Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

miércoles, 23 de febrero de 2022

LA EMANCIPACIÓN DE LA IGNORANCIA LA REVISTA MUJERES LIBRES

 En 1936 algunas mujeres anarquistas y libertarias pensaron que era una buena idea publicar una revista escrita solo por mujeres y para mujeres. Tenían un plan a largo plazo, alrededor  de la publicación querían establecer una «red de cordialidad» entre ellas que permitiera crear con el tiempo una organización.


Para las tres redactoras de la revista Mujeres Libres (aparecida en mayo de 1936), Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada Guillén y Amparo Poch y Gascón, la capacitación de las obreras y campesinas era uno de los temas fundamentales que tenía que afrontar la revista para
construir  «imágenes de cambio» respecto a la discriminación de género que sufrían las mujeres de las clases trabajadoras. Este objetivo de batallar contra la «esclavitud de la ignorancia» nos permite ver y valorar potencias de cambio y transformación que sino pasarían desapercibidas o serían percibidas como «poca cosa».

La hegemonía cultural del hombre y la discriminación de la mujer en la educación eran factores, según Mujeres Libres, que explicaban la opresión femenina. Sin embargo, si se desarrollaba una educación integral y racional podía ser una vía para su emancipación.

Los artículos estuvieron en manos de mujeres preparadas en el campo de la pedagogía y/o que conocían la larga genealogía iniciada con el internacionalismo de la mano de hombres como Trinidad Soriano. Este activo anarquista presentó una moción sobre educación integral (que aunaba la educación  física, intelectual, manual y ética) que fue aprobada en el Congreso de Zaragoza (1872) y en el Congreso de Córdoba (1873). La educación integral estuvo en la base de la iniciativa de Ferrer y Guardia al fundar la Escuela Moderna (1901). Siguiendo la estela de la pedagogía racionalista se habían fundado escuelas como Natura, inaugurada el 2 de enero de 1918. Esta escuela dependía del Sindicato Fabril y Textil, La Constancia del Clot, y fue dirigida por Joan Puig Elias que concibió la guerra como una oportunidad para realizar una auténtica revolución pedagógica.





En los tres primeros números de la revista, publicados antes del inicio de la Guerra Civil, no hubo una responsable de la sección de educación. Antonia Maymón escribió un artículo sobre pedagogía en el primer número, era la persona adecuada por su formación pero no se hizo cargo de la sección. Quizás su edad (55 años) o su trabajo en Beniaján (Murcia) no la animaron a asumir esta responsabilidad. Sorprendentemente fue una mujer que no era libertaria, Carmen Conde (seudónimo Florentina), la que se hizo cargo de la sección fija sobre educación, titulada «Niños», una vez que estalló la Guerra Civil. Junto a ella, Etta Federn, Pilar Grangel e Isabel Villamor, firmaron artículos de este tema.

La fuente de inspiración era el racionalismo que criticaba los métodos tradicionales basados en la adquisición de conocimientos memorísticos sin relación con la realidad concreta de los niños y niñas. La metodología de la pedagogía racionalista era el aprendizaje a través de la experimentación, estimulando la curiosidad mediante la observación directa de la naturaleza y de la sociedad. La emotividad, los sentimientos y los sentidos eran protagonistas de esta pedagogía, por ello naturaleza y cuerpo tenían un papel fundamental. La escuela tenía que iniciar al muchacho/a en el contacto con la naturaleza a través de su cuerpo. De la misma manera había que partir primero de lo concreto (cuerpo y naturaleza) para pasar luego a las abstracciones científicas.[1]

En Mujeres Libres la preocupación por la educación tenía dos objetivos: la capacitación de las mujeres y la educación de niños y niñas. La capacitación implicaba la preparación de las mujeres para el compromiso revolucionario a través del cual se podía lograr que actuaran según su capacidad,[2] tomando en sus manos la responsabilidad de sus vidas. Ganar en autonomía personal les permitiría enfrentarse a su subordinación económica, cultural y sexual conquistando la autoestima y la fortaleza para trazar su camino de emancipación.

Capacitar, a través de la educación y de los programas de empleo y aprendizaje, era la mejor manera de emanciparlas, decían ellas, «de la triple esclavitud a que ha estado y sigue estando sometida: esclavitud de ignorancia, esclavitud de mujer y esclavitud de productora».[3]  Un objetivo inmediato de esta capacitación era ocupar los puestos de trabajo que los hombres dejaban libres para ir al frente, para ello la organización Mujeres Libres puso en marcha actividades como la cruzada contra el analfabetismo, clases de enseñanza elemental, de puericultura, de metalurgia, de taquigrafía y mecanografía, talleres y bibliotecas. Con una preparación laboral suficiente, las mujeres se podían integrar en las secciones de trabajo dispuestas a intervenir allí donde fuera necesario.[4]






