes que estrechaban lazos entre ellas para afrontar tan dura experiencia.

La dirección de Pau Teixidor es excelente teniendo en cuenta que las actrices son muy jóvenes y la dirección es fundamental para que una historia tan oscura como la de los bebés robados funcione. El contrapunto de la sororidad no reduce la dureza, pero aporta algo bello dentro de tanta fealdad.

No dejéis de verla si la modesta distribución os lo permite. Muy recomendable.

Laura Vicente 

 

jueves, 3 de octubre de 2024

FAMILIAS ANARCO-SINDICALISTAS LAMINADAS EN 1936

 


De todas es sabido la dura represión que ocasionó el golpe de Estado de julio de 1936 en Zaragoza, «la perla del anarquismo». Siempre ha resultado sorprendente que el sindicalismo zaragozano de larga tradición y experiencia se dejara engañar por el General Miguel Cabanellas al mando de la V División Orgánica. Su condición de masón y la confianza del sindicalismo zaragozano en derrotar el golpe de Estado declarando la Huelga General provocaron que Zaragoza quedara bajo la autoridad de los sublevados desde el primer momento. Conocedores los militares de la importancia del anarcosindicalismo de la ciudad no dudaron en utilizar una represión despiadada para liquidar su potencia organizativa y de lucha.

Muchas veces hemos explicado que el movimiento libertario era algo más que CNT, algo más que un sindicato. Su capacidad para construir un espacio paralelo al del poder en el cual se prefiguraban muchos de los aspectos que se deseaban para la sociedad futura y que existía mucho antes del 19 de julio de 1936, fecha considerada como inicio de la revolución libertaria y anarquista, explican que uno de los objetivos de la represión fuera laminar a familias enteras. El anarcosindicalismo llevaba muchos años tejiendo espacios de sociabilidad que incluían a todos los miembros de las familias desde que eran niños y niñas hasta la edad adulta. En especial los fines de semana eran momentos en que, alrededor de conferencias, mítines y reuniones, se organizaban actividades, muchas veces en un entorno natural, para las criaturas, adolescentes y mujeres al cargo de los más pequeños que podían incluir obras de teatro social, coros, excursiones, baños en el río Ebro, etc. Al calor de esas actividades las familias se iban conociendo sin acudir a las reuniones sindicales que atraían poco a las mujeres y nada a las criaturas en edad escolar. En esos ambientes se emparejaban, se hacían amistades, y conforme crecían se iban formando en la Idea y en el sindicalismo sin necesidad de cursos de formación. Se formaban por contagio y aprendiendo de las personas más mayores.

El resultado final era que muchas veces familias enteras formaban parte del movimiento libertario con mayor o menos implicación en las luchas y en la organización. Eso explica por qué era «necesario» liquidar a familias enteras u obligarlas al exilio para eliminar el mal de raíz y causar terror. He elegido una familia zaragozana por el protagonismo de una mujer: María Castanera Mateo.

La familia Castanera Mateo estaba formada por numerosos activistas que vivían mayoritariamente en el barrio de San José de Zaragoza. Sus progenitores, Manuel Evaristo Castanera Francia y Eugenia Mateos Ros, ya habían mostrado inquietudes sociales en tiempos de la Iª República. Sus hijos e hijas estaban relacionadas con activistas anarcosindicalistas zaragozanos y catalanes (la vinculación anarcosindicalista entre Aragón y Cataluña tenía larga tradición por encontrarse sus capitales a unos 300 Km, distancia exigida cuando eran expulsados de su lugar de residencia por delitos sociales).

Los hijos e hijas de Manuel y Eugenia con vínculos libertarios eran: Gregorio, Luis, Manuel, Libertad y María. De los cinco dos fueron fusilados en julio de 1936 (Luis y María) y Mateo salió al exilio y fue internado en los campos franceses de Argelès y Bram y en las Agrupaciones de Trabajadores Extranjeros de Poudreries de St Médart en Jalles, La Rochelle y la fábrica de Thann de La Pallice.

