La primera vez que escuche esta palabra
fue a una amiga, yo hablaba de la política del capitalismo suicida que plantea la
novedosa idea de que a ciertos sectores de la población se los considera
desechables y ella mencionó este concepto de «necropolítica». Es característica
del capitalismo actual la cosificación del ser humano, el cuerpo se convierte
en mercancía, susceptible de ser desechada.
La
racionalidad del mercado es la que está decidiendo a quién es necesario
proteger y a quién no, cuáles son las vidas que se van a apoyar, quienes van a
encontrar sostén para su salud. Hay políticas que buscan explícitamente la
muerte de ciertas poblaciones y otras que crean las condiciones de negligencia
sistemática que provocan la muerte de tantas personas.
Foucault
habla del biopoder: término para referirse a un régimen inédito que toma como
nuevo objetivo y vehículo de acción el bienestar de la población y la sumisión
corporal y sanitaria de sus ciudadanos/as. Sería el antecedente de la
necropolítica de Achille Mbembe.
O como dice Elisabeth Falomir Archambault en la Introducción del libro Necropolítica[1], este
concepto es el envés de la noción foucaltiana de biopoder y una concepción
radical y transgresora de la relación entre Estado y ciudadanía.
La
necropolítica es una suerte de contrabiopoder ligado al concepto de
necrocapitalismo, capitalismo que organiza sus formas de acumulación de capital
como un fin absoluto que prevalece por encima de cualquier otra lógica o
metanarrativa. Por tanto, la necropolítica se refiere al uso del poder social y
político para dictar cómo algunas personas pueden vivir y como algunas deben
morir. La soberanía es el poder de dar vida o muerte, en definitiva, plantea el
derecho a exponer a otras personas a la muerte.
¿Cómo se ha
llegado a la necropolítica? La respuesta es que es uno de los numerosos imaginarios
de la soberanía propios de la modernidad. La percepción de la existencia del «Otro»
como un atentado a mi propia vida, como una amenaza mortal o un peligro
absoluto cuya eliminación biofísica reforzaría mi potencial de vida y de
seguridad. La segregación de las personas que deben morir supone el control en
el campo biológico dividiendo a la especie humana en diferentes grupos y
subgrupos y estableciendo una ruptura biológica entre unos y otros.
Esta visión y
este poder es profundamente racista y está inscrita en la forma en que
funcionan todos los Estados modernos. El Estado nazi abrió la vía a la
consolidación del derecho a matar, que culminó con la «solución final»,
combinando las características de un Estado racista, mortífero y suicida. Las premisas
materialesdel exterminio nazi pueden localizarse en el imperialismo colonial y
en los mecanismos técnicos de ejecución de las personas desarrollados entre
laRevolución Industrial y la Iª Guerra Mundial.
La relación
entre la modernidad y el terror provienen de fuentes múltiples que Achille
Mbembe repasa en este ensayo como el mundo colonial y la esclavitud, las prácticas
políticas del Antiguo Régimen o la Revolución francesa.
[En el libro
hay otro interesante ensayo titulado: «Sobre el gobierno privado» indirecto
centrado especialmente en África].