Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

lunes, 23 de febrero de 2015

CIEGO, SORDO, ABOMBADO, DESMEMORIADO...

IBAI ACEVEDO

Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.

                           JORGE LUIS BORGES, "Funes el memorioso" en Ficciones.

¿SERÁ NECESARIO CAERNOS AL ABISMO Y QUEDAR TULLIDOS PARA VER, OÍR Y RECORDAR?

viernes, 13 de febrero de 2015

MUJERES CULTAS E INSTRUIDAS. LAS "MARISABIDILLAS" DOMÉSTICAS IV

El feminismo liberal, que se refleja y se expresa en las cuatro revistas femeninas que se están analizando, desarrolló una dura crítica a los planteamientos que defendían la inferioridad de las mujeres. Esta crítica se completaba con el cuestionamiento de algunos aspectos del discurso de la domesticidad que configuraban el prototipo de mujer, que se ha denominado Ángel del Hogar o Perfecta Casada. Ya se ha explicado con anterioridad que el rol social de la mujer se definía a partir de la maternidad y que ese hecho provocaba que su función social y sus espacios de actuación quedaran limitados al terreno doméstico de la familia y el hogar. La mujer era el ángel del hogar que se dedicaba en cuerpo y alma a la familia pero siempre con modestia y sumisión dada su posición de inferioridad respecto al hombre. 

LA ESCUELA DE LAS MUJERES. MOLIÈRE

Aún cuando los hombres reconocían la valía social del papel femenino en la sociedad, este papel siempre se ejercía desde una posición de inferioridad respecto a ellos. A pesar de que al feminismo liberal le costaba mucho romper con el prototipo de mujer tradicional, cuestionaron algunos aspectos visibles de la desigualdad como  la institución del matrimonio, la coquetería y la frivolidad, que se consideraban defectos femeninos y, sobre todo, la ignorancia y el fanatismo. Resulta reveladora la aparición de artículos críticos con la moda, de la que por otra parte estas revistas femeninas no se acababan de desligar porque era uno de los atractivos con el que contaban para vender las revistas. Conscientes de que esta posición crítica con el modelo de la domesticidad les acarreaba el apelativo de marisabidillas, no dudaron en escribir al respecto.
La inferioridad e incapacidad de la mujer era justificada por los hombres, que no eran sabios y sensatos, con argumentos diversos, uno de los cuales era que el cerebro de la mujer pesaba menos que el del hombre y por ese motivo tenía menor capacidad intelectual. Era mucho más habitual el argumento de que “la mujer solo sirve para el sentimiento y (…) los instintos suplen en ella el conocimiento”, por tanto, no era necesario proporcionarle una cultura completa que solo estaba reservada al hombre. Fuera porque la mujer tenía, por naturaleza, una inteligencia pequeña, o fuera por abandono de la parte racional de la mujer, la realidad era que se había descuidado su educación hasta inutilizarla por completo, mutilando su inteligencia y produciendo la mencionada inferioridad intelectual de la mujer.


La inferior inteligencia femenina provocó que ésta fuera destinada “a insignificantes trabajos y recluida al hogar doméstico para ejercer la labor mecánica de la casa”, pero también “se le desconocieron (…) derechos” y se le impuso la obligación de obedecer al marido”.
Tan larga había sido esta incapacitación, “este abatimiento”, que  la mujer “apenas se atrevía a dar crédito a los que generosamente venían a despertarla de su letargo”. Los argumentos de la costumbre y la historia, como prueba de la inferioridad femenina, eran invalidados entre otras cosas porque la mujer había “podido luchar y aún vencerle en muchos casos en las ciencias, en las bellas artes, en el gobierno de los pueblos y hasta en el campo de batalla”.
Otros argumentos contra la igualdad de hombres y mujeres en el terreno de la política, la ciencia y la sociedad, como los que daba Homo en una carta dirigida a la directora de La Muger, eran su carácter antinatural e ilógico, ya que:

Una mujer graduada de Doctora en medicina y cirugía o en derecho civil y canónico, es para nosotros, lo mismo que una mujer sabia, y a éstas no las podemos ver. (…)
Nosotros, amables lectoras, no acostumbramos a enamorarnos de mujeres sabias, ni mujeres políticas (…), no es esa vuestra misión; dejad para los hombres tan rudas tareas, tan escabrosas contiendas (…), vuestra misión, vuestro destino es algo más elevado y útil; para algo más que para politiquillas intrigantes o inconcientes (sic) marisabidillas (…) os ha colocado Dios al lado y como compañera del hombre”.     

