Estamos muy acostumbradas/os a expresar lo que
queremos en negativo, en modo anti- (capitalismo, clericalismo, fascismo,
racismo, sexismo, etc. etc.). El catálogo de ANTIs sería muy largo y razones no
nos faltan para manifestar ese estado anímico contrario a mucho de lo que nos
rodea. El 15M nos enseñó algo (mucho más que algo) que deberíamos haber sabido,
o sabíamos, por la aportación, en este sentido, del anarquismo. Me refiero a
intentar plantear nuestras peticiones, necesidades, reclamaciones en positivo.
Y no es que sea partidaria del positivismo a ultranza que tan bien cuestiona Byung-Chul
Han[1]
cuando señala que el exceso de positividad
se manifiesta como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos por lo
que la percepción queda fragmentada y dispersa. La sociedad del poder sin
límites, su plural afirmativo, Yes, we
can, expresa el carácter de positividad. La llamada a la motivación, a la
iniciativa, al proyecto, es más eficaz para la explotación que el látigo y el
mandato y reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. El exceso de
positividad implica que vivimos en un tiempo pobre de negatividad en el que
desaparece la otredad y la extrañeza y se impone lo idéntico.
ANA JUAN
Pero el planteamiento anarquista es liberador puesto
que, como afirma Daniel Colson[2],
se concibe así mismo como fuerza afirmativa que, mediante la rebelión, rompe
las cadenas de la dominación, para en el propio movimiento de la ruptura,
afirmar mejor otro posible, otra
composición del mundo. Este planteamiento crítico con el modo anti no deriva en el modo pro- (chinos
en los años 70, feminista, negros, animales, indocumentados, naturaleza, etc.
etc.), puesto que esta propensión hipócrita de ponerse en lugar de otros/as, en
una relación de sumisión, dominación, culpabilidad, se opondría a cualquier
verdadero deseo de emancipación. Para el pensamiento anarquista cada ser
colectivo pertenece a sí mismo y solo a partir de sí mismo encuentra las
razones para asociarse con otros seres que también luchan por su emancipación.
Este planteamiento refuerza la autonomía absoluta de los seres, la igualdad
también absoluta que solo esa autonomía garantiza y la experiencia como único
criterio del carácter emancipador de las asociaciones o desasociaciones que esa
autonomía e igualdad autorizan.
De esta manera podemos propiciar encontrarnos en el
interior de momentos emancipadores, momentos de rebelión en los que, rechazando
las relaciones de dominación de forma radical, se pueda afirmar el otro posible que recomponga la
realidad. La rebelión produce nueva realidad, como afirma Jacques Rancière[3], porque
redefine el mapa de lo posible, no solo modifica lo que se puede ver, hacer,
sentir y pensar acerca de la realidad, sino también quién puede hacerlo. Lo que no cuenta en el orden social, puede llegar a
conformar un nosotros/as que se oponga a aquellos/as que solo
defienden sus propios intereses y privilegios. Por tanto, el conflicto
político designa la tensión entre el cuerpo social estructurado, en el que cada
parte tiene su sitio, y la "parte sin parte", que desajusta ese orden
en nombre de un vacío principio de universalidad. La verdadera política, por
tanto, trae siempre consigo una suerte de cortocircuito entre el Universal y el
Particular: la paradoja de un singulier universel, de un
singular que aparece ocupando el Universal y desestabilizando el orden
operativo "natural" de las relaciones en el cuerpo social. Esta identificación
de la no-parte con el Todo, de la parte de la sociedad sin un verdadero lugar
(o que rechaza la subordinación que le ha sido asignada), con el Universal, es
el ademán elemental de la politización.
La rebelión siempre es afirmativa, significa la
explosión de una fuerza que bloquea el orden establecido afirmando una libertad
constitutiva de la realidad humana. Por eso el anarquismo puede hacer suya la
expresión de Jean Genet:
No amo a los oprimidos. Amo a los que amo, que siempre resultan hermosos y a veces oprimidos, pero que están de pie en la rebelión[4].