Educar a las criaturas era un instrumento clave para construir la nueva sociedad, el interés del anarquismo por la pedagogía se centraba en la reivindicación de la necesidad de vivir en libertad y dar a niños y niñas el ambiente adecuado para el desarrollo de su personalidad. La educación debía producirse en el ámbito privado de la familia y en el ámbito público, especialmente en la escuela. Para que las criaturas pudieran formarse y tuvieran ese papel clave en la nueva sociedad era trascendental la figura del maestro/a que ejercía una influencia decisiva. Se disponía de pocos profesionales por la marcha al frente de una importante parte del magisterio y por el rechazo a emplear maestros/as católicas en activo.[5] Se buscaban personas que estuvieran enteramente dedicadas a la enseñanza por vocación y comprometidas con la Revolución:[6]

 

«La Organización Obrera, puesto que aspira y anhela transformar la Sociedad, debe crear un cuerpo de Maestros, un núcleo de hombres que sientan vocación y cuyo exclusivo trabajo sea la educación e instrucción de nuestros hijos, los hijos del pueblo. No debemos abrigar vanas esperanzas con los Maestros del régimen capitalista…».

 

Su formación era clave, debían tener conocimientos de psicología infantil y de fisiología, para tener amor y paciencia con las criaturas.[7] Igual de importante era tener fantasía, intuición e inspiración.[8] Los y las docentes se debían adaptar  a las criaturas, no al contrario, debían tener capacidad para descubrir su naturaleza, su individualidad, descubrir en cada criatura la «verdad viva». Niños y niñas nacían libres, era la educación la que enseñaba a aprender normas que les sometían y uniformizaban. Por ello, debían sacar lo que tenían en su interior hacia fuera, favorecido por los maestros/as que partiendo de ahí ayudarían, con el paso del tiempo, a buscar el equilibrio entre lo dado (lo que tenían dentro) y lo adquirido.

No había doctrina racionalista tan excelente que se pudiera imponer como razón suprema a todas las mentalidades infantiles. Por ello, el maestro o maestra debían amar a cada criatura, así las podría comprender y enseñar. Puesto que se tenía que partir de la sensibilidad de cada criatura, era preciso que « (…) en la escuela, [hubiera] pocos niños. Cuando pasan de diez, la labor pedagógica ha de esterilizarse en la mecánica simplista de métodos y trucos».[9]

El objetivo de esta manera de entender la educación era la construcción de un pensamiento crítico y un desarrollo armónico de la persona, para ello había que desaprender la educación autoritaria, moralista e inhibidora recibida hasta ese momento. Había que eliminar los dogmas y normas sociales para que emergiera esa mente crítica que se buscaba.

Esta manera de entender la infancia explicaba la firme posición que tenía la revista respecto a que las criaturas tenían que serlo, que no quedaran contaminadas con «el hollín de las costumbres de los mayores»[10] y que no entraran en contacto con los instintos de venganza, odio y muerte:[11]

 

 «Los niños no pueden ni deben ser católicos, ni socialistas, ni comunistas, ni libertarios. Los niños deben ser solamente lo que son: niños. ¿Quién debe abrogarse autoridad para quitarles este derecho?

(…) Procuremos que permanezcan puros, incontaminados, que frente a los acontecimientos reaccionen espontáneamente para que puedan mañana, libres de todas las taras morales que forman nuestro complejo actual, edificar el mundo ideal del que nosotros estamos echando los cimientos».

 

Visto desde el siglo XXI, no son planteamientos educativos completamente obsoletos los que plantearon Mujeres Libres (revista y organización).



Artículo publicado en la revista Aula Libre: 

https://aulalibrefes.files.wordpress.com/2022/01/3-revista-mujeres-libres-laura-vicente.pdf



[1] Florentina, “Niños”, Mujeres Libres, nº 10, II año de la Revolución, julio de 1937.

[2] Ackelsberg, Mujeres Libres, p. 177.

[3] “Un acontecimiento histórico, Mujeres Libres, nº 11, (sin referencia cronológica), noviembre de 1937.

[4] Las secciones de trabajo eran: transporte, metalurgia, servicios públicos, vestir, trabajos domésticos, sanidad, comercio y oficinas, y móvil, esta última dispuesta a intervenir en cualquier actividad.

[5] Campoy y Azorin, Joan Puig Elias, p. 93.

[6] Pilar Grangel, Pedagogía”, Mujeres Libres, nº 10, II año de la Revolución, julio de 1937.

[7] Niños, niños, niños”, Mujeres Libres, nº 5, Día 65 de la Revolución, septiembre de 1936.

[8] Florentina, “Niños. De lo que no hallan los niños en la escuela, Mujeres Libres, nº 8, X mes de la revolución, mayo de 1937.

[9] Niños. Enseñanza Nueva”, Mujeres Libres, nº 6, Semana 21 de la Revolución, diciembre de 1936.

[10] “Niños”, op. cit.