María Castanera Mateo[1], apodada La Duquesa nació en Zaragoza en 1905. Sufrió persecución durante la dictadura alfonsina por su presunta implicación en el asesinato del Cardenal Soldevila (1923) cuando contaba 18 años. Se refugió en Francia y regresó a Zaragoza con la IIª República. Se cuenta la anécdota de que le dio un bofetón, acompañado de un «calla cabrón», al comunista Benigno Remigio Santamaría, presente en la manifestación del 14 de abril de 1931 cuando este gritó: «Todo el poder a los soviets».

Muy activa contra el esquirolaje durante la huelga de la Telefónica (1931), fue detenida en Bilbao en octubre de 1931 con un alijo de armas y, de nuevo, con dos de sus hermanos en mayo de 1932 al descubrirse armas y explosivos en su casa. Ingresó en la Prisión Provincial de Zaragoza en junio con 27 años, a disposición del Juzgado de Bilbao. Habiendo sido recientemente operada, se agravó su estado y hubo de ser internada en la Facultad de Medicina de Zaragoza, regresando a prisión en agosto de 1932. Procesada en Bilbao por tenencia de armas, fue entregada a la guardia civil para su traslado a la capital del Nervión.

A raíz de la victoria de las derechas en las elecciones de 1933, el Comité Nacional de la CNT convocó un Pleno Nacional de Regionales (Madrid, 26 de noviembre de 1933) donde, con reticencias de algunas regionales, se solicitó la constitución de un Comité Revolucionario que tenía que poner en marcha una insurrección que se inició el ocho de diciembre, la huelga general se extendió por 34 provincias durante una semana y alcanzó especial relevancia en el valle del Ebro. María Castanera que había salido hacía poco de prisión, fue de nuevo detenida acusada de sedición en diciembre de 1933 por estar a su nombre  el piso alquilado donde se alojó el Comité Revolucionario que organizó la insurrección en Zaragoza. Condenada a quince años de prisión, fue puesta en libertad por la Ley de Amnistía de abril de 1934.


María formaba parte de un grupo muy activo de mujeres sindicalistas, entre las que estaban Julia Miravé, Pilar y Basilisa Bretón, Isabel Logroño, Isabel Aragó, Nieves Tolosana y Ángeles Bartos. Compañera del activista Ramón Gracia Crespo, ambos intentaron evadirse, una vez fracasado todo intento de resistencia al golpe militar de julio de 1936, pero fueron sorprendidos cuando vadeaban el Ebro. María quedó en tierra e intentó simular que trabajaba en el campo teniendo la desgracia de ser reconocida por un cabo de la guardia civil. Fue detenida y fusilada poco después en San Gregorio. Sus compañeras Isabel Logroño, Nieves Tolosana, Ángeles Bartos e Isabel Aragó corrieron la misma fatal suerte.

 


[1] Esta biografía la debo a Fermín Escribano Espligares

lunes, 23 de septiembre de 2024

«A mi aire»



 

HELSINKI

2023 (llevaba mucho tiempo sin publicar esta serie)

«A mi aire» (3 agosto)

El otro día pensaba en cuanto nos gusta a los seres humanos tener una pauta de rutinas y tareas. El trabajo asalariado y la familia lo «facilita» mucho, pero cuando las rutinas y tareas saltan por los aires porque ya no hay trabajo asalariado y, a veces, la familia no te las proporciona, resulta llamativo como el personal se busca esas rutinas y tareas, a poder ser con horarios fijos.

¿Qué nos pasa a los humanos que nos cuesta tanto estar tirados al aire libre (no en un resort con toda la rutina de tareas de ocio establecidas) cual leona rugidora?

«A mi aire» (10 agosto)

Ese momento del día en que me descalzo, acomodo los cojines, abro el libro y me sirvo una taza (tras otra) de té negro es tan placentera que me cuesta renunciar si me surge cualquier otra cosa.

«A mi aire» (17 agosto)


Cosas que me afectan:

*Las decepciones son un plato que se digiere mal.

*Nunca he sido de ilusionarme porque el realismo me lo ha impedido siempre.

*Pese a ello, sí he tenido confianza en una ética y en un modo de ver la vida que cada vez comparto con una minoría más minoritaria.

