“No hay otro mundo.
Hay simplemente
otra manera de
vivir”.
Jacques Mesrine
Este libro, cuyo autoría es de un misterioso Comité invisible, fue publicado en Francia en octubre de 1014,
siendo traducido a varios idiomas, entre ellos el español, en 2015[1].
No es la primera obra de este Comité puesto que en 2007 había publicado un pequeño
libro titulado “La
insurrección que viene”[2]. El libro tuvo un enorme éxito de ventas llegando
a ocupar el primer puesto en el ranking de libros más vendidos de Amazon.
El Comité invisible no es una persona pese
a que la policía francesa ha acusado a Julien Coupat y, por extensión, a la
pequeña comuna agraria de Tarnac, de ser el autor(es) de “La insurrección
que viene”.
El Comité sería más bien una
tupida red de “amigos” que formarían parte de un Partido Imaginario
empeñado en no cesar de Pensar, atacar, y construir.
Llegan las insurrecciones pero fracasan las
revoluciones
En A nuestros amigos se parte de la
afirmación de que las insurrecciones anunciadas en 2007 han llegado a tal
ritmo y en tantos países que el edificio entero de este mundo, desde 2008,
parece estar desintegrándose fragmento a fragmento (p. 11). Sin embargo los
revolucionarios habrían sido derrotados porque hemos sido despojados,
continuamente de la revolución como proceso (p. 13). Y una de las causas de
este fracaso es la propia herencia
ideológica que engancha los pies en todo un armazón de tradiciones revolucionarias
derrotadas y difuntas (pp. 16-17). Por
tanto, sería necesario desembarazarse del fárrago mental que impide captar la
situación. Para ello resulta fundamental organizarse,
que significa, actuar según una percepción común, sin
ese vínculo de la percepción compartida de la situación, los gestos se pierden en la nada sin dejar huella, las vidas tienen la
textura de los sueños y los levantamientos acaban en los libros escolares
(p. 18).
El poder es logístico
Reprochar
a los políticos no representarnos no hace sino mantener una nostalgia, además
de no decir nada nuevo. Los políticos no están ahí para eso, están ahí para
distraernos, ya que el poder está en otra parte, fuera de las instituciones. La
verdadera estructura del poder es la organización material, tecnológica, física
de este mundo. El gobierno ya no está en
el gobierno. El poder, ahora, es el orden mismo de las cosas, y la policía
tiene a su cargo defenderlo.
La
vida cotidiana no siempre ha estado organizada.
Para esto ha hecho falta primero desmantelar la vida, comenzando por la ciudad,
se ha descompuesto la vida y la ciudad en funciones, según las necesidades
sociales, proceso llevado a cabo durante un siglo por toda una casta de
organizadores. La fuerza de impacto de las insurrecciones es justamente su nivel
de organización de la vida común.
En A nuestros amigos se diferencia
entre fábrica (concentración de obreros, de saber hacer, de materias primas, de
stocks) y centro (nodo sobre un mapa de flujos productivos). En un mundo donde
la organización de la producción es descentralizada, circulante y ampliamente
automatizada, donde cada máquina no es ya sino un eslabón en un sistema
integrado de máquinas que la subsume, donde este sistema-mundo de máquinas
tiende a unificarse cibernéticamente, cada flujo particular es un momento de la
reproducción del conjunto de la sociedad del capital. Atacar físicamente esos flujos, en cualquier punto, equivale a
atacar políticamente el sistema en su totalidad. Si el sujeto de la huelga era
la clase obrera, el del bloqueo es absolutamente cualquiera. Cada cadena de
producción se amplía hasta tal nivel de especialización por tal nº de intermediarios,
que basta con que uno solo desaparezca
para que el conjunto de la cadena se encuentre por ello paralizada, incluso
destruida. La práctica del bloqueo como un paso más allá de la huelga (pp.
100-101).
Obsesionados
por la idea política de la revolución se ha descuidado la importancia de la
dimensión técnica. Por ello es necesario retomar un trabajo meticuloso de
investigación, hay que ir al encuentro de aquellos que disponen de los saberes
técnicos estratégicos. Hay que dejar de vivir en la ignorancia de las
condiciones de nuestra existencia. No se puede saber bloquear una
infraestructura estratégica si no sabe hacerla funcionar.
JURE KRAVANJA
Insurrecciones: el acontecimiento de los encuentros
Las
acampadas del 15 M de 2011 fueron importantes, no tanto por las
reivindicaciones adheridas a posteriori al movimiento, sino por el hastío
manifestado por la vida que nos hacen vivir. El captar juntos nuestra común condición podía hacer comprensible el saber lo que es una forma deseable de
vida, y no la naturaleza de las instituciones que la sobrevuelan.
Las
insurrecciones de las plazas revelaron el
acontecimiento de los encuentros que
se produjeron en ellas. El movimiento de las plazas fue, por un lado, la proyección,
o más bien el crash sobre lo real, del fantasma cibernético de ciudadanía
universal, y por otro, un momento excepcional de encuentros, de acciones, de
fiestas y de toma de posesión de la vida común. Estos encuentros permitieron
que las insurrecciones se prolongaran (en centros, casa okupas, barrios,
colectivos o seres singulares), no porque pusieran en marcha un programa
político, sino porque pusieron en movimiento unos devenires-revolucionarios. En las plazas ocupadas se impuso una potencia
política colectiva, la capacidad de autoorganización cotidiana. Lo que se
construye en las plazas no es ni la nueva sociedad ni la organización que
derrocará al poder, es la potencia colectiva que, mediante su consistencia y su
inteligencia, condena al poder a la impotencia. Las insurrecciones de los
campamentos ya no partían de ideologías políticas, sino de verdades éticas que son las verdades a partir de las cuales
permanecemos en el mundo (p. 46).