[11]Niños”, Mujeres Libres, nº 5, Día 65 de la Revolución, septiembre de 1936.

domingo, 13 de febrero de 2022

REFLEXIONES sobre "El socialismo salvaje" de Charles Reeve

 

El socialismo salvaje. Autoorganización y democracia directa desde 1789 hasta nuestros días. Charles Reeve (2020): Barcelona, Virus.

Comentarios: Laura Vicente

El socialismo salvaje empieza con una frase que me hizo recelar: «No hemos querido realizar un trabajo de historiador» (p. 12). Sin embargo, su lectura pronto me hizo abandonar los recelos puesto que el proyecto de Reeve resulta de gran interés aunque, naturalmente, resulte incompleto como ya veremos.

La intención del autor en esta obra es «visitar» y «discutir» los periodos revolucionarios del movimiento socialista, centrándose en las corrientes calificadas, por quienes no compartían este tipo de socialismo, como corrientes del «exceso de los extremos». La socialdemocracia (o socialismo ortodoxo), en la segunda década del siglo XX, las calificó también de «socialismo salvaje», denominación despectiva que positiviza Reeve en este libro.



Este socialismo antiautoritario tenía (y tiene) certezas irrenunciables:

·       La crítica de la delegación permanente del poder y del principio de autoridad por considerarlas incompatibles con la transformación del mundo. Es explícitamente partidario de la democracia directa y el ejercicio de la soberanía real.

·       Partidario de fórmulas organizativas asumidas colectivamente (e independientes de los partidos de vanguardia) por los propios interesados/as para luchar contra el capitalismo. Es opuesto a separar la economía, la política y la sociedad para evitar que se reproduzca el viejo poder.

Reeve considera que existen unos hilos genealógicos no visibles que unen a las actuaciones revolucionarias de acción directa que se iniciaron en la Revolución Francesa y llegan hasta nuestros días con los nuevos movimientos sociales o el zapatismo. Este socialismo crece como un torrente en los «momentums» o «momentos comunistas», de los que habla Rancière[1], en los que se produce un «desplazamiento de los equilibrios y la instauración de otro curso del tiempo». De repente, todo resulta posible, se produce una reconfiguración del universo de los posibles. Y ahí está siempre este «socialismo salvaje» que alimenta y se alimenta de estos «momentos» que crecen como un tsunami y caen en los momentos de resaca, concitando la oposición del socialismo ortodoxo, igual da que sea la socialdemocracia que los partidos comunistas de vanguardia.

El libro recorre estos «momentums», esa genealogía invisibilizada cargada de posibilidades emancipatorias que ha sido borrada por la propaganda del orden capitalista con la ayuda del socialismo ortodoxo (ambos lo temen puesto que cuestiona su poder): Revolución Francesa, Comuna de París, 1ª Internacional, Revolución Rusa, Revolución Alemana (1918-1921), Revolución Española (1936), Mayo del 68, Revolución Portuguesa y otros. Estoy convencida que hay más «momentos» fuera de la Europa Occidental (todos los elegidos excepto la Revolución Rusa, el zapatismo y en parte el zadismo[2]), sería buena cosa seguir construyendo esta genealogía con experiencias sucedidas en otros continentes.

El autor destaca dentro de este «socialismo salvaje», la experiencia de los soviets de las revoluciones rusas y los consejos de la Revolución Alemana de las dos primeras décadas del siglo XX como experiencias significativas y decisivas de este socialismo a los que dedica seis capítulos de dieciséis (no contamos la Introducción y las Conclusiones), una extensión excesiva desde mi punto de vista aunque es cierto que representaron un momento decisivo de este socialismo que el autor intenta no fetichizar con éxito relativo.


Las conclusiones, por su actualidad, resultan motivadoras para quienes con matices o desacuerdos secundarios nos podemos sentir dentro de estas corrientes libertarias del socialismo:


1) El pensamiento antiautoritario y libertario no forma parte, más allá de que tenga que revisar y actualizar su proyecto, de los «vencidos/as» del proyecto revolucionario al caer el muro de Berlín (1989). No se puede aceptar que quienes fueron críticos/as con el socialismo de Estado (pagando con la vida, muchas veces, dicha crítica) sean invisibilizados y olvidados. Sería bueno distanciarse de quienes continúan añorando desde la izquierda lo que ha fracasado (más si cabe de los regímenes estatales del socialismo que aún subsisten) para no legitimar de ninguna manera la imposibilidad de cualquier proyecto de alcanzar un mundo diferente. Recuperar la genealogía del «socialismo salvaje» puede aportar un caudal de saber (por ejemplo al proyecto de los «comunes»[3] que incorpora Reeve al final del libro) que, sin mitificar, es importante conocer y tener en cuenta en el siglo XXI.

2) La unificación del mundo capitalista, dice Reeve, entreabrió un tanto la perspectiva internacionalista de su subversión. Apela a recuperar una solidaridad entre las luchas concretas centradas en objetivos compartidos.