*O igual es el calor que me está afectando mal.

 

«A mi aire» (24 agosto)


Cosas que me animan:

*La ilusión por los proyectos que tengo entre manos.

*La armonía de la naturaleza (o lo que llamamos naturaleza que no deja de ser una construcción también) y caminar sudorosa con alguna mariposa (y alguna avispa, por mantenerme en la realidad) de compañera.

*La gente próxima.

*Igual cuento cosas que me animan porque esta semana no paso tanto calor.

 

«A mi aire» (31 agosto)


No sé si es posible la revolución. De hecho, nos hemos distanciado de esa posibilidad por lo que supusieron las revoluciones que se llevaron a cabo en el pasado.

Pero el neoliberalismo ha definido la vida de tal forma que la revolución no tiene cabida ni es pensable siquiera.

A mí solo se me ocurre la desobediencia persistente en cada acto de la vida y pensar desde otros puntos de vista que los marcados por el neoliberalismo.

No parece mucho, pero requiere salirse del espacio neoliberal y crear espacios liberados.

¡¡Casi nada!!

 

«A mi aire» (7 septiembre)


Hay machirulos mafiosos a los que un beso de dos segundos los hace caer del poder.

Ojalá siempre fuera así.

 

«A mi aire» (14 septiembre)


Cada día me interesan menos los rollos políticos: sus discursos, sus encuestas, sus mentiras, sus justificaciones, sus relatos, sus ambiciones, su pedantería, sus malas artes, su simpleza y, sobre todo, sobre todo, que piensen que somos idiotas.

 

«A mi aire» (27 septiembre)


Es demoledor como las ideologías se transforman en argucias del poder.


viernes, 13 de septiembre de 2024

Marina Bettaglio y Olga Albarrán Caselles (2024): Madres que cuentan. Conversaciones con 16 autoras sobre escritura y maternidad.

 


Tengo que reconocer que pese a ser madre de dos hijos, el tema de la maternidad no me atrae especialmente, así que puedo entender el desinterés de quienes no son madres. Sin embargo, diversas circunstancias me han conducido a la lectura de este libro que me ha interesado mucho.

Fui una madre atípica pero silenciosa, cosa rara en mi (digo lo de silenciosa, no lo de atípica). El mandato de la «buena madre» fue tan potente que no me convenció, pero si me silenció. Las amigas que, como yo, habían sido madres hablaban maravillas de la maternidad, de la conexión con su bebé, de la armonía de la experiencia, etc., etc. y yo escuchaba consternada porque mi experiencia era un caos: no tenía tiempo para nada, iba muerta de sueño, cansada por tener que hacerme cargo de todo porque mi compañero trabajaba jornadas partidas y a 45 Km, de donde vivíamos… yo solo me preguntaba: ¿Esto cuando acaba?

Este libro me ha recordado muchas cosas de aquella época.

El planteamiento del libro es establecer una relación entre maternidad y creación artística a través de la literatura. Partiendo de 16 entrevistas realizadas a otras tantas escritoras durante la pandemia de covid se indaga sobre las luces y sombras de la reproducción biológica y los cuidados maternales. El hecho de que desde la escritura se pueda escrutar las sombras de la maternidad da una gran libertad para ir lejos y saltarse todos los estereotipos. Pese a que la base es la ficción, la tendencia a escribir desde la primera persona conlleva la indagación en sus propias experiencias como madres.

Ser madres les limita su condición de escritoras e incluso su manera de narrar con obras cortas en extensión, el recurso al aforismo, fragmentarias, etc. Todas están de acuerdo que el tema de la maternidad en la literatura ha sido excluido de las novelas y relatos por considerarlo una temática femenina y basada en la rutina doméstica. Poco atractiva para quien pudiera leerlas (solo mujeres y no todas) y poco rentable para las editoriales. Pero todas están de acuerdo que ha habido un boom de publicaciones sobre este tema y que las cosas han cambiado. Todas concuerdan en que ha sido la potencia del feminismo en los últimos años lo que ha abierto espacio para la publicación de novelas, relatos y poesía sobre la maternidad.