La misión y el destino de la mujer eran, según Homo, “los deberes maternales o filiales”, que quedaban desatendidos si la mujer se dedicaba al estudio o a la política. Homo, sin embargo, afirmaba que no estaba en contra de la mujer instruida, estudiosa, poetisa o literata, siempre y cuando la educación de la mujer sirviera como base de la familia y de la sociedad, al tiempo que “garantía de estabilidad para el hogar doméstico”. Si no era así y la mujer acababa siendo una marisabidilla inconsciente, que entraba en el terreno del hombre,  vendría el castigo: “nosotros (…) no nos enamoramos de mujeres sabias, ni mujeres políticas”. La acusación de marisabidilla era “el sambenito de todas las mujeres que se atrevían a salir de las grandes ocupaciones del puchero y la calceta”. La marisabidilla era pedante e inmodesta por el mero hecho de ser instruida. Homo defendía un discurso de la domesticidad sin fisuras con una encendida defensa del prototipo de mujer ideal que era el ángel del hogar, la marisabidilla era una clara fisura que se intentaba ridiculizar y a la vez amedrentar.
Therese Coudray, a quien le dirigió Homo su carta, arremetió contra el publicista Joaquín Galdieri que había afirmado: “Nosotros queremos pocas doctoras y muchas buenas madres de familia”. La respuesta de Coudray fue: “¿cómo educará a los hijos la mujer si es frívola o está saturada de absurdas creencias?”. Coudray no tuvo problema en hacer suyo el término marisabidilla, “como nos califican los tontos presumidos”.
El feminismo liberal, a pesar de algunos llamamientos a que las mujeres no abandonaran su esfera, su función social, defendían la educación de la mujer como objetivo irrenunciable. Si se  educaba a la mujer, “con conocimientos útiles”,  desaparecían sus peores defectos: la mentira, el fingimiento, la coquetería, la excesiva sensibilidad, la frivolidad y la candidez ante la seducción masculina, así “el interior doméstico de sus familias es más ordenado y dichoso” y “desaparece la presunción ridícula de las antiguas Marisabidillas”.
A pesar de la solidez del discurso de la domesticidad fueron apareciendo, como señala Mª Dolores Ramos,  en los pliegues ideológicos, líneas de fuga, desvíos o, incluso, significativas rupturas en dicho discurso. En estas revistas se empezó a criticar el prototipo del ángel del hogar y la dedicación de la mujer en cuerpo y alma a la familia. El prototipo de mujer, la “sacerdotisa del hogar”, fingía muchas veces una ternura, una dicha y un optimismo en beneficio de su familia, que   no sentía por estar triste o sufrir.


El hogar se convertía en muchas ocasiones en un espacio de tiranía:
“(…) nuestra dignidad nos obliga a defendernos contra nuestro tirano que es el hombre. ¡El hombre! Ese pequeño tiranuelo, símbolo del despotismo, que se constituye en pequeño monarca absoluto del hogar doméstico, con todas las formas y procedimientos de un dictador omnipotente, sumergiendo a la fiel compañera de sus días en el abismo profundo de la humillación más baja (…)”.

El matrimonio se podía convertir en una trampa porque el hombre, “infame seductor o (…) ente estúpido”, subyugaba a la mujer con “el pretendido poder que cree le reviste la circunstancia de ser el esposo”. Por tanto, llamar a la mujer casada, compañera, era un “sarcasmo disimulado” ya que la realidad no respondía a ese ideal:
 “Jurídicamente, la mujer no puede negociar, contratar ni realizar una porción de actos, que son permitidos a su compañero. Socialmente no puede moverse ni ejercer ciertas libertades concedidas a su socio. La milicia, la magistratura y otras profesiones (…) están cerradas para la mujer, de modo que en la parte civil es una especie de nulidad”.

Mientras el marido “vive en la calle”, la mujer “vive en la casa”. El hombre no se ocupaba ni de la casa ni de los hijos y cumplía con “acercarse al lecho, y retirarse deseando el alivio”.
La propia maternidad se convertía en una mixtificación bajo la que se escondía que el hombre:
“(…) ha considerado siempre a la mujer por su debilidad física, como una fábrica destinada a la producción de la multiplicación humana, como esclava servil de sus necesidades físicas y morales…”.



Las faenas domésticas se observaban también con otra mirada y no eran otra cosa que insignificantes  y mecánicos quehaceres que el hombre había destinado a la mujer por considerar que, por naturaleza, disponía de poca inteligencia. Sin embargo ni la mujer era menos inteligente, ni los hombres realizaban trabajos que precisaran  un entendimiento privilegiado. Por tanto:

“(…) también el hombre debe ocuparse en aquellos trabajos que por capricho y no por razón fundada se han pensado de la exclusiva competencia de la mujer…”. [Sería una puerilidad decir que el hombre] “desmerecería si descendiera de su pedestal para ejercer a la vez las funciones mecánicas y modestas de la mujer (…)”.