3) Hoy existe escaso espacio para las reformas, las bases de los proyectos y de las ideologías de la izquierda ortodoxa que han sido socavadas, tanto las de la vieja socialdemocracia como las del izquierdismo ortodoxo. Convendría no darles aire de ninguna manera generando falsas expectativas (esto último lo añado yo).

4) Solo las corrientes antiautoritarias y libertarias (anarquismo y marxismo disidente), aunque estén marginalizadas y sean minoritarias, son un referente político y ético en el siglo XXI. Las verdaderas divisiones entre las corrientes del socialismo están basadas en la oposición entre el principio de autoridad y el principio de libertad. La democracia directa es el principio de autogobierno que se enfrenta a los principios autoritarios de representación por delegación permanente del poder y cuya fuerza subversiva proviene de los «excesos» del pasado.

Estando cerca del abismo, participar en las actividades que se oponen radicalmente a la continuidad de la espantosa aventura capitalista es la única tarea que vale la pena emprender hoy. Este libro es sugerente, incentivador, motivador, tentador, atractivo, sugestivo, interesante… No es perfecto, intachable, impecable, insuperable, óptimo… simplemente es una buena herramienta para seguir, para llegar a lo que empieza


[1] Jacques Rancière (2011): Momentos políticos, Madrid, Clave Intelectual, p. 141. 

[2] Se refiere a los movimientos de rebeldía que ocupan el espacio social, la calle, las zonas. Estos movimientos buscan liberar territorios fuera de los espacios de producción marcados por la violencia de las relaciones sociales que dejan poco espacio a la iniciativa colectiva.

[3] Reeve entiende el común como un principio político de acción, un terreno de lucha, entre otras cosas, contra los efectos del liberalismo y de la privatización de los bienes comunes como el aire o el agua.

jueves, 3 de febrero de 2022

GENEALOGÍAS DEL FEMINISMO ANARQUISTA (Louise Michel, Teresa Claramunt y Emma Goldman)

 



Resulta de gran importancia recurrir a las genealogías femeninas para encontrar líneas de actuación que nos permitan estudiar los procesos de cambio desde la perspectiva de las mujeres. Estas genealogías contribuyen a esclarecer fenómenos sociales que han transformado nuestras vidas en el momento actual y ayudan a reconstruir los hitos y las mujeres que contribuyeron a ese cambio.

Es fundamental nombrar a las mujeres, construir la genealogía en formas de hacer y de estar a través de los textos fundacionales del movimiento feminista y recuperar las voces históricas de mujeres para transmitirlas en la educación formal e informal.

La actuación social-cultural de las mujeres no siempre es el producto de la excepcionalidad, sino que arranca de una trayectoria que conviene resaltar. Nos proponemos reconstruir una parte de la genealogía del feminismo anarquista a través de tres mujeres:  Louise Michel, Teresa Claramunt y Emma Goldman.

Louise Michel (1830-1905) pertenecía a una generación anterior a Teresa Claramunt (1862-1931) y Emma Goldman (1869-1940). Las tres se conocieron, aunque nunca coincidieron juntas.  Teresa conoció a Louise en 1897, ambas habían sido juzgadas por sendos Tribunales Militares y deportadas. La comunera había regresado a Francia tras su deportación en 1880 y, finalmente, se exilió a Inglaterra en 1890. Claramunt junto con veintisiete personas más, pese a ser declaradas inocentes en el Proceso de Montjuïc, llegaron deportadas a Inglaterra en 1897. Cuando llegaron a Londres, tras desembarcar en Liverpool, les estaban esperando Louise Michel[1], Fernando Tarrida y el Comité de protección a las víctimas de las atrocidades españolas[2]. Teresa debía conocer a Louise porque su gran amiga Teresa Mañé (que se reunió con las personas deportadas poco después) fue una de las divulgadoras de la obra de Michel en España. Quizás por ese motivo, su hija Federica Montseny conoció y tuvo interés en la Comuna y en Louise Michel[3].

Las dos eran excelentes comunicadoras tanto en mítines como a través de artículos en la prensa obrera. Ambas llevaron a cabo múltiples giras de propaganda difundiendo la Idea y se vincularon a periódicos como El Productor en el caso de Claramunt y Le Libertaire en el caso de Michel. Sus vidas personales fueron difíciles, sobre todo cuando dejaron de ser jóvenes, por los pocos ingresos de que disponían. El paralelismo de las historias de estas dos mujeres podemos presuponer que debió vincularlas, pese a la brevedad del encuentro, en un sentimiento de empatía y solidaridad, además de explicar porqué Teresa fue llamada la Louise Michel española.

