Eso sería mi moral: desconfiar y, cuando uno se
convierte en víctima, oponer
resistencia; cómo, no sé. (…) pero hay otras posibilidades para
defenderse y cuestionar permanentemente la infalibilidad de la prensa. Esa
sería mi moral.
Heinrich Böll, entrevista en TV, 1974.
En Cataluña
existe un discurso oculto, del que me siento partícipe, el de los otros
actores de la sociedad catalana que permanecen al margen de entidades políticas,
ya sean partidos u organismos de la llamada sociedad civil subvencionada, los
ciudadanos desubicados frente a la actual situación política. La Generalitat
con gran potencial político y una
constante presencia mediática ha establecido una distancia enorme entre los
dominantes, que defienden la independencia arrasando con cualquier posible crítica
contraria a su política social o sobre la corrupción practicada durante
decenios, y los dominados que han quedado silenciados para expresar su
descontento y escasamente representados por una izquierda exenta de contaminación
nacionalista.
Tal es la hegemonía actual de este bloque dominante que, en la campaña para las elecciones autónomicas-plebiscitarias, apenas se hablará del subdesarrollo social de Catalunya[1] propiciado por los sucesivos gobiernos de CIU. El deterioro del bienestar y de la calidad de vida de las clases populares es de tal magnitud que hemos descendido hasta la peor situación de la época democrática, tal y como afirma Vicenç Navarro. El desempleo afecta a uno de cada cuatro adultos y más de la mitad de los jóvenes están en paro, el número de personas que llevan buscando trabajo durante dos años sin éxito ha crecido en un 1.000%. También ha aumentado el número de familias en las que todos los miembros activos de la unidad familiar buscan, pero no encuentran, trabajo. La mayor destrucción de empleo se ha producido desde 2011 con gobierno de CIU (ahora divididos en CDC y UDC). Estos y otros datos que proporciona el artículo de Vicenç Navarro ha provocado que Catalunya sea el país con mayores desigualdades después de Grecia, Portugal y España. Sin embargo todo este dolor humano, que se ha creado durante la crisis y del que son responsables CIU y ERC por su apoyo constante a las políticas de CIU, no emergerá en la campaña electoral y será acallado por el dominio mediático que ejerce sin contemplaciones el poder político y que es coreado por una masa disciplinada que arremete contra quien intenta ponerlo sobre la mesa de la actualidad electoral. ¿Cómo han llegado súbitamente (hasta hace menos de un decenio el independentismo a duras penas llegaba al 20% en Cataluña) miles de ciudadanos/as a esta ceguera fanática? La potenciación de la identidad y la autoconfianza, señala Juan M. Blanco[2], en un mundo de dudas e inseguridades interiores, es el mecanismo psicológico que alimenta el nacionalismo. Identificarse con una nación permite atribuirse cualidades, nunca defectos, que el nacionalismo atribuye a esa idealizada colectividad. No sirve de nada visibilizar los datos del derrumbe social catalán, el nacionalismo como creencia que es, se mueve por emociones mesiánicas y nada razonado les apartará del camino de la “salvación” (=de la independencia).
Por tanto, cuanto más arbitrariamente se ejerce el
poder, el discurso público de los dominados adquiere una forma más
estereotipada y ritualista, en otras palabras, cuanto más amenazante sea el
poder, más gruesa será la máscara de silencio tras la que se esconden[3].
Sin embargo, los dominados existen y se expresan desde el ámbito de la
infrapolítica, nos advierten que existe una gran variedad de acciones de
resistencia que recurren a formas indirectas de expresión como chistes,
canciones, imágenes, blasfemias, chismes, juegos de palabras, metáforas, gestos
y desorden (que hoy viajan por WhatsApp y las diversas redes sociales pero que
también se expresan en bares, cafés y mercados). Algo que nos recuerda a lo
sucedido durante la Transición democrática (1975-1982). En Cataluña a este
sector que compone la mayoría de la población, desmovilizada pero
obstinadamente renuente a votar la propuesta independentista, le identifican el
anonimato y el silencio excepto cuando se siente seguro entre gente de confianza.
