Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

sábado, 11 de octubre de 2014

FEMINISMOS EN EL SIGLO XIX (II)

Teniendo en cuenta el complejo contexto histórico explicado veamos esta segunda generación de itinerarios feministas, que fueron múltiples, a partir de las diversas experiencias y prácticas individuales y colectivas de las mujeres.
El feminismo, como plantea Karen Offen, se puede definir como un fuerte impulso a criticar y mejorar la situación de desventaja de las mujeres con relación a los hombres en el marco de una situación cultural concreta, aunque se trata de una definición incompleta sirve para un primer acercamiento a la lucha que desarrollaron las mujeres decimonónicas por su emancipación.
El feminismo español tuvo una orientación más social que política puesto que solía justificar la lucha por los derechos de la mujer basándose en la idea de la diferencia de género, centrándose más en los derechos sociales y civiles que en la igualdad con el hombre. Era un feminismo que K. Offen denominó relacional para diferenciarlo del feminismo individualista. El feminismo relacional proponía una visión de la organización social fundada en el género pero igualitaria. Ponía el énfasis en los derechos de las mujeres como mujeres, definidas principalmente por sus capacidades para engendrar y/o criar, respecto a los hombres. Insistía en la distinta cualidad de la contribución de las mujeres al resto de la sociedad y reclamaba los derechos que le confería dicha contribución. Planteaba que existían distinciones entre los sexos, tanto biológicas como culturales, por lo que existía una naturaleza femenina diferente a la masculina. Estas distinciones entre los sexos justificaban una división sexual del trabajo, o de funciones, en la familia y en la sociedad.

Ángeles López de Ayala. Republicana, feminista y masona

El feminismo relacional decimonónico en Cataluña, igual que en el resto de España, no fue un movimiento único, sino diverso. Resultaba evidente la pluralidad de feminismos, ya que plurales eran las estrategias de resistencia y de cambio social de las mujeres. El feminismo en su origen, al entenderse como movimiento social, dio prioridad al itinerario social como aprendizaje y planteó las experiencias colectivas de las mujeres como causa y origen de la expresión de su feminismo. Por tanto los movimientos sociales fueron el cauce de aprendizaje y de experiencia del feminismo y la base de formación de las diversas corrientes que se estructuraron en el último cuarto del siglo XIX.
Los feminismos, aunque diversos, compartían el descontento por la discriminación  y  la desigualdad que sufrían las mujeres, fueran de la clase social que fueran. Aunque ya se ha  señalado que no cuestionaban la definición de género de la mujer, sí ponían en tela de juicio su restricción a la esfera privada. La ausencia del ámbito público excluía a la mujer de la ciudadanía, que se desarrollaba en tres órdenes: el económico, basado en el derecho al trabajo; el político, que capacitaba a la ciudadanía, entre otros deberes-derechos, para ejercer el sufragio; y, por último, el social, que comprendía derechos civiles, mejoras sociales, etc., y entre los que destacaba el derecho a la educación. Los feminismos del último cuarto del siglo XIX que se desarrollaron en España y otros países como Portugal, Francia o Suiza, incidieron más en el tema de la ciudadanía económica y social, aunque el feminismo liberal reclamó desde su inicio la ciudadanía política. La exclusión de la mujer de la ciudadanía justificó, durante el sistema de la Restauración, la desigualdad de oportunidades educativas, la segregación laboral y la discriminación legal.
El origen de los feminismos en Cataluña se articuló alrededor de tres corrientes con organizaciones, líderes, espacios sociales y reivindicaciones claras: el feminismo liberal, el feminismo librepensador o laico y el feminismo obrero. Los dos últimos compartían espacios de sociabilidad comunes en los círculos librepensadores, republicanos, espiritistas, masones y anarquistas. Estos contactos venían facilitados por el ideario fraternal e interclasista que otorgaba protagonismo a ciertas elites políticas e intelectuales y constituía uno de los elementos de la cultura de izquierdas del momento. No existían espacios de sociabilidad comunes con el feminismo liberal ya que esta corriente, pese al radicalismo de algunas de sus propuestas, no participaba de esa cultura de izquierdas.
El feminismo liberal fue una corriente moderada pero partidaria de aceptar y asimilar las transformaciones sociales y científicas del mundo contemporáneo, defensora en parte del catolicismo liberal, en la línea fracasada del krausismo, y burguesa, contraria a la movilización de masas y al radicalismo democrático típico del librepensamiento. A pesar de su moderación hubo un claro compromiso con la libertad y el progreso, que no se consideró  contrario a la religión.
El feminismo librepensador o laico fue un movimiento liberal radical de base popular. Su identidad colectiva surgió de la contestación a los procesos de exclusión política, su defensa del “tumulto” y su preocupación por la cuestión social. Monarquía, Iglesia y Reacción eran una misma cosa y, por tanto, eran partidarias de la República. Aunque tenían una base burguesa estaban contaminadas por ciertos planteamientos emancipatorios como el rechazo y/o recelo a las elites y los poderosos o la defensa de una economía moral plebeya. Defensoras absolutas de la razón frente a toda religión revelada, eran  agnósticas o ateas declaradas y tenían planteamientos anticlericales.
El feminismo liberal y librepensador tenía su base social en sectores de la burguesía. No sólo eran burguesas por su origen social, sino por los sectores sociales a los que dirigían sus proyectos políticos y sociales.

Teresa Claramunt, feminista y anarquista

El feminismo obrerista se basaba en los puentes culturales, entre federalismo intransigente y anarquismo, es decir, en las puertas que permitían el tránsito de la dicotomía republicana a la dicotomía obrerista. Estos puentes culturales se basaban, en primer lugar en el peso de la conciencia personal para determinar la opción por un lado u otro de la línea que oponía a explotadores y explotados. En segundo lugar en el lenguaje común, en la valoración del trabajo digno y libre o en el rechazo al parasitismo y al ascendiente cultural católico. Y por último, en los puntos de contacto que existían sobre su concepción del poder.
Estos puentes culturales explicarían que compartieran espacios de sociabilidad, campañas y reivindicaciones. Su vinculación con el feminismo librepensador no se producía en función de la clase social sino de las prácticas y vínculos socio-culturales que se establecían en la cultura de izquierdas.
Pero había rasgos específicos del feminismo obrerista relacionados con la identidad de clase, ya que junto a la subordinación de la mujer por razón de sexo estaba la explotación que sufrían las obreras. La doble conciencia, de clase y feminista, hacía preciso una doble lucha para acabar con las desigualdades entre los sexos y, junto a los “compañeros de infortunio”, para luchar contra la explotación social y económica. La asunción de planteamientos emancipatorios claros, como su posicionamiento a favor de una revolución social, llevaba a esta corriente feminista a un cuestionamiento claro del matrimonio y la familia burguesa y un posicionamiento claro a favor de una pareja formada libremente y cuya base de convivencia no era otra que el amor y la afinidad, necesarias para el verdadero goce.



4 comentarios:


  1. Me gusta eso de 'compañeros de infortunio'...
    No me va ese feminismo que se va hasta el otro extremo y es excluyente, apartando a los hombres (como sexo/género) por el mero hecho de serlo...

    Besos!!!!

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    1. No hay mucho feminismo excluyente, al menos que yo conozca. Ahora bien para poder ir juntos, libres, tenemos que ser iguales, y eso por desgracia no sucede ni aquí ni, mucho menos, en países pobres.

      Besos!!!

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  2. Y a pesar de los avances, queda aún mucha más tarea pendiente. La sociedades que se permiten marginar a la mujer, por el hecho de serlo, creo que tendrán más dificultades para alcanzar cotas de progreso y de justicia social, Y lo que es peor, siempre serán más pobres. Un beso.

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    1. Estoy muy de acuerdo con lo que dices, qué sociedad tan poco inteligente aquella que se permite el lujo de perder el potencial de la mitad de la población ¿no?

      Un beso!!

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