Emma y Louise se conocieron también en Inglaterra en 1895. Emma viajó a Europa para estudiar en Viena y su primera parada procedente de Estados Unidos fue en Londres donde conoció a diversas personalidades anarquistas entre las cuales estaba Louise (ese era su objetivo al visitar Inglaterra según dice ella misma). También fue un encuentro breve puesto que Emma siguió viaje a Viena donde estudio un curso de comadrona y otro de enfermedades infantiles. Las impresiones de Emma en su autobiografía[4] dejan clara la gran admiración que sentía por ella y por su intervención en la Comuna: «Louise Michel había destacado por su amor a la humanidad, por su gran fervor y su valor»[5]. Su descripción física dejaba claro que Michel era una mujer avejentada por todas las penurias vividas (tenía sesenta cinco años y no sesenta y dos como señalaba Goldman): «Era huesuda, estaba demacrada y parecía más vieja de lo que era en realidad (…); pero sus ojos estaban llenos de juventud y ánimo, y su sonrisa era tan tierna que ganó mi corazón inmediatamente»[6].

Cuando Emma conoció a Louise se preguntó: «cómo podría haber alguien que no viera su encanto» pese a que no se preocupaba por su apariencia y mostraba un gran desinterés por sí misma: «su vestido estaba raído, el gorro era viejísimo. Todo lo que llevaba puesto le sentaba mal»[7]. No olvidemos que Emma era una joven de veintiséis años que miraba con admiración a Louise pero que debía verla como una mujer mayor. Era su admiración hacia la vieja comunera la que transformó su impresión realista en una sensación completamente diferente, casi mística[8]:

«(…) todo su ser estaba iluminado por una luz interior. Se sucumbía rápidamente al encanto de su radiante personalidad, tan irresistible por su fuerza, tan conmovedora por su sencillez infantil. La tarde que pasé con Louise fue una experiencia no comparable a nada de lo que me había sucedido hasta entonces en mi vida. Su mano en la mía, el tierno roce de su mano sobre mi cabeza, sus palabras de cariño e íntima camaradería hicieron que mi alma se expandiera, ascendiera hacia las esferas de belleza donde moraba ella».

Emma y Teresa se conocieron en España en una breve visita que hizo Emma entre diciembre de 1928 y enero de 1929, para recoger información. Fue el historiador austriaco Max Nettlau (1865-1944), intelectual anarquista de cultura enciclopédica, entregado al estudio de la historia del anarquismo y de la vida de Bakunin, quien animó a su amiga Emma, con quien mantenía asidua correspondencia desde que se conocieron en Londres en 1900, a visitar un país que a él le había cautivado.

España no era para ella un país desconocido. Su internacionalismo anarquista la había llevado desde muy joven a querer conocer la situación de sus camaradas del resto del mundo. En Estados Unidos participó en diversas campañas contra la política represiva de los gobiernos de la monarquía de Alfonso XIII, en concreto a raíz de las brutales torturas a los presos/as de Montjuic (probablemente conocía a Claramunt como consecuencia de esta campaña), y a raíz de la ejecución del pedagogo Ferrer y Guardia tras la Semana Trágica de Barcelona de 1909.

Louise, Teresa y Emma, tres mujeres que pese al poco tiempo que compartieron estaban unidas por fuertes lazos de cordialidad. Las tres activistas eran mujeres fuertes, vigorosas, enérgicas y vitales; eran excelentes oradoras y propagandistas, se embarcaron en múltiples giras de conferencias y de mítines.  Las tres eran mujeres independientes, que valoraban mucho su autonomía, las tres sufrieron la represión, la cárcel y las deportaciones. Vivieron huelgas, revueltas y revoluciones sobre las que pensaron y escribieron. El anarquismo y el feminismo fueron sólidos hilos que tejieron la genealogía en la que estas tres mujeres ocupan un lugar destacado.

Louise Michel desarrolló un feminismo que se inscribía en el conjunto de su lucha a favor de la libertad y la igualdad desde el punto de vista social y político. Se trata de un feminismo republicano y librepensador que evolucionó, tras la Comuna, hacia un incipiente feminismo anarquista. Diversos aspectos indican que Michel estaba configurando un feminismo proletario de influencia anarquista. En primer lugar, las formas organizativas horizontales y anti jerárquicas que defendió en su activismo posterior a la Comuna. En segundo lugar, la interseccionalidad de la emancipación femenina y la emancipación de clase, llegando a ambas desde la experiencia vivida más que desde la teoría. Michel insistió siempre sobre el hecho de que la Revolución no se podía hacer sin las mujeres, pero también que la emancipación de las mujeres no podía hacerse sin Revolución. También destaca la defensa de la libertad personal y social y su afán de autonomía que se manifestaron en la práctica del amor libre y en el hecho de que su última compañera fuera una mujer. En cuarto lugar, cuestionó los antagonismos entre los sexos por ser una de las bases del poder de las clases dominantes, pero consideró importante que el hombre no fuera el propietario de la mujer[9]. Otro elemento destacado fue que quiso ser tratada siempre en igualdad de condiciones a sus compañeros, despreciaba profundamente los pocos privilegios que le otorgaba su condición de mujer. Esa fue la razón de ser de su famosa intervención ante el consejo de Guerra tras los sucesos de la Comuna:

Pertenezco enteramente a la revolución social y declaro asumir la responsabilidad de mis actos. Lo que reclamo de vosotros… que os pretendéis jueces… es el campo de Satory donde ya han caído mis hermanos. Puesto que, al parecer, todo corazón que lucha por la libertad no tiene derecho más que a un poco de plomo, yo reclamo mi parte. Si me dejáis con vida, no cesaré de gritar venganza.