Una peligrosa situación de marginación que podría verse atraída por “cantos de
sirena” de la derecha representada por el nacionalismo español populista de
Xavier García Albiol, de idéntico ideario al que ha prosperado en algunos países
europeos, como Dinamarca, ahora tan admirados por el sector predominante del
independentismo.
El discurso público de los dominadores, representado
hoy por la candidatura de “Junts pel sí” en la que aúnan sus intereses gobierno
y oposición (CDC y ERC), tiene por fundamentos primordiales la afirmación, el
ocultamiento, la unanimidad y los eufemismos[4].
La afirmación viene de la mano de algunos
acontecimientos que se plantean como
afirmaciones discursivas de un modelo específico de dominación, las
manifestaciones de los últimos tres años de la Diada son muestras de exhibición
del poder, un ritual nacionalista orquestado para “convencer”. Si los
subordinados creen en el poder de sus superiores, esa misma impresión ayudará a
que estos se impongan y, a su vez, aumentará su poder real. Las apariencias
importan y por ello estas manifestaciones de fuerza se promueven como una
demostración de autoafirmación para acallar al oponente e impresionar a los
dominados.
EL ROTO
La ocultación pretende eliminar del discurso público
hechos que todo el mundo podría conocer porque se han publicado. Que la
desigualdad ha crecido está cuantificada en cifras y muy visible en el temido
por los independentistas “cinturón rojo” de Barcelona. Que la renta disponible para el 20% más rico, sobre el 20% más
pobre, ha crecido desde las 4,7 veces en el inicio de la crisis (2007) a las 5,7
veces en 2013, con un incremento del 21%. Mientras el promedio de la UE-15 fue
de 4,9 veces. Esta desigualdad de rentas, la mayor de la UE-15 después de
Grecia, España y Portugal, es incluso mayor cuando se comparan al 10% de la
población catalana de mayor y menor renta. Desde el inicio de la crisis hasta
el año 2012, los más ricos (10% superior) pasaron de tener 7,65 veces más que
los pobres (el 10% inferior) a 15,35 veces (un incremento nada menos que de un
100%)[5].
Hoy en Cataluña se está desarrollando una cultura doble: la cultura oficial llena de
deslumbrantes eufemismos, silencios y lugares comunes, y la cultura no oficial
que tiene su propia historia, su propia literatura, poesía, música, una propia
percepción de la escasez, la corrupción y las desigualdades. La afirmación y la
ocultación han logrado calar en amplios sectores de la población, especialmente
de clase media pero también entre los sectores más populares, que han
canalizado su descontento a través de consignas patrióticas exculpando a los verdaderos
responsables de su situación. Avalando de una forma inconsciente la ocultación
y la mentira sistemática utilizadas para mantener el poder político e incluso
incrementarlo mediante el alzamiento de unas nuevas fronteras y un nuevo
estado.
Si por algo se caracteriza en la actualidad la
situación política de Cataluña es por los eufemismos que utiliza el
independentismo agrupado en “Junts pel sí” para soslayar los temas delicados, para borrar lo que se considera
negativo o que puede convertirse en un problema si se declara explícitamente. Se
trata de ocultar “hechos desagradables de la dominación y su transformación en
formas inofensivas o esterilizadas” (Scott, 2003: 89).
¿Cómo no esconder los desproporcionados recortes en
gasto público social, los más elevados que se han producido en España y en la
UE-15? Recortes que se han producido especialmente en aquello más desintegrador
y que acrecienta la desigualdad como sanidad, educación, servicios
domiciliarios a personas discapacitadas, vivienda social y servicios de
prevención de la exclusión social. ¿Quizás culpando de todo ello a España bajo
el famoso, “España nos roba”, que exculpa, por arte de magia, a CIU, el partido
que ha pilotado Cataluña durante la crisis?
Las instituciones sanitarias y docentes han sido las que más
empleados públicos han perdido durante los últimos cinco años en Cataluña,
durante los gobiernos Mas y Mas-Colell. Desde 2010, los recortes
presupuestarios han reducido el personal de la Generalitat en 6.832 personas
(son datos publicados en su propia página web). El 55% de estos puestos de
trabajo perdidos corresponden a esos dos sectores, salud y educación, los
pilares del, muy mercantilizado y privatizado, estado de bienestar catalán.
