El Consejo Nocturno (CN) [1] no es un autor o autora, ni un colectivo u organización. Su existencia, como dicen en la Introducción, está en la órbita del Partido Imaginario o del Comité Invisible y es solo «de ocasión»: sus miembros se limitan a reunirse en momentos de intervención y, en este caso, se sitúan en México.
Este libro habla de los territorios, de cómo
defenderlos, de cómo vivir autónomamente en ellos, fuera y en contra del poder.
Optan por luchas heteróclitas, es decir, que no se ajustan a las normas.
La
Metrópoli
El centro de la reflexión se ubica en la Metrópoli, espacio del capital por antonomasia en el siglo XXI. Como tal espacio, la Metrópoli impulsa el culto al crecimiento. Los nuevos «Jinetes del Apocalipsis» suman muchos más de cuatro: cambios climáticos, agotamiento genético, contaminación, colapso de las diversas protecciones inmunitarias, aumento del nivel del mar y cada año millones de refugiados que huyen.
La Metrópoli es la organización misma de los
espacios y de los tiempos que persigue directa e indirectamente, racional e
irracionalmente, el capital; organización en función del máximo rendimiento y
de la máxima eficiencia posibles en cada momento.
Bajo la Metrópoli, los humanos experimentan
constantemente una destrucción de todo habitar. Lo que ofertan los poderes
metropolitanos es hacer intercambiables, como el resto de las cosas en el
sistema mercantil de equivalencia, todos los lugares que podían guardar algún
principio de habitabilidad. Lo que predomina bajo la Metrópoli es una condición
generalizada de extranjería.
El individuo metropolitano no sabe hacer nada, provoca la imposibilidad, por tanto, del
habitar y de toda praxis autónoma, en definitiva, del estar en el mundo[2].
En un orden que no reconoce afuera alguno, el enemigo solo puede ser interno, lo cual exige un control
generalizado y sin precedentes de todos aquellos lugares del continuum metropolitano que representan
potencialmente una desestabilización, una falla, un ingobernable, es decir,
todos los lugares.
Habitar
Si las críticas se centran solo en el aspecto
económico del dominio capitalista, apenas se pueden percibir la proliferación
de mecanismos de reestructuración del capital en múltiples dimensiones (la vida
cotidiana, el sexo, el cuidado, la amistad, el agua, el transporte, etc.). La Metrópoli,
esta especie de Imperio que se quiere incontestable, pretende anular toda
perturbación, toda desviación, toda negatividad
que interrumpa el avance infinito de la economía. Pero el CN sostiene que
«existe una constelación de mundos autónomos
erigidos combativamente y en cuyo interior se afirma siempre, de mil
maneras diferentes, una férrea indisponibilidad
hacia cualquier gobierno de los hombres y las cosas (…)»[3].
Por tanto, la alternativa tiene que basarse en la
ruptura con cualquier avatar del paradigma de gobierno en favor del paradigma del habitar[4].
La política que viene está completamente volcada al principio de las
formas-de-vida y su cuidado autónomo antes que a cualquier reivindicación de
«abstracciones jurídicas» (los derechos humanos) o económicas (la fuerza de
trabajo, la producción).
El
paradigma de gobierno hace de nosotros
unos lisiados y nos separa de nuestra propia potencia. «Se trata por
tanto de procurarse una presencia integra a partir de la cual podamos
organizarnos para tomar de nuevo en nuestras manos cada uno de los detalles de
nuestra existencia, por ínfimos que sean, porque
lo ínfimo es también dominio del poder»[5].
Esto pasa por la fractura de las individualidades, pasa por el encuentro con
los aliados y la conformación de un nuevo pueblo donde los afectos y los
saberes autónomos expulsen de entre
nosotros a todo «experto» en gobierno y biopolítica.
«Una
potencia (…) es índice de sí misma, permanece siempre autónoma con respecto a
cualquier forma de poder, no lo tiene como una norma para ser. (…). (…) se
trata siempre de componer un tipo de actuar político que permanezca autónomo y
heterogéneo luchando cuerpo a cuerpo con la ley sin jamás cederle terreno, al
mismo tiempo que persevera en la búsqueda de una salida fuera de sus
arquitecturas categoriales»[6].
Habitar es devenir ingobernable,
es fuerza de vinculación y tejimiento de relaciones autónomas[7].
Es necesario construir comunidad que tiene como norte la creación de poder
popular. Con una doble vertiente: que sean iniciativas por fuera del mercado y
del Estado; y que las gestionen los mismos miembros del movimiento de forma
colectiva.
Devenir
autónomos es entrar en contacto con todas las escalas y detalles de nuestras
existencias. Habitar es un
entrelazamiento de vínculos. Es pertenecer
a los lugares en la misma medida en que ellos nos pertenecen. Es estar
anclados. Habitar antes que gobernar entraña una ruptura con toda lógica
productivista.
Las
zonas de autonomía son «agujeros negros ilegibles para el poder, una constelación de mundos sustraídos a las
relaciones mercantiles (…)»[8].
Autonomía absoluta supone que no se entablan relaciones con el Gobierno.
Cambiar el mundo sin tomar el poder, sí, pero constituyendo una potencia.
Estoy de acuerdo con la mayoría de las ideas de ese Consejo Nocturno ¿pero y el yo? Todas las ideas alternativas frente al sistema fracasan porque preocupándose por el enemigo exterior desconocen la necesidad de los cambios interiores de cada cual. No basta con la predisposición hacia algo, hay que interiorizarlo en uno mismo y ahí el muro permanece en pie.
ResponderEliminarUn abrazo
La clave del yo es la autonomía, sin ella no hay yo sino siervos voluntarios. Y este libro habla de autonomía: colectiva e individual.
EliminarUn abrazo.