Dicen las enciclopedias que un héroe es un hombre
famoso, ilustre y reconocido por sus virtudes o hazañas. El coraje, la justicia
y la trascendencia (esta última se refiere a las creencias y actos que van más
allá de los límites del ego) son las características básicas del heroísmo, es
impensable un héroe miedoso o prudente, por ello no le importa morir en los
combates a los que se enfrenta (un ejemplo de héroe guerrero es Aquiles). Para que un acto de rebeldía sea digno del calificativo de “heroico”
debe tratar de cambiar el sistema, enmendar una injusticia o corregir un error[1].
Pese a su “superioridad”,
el héroe rebelde nace y vive entre gente corriente y tiene problemas semejantes
que provocan empatía e identificación con él.
Entre la gente
corriente hay otros héroes y heroínas que no responden a esta tipología,
son personas anónimas (recordemos el acto de audacia de Tess Asplund, la mujer
que en mayo de 2016 levanta su puño frente a la cabecera de una manifestación de
neonazis violentos en Suecia) y desconocidas para la mayoría, pertenecen a oficios
que no suelen considerarse heroicos o a una colectividad sin rasgos de
superioridad ni reconocida como ilustre.
Tess Asplund
Hablo en masculino al referirme a la tipología
habitual del héroe ya que aunque este tiene
rasgos diferentes: militante, miliciano, obrero consciente, terrorista,
revolucionario, maquis, etc., se adhiere con fiereza a su género: es varón. La masculinidad se
configura como sinónimo de las virtudes heroicas de fuerza, coraje, virilidad,
energía, voluntad de acción, solidez de nervios, pero también rectitud moral,
generosidad, belleza, nobleza, etc. La otra tipología de héroe permite el
femenino porque en ese mundo anónimo tiene cabida la mujer y una heroicidad
diferente que es mixta, ensalza virtudes de generosidad, apoyo mutuo,
colaboración, empoderamiento, humildad, altruismo, filantropía, emotividad,
etc., y la protagonizan personas ordinarias que hacen actos extraordinarios en
un momento dado.
En los siglos XIX y XX, la imagen popular del sujeto
revolucionario acentúa su carácter masculino, la revolución implica una
división de género, las mujeres débiles y oprimidas son socorridas por la
intervención salvadora del movimiento revolucionario; rara vez aparecen las mujeres como sujetos históricos[2].
En momentos excepcionales pueden apropiarse de los caracteres tradicionales de
la virilidad tales como llevar uniforme, armas y participar en combates, es el
caso excepcional de la miliciana republicana española que enseguida desaparece
del frente. A partir de 1937, una estricta división de género se impone y la propaganda
republicana transforma a las mujeres en madres llorosas y en víctimas sufridas.
En sus discursos inflamados, Dolores Ibárruri, La Pasionaria, lanza proclamas al mundo entero para que escuche “el
grito doloroso de nuestras madres y nuestras esposas”[3].
Es lo que Mary Nash denomina “heroínas de la retaguardia”[4].
Los héroes son varones jóvenes, la juventud se
impone como sujeto histórico afirmando su deseo de cambio, su necesidad de
acción, su dinamismo y, muchas veces, su rechazo de la tradición que configura
la representación del héroe, especialmente en tiempos de guerra.
El imaginario subversivo del siglo XIX y parte del
XX se basa en la idea de que el objetivo de la acción revolucionaria es avanzar
gracias a un proyecto claramente definido hacia la confrontación decisiva, representada
por la metáfora de la gran noche, que
crea las condiciones para la construcción de una nueva sociedad. Ese imaginario
comporta un conjunto de imágenes, entre las cuales la del pueblo asaltando la
Bastilla se mezcla con la de los comuneros de un París sitiado y acompaña a la
de los insurgentes tomando el Palacio de Invierno, o la de los trabajadores que
ocupan las fábricas y colectivizan las tierras en la España de 1936. En todos
los casos aparece el pueblo heroico armado derrocando el poder establecido. En
este imaginario revolucionario se constituye un nosotros heroica y sacrificialmente enfrentado al poder, que actúa en
una lucha cuerpo a cuerpo y a cara descubierta protagonizando la revolución
social que se anuncia como inevitable y que está llamada a abarcar la totalidad
de la sociedad[5].