Interrumpida por el presidente, Luisa Michel replica: Si no sois unos cobardes, matadme.




Teresa Claramunt y Emma Goldman conocían a Louise Michel como ya hemos dicho y podían conocer sus planteamientos anarquistas y feministas, de hecho, compartían un feminismo muy parecido. Claramunt y Goldman por pertenecer a la misma generación compartían un feminismo anarquista más similar, aunque también tenían diferencias puesto que el lugar de nacimiento (España y Rusia respectivamente) y de vida (Goldman emigró a Estados Unidos) influyen en que sus trayectorias, cultura y vivencias sean diferentes, algo que se reflejó en su pensamiento. Sin embargo, hay muchos puntos en común y a ambas podemos considerarlas claramente como feministas anarquistas. Nos centraremos en esas coincidencias que, a veces, muestran su sintonía con Michel.

Las dos percibieron, desde muy jóvenes (de veinteañeras), que las mujeres vivían marginadas, discriminadas y subordinadas por los hombres. Claramunt lo entendió primero desde lo social y Goldman desde lo personal, ambas acabaron entendiendo que la situación de las mujeres tenía esa doble dimensión: social (su condición de trabajadoras textiles) y personal (sus relaciones de pareja). Goldman se lo explicaba a Max Nettlau en 1935:

«La condición femenina me toca profundamente. He visto muchas tragedias en las relaciones entre hombres y mujeres; he visto demasiados cuerpos devastados y espíritus destruidos por la esclavitud sexual de la mujer por no sentir con profundidad la importancia de la cuestión o por no expresar mi indignación hacia el comportamiento de la mayor parte de ustedes, estimados señores»[10].

 La propia Goldman tuvo que sufrir la actitud superior y desdeñosa de sus «estimados señores», compañeros de lucha que ninguneaban la cuestión femenina como algo intrascendente y a ella como «hembra» que debía dedicarse a las tareas propias de su sexo y a la maternidad. Se negó en rotundo a perder su autonomía y su personalidad a costa de muchas renuncias que nos indican el valor que para ella tenía este asunto. El recorrido de Claramunt fue muy similar.

Ambas alimentaron sus ideas con la experiencia vivida ya que eran dos mujeres muy arraigadas a la realidad más que a la ideología. Además, eran conscientes de su falta de instrucción, pero daban valor a la experiencia como método de conocimiento válido. Las dos recurrieron al autodidactismo, a formarse por sí mismas, aunque Goldman, gracias a los recursos económicos de amigos acomodados pudo acceder a una educación académica.



Las dos se resistieron a definirse como feministas porque lo identificaban con el sufragismo. Claramunt, desde su feminismo obrerista lo rechazaba porqué lo consideraba burgués, por eso afirmaba: que había «muchos entusiastas de la emancipación de la mujer, pero pocos de su dignificación». Consideraba que el feminismo burgués entendía la emancipación de la mujer como «libertad relativa, ficticia», sin ocuparse de:

 «(…) emanciparla de la tutela que en ella ejerce el tutor ambicioso y explotador, como también darle rudimentarias nociones científicas que nada dan de por sí, puesto que no alcanza a todas las clases de la sociedad, ya que solo sirve para la clase ALTA y aun la MEDIA…».

Goldman escribió varios ensayos dedicados a la situación de las mujeres[11] en los que se aprecia que su manera de entender el feminismo poco tenía que ver con el sufragismo y su feminismo igualitario que consideraba que la igualdad de las mujeres ante las leyes resolvería la discriminación que estas sufrían. Su manera de entender las leyes y el sufragio, su conciencia de clase como trabajadora que era y su manera de entender la transformación social, ponían en evidencia el abismo que la separaba de las sufragistas. Este fragmento muestra este «abismo»[12]:

«El desarrollo de la mujer, su libertad, su independencia, debe provenir de ella misma. Primero, a través de su reafirmación como persona, y no como objeto sexual. Segundo, mediante el rechazo de cualquier derecho que se pretenda imponer sobre su cuerpo; rechazando el tener hijos a no ser que los desee; rechazando ser una sierva de Dios, del estado, de la sociedad, del marido, de la familia, etc. haciendo su vida más simple, aunque profunda y rica. Esto es, tratando de aprender el significado y el sentido de la vida en todas sus complejidades, liberándose del temor a la opinión pública»

Goldman y Claramunt interseccionaron el género con la clase social como ya había hecho Michel y resaltaron otras formas de dominación masculina más allá de las leyes y el derecho al voto. Goldman tuvo una intuición brillante, vio algo inaudito a principios del siglo XX en el feminismo, a saber, que las mujeres, dominadas por los hombres, aplicaban a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer de ese modo como naturales (la familia, el tipo de sexualidad, la maternidad, etc.). Esta manera de entender la dominación de que eran objeto las mujeres desvelaba las dificultades con que contaba la rebelión contra los dominadores.