Sólo los cuerpos de seguridad, Mossos d'Esquadra y bomberos, han visto
incrementar a sus efectivos en unas 1.000 personas (el aumento se debe,
básicamente, a una convocatoria de empleo público para mossos en 2011). Los
cuerpos de seguridad han pasado de sumar 16.108 agentes en junio de 2010 a
17.152 durante el mismo periodo de 2015 (casi todos ellos funcionarios, sólo
hay 32 interinos).
En Cataluña llevamos muchos años “decidiendo” a través del voto a
quién le damos la confianza para que nos gobierne, sin embargo la campaña por
“el derecho a decidir” parece haber borrado de un plumazo que CIU ha gobernado
el 80% de los años de democracia en que ha sido elegido por la ciudadanía. La
“decisión” de hombres y mujeres de Cataluña durante casi cuarenta años ha sido otorgar
confianza a un partido nacionalista moderado, no independentista, de la derecha
neoliberal que ha sido el responsable de la situación de penuria social que
sufre hoy Cataluña. Su colaboración con los gobiernos españoles del PP y del
PSOE durante toda la etapa democrática parece haber desaparecido del frágil
recuerdo de miles de ciudadanos/as que “creen” en la construcción narrativa de
este partido que pretende hacernos creer que han luchado contra España, no
desde hace cuarenta años, sino desde hace trescientos.
Cada vez que un eufemismo oficial logra imponerse
sobre otras versiones, discordantes, los subordinados aceptan explícitamente el
monopolio del conocimiento público que ejercen los dominadores. Puede ser que
los subordinados no tengan otra opción; pero, mientras no sea cuestionado
abiertamente, ese monopolio no tiene “que dar explicaciones”, no tiene que
“darle cuentas a nadie” (Scott,
2003: 90).
El eufemismo no se limita al lenguaje, esteladas en los balcones, calles y
ayuntamientos, ceremonias públicas como la Diada, himnos y diversos rituales,
como las famosas ruedas de prensa del Sr. Mas o los abrazos con el
representante de la extrema izquierda independentista, el Sr. Fernández, son
aspectos a través de los cuales los poderosos intentan presentar su dominación
de acuerdo con sus gustos. “Vistos en conjunto, todos esos eufemismos
representan el halagador autorretrato de la elite dominante” (Scott, 2003: 91). Estigmatizar a quien discrepa no resulta
difícil sobre todo en centros de sociabilidad (comisiones de bailes populares,
centros excursionistas, corales, etc.) o en pueblos pequeños donde el control
se hace agobiante sobre aquellos/as que se salen de la normatividad impuesta
por el discurso oficial.
Se busca, naturalmente la unanimidad, el nombre de
la candidatura lo revela, Juntos (por el sí), en la línea de aunar a todos
haciendo un gran esfuerzo por alimentar una imagen pública de cohesión y de
creencias comunes. Juntos la derecha y la izquierda (incluso es posible que la
extrema izquierda en el último momento decisivo de la proclamación de la
independencia) en un complicado pacto que, no se ha dado a conocer
públicamente, para reducir al mínimo los desacuerdos. Para que las divisiones
no aparezcan se estipula un discurso irreal, genérico, centrado en el
victimismo y en el enemigo común. Para lograr esta unanimidad se reducen las
discusiones informales, los comentarios espontáneos y se confinan en espacios afines
que eviten situaciones embarazosas o
tensas, resulta esperpéntico que el Sr. Romeva afirme sin pudor que solo irá a
entrevistas en TV3. Los desacuerdos debilitan y se tienen que desterrar. Si la
apariencia de unanimidad se extiende hasta los subordinados, su control se
incrementa aún más.
Las manifestaciones públicas, como la Diada, son el
componente visual y oral de una ideología hegemónica, la ceremonia formal en
que se ha transformado esta manifestación en los tres últimos años sirve a los
poderosos para celebrar y dramatizar su dominio. Han sido interpretadas como
apoyo a sus gobernantes sin los cuales dichas ceremonias no serían posibles.