Durante más de un siglo este imaginario subversivo se mantiene en sus rasgos
principales: sujeto, proyecto y prácticas políticas. Bien es cierto que hay
diferencias importantes en las filas revolucionarias (como mínimo entre
marxistas y anarquistas) respecto a las prácticas políticas y, en parte, al
proyecto. La importancia que el anarquismo da a la crítica del poder y a la
libertad le alejan de las prácticas políticas más distópicas y totalitarias en
las que el marxismo navega durante décadas.
El siglo XIX empieza con la Revolución Francesa que sienta
las bases del nacimiento del socialismo.
El siglo XX se inicia con la Gran Guerra y el derrumbe del orden europeo que
engendra la Revolución Rusa, esperanza liberadora que se propaga por Europa y
el mundo. Las grandes narrativas de la Ilustración (emancipación, progreso, razón, ciencia, etc.) son los
cimientos de las utopías que se construyen a lo largo de más de cien años.
Sorprendentemente, las utopías y el antiguo
imaginario revolucionario se desintegran y se vuelven obsoletas en unas pocas
décadas, los movimientos de Mayo de 1968 ponen sobre la mesa demasiados
argumentos críticos contra las utopías y abren paso a duros ataques,
protagonizados desde la historia y la
sociología, contra el imaginario subversivo. Si 1968 marca el inicio del
cuestionamiento, la caída del muro de Berlín en 1989 indica el momento clave
que cierra una época para abrir otra nueva en que las utopías dejan de ser creíbles para que puedan seguir fundamentando y legitimando el credo
moderno.
Praga 1968
Entre los años setenta y ochenta del siglo XX se
abre, por tanto, una época de transición en la que el paisaje intelectual y
político conoce un cambio radical, el vocabulario se modifica y los antiguos
parámetros son reemplazados[6].
Pero la hecatombe va más lejos, palabras
como revolución o comunismo adquieren un significado diferente, en vez de
aspiración o acción emancipadora, evocan un universo totalitario, mientras, por
el contrario, palabras como capitalismo, empresa, emprender, etc. se prestigian
ante el estupor de quienes viven este proceso endiabladamente rápido.
El siglo XXI nace, por tanto, en 1989 bajo el signo
de un eclipse de las utopías, provocado,
afirma Traverso, por el fracaso de las revoluciones del siglo XX y la caída del
socialismo real, así como por la
disgregación de la memoria obrera.
Las formas tradicionales de sociabilidad y de solidaridad obrera son
cuestionadas con la crisis del fordismo y el desmembramiento de los grandes polos
industriales, auténticos bastiones obreros. El efecto de esta crisis es la
quiebra de los marcos sociales de la memoria obrera fundadora de una cultura y
una identidad colectivas. Paralelamente entra en crisis el legendario partido
de masas que es vector de formación y
transmisión de dicha memoria colectiva[7].
La memoria obrera abandona el espacio público al perder la representación
política y la izquierda se queda sin su base social y su cultura, el
sentimiento de derrota del movimiento obrero es hoy total, una muestra de ello
es que en los antiguos barrios o ciudades del mundo occidental donde el
movimiento obrero era fuerte hoy votan, en una simulada revuelta anti establishment, a la extrema derecha de Marine Le Pen, a Donald
Trump o al brexit de la Unión
Europea, todo ello bajo el creciente nacionalismo que se extiende como
alternativa a las viejas utopías.
El cuestionamiento de las revoluciones no se produce
solo en la memoria colectiva sino también en la historiografía[8].
Afirma Pérez Ledesma en 1987 que la necesidad del marxismo de unos agentes
históricos dotados de capacidades excepcionales para llevar a cabo la
revolución conduce a dotar al proletariado de una esencia subversiva que no se
basa en constataciones empíricas[9],
la evolución histórica de ciento cincuenta años no se ajusta al modelo general diseñado por
Marx y Engels. El proletariado en realidad no es el sujeto político de la revolución, no hay ninguna gran noche que esperar y que alcanzar y
la escatología caduca. La ilusión de poder controlar la sociedad en su conjunto
implica derivas totalitarias, muy claras en el caso del marxismo, por la
voluntad de laminar la expresión de las diferencias en el seno de un proyecto
que niega en la práctica el legítimo pluralismo de opciones y valores
políticos. Igualmente caducan los acentos mesiánicos[10]
de una escatología que trabaja para supeditar la vida a la promesa de un fin y
justificar sufrimientos y renuncias en nombre de dicho fin, abstracción que bloquea
todo pensamiento crítico[11].
