Este escrito se
basa en la lectura de un libro[1]
que con altibajos me parece una buena herramienta para los grupos de apoyo
mutuo (en general, para cualquier grupo activista). Empezaré diciendo que me
llama la atención que el autor no mencione como genealogía, aunque también como
actualidad, que el «apoyo mutuo» tiene un largo recorrido en los anarquismos.
No pretendo decir que solo los anarquistas lo hayan teorizado[2]
y aplicado a la práctica, pero me resulta extraño esa invisibilidad o
ignorancia de su importancia dentro de dicho movimiento.
El libro de 145
páginas se estructura en dos partes y una Introducción titulada: «Las crisis
requieren tácticas audaces». La primera parte es más teórica: «¿Qué es el apoyo
mutuo?», y son apenas treinta páginas, desde mi punto de vista bastante floja.
Se trata de reflexiones muy simples entre las cuales lo más interesante es la
diferencia que establece entre apoyo mutuo y caridad. Considera acertadamente
que la caridad «no está diseñada para llegar a la raíz de la pobreza y la
violencia». Para el autor, el activismo y el apoyo mutuo no deben vivirse como
voluntariado, deben vivirse «como una existencia en sintonía con nuestras
esperanzas para el mundo y con nuestras pasiones». Es importante, según este
planteamiento, construir una base lo más sólida posible de apoyo mutuo para
estar preparadas tanto para las próximas crisis que puedan llegar como para las
rebeliones que puedan tejerse.
La segunda parte
es eminentemente práctica, se titula: «Trabajar juntos y con propósito».
Es la parte que cuenta con más páginas, está dirigida a facilitar las cosas a
aquellas personas que deseen iniciar proyectos de apoyo mutuo o que ya formen
parte de estos y «quieran construir culturas y estructuras grupales que ayuden
a que el trabajo prospere».
Esta parte se
inicia con algunos de los peligros y dificultades del apoyo mutuo. Señala
cuatro tendencias peligrosas que conviene tener en cuenta para no caer en la
desgastada forma de la caridad: la clasificación de las personas como
merecedoras y no merecedoras de ayuda (o lo que es lo mismo, establecer
jerarquías de mérito); practicar el «salvacionismo» y el paternalismo; ser
cooptadas; y colaborar con las iniciativas que suprimen las infraestructuras
públicas para ser reemplazadas por la empresa privada y el voluntariado.
Los cuatro
peligros inducen a la reflexión de cómo sin querer se nos cuelan algunas veces
actitudes relacionadas con estas tendencias peligrosas. Nunca está demás
revisarlas para mejorar nuestra participación en proyectos de apoyo mutuo.
En la cooptación
propone un tema peliagudo: cómo afrontar el daño y la violencia dentro o fuera de
los grupos de apoyo mutuo. El planteamiento que resalta el autor es no
colaborar con la policía y plantea lo que denomina «responsabilidad
comunitaria» o «justicia transformadora». Estos procesos no son sencillos y
pueden durar años ya que se basan en entender los comportamientos y apoyar a
las personas que han infligido daño trabajando en sus creencias sobre género y
sexualidad para intentar detener ese comportamiento. El objetivo es intentar
lograr lo que los enfoques de castigo penal no logran: dar apoyo al
superviviente para que se cure, brindar al causante del daño lo necesario para
que cambie su comportamiento y evaluar cómo las normas comunitarias pueden
cambiar a fin de disminuir la probabilidad de que ocurra cualquier daño.
Algunos trabajos
de justicia transformadora se centran en la prevención y otros en brindar apoyo
después de que suceda algo. Ambos son enfoques de apoyo mutuo, en tanto que
abordan las necesidades inmediatas de supervivencia, reconociendo que los
sistemas que se supone que garantizan seguridad (la policía, los fiscales y los
tribunales) no lo hacen, y de hecho empeoran las cosas. Salir de la cultura del
castigo está muy arraigado en los anarquismos y no siempre es fácil encontrar
cómo hacerlo, en este libro encontramos propuestas interesantes que pueden
ayudarnos a afrontarlo.
Hay un capítulo en
esta segunda parte que también está muy vinculado a los anarquismos pero que no
nos vacuna de caer en contradicciones en los grupos de apoyo mutuo o de
cualquier otro tema. Se trata del capítulo 5, titulado: «Ni jefes, ni
cuentistas», en él se exploran tres tendencias organizativas que pueden causar
problemas: secretos, jerarquía y falta de caridad; prometer demasiado y cumplir
poco, falta de respuesta y elitismo; y, por último, escasez, urgencia,
competencia. El autor propone tablas en las que aparecen sintetizados el
problema y cómo evitarlo.
La perspectiva de
que cada grupo tiene su cultura me parece acertada. La cultura del grupo se
construye a partir de las señales que damos a las personas cuando se unen o
asisten a un evento, las normas que sigue el grupo, cómo celebramos las cosas
juntas, cómo nos relacionamos en las conversaciones informales, cómo nos hacen
sentir nuestras reuniones, cómo nos retroalimentamos entre nosotras y más. Se
pueden tomar decisiones dirigidas a cambiar la cultura de un grupo revisando lo
que funciona y lo que no y reflexionamos sobre cómo nuestra propia conducta se
refleja en lo que queremos ver e influir unas personas en otras.
Cómo tomar las
decisiones juntas, cómo facilitar las reuniones, y cómo afrontar los
conflictos, son tres aspectos que tienen espacio en esta segunda parte y que
pueden entorpecer o facilitar el funcionamiento de los grupos.
El libro acaba con
un capítulo de «Conclusión» que es una muy buena síntesis del libro y que
merece leerse con atención. La «lista de recursos», casi toda en inglés, cierra
el libro y ojalá estuviera traducida para poder utilizarla.
Laura Vicente