Llama la atención que siendo la maternidad un hecho que afecta a todas las personas, porque todas son hijas o hijos, haya sido un tema tan invisibilizado y silenciado. Parece que mostrar la angustia, la tristeza, el malestar, etc., convertía (y convierte) a las mujeres en «malas madres». La posibilidad de acabar con esta sensación de culpabilidad es hablar y contar lo que las madres sienten y piensan. Que haya editoriales como La Tormenta que las publiquen hará posible que se hable, se comparta y se reflexione sobre este tema.

martes, 3 de septiembre de 2024

Edgar Straehle (2024): Los pasados de la revolución. Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria. Madrid, Akal

 



El libro de Edgar Straehle reflexiona sobre la revolución, pero a la vez cavila en el trasfondo del tema principal sobre qué es la historia, la memoria y la tradición. En efecto, toda revolución como hecho o acontecimiento histórico, tiene y cultiva una memoria que suele integrarse en una tradición. A partir de este recorrido el hecho histórico será invocado de formas diferentes, muchas veces banales y condicionadas por el presente convirtiéndolo en un bien de consumo (especialmente político).

Las revoluciones han sido despreciadas por el relato histórico hegemónico hasta que son reapropiadas, domesticadas y asimiladas por el poder, mientras ocurre ese proceso, como señala Straehle, la tradición revolucionaria ha sido posible gracias a que se desafió la narración oficial. La memoria de las revoluciones, negada por la hegemónica, ha tenido que ser cultivada para subsistir en la clandestinidad, en los márgenes.

Pero ya estoy mezclando historia, memoria y tradición como si todo fuera equivalente cuando no lo es. Creo que Edgar Straehle lo clarifica bien a lo largo de su libro. Veamos cómo lo plantea…

La memoria ¿qué memoria? Esta cuestión es relevante porque la memoria en este país está de plena actualidad y es campo de batalla entre diversos partidos políticos con influencia en los resultados electorales. Además, hay muchas asociaciones de memoria que trabajan por la «recuperación de la memoria», especialmente de la II República, Guerra Civil y Franquismo.

La memoria puede ser entendida como la presentación y representación de la historia pasada, desde un prisma selectivo y presentizada (es decir, la memoria es la selección desde el presente de lo que queremos recordar de la historia).

Representar o escenificar el pasado es una manera de apropiárselo y, al hacerlo, investirse de su poder o de su legitimidad simbólica; es una forma de cortar el tiempo intermedio que separa el presente del pasado evocado y de abrir el porvenir desde ese pasado.

De ahí esa conexión tradicional entre el poder y la memoria. Esta al dotarle de un pasado, ayuda al poder a extenderse en el tiempo y con ello lo pertrecha simbólicamente para reforzarlo de cara al futuro.

La memoria no solo se compone de recuerdos sino también de olvidos, en no pocos casos poco inocentes. Toda memoria se construye y renueva desde una selección que incluye y, por tanto, también excluye; que prioriza y, por tanto, posterga. A fin de cuentas, la memoria no deja de ser un terreno político y politizado también infestado de luchas, asimetrías, ninguneos y discriminaciones.

El pasado, por tanto, no se puede cambiar, pero sí lo pueden hacer las múltiples lecturas o apropiaciones que se hagan de este y, con ello, ayudan a convertir un «pasado pasado» en un «pasado presente».

Mientras la memoria subsiste y las batallas por la memoria son muy importantes en nuestros días, la tradición parece que se ha perdido, en especial  tras la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento del llamado socialismo real. No se acepta la herencia y se desconfía de cualquier tipo de tradición.

Estos temas que estamos comentando ocupan los tres capítulos primeros hasta llegar a la revolución protagonista del libro: la Revolución francesa. El capítulo 4 se dedica a esta revolución, pero está presente en casi todos los capítulos posteriores dedicados a otras revoluciones: La Comuna de París, la revolución rusa y Mayo de 1968 (capítulo 5), la revolución americana (acompañada de Hannah Arendt, capítulo 6), la Ilustración, la revolución de 1848 y Marx (capítulos 7 y 8), vuelve a la revolución francesa en el capítulo 10 y en cierta manera en el 11 cuando escribe sobre la interesante revolución haitiana. Un capítulo especial es el dedicado a la historia de las mujeres (capítulo 9 e invadiendo el 10).

