El día siguiente me lo pasé cavilando, sin moverme. Pensaba en la Historia, con mayúsculas, y en mi historia, en la nuestra. ¿Los que escriben la una conocen la otra? ¿Cómo retiene la memoria de algunos lo que otros han olvidado o jamás han visto? ¿Quién tiene razón, el que no se decide a arrojar a la oscuridad los momentos pasados, o quien arroja a la nada lo que no le interesa? Puede que vivir, seguir viviendo, sea saber que lo real no lo es totalmente, puede que sea elegir otra realidad cuando la que hemos conocido adquiere un peso insoportable. Después de todo, ¿no es eso lo que yo hice en el campo? ¿No elegí vivir en el recuerdo y el presente de Emélia, proyectando mi vida real a la irrealidad de la pesadilla? ¿Será la Historia una verdad superior compuesta de millones de mentiras individuales cosidas unas a otras, como las viejas colchas que cuando era pequeño hacía Fédorine para sobrevivir? Parecían nuevas, flamantes, con su arco iris de colores, pero estaban hechas de retales disparejos, de lanas de dudosa calidad y procedencia desconocida.
PHILIPPE CLAUDEL, El informe de Brodeck, pp. 267-268.
Esta reflexión sobre la historia, recogida en la excelente novela de Claudel, me
sirve de punto de partida para relatar brevemente mi visita a Auschwitz. Llevo
mucho tiempo dándole vueltas a lo sucedido en la década de los treinta y en la
II Guerra Mundial en Europa. He leído ensayos, historia, poesía y ficción,
buscando qué pudo motivar la maldad presente en los campos de concentración.
Sé que la historia de la humanidad da muchos
ejemplos de matanzas indiscriminadas, de crueldad y de maldad, y que hoy sigue
siendo así en muchos puntos del planeta. Sin embargo, no encuentro otro ejemplo
comparable al intento de exterminio del pueblo judío llevado a cabo durante la
II Guerra Mundial en los campos de concentración y, en especial, en Auschwitz,
un campo en el que murieron entre 1.300.000 y 1.600.000 personas, de las que
casi un millón fueron judíos.
De los once millones de judíos que vivían en Europa antes
de estallar la guerra, en la URSS habitaban cinco millones, en Polonia tres
millones y el resto repartidos por otros países europeos. De esta cifra, seis
millones fueron exterminados por los nazis. Auschwitz-Birkenau tenía capacidad
para matar a 10.000 personas diarias.
Todas estas cifras son bien conocidas, en este mismo
espacio he reseñado algunos libros que hablan de ello desde diversas
perspectivas. En esta ocasión solo quiero contar mis impresiones y mis
emociones al visitar este inmenso campo.
A mediados de agosto hacía un calor abrasador en
Auschwitz 2, cuando me aproximé caminando hacia la famosa puerta de entrada
pensaba en cómo el calor agravaba la situación de las personas prisioneras en
el campo (tenía reciente la lectura del libro de Primo Levi, Si esto es un hombre). Era muy
consciente, cuando me aproximaba a la puerta, que entraba en un lugar concebido
para matar, que entraba en un campo de exterminio, la mayoría de las personas
que llegaban en los vagones por las vías que ya veía por fuera, morían en los
primeros días tras descender del vagón.
Cuando atravesé la puerta y vi la inmensidad del
campo (2,5 Km por 2 Km), las vías y los andenes a los que bajaban miles de
personas después de un largo viaje en los vagones para ganado, sentí una
sensación de angustia que me llevo al borde del llanto. No quería llorar, pero
las lágrimas se escaparon y fue mejor. El resto de la visita fue viajar por la irrealidad de la pesadilla que dice
Claudel, alambradas, focos, garitas de vigilancia, los restos de la cámara de
gas y los hornos crematorios que los propios nazis volaron para borrar lo
inconcebible, los espacios destinados a acumular cualquier objeto útil de las
víctimas llamadas “canadás”…
La Historia en mayúsculas ha recogido detalladamente
cómo los nazis construyeron campos para matar con sistema, eficacia y frialdad.
Para matar a quienes consideraban inferiores degradándoles a niveles inconcebibles
para que cuando entraban mansamente en las cámaras de gas parecieran autómatas,
no personas. Para matar a otras razas consideradas inferiores (gitanos, eslavos…).
Para matar a aquellos que tenían defectos físicos o enfermedades que podían
malograr la raza aria. Para matar opositores políticos. Para matar y matar.
Mataban extrayendo el máximo de beneficio y rentabilidad
con sus bienes materiales (viviendas, muebles, ropa, maletas, gafas, zapatos, relojes,
brochas de afeitar, joyas, etc.), su capacidad para trabajar e incluso sus “bienes”
personales: pelo, piel o dientes de oro. Convirtieron a miles de personas en objeto
de experimentos médicos y psicológicos. Cualquier cosa, en definitiva, que los
nazis consideraran beneficiosa para su nación y los componentes de su raza.
La historia en minúscula es la historia de cada una
de las personas que sufrieron persecución, torturas, prisión, campos y muerte.
¿Cómo recoger tanta humillación, mezquindad, crueldad, degradación, dolor y
sufrimiento en la Historia?
¿Cómo puede destilar la Historia con mayúsculas,
millones de historias individuales que han desaparecido o que recuerdan los que
sobrevivieron, momentos pasados que no se
decide[n] a arrojar a la oscuridad (…), o quien arroja a la nada lo que no le
interesa?
Me parece necesario tener presente lo ocurrido,
visitar un campo como Auschwitz,
empatizar con las víctimas, acercarse a su sufrimiento siendo conscientes del
horror y sacar conclusiones del significado de ideologías nacionalistas, excluyentes
y xenófobas que hoy crecen de nuevo en Europa.
Y cierro esta humilde reflexión con un fragmento referido
a otros campos, los soviéticos, o gulags,
del comunista y judío Vasili Grossman en su libro Todo fluye (p. 169):
El castigo del verdugo es éste: no considera a su víctima un hombre y él mismo deja de ser un hombre; mata al hombre que hay en él, se convierte en su propio verdugo; la víctima, por mucho que la destruyan, continuará siendo un ser humano para toda la eternidad.
ResponderEliminarUna experiencia intensa... ese viaje...
Me quedo con ese último fragmento de 'Vasili Grossman'.
Besos!!!
;)
Muy intensa y muy humana, empatizar con el sufrimiento de tantas personas en ese lugar de muerte, es necesario.
EliminarBesos!!
Admiro el valor que demuestras aproximandote a esa terrible historia, Sería incapaz de visitar esa fábrica de muerte sin escuchar en mis oídos la desesperación de las victimas. Hasta la hierba y los árboles, incluso los edificios y las alambradas deben conservar la memoria del horror que han presenciado. Un beso.
ResponderEliminarOí esa desesperación, la sentí, la vi.
EliminarNecesitamos sensibilizarnos caminando por el horror. Hoy Europa vuelve a ser xenófoba, cicatera con refugiados que vienen de una guerra terrible (no me olvido del resto, naturalmente). Qué poco hemos aprendido.
Un beso.