Al quedar amputadas de su potencial emancipador, las revoluciones se perciben
hoy como golpes de Estado y puntos de inflexión autoritarios, incluso como
antesalas de genocidios[12].
Plaza de Tiananmen, 1989
El eclipse de las utopías reactiva en la actualidad
el pasado y con él la importancia de la memoria como discurso, una figura ocupa
el centro del escenario: la víctima. Pero el recuerdo de la víctima
parece no poder coexistir con el de sus combates, sus conquistas y sus
derrotas, por lo tanto, estas recuperan su nombre, pero las razones de su
muerte se pueden volver incomprensibles[13].
Como se dice al principio puede haber otra tipología
de lo heroico que nadie, o casi nadie, ha puesto en valor. Cuando Albert Camus
se pregunta a si mismo ¿Qué es un hombre
rebelde?, responde que es:
“Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes toda su vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato. (…)?”[14].
Camus tiene una manera de entender al hombre[15]
en rebeldía como el que se vuelve, planta cara, opone lo que es preferible a lo
que no lo es y considera que cuando se rechaza una orden humillante de un
superior, no se rechaza solo la orden sino la condición de inferior de quien lo
hace. La conciencia de quien dice “no” nace a la luz con la rebeldía[16].
Esta manera de entender al rebelde no está revestida de la retórica heroica del
imaginario revolucionario predominante en el siglo XIX y parte del XX; de hecho
se reduce muchos grados de intensidad aunque comparte con dicha retórica la idea del sacrificio en beneficio de un
bien que rebasa su propio destino al actuar en nombre de un valor que le es
común con todas las personas.
Camus se aleja del imaginario subversivo mucho antes
de Mayo de 1968, afirma que el socialismo no es más que un cristianismo degenerado que
mantiene la creencia en la finalidad de la historia y en unos fines ideales, por
ese motivo la historia acaba significando premio y castigo (nace el mesianismo
colectivista), convirtiéndolo en doctrinas morales. Desde el punto de vista de
Camus, Marx mezcla en su doctrina el método crítico con el mesianismo utópico y
este método crítico se separa cada vez más de los hechos en la medida en que
quiere permanecer fiel a la profecía. El socialismo, por tanto, construye ilusiones
a través de un imaginario revolucionario que vive en la espera del fin del
mundo y en la parusía del Cristo proletario[17].
El rebelde rechaza las ideas eternas del socialismo,
someterse a la humanidad, dice Camus, no es mejor que someterse a un dios. La
rebeldía es el movimiento por el que un hombre se levanta contra su condición y
la creación entera. De estos planteamientos sobre el rebelde aparecen sujetos
desconocidos y poco valorados en su momento y que hoy alcanzan gran relevancia,
por ejemplo las víctimas, pero unas víctimas que saben por qué lucha y contra
qué.
Si en algún espacio se encuentran las víctimas en el
siglo pasado es en los campos de concentración construidos por los nazis (no
solo ellos construyen campos pero si fueron los suyos los que llegan a la más
inmensa y terrible barbarie). La vida en los Lager sitúan al ser humano ante su propia naturaleza y ante la
disyuntiva de decir “sí” o decir “no”, de formar parte de las personas decentes
o de las indecentes, según Viktor Frankl las únicas “dos razas de hombres en el
mundo”[18].
Convertir en héroe o heroína a una persona puede desvirtuar su figura al
colocarlo en un pedestal inalcanzable
ajeno a la vida real y cotidiana. Esto se hace con las víctimas de los
campos de concentración cuya memoria subjetiva individual, a menudo alterada
por el tiempo y filtrada por experiencias acumuladas, ha pretendido sustituir a
la historia.
Esta manera diferente de entender la rebeldía sitúa siempre
la revolución en el presente, sin esperar la gran noche, en cada acto personal o colectivo en el que la persona
dice “no” y en el carácter irreductible de las prácticas de libertad que se
encuentran enraizadas en la propia subjetividad del ser humano, así como en la
unión entre vida cotidiana y acción política.