Para concluir, dice el autor que la memoria y la tradición no solo se componen de recuerdos sino también de olvidos, en no pocos casos poco inocentes. Toda memoria se construye y renueva desde una selección que incluye y por tanto también excluye; que prioriza y por tanto posterga. No puedo estar más de acuerdo, me cuesta mucho entender que haya olvidado la revolución libertaria que se produjo en España durante la Guerra Civil, especialmente la que protagonizaron las mujeres.

Pese a este poco inocente olvido, el libro merece la pena ser leído.

 Reseña: Laura Vicente

 

 

viernes, 23 de agosto de 2024

LOUISE MICHEL Y LOS JUEGOS OLÍMPICOS 2024


He dejado pasar un tiempo para digerir que la Francia de Macron haya considerado a Louise Michel como una de las diez «heroínas doradas» de la historia francesa homenajeadas en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos.

Ignoro qué y quién estableció los criterios para que fuera una de las diez mujeres elegidas para ese reconocimiento dorado. Louise Michel fue una mujer anarquista condenada por los sucesos de la «Comuna de París» a diez años de destierro en Nueva Caledonia y no comprendo el porqué de su elección salvo que la consideren un personaje reapropiado y domesticado para formar parte del espectáculo de los Juegos Olímpicos.

La Comuna de París, pese a que duró muy poco (del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871), fue un episodio de gran repercusión que rápidamente fue interpretado como la primera revolución proletaria de la historia. La Comuna resonó como una advertencia y como la imagen de un desorden y un caos insoportable para la burguesía. De hecho, la Comuna certificó que la burguesía había dejado de ser revolucionaria capitaneando una represión que fue terrible: las personas ejecutadas ascendieron a varias decenas de miles, incluidos niños y niñas[1].

A la represión le siguió una cruel campaña de demonización en el campo de la memoria que alentó una fiebre anticommunard cultivada por los intelectuales del momento. La campaña contra la memoria de los communards llegó incluso a los cementerios puesto que los caídos no pudieron referirse a la Comuna en sus tumbas hasta el año 1906.



Y resulta, haciendo referencia a nuestra «heroína dorada», Louise Michel, que las principales dianas fueron las mujeres, injuriadas bajo la etiqueta de
pétroleuses o incendiarias y a quienes se les dedicó todo tipo de epítetos peyorativos. Fueron mostradas y señaladas como mujeres furiosas, enloquecidas y portadoras de un delirio criminal y satánico con el que pretendían incendiar París y a sus dos millones de habitantes. Desde estas frecuentes narrativas la pétroleuse representaba no solo a la mujer peligrosa y descontrolada, sino un mundo completamente del revés. Una Louise Michel uniformada y armada simbolizó como pocas ese mundo al revés. Feminista y anarquista dedicó su vida a la revolución y así lo escribió en sus Memorias, publicadas en 1886:

«Sí, bárbara como fui, amaba el cañón, el olor de la pólvora y la metralla en el aire, pero por encima de todo, estaba enamorada de la revolución».

Louise Michel contribuyó, durante la Comuna, a la organización de la educación infantil, a la movilización y organización de las mujeres y a la incorporación de las prostitutas a las tareas de la comunidad. Las mujeres, organizadas en asociaciones locales, crearon cooperativas de trabajo y actuaron en todos los frentes de la Comuna. Louise Michel formó parte de los Comités de Vigilancia de la Comuna y debatió con otras mujeres y hombres las estrategias y el rumbo de la Comuna.

Volviendo al espectáculo de los Juegos Olímpicos, ¿qué le ocurriría en 2024 a cualquier mujer anarquista y feminista que tuviera un comportamiento similar al de Louise Michel o que participara en un acontecimiento parecido al de la Comuna? ¿La considerarían una «heroína dorada» o sería objeto de castigo represivo?