Si la mujer en casa sólo se dedicaba a ocupaciones “aprendidas con el mover de los pies en una cuna, el manejo de la sartén y las calcetas”, nunca sería capaz de desarrollar valores como la discreción, la dignidad y el sentido del deber.  Estas ocupaciones manuales tradicionales de las mujeres hacendosas, de las que se podía librar por los adelantos de la industria moderna:

“(…) además de consumir tiempo valioso, empobrecen la inteligencia, matan la energía, degradan el carácter y, lo que es peor, aumentan a la larga el presupuesto de gastos de la familia. ¡Dios nos libre de estas mujeres hacendosas!”.

La mujer perfecta era puesta en cuestión desde el punto de vista social:

“(…) porque no comprende su significación en la sociedad, no se toma interés por ésta, no ejerce directamente la influencia benéfica que puede proporcionar y la indirecta que tiene por mediación de sus hijos o del esposo: es corruptora y dañina”.
[Muchas mujeres] “(…) cuando dirigen sus miradas a los acontecimientos sociales, esas miradas son vagas e indiferentes y si alguna vez fijan su atención y se les nota interés por ellos, es por lo que se relacionan con la felicidad o desgracia, en la vida del hermano, del esposo o del hijo”.
[Miran] “(…) todo bajo el prisma de ese egoísmo sublime para el hogar, pero dañino a la sociedad, ya que impiden que sus hijos y maridos hagan efectivo con actos el alto sentido social que en muchos de ellos se ve”.
“(…) el hogar es un centro de abnegación para la familia, pero un núcleo de egoísmo para la sociedad”.

Si había un aspecto que reflejaba la desigualdad, y era especialmente cuestionado por el feminismo liberal, era la ignorancia y el fanatismo de las mujeres. En La Muger se criticaba que hubiera:
 “(…) almas tan cándidas, que creen que la ignorancia y el fanatismo debe ser la base sobre la cual debe descansar el sacrosanto templo de la familia; sin hacerse cargo que esa teoría antiprogresiva, es la causa principal de las calamidades domésticas (…)”.

Criticaba, Amparo, la educación para el mal que recibía la mujer, ya que desde pequeñas se educaba a las mujeres para que  fueran orgullosas, derrochonas y coquetas, en cambio se las educaba para que nunca dijeran ni demostraran lo que sienten.
Las supersticiones eran consideradas como “rémora del progreso” y causantes de la esclavitud del hombre. Si en los tiempos primitivos era lógico que cualquier cosa que no se explicaba provocara miedo y terror, resultaba grave que en el siglo XIX se siguiera creyendo en  supercherías como la adivinación, las hechicerías y los sortilegios.
La ignorancia y el fanatismo se debían a que el hombre había acaparado siempre los medios de educación y de progreso que a la mujer negó:

Queréis la mujer apartada de las aulas y la vida activa; que sepa pocas filosofías; tímida, modesta, inocente, candorosa, que se inflame sin saber cómo y cual la mariposa perezca en la llama sin saber porqué (…)”.

Por último eran llamativas algunas críticas esporádicas que se llevaron acabo contra la moda. Llamativas porque estas revistas vivían en parte de la atracción que ejercía sobre la mujer, la moda. La Ilustración de la Mujer, presentó a partir del nº 5, su suplemento, Revista de modas y salones, que justificaba su existencia señalando la importancia de “ese código no escrito del buen gusto, de la decencia y de las formas (…)”,  aunque para otros las modas eran “una de las grandes flaquezas del sexo femenino”. Por esta razón, Nicolás Díaz de Benjumea, consideraba absurda la existencia de una asociación, aparecida en Inglaterra, que estaba preocupada por los trajes femeninos “racionales e higiénicos” y consideraba que la variedad de trajes era positiva, al igual que el interés de la moda por parte de los hombres.
El Álbum del Bello Sexo fue radical en las críticas a las modas, como el uso de los tacones altos y  ajustarse la cintura extremadamente, afirmaba que era una moda ridícula y que debía “combatirse sin descanso por dar origen a varias enfermedades peligrosas y graves”.


martes, 3 de febrero de 2015

EROS E INCERTIDUMBRES ACTUALES. BYUNG-CHUL HAN

Parece ser que el ensayo resiste la crisis de ventas que padecen los libros porque se ha convertido en un género que ofrece claves para orientarse en la incertidumbre actual. Entre estos ensayos se encontrarían los libros del filósofo de raíz heideggeriana, Byung-Chul Han. Este filósofo coreano afincado en Berlín escribe siempre textos breves que no suelen llegar a cien páginas como es el caso de La agonía del Eros, obra escrita en 2012 y publicada en castellano en 2014.
Han describe el presente y lo hace utilizando términos intuitivos como agonía, transparencia o cansancio, que lo hacen asequible. Además reinterpreta lo que está ocurriendo sin caer en los estereotipos de que los responsables de todo están arriba, en el control y en la explotación que procede del poder, del Estado, de la casta. Han habla de la responsabilidad que cada persona puede tener en lo que está pasando y así habla de autocontrol, de autoexplotación o de cosificación del otro cuando el amor se positiva como sexualidad, que está sometida, a su vez, al dictado del rendimiento.


