En la década de los años ochenta del
siglo XIX se produjo en Cataluña un incremento espectacular de las
publicaciones de revistas de mujeres como no se había conocido en todo el
siglo. De todas las revistas publicadas en estos años (sólo entre 1880 y 1885
se publicaron dieciocho nuevas revistas), las que analizaban la condición de la
mujer eran una minoría, pero todas ellas estaban relacionadas con el llamado
feminismo liberal. No por ello se puede afirmar que este feminismo naciera por
estas fechas puesto que había una línea de continuidad desde el siglo XVIII,
cuando las mujeres toman parte en el enfrentamiento con la tradición que
incluía una serie de prejuicios que fundamentaban la discriminación de la
mujer.
Aun cuando se produjeron formulaciones igualitarias desde finales
del siglo XVIII con una “radicalización”, en clave universalista, del ideario
ilustrado y liberal, se fueron configurando las diversas formas de
subordinación y de exclusión de las mujeres de la igualdad y de la ciudadanía,
existentes en los iniciales constitucionalismos, y en su base contractualista roussoniana.
Los primeros feminismos se fueron
desarrollando desde el siglo XIX a partir de la demanda de extensión a las
mujeres de los mismos principios ilustrados de libertad, igualdad y razón; y
por tanto, a partir de la democratización de estos principios.
La línea de pensamiento que arrancó en el siglo XVIII configuró
una primera generación de mujeres
que, en el caso de la
tradición vinculada al
laicismo, al republicanismo y al
obrerismo, arrancó de las mujeres vinculadas
a los primeros grupos fourieristas y socialistas de mediados de siglo y de
figuras como Margarita Pérez de Celis y Josefa Zapata en torno a las revistas El
Pensil Gaditano, y El Pensil de Iberia. Paralelamente se desarrolló también en esa primera generación de
mujeres el feminismo de tradición liberal, vinculado a las literatas del
llamado canon isabelino. La segunda
generación que apareció en los años ochenta y noventa del siglo XIX,
consolidó y estructuró los feminismos
aparecidos a mediados del siglo XIX.
El
feminismo liberal empezó a consolidarse en un contexto en el que se produjo un cambio
de circunstancias históricas en Europa entre los años de la I Internacional y
la Comuna y los avances democráticos y el reformismo social de los años 80. En
este contexto, el pensamiento liberal se encontraba en un punto de inflexión
cuando, tras ser movimiento y progreso, encontró sus límites al verse atenazado
entre la reivindicación elitista, que parecía negar la igualdad, y la exigencia
democrática, que podía perjudicar la libertad.
Margarita Pérez de Celis
Como consecuencia de este nuevo
contexto histórico europeo se produjo un relevante hecho de carácter político:
la extensión del derecho al voto a los varones en toda Europa. La democracia
política debía llevar necesariamente al reformismo social por parte de los
gobiernos para tratar de satisfacer las demandas de un proletariado miserable.
Estos cambios provocaron en España algunas modificaciones en el sistema de la
Restauración como consecuencia de un cambio apreciable en el pensamiento de
Cánovas, que manifestó la total insuficiencia de la religión en la resolución
del problema social y defendió la necesidad de la intervención del estado,
dando alguna muestra práctica de ello en la presidencia de la Comisión de
Reformas Sociales y en la elaboración de algunos proyectos de ley que no
llegaron a ser aprobados.
Cánovas, de todas maneras, estaba
más preocupado por dar estabilidad al sistema liberal, ya que durante los
primeros años de la Restauración el partido de Sagasta abogó por una
reforma de la recién nacida Constitución de 1876. El hecho fundamental que dio
estabilidad al sistema canovista fue la llamada al poder del partido de
Sagasta, en 1881, ya que supuso la
integración en la monarquía de los principales grupos políticos existentes y,
concretamente, de quienes habían participado activamente en la revolución de
setiembre y, hasta entonces, sólo habían aceptado condicionalmente la
Restauración.
Cánovas y Sagasta
La llegada de los liberales al poder
en 1881 supuso el desarrollo en la calle, en la prensa o en la cátedra, de una
libertad de expresión desconocida. Entre febrero y marzo de 1881 se anunció el
nuevo clima público con el levantamiento de la suspensión que pesaba sobre
algunos periódicos, con el sobreseimiento de las causas criminales incoadas por
delitos de imprenta; con el reconocimiento explícito de la libertad de cátedra
y el reintegro al servicio activo de los profesores separados, obligada o
voluntariamente, de la enseñanza, con ocasión del famoso decreto de Orovio
sobre textos y programas; y con la delimitación expresa entre los delitos de
injuria o de calumnia y el derecho de criticar a los poderes responsables. La
libertad de imprenta quedó también
formalmente establecida por ley de 14 de julio de 1883.
Fue
este clima de libertad de expresión, que se inauguró a partir de 1881, el que
favoreció la proliferación de revistas femeninas y, en general, las
posibilidades de consolidación de los feminismos
como movimientos sociales surgidos en los mismos orígenes de la sociedad
contemporánea. Los feminismos se
conformaron como respuestas a la articulación, en esta sociedad, de una esfera
pública y de unas formulaciones políticas que excluían a las mujeres de los
derechos ciudadanos y del principio de igualdad, en torno a los cuales se
estructuraba la nueva sociedad liberal.
La irreversible integración de los
monárquicos liberales en torno a la constitución de 1876 llegó en las Cortes
liberales de 1885-1890. La muerte de Alfonso XII logró la “autolimitación de
los partidos en el uso del poder” que se compensaba con la beligerancia mutua,
con la garantía del turno en la persona de los dos jefes establecidos: Cánovas
y Sagasta. El primero consiguió el pacto, el segundo asentar su jefatura, y la
Monarquía la estabilidad a cambio de respetar lo acordado y de no salir del
círculo de acción establecido: de ser garante del turno. Otras dos reformas de
alcance político, que se habían convertido en símbolos de la revolución de
1868, fueron el juicio por jurados (ley de 20 de mayo de 1888) y el
establecimiento del sufragio universal masculino para mayores de 25 años (ley
electoral de 9 de junio de 1890).
El restablecimiento del sufragio
universal tendió puentes entre los artífices de la Restauración y los herederos
del Sexenio y cerró definitivamente el ciclo de luchas entre las diversas
familias de monárquicos constitucionales en torno a la naturaleza del sistema
político: la izquierda monárquica renunció a restaurar la soberanía nacional.
La mayor parte de la Regencia de Mª
Cristina fue, por tanto, una época de pacto político, de cambios acordados y
rítmicos, de jefaturas estables y de funcionamiento del Gobierno y de la
Oposición en una armonía desconocida hasta entonces.
ResponderEliminarAños, tiempos de fraguar cambios...
...de la mano de un@s pioner@s... la avanzadilla...
Sin aquell@s no hubieramos llegado a la situación presente... y aunque quede mucho por hacer,avanzar...
Besos!!!!
PD: Leyendo y aprendiendo...
Me encandilan las pioneras, siempre, desde niña. Siempre son para mi un referente.
EliminarY gracias, querida L.
Besos!!
Interesante exposición histórica. Que me sabe a poco, ¿Habrá más?. Un beso.
ResponderEliminarSí, una segunda parte el próximo sábado. En el futuro, quizás más :)
EliminarUn beso!!