No, Louise Michel continúa teniendo una impronta de rebeldía y de luchadora anarquista y feminista contra la dominación y a favor de la libertad, que no cuadra con ese reconocimiento mercantilizado y domesticado que nos endilgaron los creativos del espectáculo de la ceremonia de inicio de los Juegos Olímpicos.


Laura Vicente



[1] Resulta interesante para entender el significado de la Comuna el libro de Edgar Straehle (2024): Los pasados de la revolución. Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria. Madrid, Akal. Igualmente, interesante es la última edición del libro de la propia Louise Michel (2023): La Comuna de París. Madrid, La Tormenta.

martes, 13 de agosto de 2024

ANARCOFEMINISMO PARA EL SIGLO XXI: PUNITIVISMO (II)




 [primera parte publicada el 3 de agosto de 2024]

2-El Derecho y el proceso penal

La Modernidad se ha mostrado incapaz de pensar que se pueda vivir fuera del Derecho, eso nos ha convertido en sus prisioneras al pensar que se puede legislar sin límites y sobre cualquier cosa.[1] Es imprescindible salir de esa lógica y poner en cuestión la dificultad irresoluble de combatir la violencia contra las mujeres sin hacer explícito que los agresores no son perturbados o locos, sino elementos que reproducen, en versión extrema, sus imposiciones de género. La ley nunca podrá poner en cuestión el modelo de distribución de géneros en todos los ámbitos en los que opera y lo único que hace es parcializar el modelo y recurrir como única solución al castigo y el encierro de los agresores.[2]

Quizás debido a que nos enfrentamos a un problema complejo, la izquierda institucional ha participado activamente del punitivismo, al igual que amplios sectores del feminismo[3] que han sido utilizados para endurecer las penas. Dar prioridad al Derecho y al proceso penal para combatir los ataques y discriminaciones contra las mujeres ha hecho olvidar a un sector de los feminismos que la lógica penal tiene efectos sociales contraproducentes. En primer lugar, el impacto de las penas en las personas es enorme y va acompañado del olvido de las víctimas. En segundo lugar, el derecho penal no parece ser un instrumento idóneo para resolver conflictos, puesto que provoca más problemas que los que intenta resolver. Y, por último, el sistema penal es en sí mismo un dispositivo de creación de feminidad que no es objetivo ni neutral como pretende y que responde a valores e intereses patriarcales.[4] El «giro carcelario» limita a los feminismos al individuo y a lo punitivo, y marginaliza lo colectivo y la comprensión de lo que hay tras la violencia.

Como venimos diciendo, el punitivismo, a través de los dispositivos del Estado (derecho, policía, cárcel, etc.), puede impulsar una política restrictiva y regulacionista con la que estamos profundamente en desacuerdo, basada en:

·       La cultura del castigo como única respuesta a las agresiones y discriminaciones que sufren las mujeres no disuade a quienes las cometen. Deberíamos preguntarnos para qué sirve la pena. Desde luego, sabemos que, por un lado, legitima la soberanía del Estado y refuerza su aparato coercitivo; y que, por otro, puede servir para expresar el odio de las víctimas más que para abordar las causas de los delitos.

·       El aumento de la inseguridad que crea un clima de «estado de emergencia» en lo referente a las violencias que sufren las mujeres, un clima de «guerra contra los hombres» como he escuchado a algunas mujeres libertarias, sirve de excusa al punitivismo para el uso de la violencia en el que se basa. Esa percepción de auténtico «pánico sexual» lleva a mujeres feministas a considerar que todo es violencia y que esta se usa para medir la calidad de vida de las mujeres entre las que han sido agredidas y las que no, mientras que se habla menos de explotación laboral u otras cuestiones igualmente relevantes.  La percepción de una situación grave de inseguridad puede llegar a justificar la necesidad de que el Estado proteja a las víctimas y, para ello, puede parecer necesario acusar a unos colectivos como causantes de los malestares y ocultar realmente a quien los provoca.

·       La selección de los delitos y de los causantes debería llevar a preguntarnos cuando se recurre a la penalización de determinadas acciones, a quién se está criminalizando, puesto que coincide que los causantes suelen ser personas pobres, racializadas y de barrios marginales (así lo muestra la población carcelaria).

