Teniendo en cuenta el complejo
contexto histórico explicado veamos esta segunda
generación de itinerarios feministas,
que fueron múltiples, a partir de las diversas experiencias y prácticas
individuales y colectivas de las mujeres.
El feminismo, como plantea Karen
Offen, se puede definir como un fuerte impulso a criticar y mejorar la
situación de desventaja de las mujeres con relación a los hombres en el marco
de una situación cultural concreta, aunque se trata de una definición
incompleta sirve para un primer acercamiento a la lucha que desarrollaron las
mujeres decimonónicas por su emancipación.
El feminismo español tuvo una
orientación más social que política puesto que solía justificar la lucha por
los derechos de la mujer basándose en la idea de la diferencia de género,
centrándose más en los derechos sociales y civiles que en la igualdad con el
hombre. Era un feminismo que K. Offen denominó relacional para diferenciarlo del feminismo individualista. El feminismo relacional
proponía una visión de la organización social fundada en el género pero
igualitaria. Ponía el énfasis en los derechos de las mujeres como mujeres, definidas principalmente
por sus capacidades para engendrar y/o criar, respecto a los hombres. Insistía
en la distinta cualidad de la contribución de las mujeres al resto de la
sociedad y reclamaba los derechos que le confería dicha contribución. Planteaba
que existían distinciones entre los sexos, tanto biológicas como culturales,
por lo que existía una naturaleza femenina diferente a la masculina. Estas
distinciones entre los sexos justificaban una división sexual del trabajo, o de
funciones, en la familia y en la sociedad.
Ángeles López de Ayala. Republicana, feminista y masona
El feminismo relacional decimonónico en Cataluña, igual que en el resto de
España, no fue un movimiento único, sino diverso. Resultaba evidente la pluralidad de feminismos, ya que
plurales eran las estrategias de resistencia y de cambio social de las mujeres.
El feminismo en su origen, al entenderse como movimiento social, dio prioridad
al itinerario social como aprendizaje y planteó las experiencias colectivas de
las mujeres como causa y origen de la expresión de su feminismo. Por tanto los
movimientos sociales fueron el cauce de aprendizaje y de experiencia del
feminismo y la base de formación de las diversas corrientes que se
estructuraron en el último cuarto del siglo XIX.
Los feminismos, aunque diversos, compartían el descontento por la
discriminación y la desigualdad que sufrían las mujeres,
fueran de la clase social que fueran. Aunque ya se ha señalado que no cuestionaban la definición de
género de la mujer, sí ponían en tela de juicio su restricción a la esfera
privada. La ausencia del ámbito público excluía a la mujer de la ciudadanía,
que se desarrollaba en tres órdenes: el económico, basado en el derecho al
trabajo; el político, que capacitaba a la ciudadanía, entre otros deberes-derechos,
para ejercer el sufragio; y, por último, el social, que comprendía derechos
civiles, mejoras sociales, etc., y entre los que destacaba el derecho a la
educación. Los feminismos del último
cuarto del siglo XIX que se desarrollaron en España y otros países como
Portugal, Francia o Suiza, incidieron más en el tema de la ciudadanía económica
y social, aunque el feminismo liberal reclamó desde su inicio la ciudadanía
política. La exclusión de la mujer de la ciudadanía justificó, durante el
sistema de la Restauración, la desigualdad de oportunidades educativas, la
segregación laboral y la discriminación legal.
El origen de los feminismos en Cataluña se articuló
alrededor de tres corrientes con organizaciones, líderes, espacios sociales y
reivindicaciones claras: el feminismo liberal, el feminismo librepensador o
laico y el feminismo obrero. Los dos últimos compartían espacios de
sociabilidad comunes en los círculos librepensadores, republicanos,
espiritistas, masones y anarquistas. Estos contactos venían facilitados por el
ideario fraternal e interclasista que otorgaba protagonismo a ciertas elites
políticas e intelectuales y constituía uno de los elementos de la cultura de
izquierdas del momento. No existían espacios de sociabilidad comunes con el
feminismo liberal ya que esta corriente, pese al radicalismo de algunas de sus
propuestas, no participaba de esa cultura de izquierdas.
El feminismo liberal fue una
corriente moderada pero partidaria de aceptar y asimilar las transformaciones sociales
y científicas del mundo contemporáneo, defensora en parte del catolicismo
liberal, en la línea fracasada del krausismo, y burguesa, contraria a la
movilización de masas y al radicalismo democrático típico del librepensamiento.
A pesar de su moderación hubo un claro compromiso con la libertad y el progreso,
que no se consideró contrario a la
religión.
El feminismo librepensador o laico
fue un movimiento liberal radical de base popular. Su identidad colectiva surgió
de la contestación a los procesos de exclusión política, su defensa del
“tumulto” y su preocupación por la cuestión social. Monarquía, Iglesia y
Reacción eran una misma cosa y, por tanto, eran partidarias de la República. Aunque
tenían una base burguesa estaban contaminadas por ciertos planteamientos
emancipatorios como el rechazo y/o recelo a las elites y los poderosos o la
defensa de una economía moral plebeya. Defensoras absolutas de la razón frente
a toda religión revelada, eran
agnósticas o ateas declaradas y tenían planteamientos anticlericales.
El feminismo liberal y librepensador
tenía su base social en sectores de la burguesía. No sólo eran burguesas por su
origen social, sino por los sectores sociales a los que dirigían sus proyectos
políticos y sociales.
Teresa Claramunt, feminista y anarquista
El feminismo obrerista se basaba en
los puentes culturales, entre federalismo intransigente y anarquismo, es decir,
en las puertas que permitían el tránsito de la dicotomía republicana a la
dicotomía obrerista. Estos puentes culturales se basaban, en primer lugar en el
peso de la conciencia personal para determinar la opción por un lado u otro de
la línea que oponía a explotadores y explotados. En segundo lugar en el
lenguaje común, en la valoración del trabajo digno y libre o en el rechazo al
parasitismo y al ascendiente cultural católico. Y por último, en los puntos de
contacto que existían sobre su concepción del poder.
Estos puentes culturales explicarían
que compartieran espacios de sociabilidad, campañas y reivindicaciones. Su
vinculación con el feminismo librepensador no se producía en función de la
clase social sino de las prácticas y vínculos socio-culturales que se
establecían en la cultura de izquierdas.
Pero había rasgos específicos del
feminismo obrerista relacionados con la identidad de clase, ya que junto a la
subordinación de la mujer por razón de sexo estaba la explotación que sufrían
las obreras. La doble conciencia, de clase y feminista, hacía preciso una doble
lucha para acabar con las desigualdades entre los sexos y, junto a los
“compañeros de infortunio”, para luchar contra la explotación social y
económica. La asunción de planteamientos emancipatorios claros, como su
posicionamiento a favor de una revolución social, llevaba a esta corriente
feminista a un cuestionamiento claro del matrimonio y la familia burguesa y un
posicionamiento claro a favor de una pareja formada libremente y cuya base de
convivencia no era otra que el amor y la afinidad, necesarias para el verdadero
goce.