En efecto, ella supo ver que el acceso al trabajo y al voto no suponía la emancipación de las mujeres, que el hecho de que las mujeres hubieran accedido a la independencia de los «tiranos exteriores» no les hizo entender que los «tiranos internos» (los convencionalismos éticos y sociales) eran mucho más peligrosos para sus vidas[13]. Claramunt compartía con ella el rechazo a la vía electoral, pero daba una importancia capital al acceso al trabajo y a la educación, base del feminismo social que sintetizó en su folleto La mujer (1905), verdadero texto fundacional del feminismo anarquista español. Para ella, la mayoría de las mujeres trabajaban en trabajos sin cualificación y mal remunerados (sufriendo abusos sexuales). El reconocimiento de que la esclavitud de la mujer venía de la dependencia económica respecto al hombre llevaron a Teresa a señalar que la autonomía femenina pasaba por la autonomía económica y además a cuestionar la explotación que sufría la obrera.

Las mujeres debían liberarse de cualquier proceso de dominio, de las servidumbres externas e internas, y esto exigía que se rompieran las barreras de la dependencia para poder manifestar sus deseos e inclinaciones. En este proceso, la concepción de la sexualidad y el amor tenían gran importancia. Goldman veía en la sexualidad y el amor una fuente de energía creativa, una fuerza vital en el proceso de transformación. Era partidaria de vivir la revolución en la vida cotidiana partiendo de las relaciones íntimas. Las uniones libres, que también defendía Michel, eran la alternativa a las familias basadas en matrimonios desiguales. Claramunt consideraba que las mujeres asociadas y conscientes debían poner en marcha una revolución de los cuidados, una «revolución de las costumbres, empezando por nuestros hogares»[14]. Esta revolución doméstica se basaba en una dura crítica al matrimonio y la familia burguesa y en la defensa de las uniones libres basadas en «la libertad vivificadora [y] la igualdad de condiciones en todos los seres humanos». La dominación de las mujeres no sólo se daba en el espacio del taller o la fábrica sino también en la familia. Claramunt afirmaba que tenía que cambiar la opinión general de que «ser buena mujer, consiste en resignarse a ser la esclava del marido, aplaudir sus sandeces y someterse a ser mueble de lujo o bestia de carga». Y añadía:

«El vulgo, el necio vulgo, puede seguir dispensando el dictado de buenas mujeres a las que esperan resignadas el regreso del marido hastiado de sus vicios y que luego le reciben con el halago servil al amo, al dueño, al señor, más yo no puedo ocultar el enojo que me produce esta conducta, porque, con ella sólo se demuestra capacidad para ser siervas, no compañeras del hombre»[15].

 

Ambas pensaban que las mujeres no eran tratadas de acuerdo con el mérito de su trabajo, sino más bien por su sexo. Por tanto, afirmaba Goldman: «es casi inevitable que deba pagar por su derecho a existir, por su situación, con favores sexuales. Así, es simplemente una cuestión de grado el que se venda a un hombre, dentro o fuera del matrimonio, o a muchos hombres. (…) la inferioridad económica y social de la mujer es la responsable de la prostitución»[16].

Para ambas, como anarquistas que eran, el centro de gravedad de la sociedad era la persona, así lo explicaba Goldman:

«Comenzaré admitiendo que, sin tener en cuenta las teorías políticas y económicas que tratan de las diferencias fundamentales entre los varios grupos humanos, de las distinciones de clase y raza, dejando de lado todas las separaciones artificiales entre los derechos masculinos y femeninos, mantengo que existe un punto donde estas diferenciaciones coinciden y se desarrollan en un todo perfecto.

(…)

La paz o la armonía entre los sexos y los individuos no depende necesariamente de una superficial igualación entre los seres humanos; ni tampoco supone la eliminación de los rasgos y peculiaridades individuales. El problema al cual tenemos que hacer frente actualmente, y que en un futuro cercano se resolverá, es cómo ser una misma al tiempo que una unidad con los demás, sentirse unida profundamente con todos los seres humanos y aun así mantener nuestras propias cualidades características»[17].