3-Victimización de las mujeres

Estamos de acuerdo con Françoise Vergès[5]  cuando plantea que quiere evitar pensar el patriarcado bajo el prisma: mujeres víctimas/hombres verdugos, aunque entre estos haya quienes merecen ese calificativo. Y lo vemos así porque construir a las víctimas como sujeto político que legitima las demandas políticas priva a las mujeres de la posibilidad de hablar como algo más que víctimas, pasando a ser percibidas como seres sin agencia necesitadas de la protección que han perdido al pasar a ser el «natural protector» (marido o compañero), su agresor. Esta «figura natural de protección» es sustituida por la agencia estatal.[6] Legitimarse como sujetos políticos autodefiniéndose como víctima tiene como consecuencia el regreso de la justicia penal al foco de atención, respaldando y consolidando el cambio en el ámbito de la seguridad que en estos mismos años se ha ido imponiendo en toda Europa y en otros lugares.

La victimización de las mujeres pretende además definir sujetos que sean «buenas víctimas» para abordar los conflictos desde la lógica binaria o dualista presente en lo penal: delincuente-víctima, malo-buena. El modelo de «buena víctima» suele definir a una mujer inocente, ingenua, que no provoca, que no negocia, que conviene, en definitiva, al modelo de mujer victimizada. El Estado, en representación de las mujeres, es el encargado de poner límites porque ese modelo de «buena víctima» no es capaz de ponerlos, de esta manera se positiviza el papel del Estado y de sus cuerpos de seguridad.

Hay una parte de los feminismos que en lugar de contrarrestar esta victimización necesitada de protección (si no es por parte de hombres, por parte del Estado) ve a las mujeres como víctimas continuas de la construcción de género, de ahí su insistencia en la necesidad de aislar a las mujeres de los peores abusos que realiza esa clase de dominación no a través de estrategias emancipatorias, sino de restricciones y regulaciones de la sexualidad y el discurso: censura, demandas por daños, más policía, más regulación, más seguridad, etc.[7]

El feminismo punitivista, como ya hemos visto, ha considerado que la base de las discriminaciones que sufren las mujeres es la sexualidad, convirtiendo la heterosexualidad en una relación de dominación del poder patriarcal en la que se aprende la sumisión. Esta perspectiva procede de las llamadas dominance feminist, tendencia que ha sostenido que las mujeres son una clase oprimida, que la sexualidad es la causa de dicha opresión y que la dominación masculina descansa en el poder de los hombres para tratar a las mujeres como objetos sexuales. Han potenciado un discurso mujerista (esencialista) y victimista.

4-Construir propuestas anarcofeministas

Cuando se habla de «Justicia Patriarcal» hablamos de una justicia que conlleva que la palabra de la víctima no tiene valor. Además, es una justicia que interviene sobre la víctima y no sobre el victimario (no hay casas de acogida para los hombres violentos sino para las mujeres-víctimas).

El feminismo anarquista plantea no denunciar ante la justicia patriarcal y que las mujeres produzcamos otro tipo de justicia. Tenemos claro que la relación victimario/víctima no se resuelve con la cárcel. Queremos asumir la responsabilidad de construir otra respuesta de justicia que aglutine los casos como fenómenos sociales históricos que superar y no como delitos individuales. Asumimos también la responsabilidad de no fortalecer el sistema carcelario clasista, racista, patriarcal, policiaco y corrupto. La justicia hay que construirla fuera del código penal, de la policía y de la cárcel

El antipunitivismo, por tanto, es un planteamiento que critica el entramado público-privado del punitivismo. Considera que el poder punitivo es un sistema de violencia estatal organizada, sexista, racista, revictimizante, selectivo en su control e inadecuado para el proyecto feminista, ya que lo punitivo es una pieza angular para el sostenimiento del sistema patriarcal que sigue propagando los mismos modelos de interpretación/acción respecto al género, sexualidad, clase, raza y poder. Por ello, lo consideramos una estructura fracasada que debe ser abolida.[8]

El anarquismo tiene una larga genealogía antipunitivista, abolicionista de las cárceles y cuestionadora de las políticas del Estado y de su dispositivo penal. Igualmente, podemos destacar su constante lucha contra la dominación y el poder, con aciertos y con elementos que obligatoriamente hay que revisar en este siglo XXI. El punitivismo es incompatible con el feminismo anarquista ya que no confiamos en los castigos legales para acabar con la violencia contra las mujeres y mejorar su situación.