Habitar, no gobernar
El Comité Invisible insta a abandonar la
perspectiva de “gobernar” para sustituirla por la de “habitar”.
Gobernar
es conducir las conductas de una población, de una multiplicidad que es preciso
cuidar del mismo modo que hace un pastor con su rebaño para maximizar su
potencial y orientar su libertad. Es, por
tanto, considerar y modelar sus deseos, sus modos de hacer y de pensar, sus
costumbres, sus miedos, sus disposiciones, su medio. Es desplegar todo un
conjunto de tácticas discursivas, policiales, materiales, con una fina atención a las emociones populares, a sus
oscilaciones misteriosas; es actuar a partir de una sensibilidad constante ante
la coyuntura afectiva y política a fin de prevenir el motín y la sedición.
Actuar sobre el medio y modificar continuamente sus variables, actuar sobre unos
para influir sobre la conducta de otros, a fin de guardar el dominio del
rebaño. Es, en suma, librar una guerra sobre todos los planos donde la
existencia humana se mueve. Una guerra de
influencia, sutil, psicológica, indirecta (pp. 71-72).
Para
destituir el poder no basta con vencerlo en la calle. Destituir el poder es
privarlo de su fundamento, eso es lo que hacen las insurrecciones. Destituir el
poder es privarlo de legitimidad, conducirlo a asumir su arbitrariedad, a
revelar su dimensión contingente. Destituir la forma específica de poder
requiere devolver a su rango de hipótesis la evidencia que pretende que los
hombres deben ser gobernados.
Gobernar
es, por tanto, actuar desde fuera de los procesos políticos separando vida y
acción política. La alternativa es el
Habitar, es decir politizar la vida desde ella misma, hacer política desde
los territorios en los que transcurre la vida cotidiana. Solo las formas de
vida pueden consumar la destitución, es decir, aprender a habitar mejor lo que
está ahí; lo cual a su vez implica llegar a percibirlo. Percibir un mundo poblado no de cosas, sino de fuerzas, no de sujetos,
sino de potencias, no de cuerpos, sino de vínculos (p. 84).
El habitar cuestiona el esquema de la
representación e incluso el de
la democracia directa por la
separación que producen de vida y acción política. En este sentido, la potencia
del movimiento de “las plazas” no radicaba tanto en “las asambleas”
como en “los campamentos”. En la autoorganización, en las practicas, en
la acción diaria para asegurar su abastecimiento y para mantenerlo, en el contacto
diario entre sus habitantes, en los intercambios, en la “acción conjunta” y
en las vivencias compartidas en el quehacer práctico.
La
comuna como propuesta
Los
revolucionarios no tienen que convertir a la “población” desde la exterioridad
vacía de no se sabe qué “proyecto de sociedad”. Tienen que partir de su propia
presencia, de los lugares que habitan, de los territorios que les son
familiares, de los vínculos que los unen a lo que se trama a su alrededor. La
vida es el lugar desde donde emanan la identificación del enemigo, las
estrategias y las tácticas eficaces, y no desde una profesión de fe previa. La
lógica del incremento de potencia, he aquí todo lo que se puede oponer a la
lógica de la toma del poder. Uno bien puede lanzarse sobre el aparato de
estado; pero si el terreno ganado no se llena inmediatamente con una vida
nueva, el gobierno terminará por volver (p. 177).
La
propuesta es la formación de las comunas, entendidas como reflejo de un pacto de enfrentarse juntos al mundo. Es
contar con las propias fuerzas como fuente de la propia libertad. No es una
entidad lo que se pretende lograr en
ella: es una cualidad del vínculo y una
manera de estar en el mundo. Declarar la Comuna es aceptar vincularse (216).
La
comuna responde a las necesidades con el objetivo de aniquilar en nosotros el
ser de necesidad. La participación en
una potencia colectiva es capaz de disolver el sentimiento de enfrentarse al
mundo en soledad. El eco que se crea entre diferentes facetas del “movimiento”
es el que tiene un carácter de comuna. El movimiento de las plazas permitió
descubrir a muchas personas que podemos organizarnos sobre tal cantidad de
planos que nadie puede totalizarlos. Sentir que podemos actuar en común como
una fuerza sin nombre, permite acabar con la economía, es decir, con el
cálculo, con la medida, con la evaluación, con toda esta pequeña mentalidad de
contable que por todas partes es la marca del resentimiento.
Y concluyo ya
A nuestros amigos es una herramienta para la acción, pero sobre todo
para su comprensión, en ella encontraréis muchos más elementos de reflexión que
los que he recogido en esta larga reseña. Animaros a leerla, seguro que
encontraréis muchos motivos para pensar y reconsiderar muchos elementos que hoy
están en la palestra: las ilusiones porque nos representen “bien”, el papel de
los sindicatos mayoritarios, las tácticas de lucha decimonónicas utilizadas en
el siglo XXI, la idealización de revoluciones totales como un ancla de fárrago mental
inmovilizante y tantos otros aspectos a reconsiderar.