Por ello, ambas, coincidiendo con Michel, eran contrarias a «la absurda noción del dualismo de los sexos o que el hombre y la mujer representan dos mundos antagónicos»[18]. Se confiaba en una especie de equilibrio entre hombres y mujeres que pondría en marcha el proceso revolucionario en el cual la mujer sería una compañera y no una subordinada. Las mujeres si se emancipaban lograrían ser seres humanos en el verdadero sentido. Para que las mujeres lleven a cabo la verdadera emancipación tenían que mirar de frente a la libertad, para ello debían desarrollar una regeneración interna y aprender a mantenerse firmemente defendiendo su libertad sin restricciones, en definitiva, debían tener personalidad: capacidad para pensar independientemente.

 

Concluyendo, no entendemos la genealogía con una visión lineal que camina por la línea de Cronos de causa a consecuencia indefinidamente. Entendemos la genealogía como una figura nodal en la que confluyen acontecimientos, personas con vivencias encarnadas, agencias inauditas, espacios que se convulsionan, mundos inesperadamente posibles. La genealogía se alimenta y crece arraigada a la realidad, redefiniéndola y enriqueciendo posibilidades cuando se logra impulsar hacia la visibilidad aquello «incontado», escurrido del relato.

La Comuna fue un legado que se expandió como polvo de estrellas dándose a conocer y generando posibilidades para que otras mujeres, en otros países, construyeran un feminismo vinculado al anarquismo. Un feminismo que ni siquiera reclamaba el término desconfiando de su apariencia de orden, de clase media, de mujeres blancas leídas que buscaban su espacio en la sociedad en la que habían nacido. Ahí no cabía un feminismo proletario, de obreras analfabetas, de mujeres autodidactas, de rebeldes fabriles, de activistas defensoras del amor libre, de mujeres agnósticas y ateas. Decididas a redefinir la realidad, a transformar su existencia, a gestionar de otro modo su cotidianidad se embarcaron en huelgas, protestas, manifestaciones, revueltas y revoluciones.

Luchadoras incansables, altruistas, dedicadas a la causa de los más desvalidos, sus personalidades exhibían un profundo coraje, una inteligencia despierta y una dedicación a tiempo completo. Las tres murieron pobres en lo material, pero ricas en experiencias habiendo transitado por un feminismo obrerista y anarquista cuyo eco llega hasta hoy gracias a esa genealogía que hemos dibujado en breves pinceladas.

 



[1] En su biografía se señala que Louise Michel volvió a París en 1895, o bien esta fecha no es correcta o hacía viajes a Londres por su activismo.

[2] Laura Vicente Villanueva (2006): Teresa Claramunt. Pionera del feminismo obrerista anarquista. Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, pp. 151-152.

[3] Federica Montseny siendo ministra pronunció el 14 de marzo de 1937 en el cine Coliseum de Valencia una conferencia sobre la significación de la Comuna y la Revolución española en curso. Esa conferencia fue editada por el Comité Nacional de CNT-AIT el año 1937. Editado de nuevo: Federica Montseny (2006): La Comuna de París i la Revolució Espanyola.Valencia, L’Eixam.

[4] Emma Goldman (1996): Viviendo mi vida (Tomo I). Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, pp. 196-198.

[5] Emma Goldman (1996): Viviendo mi vida, p. 196.

[6] Ibídem, p. 196.

[7] Ibídem, p. 198.

[8] Ibídem, p. 198.

[9] Paule Lejeune (2002): Louise Michel. L’indomptable. París, L’Harmattan, p. 288.

[10] Carta de Emma Goldman a Max Nettlau, el 2 de febrero de 1935, recordando su experiencia como obstetra en los barrios pobres. Aparece en Bianchi, “El pensamiento anarcofeminista…”, p. 148.

[11] En su única recopilación de ensayos que tituló: Anarquismo y otros ensayos (1910), de los doce ensayos, cinco se dedicaron a la cuestión femenina: el sufragio femenino, Tráfico de mujeres, Matrimonio, amor y sexualidad. De estos ensayos, en Emma Goldman. La palabra como arma se incluyen: “Matrimonio y Amor”, “Tráfico de mujeres” y “El sufragio femenino”, además de “La tragedia de la emancipación de la mujer”.

[12] Emma Goldman, “El sufragio femenino” (1911), en Emma Goldman. La palabra como arma, pp. 143-144.

[13] Emma Goldman, “La tragedia de la emancipación de la mujer” (1906), en Emma Goldman. La palabra como arma, pp. 98-99.

[14] Así lo afirmó en un mitin en Zaragoza en octubre de 1910 en el contexto de una huelga. La información sobre este mitín apareció en El Heraldo de Aragón, 31-10-1910.

[15] Todos estos planteamientos sobre las alternativas en CLARAMUNT, Teresa: La mujer, pp. 13 y 14.

[16] Emma Goldman, “Tráfico de mujeres” (1910), en Emma Goldman. La palabra como arma, p. 118.

[17] Goldman, Op. cit, p. 93.

[18] Goldman, Op. cit, p. 100.