El antipunitivismo feminista está en construcción, las feministas anarquistas tenemos la ventaja de caminar por un sustrato de experiencias, saberes y luchas que explican por qué es en el ámbito libertario y anarquista donde el antipunitivismo y el abolicionismo están más arraigados y tienen un recorrido más largo. No quiero ocultar que también en el seno del anarcofeminismo hay personas que participan de la cultura del castigo de las violencias, que recurren con frecuencia a los tribunales para denunciar agresiones y que comparten con el feminismo cultural una visión simplista y moralista de la sexualidad.

Nuestra opción no va en esa dirección punitivista, queremos imaginar la protección más allá de la represión, de la vigilancia, de la cárcel y del paternalismo. Queremos reapropiarnos del ámbito de la protección e inventar sistemas de protección de los seres humanos sin hacer de ellos víctimas, sin entender la debilidad como un defecto. El antipunitivismo feminista y anarquista parte del reconocimiento de que el Derecho y el proceso penal es patriarcal y que debe transformarse en la línea de deconstruir el pensamiento heteropatriarcal-sexista. Tarea ardua que no se conseguirá con otras leyes, sino con una práctica y un pensamiento anarcofeminista en la línea prefigurativa que consiste en reproducir en el propio proceso de vida aquello por lo que se está luchando.

El anarcofeminismo debe indagar en las ventajas de la justicia restaurativa o justicia reparadora como forma de pensar la justicia cuyo foco de atención son las necesidades de las víctimas y los autores o responsables del delito, y no el castigo a estos últimos ni el cumplimiento de principios legales abstractos. En esta justicia restaurativa es importante tener en cuenta «la comunidad cercana» en el conflicto y su gestión.

Para concluir, difícilmente el término violencia puede definir la compleja situación de desigualdad, subordinación y discriminación a la que las mujeres todavía están sometidas, y también la experiencia que tienen en esta situación distintas mujeres en contextos diferentes. Es importante, por tanto, indagar en las motivaciones y las formas que adopta la violencia masculina sobre las mujeres, puesto que está extendida en todas las latitudes y atraviesa todos los estratos sociales. Esta tarea de comprender qué se esconde detrás de la violencia es importante para poder oponerse con otros instrumentos que no sean solo los de la justicia penal.

 Laura Vicente

Artículo publicado en la revista Redes Libertarias nº 1



[1] Agamben, Giorgio, Creación y anarquía, Madrid, Adriana Hidalgo Ed., 2020.

[2] Macaya, Laura, «Violencia de género y victimización en las políticas estatales» en Sánchez, Irene, Olivé, Neus, Martín, Lorena, Macaya Laura Putas e insumisas. Violencias femeninas y aberraciones de género: reflexiones en torno a las violencias generizadas. Barcelona, Virus, 2017, p. 63.

[3] Francés, Paz en «A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos» en Serra, Clara, Garaizábal, Cristina y Macaya, Laura (Coordins.), Alianzas rebeldes. Un feminismo más allá de la identidad. Manresa, Bellatierra. 2021. Esta autora habla de los feminismos carcelarios; los feminismos minimalistas o garantistas y los directamente abolicionistas de la cuestión penal y de la prisión.

[5] Vergès, Françoise, Una teoría feminista de la violencia. Por una política antirracista de la protección. Madrid, Akal, 2022.

[6] Macaya, «Violencia de género y victimización en las políticas estatales», p. 59.

[7] Brown, Wendy, Estado del agravio. Poder y libertad en la modernidad tardía. Madrid, Lengua de Trapo, 2019, p. 190-191.

[8] Francés, «A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos».