La conmemoración del cien aniversario de la Iª Guerra Mundial está propiciando la publicación de numerosos artículos sobre el tema. El periódico Diagonal, nº 228, 31.07-10.09.2014, ha publicado un dossier en el que participo con un artículo sobre cómo afectó la Gran Guerra a la situación de las mujeres europeas.
Reproduzco el artículo porque es difícil leerlo escaneado.
MUJERES EN GUERRA
Vivir y luchar, la misma
cosa son…
LAURA VICENTE
Ese vivir y
luchar, escrito para un himno sufragista por la feminista Cicely Hamilton,
sintetiza la actitud con la que las mujeres afrontaron los cambios que propició
la Iª Guerra Mundial en la condición femenina. Cuando se fundaron los
movimientos sufragistas en el siglo XIX, la estructura patriarcal mostraba una
figura monolítica sancionada por los siglos y con convicciones inamovibles: la certeza
de la superioridad masculina y la natural subordinación de las mujeres. Gracias
a la influencia de las feministas de finales del XIX y principios del XX, el
sistema patriarcal empezó a resquebrajarse.
El año 1914 podría haber sido el de las mujeres, por
la gran movilización feminista que se producía en aquellos momentos, pero fue
el año de la guerra que colocó a cada sexo en su sitio. La contienda bélica
separó radicalmente los sexos y marcó una tregua cuando las sufragistas
abandonaron la lucha a favor del voto para dedicarse a la guerra. Sin duda alguna, las feministas,
al igual que las clases populares, participaron de la fiebre nacionalista y
suspendieron sus reivindicaciones para cumplir con sus deberes y dar pruebas de
respetabilidad. Pero cuando en otoño de 1914 quedó claro que la guerra no sería
breve, y que requería de sostén en la retaguardia y del concurso de las mujeres, no hubo dudas
a la hora de movilizarlas.
El patriotismo rompió los compromisos
de solidaridad internacional, apoyando de forma incondicional la guerra, excepto
una minoría que luchó por impulsar la paz. Las pocas feministas pacifistas, que
rechazaron abiertamente la guerra y desarrollaron un nexo entre feminismo y
pacifismo, fueron acusadas de traidoras a la patria y ridiculizadas. Pese a
ello, en 1915 apareció “La Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la
Libertad”, y ese mismo año se celebró en La Haya el Congreso Internacional de
Mujeres por la Paz. Estas heterodoxas feministas fueron vistas con desconfianza por las otras minorías pacifistas
que, en general, rechazaron el vínculo entre guerra y virilidad, fueron
hostigadas y censuradas por sus respectivos gobiernos y rechazadas por las grandes
organizaciones feministas.
La Gran Guerra supuso para los combatientes una terrible experiencia
y una masacre masiva. Las bajas militares fueron considerables: cerca de 9
millones de muertos. Un país como Serbia perdió la cuarta parte de sus
movilizados; Francia, 1,3 millones de hombres (el 10 % de su población activa
masculina y más del 3 % de su población); Alemania cerca del 3 %, con 1,8
millones de hombres, e Italia y el reino Unido, alrededor de 750.000 soldados
cada uno. Se trataba en su mayoría de hombres jóvenes. Las mujeres en cambio accedieron al espacio y
a las responsabilidades públicas y se produjo una inversión de los roles que
pudieron valorar como positivo pese a la guerra.
El conflicto bélico
constituyó una experiencia de libertad y de responsabilidad sin
precedentes. Las trabajadoras fueron conscientes de sus capacidades y de
su independencia económica, el trabajo relacionado
con la guerra, sobre todo en las fábricas de armamento, fue un trabajo bien
pagado: doblando los salarios tradicionales en los sectores considerados femeninos.
Para las mujeres de capas medias y acomodadas la guerra fue un periodo de
intensa dedicación que hizo peligrar los encasillamientos sociales, como la
rigidez de la moda o la sociabilidad burguesa. Sabemos poco de la naturaleza
íntima de la guerra, sí conocemos del incremento de las tasas de ilegitimidad filial
durante el conflicto o de la posterior explosión de divorcios una vez
finalizado éste. Se produjo un aumento del deseo, merced al nuevo erotismo contenido
en las tarjetas postales, en la prensa o en espectáculos de revista que mostraban
libremente el adulterio y otras formas de amar.
La gran novedad fue que la mujer tuvo que vivir
sola, salir sola y asumir las responsabilidades familiares sola, algo que
siempre fue considerado imposible y peligroso. Las llamadas mujeres del excedente tuvieron que aprender
a sobrevivir y asumir su soltería. La numérica imposibilidad de matrimonio fue,
en realidad, una liberación y una plataforma de despegue social. El matrimonio aún era una vía de realización
personal, pero el retrato de boda, que parecía ser la meta para todas las
mujeres, se desvanece y es sustituido por otro tipo de sueños y aspiraciones.
El sueño del poder político y de la independencia económica, la aspiración de asumir
un cargo de responsabilidad, alcanzar metas profesionales y personales o poder
hablar y expresarse en público, son ejemplos que parecían entonces una utopía.
A corto plazo la guerra introduce pocos cambios en la relación entre los sexos, asombra
la resistencia social ante la modificación de los roles, la persistente voluntad
para encasillar a las mujeres en funciones de “sustitutas” y auxiliares que se
emplean en consonancia a su “naturaleza” inmutable. Pero este inmovilismo se ve
cuestionado a largo plazo, importantes retrocesos
entre los empleos domésticos y el hundimiento de los oficios de la costura y de
la industria a domicilio, aumentando la proporción de mujeres asalariadas en la
gran industria moderna. Crecen los empleos del sector terciario ocupados por
mujeres: comercio, banca, servicios públicos y profesiones liberales. Se
instauran derechos femeninos aunque no de manera generalizada y en todos los
países. Por último, la conquista más visible y general parece llegar de la mano
de la libertad de movimiento y de la actitud que la mujer aprendió en soledad y
con el ejercicio de responsabilidades: libres de corsés, de vestidos largos y
ajustados, de sombreros imposibles e
incluso de la melena, el cuerpo femenino recupera el movimiento, practica deportes, baila siguiendo ritmos
importados, toma la calle, explora una
sexualidad propia y decide sobre su propia vida.
Estos fueron los comienzos de imparables conquistas, su resplandor se
proyecta hasta nuestros días.