En La agonía del Eros el autor se centra en el Eros que encarna no solo la fuerza del amor erótico sino también el impulso creativo de la siempre floreciente naturaleza, la luz primigenia que es responsable de la creación y el orden de todas las cosas en el cosmos.
El Eros arranca al sujeto de sí mismo, de su tendencia actual al narcisismo y a la erosión del otro, y lo conduce fuera, hacia el otro, para evitar lo igual, la mismidad. En el infierno de lo igual no hay ninguna experiencia erótica ya que ésta presupone la asimetría y exterioridad del otro. El Eros es una relación con el otro que está radicada más allá del rendimiento y del poder. La negatividad de la alteridad, a saber, la atopía del otro, que se sustrae a todo poder, es constitutiva para la experiencia erótica.
Para Han la negatividad es la acción que dice NO y es soberana. La negatividad según Nietzsche mantiene la existencia llena de vida. Hay dos formas de potencia. La positiva es la potencia de hacer algo. La negativa es la potencia de no hacer, en términos de Nietzsche, decir NO. Se diferencia, no obstante, de la mera impotencia, de la incapacidad de hacer algo. La negatividad del NO constituye un proceso extremadamente activo puesto que la negatividad es ruptura.  Es un ejercicio que consiste en alcanzar en sí mismo un punto de soberanía, en ser centro.
La ética del Eros es la resistencia contra la cosificación económica del otro. El amor es domesticado  para convertirlo en una fórmula de consumo, como un producto sin riesgo ni atrevimiento, sin exceso ni locura. Se evita toda negatividad, todo sentimiento negativo. El sufrimiento y la pasión dejan paso a sentimientos agradables y a excitaciones sin consecuencias. En la época del quickie (polvo rápido), del sexo de ocasión y distensión, también la sexualidad pierde toda negatividad. Al amor de hoy le falta toda trascendencia y transgresión.


El amor presupone la muerte, la renuncia a sí mismo. La verdadera esencia del amor consiste en renunciar a la conciencia de sí mismo, en olvidarse de sí en otra mismidad. Ciertamente se muere en lo otro, pero a esta muerte le sigue un retorno hacia sí. El retorno reconciliado desde el otro hacia sí es todo menos apropiación violenta del otro. El poder del Eros no es la dominación violenta sino que implica la impotencia en la que yo, en lugar de afirmarme, me pierdo en el otro o para el otro, que me alienta de nuevo.
La doctrina platónica dice que el alma impulsada por el Eros, produce cosas bellas y sobre todo acciones bellas, que tienen un valor universal. El Eros, que, según Platón, dirige el alma, tiene poder sobre todas sus partes: deseo (epithymia), valentía (thymos) y razón (logos). Hoy parece que es sobre todo el deseo el que domina la experiencia de placer del alma. Por eso las acciones pocas veces son impulsadas por el valor. Sin Eros degenera también la razón, que se convierte en un cálculo dirigido por datos, sin capacidad para prever el acontecimiento, lo incalculable.
La acción política como un deseo común de otra forma de vida, de otro mundo más justo, está en correlación con el Eros en un nivel profundo. Este constituye una fuente de energía para la protesta política.
El amor interrumpe la perspectiva del uno y hace surgir el mundo desde el punto de vista del otro o de la diferencia. Interrumpe lo igual a favor de lo otro. El acontecimiento es un momento de verdad que introduce una nueva forma de ser, completamente distinta a lo dado. La esencia del acontecimiento es la negatividad de la ruptura, que da comienzo a algo del todo distinto. El carácter del acontecimiento une el amor con la política o el arte.


Tras estos planteamientos queda claro el título de su obra, el Eros agoniza, el capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico en la sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe. No conoce ningún otro uso de la sexualidad. Profaniza el Eros para convertirlo en porno. La profanización se realiza como desritualización y desacralización. La cultura de consumo estimula que el sujeto moderno perciba cada vez más sus deseos y sentimientos de manera imaginaria a través de mercancías y de las imágenes de los medios.