La casualidad (una amiga me dice que no existen casualidades
sino causalidades) ha querido que estuviera leyendo Si esto es un hombre de Primo Levi, cuando Jean-Marie Le Pen ha
vuelto a repetir en una entrevista la misma machacona cantinela, que entona desde
1991, de que “las cámaras de gas eran un detalle de la historia de la Segunda
Guerra Mundial”. Cuando el entrevistador señala que el Holocausto y la
deportación están documentados por historiadores de todas las tendencias, él
responde que no está obligado a compartir esa visión. En su miopía iguala morir
por la acción de un trozo de obús, de una bomba o la ejecución en una cámara de
gas. Afirmaciones de este tipo son preocupantes, pero lo es mucho más por el
hecho de que el partido por él fundado (Frente Nacional), y dirigido ahora por
su hija, Marine Le Pen, gano en las últimas elecciones europeas en Francia.
Frivolizar y banalizar sobre el Holocausto y la
deportación, comparándolo con ser víctima en una guerra por cualquier tipo de
armas, o reducirlo a “un detalle”, son rasgos característicos de la extrema
derecha actual para hacer aceptable un discurso racista y totalitario que socava
la base de la democracia al cuestionar la igualdad de las personas, divididas,
según sus mensajes políticos, por culturas o pertenecientes a identidades superiores
e inferiores, más que por razas al estilo nazi.
Como decía al principio, la noticia de que Le Pen
insistía en reafirmar que las cámaras de gas son solo “un detalle” (diversos
periódicos la recogen el día 4/4/2015), ha coincidido con la lectura de un
libro extraordinario, Si esto es un
hombre, que nos relata minuciosos detalles de cómo era la vida en los
campos de concentración (Auschwitz en su caso) para miles y miles de personas:
Entonces por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante, con intuición casi profética, se nos ha rebelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado la ropa, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca (p. 39).
¿Qué parecido hay en morir durante una guerra en el
frente de batalla o, incluso, en la retaguardia, con descubrir que hay hombres
que son capaces de golpear sin ira? ¿Qué
semejanza hay entre cualquier guerra, por cruenta que sea, y la existencia de
hombres y mujeres capaces de desposeer a otros de toda su esencia humana
convirtiéndoles en seres vacíos,
reducidos al sufrimiento y a la
necesidad, falto[s] de dignidad y de juicio, perdiéndose ellos mismos; hasta tal punto que se podrá decidir sin
remordimiento su vida o su muerte prescindiendo de cualquier sentimiento de
afinidad humana (p. 40)? Los judíos quedaron reducidos a ser solo un Häftling (preso), un
número tatuado en el brazo izquierdo (Levi era el nº 174517), sometidos a la
rutina constante del frío, hambre y maltrato en el que cada día era igual al
anterior o al posterior si se tenía suerte y evitaba la “selección” para ser
ejecutado y resultaba útil para el trabajo como esclavo.
A nuestro alrededor todo nos es enemigo. Encima de nosotros se agrupan las nubes malignas, para separarnos del sol; por todas partes nos oprime la amenaza de las alambradas. Sus confines no los hemos visto nunca pero sentimos, todo alrededor, la presencia maléfica del hilo erizado que nos segrega del mundo… Y en los andamios, en los trenes en maniobra, en las carreteras, en las excavaciones, en las oficinas, hombres y más hombres, esclavos y amos, y amos que son esclavos de ellos mismos; el miedo mueve a uno y el odio a los otros, toda otra fuerza calla. Todos son aquí enemigos o rivales (p. 67).
Casualmente Levi responde a Le Pen como si hubiera
sabido que esta banalización de los campos de concentración sucedería y que
millones de votantes volverían a ser cautivados por sus discursos. Dice Levi al
final de su libro que lo sucedido en los campos, el Holocausto en definitiva,
son actos no humanos, o peor:
contrahumanos, sin precedentes históricos, difícilmente comparables con los
hechos más crueles de la lucha biológica por la existencia. A esta lucha
podemos asimilar la guerra: pero Auschwitz
nada tiene que ver con la guerra, no es un episodio, no es una forma
extremada. La guerra es un hecho terrible desde siempre: podemos execrarlo pero
está en nosotros, tiene su racionalidad, lo “comprendemos”.
Dice Levi que en el odio nazi no hay racionalidad: es un odio que no está en nosotros, está fuera
del hombre, es un fruto venenoso nacido del tronco funesto del fascismo, pero
está fuera y más allá del propio fascismo (p. 341).
El testimonio de Levi está lleno de detalles y más
detalles, grandes detalles que nos permiten imaginar el horror que Le Pen trata
de ningunear. La razón del testigo es la memoria y él solo responde ante sus
recuerdos, él mismo dice que sus libros no son libros de historia, que solo
escribe de lo que tuvo experiencia
directa (p. 322). Por fortuna tenemos muchos otros testigos del Holocausto
que coinciden en lo fundamental. Pero además están los historiadores/as que
buscando la verdad, como dice Javier Cercas en El impostor, estudian documentos, verifican pruebas, relacionan
hechos, interrogan testigos, y como si fueran jueces, emiten un veredicto. La
historia, que es colectiva y aspira a ser total y objetiva, se nutre de fuentes
de información diversas entre las que están las memorias de los protagonistas,
que son parciales, individuales y subjetivas, pero que ofrecen la vivencia en
estado puro para que podamos acercarnos a la realidad desde el horror de los
testimonios.
Nada de esto le sirve al Jean-Marie Le Pen, que no
se siente obligado a compartir esta
visión y aunque, según sus palabras, no ha estudiado este tema sigue “creyendo”
que las cámaras de gas son un banal detalle de la guerra que asoló Europa,
también desde el punto de vista ético y moral, entre 1939-1945. Ante tal
despropósito, resulta preocupante el apoyo de más de cuatro millones
setecientos mil votantes franceses al Frente Nacional en las elecciones
europeas de 2014. Testimonios como el de Primo Levi deberían difundirse junto
con la información académica que desde la historia se proporciona para
descalificar a la extrema derecha que no solo triunfó en Francia sino también
en Gran Bretaña y Dinamarca.