Ninguna manifestación ha contado nunca en la época democrática con todos los
medios de infraestructura (por ejemplo, más de 2.000 autocares fueron facilitados por la
“generosa” Asamblea Nacional que trasladaron durante todo el día a alrededor de
unos 100.000 participantes),
publicidad y protección policial a su disposición para realizarla. Incluso para
ensayarla días antes como una puesta en escena.
Y es que se plantea así, como un espectáculo aéreo
para ser retransmitido por las televisiones. Los participantes son actores al
servicio del simbolismo orquestado por los organizadores que marcan la hora
simbólica del inicio, 17:14, dónde se han de situar los participantes, de qué
color deben llevar la camiseta y los
punteros y cuándo han de recoger todo y marchar a sus casas. El recorrido de la
última Diada se dividió en 135 tramos, agrupados en 10 bloques, tantos
como ejes sobre los que los organizadores desean que se construya la República
Catalana, cuya vindicación es el sentido de marcha. Dentro de los tramos se
agrupaban los diversos colectivos que apoyaban la manifestación, jóvenes en el
eje "democracia", sindicalistas en "justicia social", etc.
Nadie va a ver la manifestación. El espectáculo es
de meros actores y actrices sin público, es una ceremonia que el poder organiza
para sí mismo y para los medios de comunicación. Cuadro vivo de la disciplina y
del control centralizado. Existe una inteligencia unificada que, desde el
centro, dirige todos los movimientos del “cuerpo” Toda la escena, como imagen y
como demostración de poder, transmite el sentido de unidad y de disciplina bajo
una autoridad única y decidida. Cualquier desorden, división, indisciplina e
informalidad se elimina de la escena pública, se crea una imagen de cómo
deberían ser las cosas, el desfile es una idealización eficaz de una creación
irreal (Scott, 2003: 99-100).
El mensaje que se quiso transmitir, al servicio de
una opción política particular (la de los Sres. Mas y Junqueras), es la de la
obligación de los subordinados a manifestar su sumisión y se les da a entender
que no tienen nada que hacer, que su proyecto político es imparable y cuenta
con la unanimidad de quienes aman su tierra, por tanto, su única opción es
obedecer. Ocasionales rebeldías serán castigadas con la marginación,
desautorización, cuestionamiento de su catalanidad, sospechas de traición y de
su auténtica ideología que no puede ser sino de derechas, o por qué no, ya
puestos, fascista. Lo importante es que el poder de la imagen de un frente unido para asombrar
e intimidar a los subordinados.
Pero los subordinados existimos, no nos aúna una
patria alternativa ni una bandera diferente, lo demuestra el hecho de que no se
haya formado una candidatura nacionalista española y sea impensable la unión de
la derecha y la izquierda. Existen e intentan pensar con autonomía, empoderarse
para lograr el poder que, mediante la autogestión, mejore las condiciones de
vida de los más débiles, de los que más sufrimiento han soportado durante la
crisis. De esa parte de la población que no está incluida en la hoja de ruta de
“Junts pel sí”, la coalición de partidos que ha ocasionado esa situación de
crisis social.
[1] Este es
el significativo título que Vicenç Navarro puso a un interesantísimo artículo:
“Las causas reales (y ocultas) del subdesarrollo social de Catalunya”,
público.es, Pensamiento crítico, 14 septiembre 2015.
http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2015/09/14/las-causas-reales-y-ocultas-del-subdesarrollo-social-de-catalunya/
[2]Estas
afirmaciones se basan en The Psychology
of Nationalism de Joshua Searle-White, recogidas por Juan M. Blanco,
“Psicopatología del nacionalismo”. Vozpopuli,
12-09-2015.
http://vozpopuli.com/analisis/68131-psicopatologia-del-nacionalismo.
[3] Estos planteamientos del
discurso público y oculto son una propuesta de James C. Scott (2003): Los dominados y el arte de la resistencia. Txalaparta,
Tafalla.
[4] De nuevo tomamos como referencia
la obra de James C. Scott (2003).
[5] Vicenç
Navarro (2015): “Las causas reales (y
ocultas) del subdesarrollo social de Catalunya”.