[1] Philip Zimbardo (2008): El efecto Lucifer. El porqué de la maldad. Paidós,
Barcelona, p. 564.
[2]
Enzo Traverso (2007): A sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914-1945). PUV,
Valencia, p. 174, 178.
[3] Enzo Traverso (2007): 180.
[4] Mary Nash (1999): Rojas. Las
mujeres republicanas en la Guerra Civil. Taurus, Madrid, p. 93.
[5]
Tomás Ibáñez (2017): Anarquismo a contratiempo. Virus, Barcelona, p. 68-70.
[6]
Enzo Traverso (2012): La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo
XX. FCE, Buenos Aires, Argentina, p 11-12.
[7] Enzo Traverso (2012): 292.
[8]
En España fue publicado a finales de los años
ochenta el libro de Manuel Pérez Ledesma (1987): El obrero consciente. Alianza, Madrid, en el que el autor incide en
que la clase obrera tenía más de construcción cultural de una identidad que no
de realidad.
[9] Manuel Pérez Ledesma (1987): 17-18.
[10]
Resulta muy esclarecedor el libro de George Steiner (1974 [2014]): Nostalgia del absoluto. Siruela, Madrid.
Steiner afirma que el decaimiento del cristianismo creó un inmenso vacío relacionado con
las percepciones de justicia social, sentido de la historia humana, relaciones
mente-cuerpo y lugar del conocimiento en nuestra conducta moral. La nostalgia
del Absoluto que generó la erosión del cristianismo, dio lugar a tres mitologías que trataron de cubrir el vacío
cumpliendo tres condiciones: pretensión de totalidad; formas reconocibles de
inicio y desarrollo; y un lenguaje propio. Estas mitologías elaboradas en
Occidente fueron el marxismo, el psicoanálisis
y la antropología estructural, las
tres antirreligiosas pero cuya estructura, aspiraciones y pretensiones son
religiosas en su estrategia y en sus efectos según el autor. Marx, Freud y
Lévi-Strauss, son judíos y, según el autor, hay aspectos judaicos específicos
en los tres, los tres arrancan de la metáfora compartida del pecado original y
cada uno incorpora aspectos del judaísmo como la promesa de redención, el
mesianismo utópico, su furia en pro de la justicia, la lógica de la historia o
la visión promisoria de Marx.
[11] Tomás
Ibáñez (2017): 216-217.
[12] Enzo
Traverso (2012): 289. Julián Casanova, “Las revoluciones siempre desembocan en
Estados autoritarios”. El Periódico de
Cataluña, 7 de mayo 2017. En esta entrevista Casanova afirma que “Las
revoluciones hoy están mal vistas, en parte porque siempre se han explicado de
forma interesada, poniendo el foco en el final sin aclarar lo que ocurre
antes”, p. 11.
[13] Enzo
Traverso (2012): 307. Resulta muy interesante la reflexión de Traverso para no
confundir memoria con historia y los diferentes tipos de memoria (personal,
colectiva, la fabricada por los medios y la industria cultural, las políticas
memoriales o el papel que ejerce el derecho sometiendo el pasado a un entramado
legislativo que pretende enunciar su
sentido u orientar su interpretación). (vid. Pàgs 281 a 287).
[14]
Albert Camus (1951 [2015]): El hombre rebelde. Alianza, Madrid, p. 27.
[15] Mantengo el lenguaje no inclusivo
que utiliza el autor y presupongo que lo utilizó como universal incluyendo
también a las mujeres.
[16] Albert Camus (1951 [2015]):
29.
[17] Albert Camus (1951 [2015]):
262 y 292.
[18] Viktor Frankl (1946 [2015]): El hombre en busca de sentido. Herder,
Barcelona, p. 115.
ResponderEliminar"La otra tipología... de heroicidad diferente... es mixta, ensalza virtudes de generosidad, apoyo mutuo, colaboración, empoderamiento, humildad, altruismo, filantropía, emotividad, etc., y la protagonizan personas ordinarias que hacen actos extraordinarios en un momento dado."
"Esta manera diferente de entender la rebeldía sitúa siempre la revolución en el presente, sin esperar la gran noche, en cada acto personal o colectivo en el que la persona dice “no” y en el carácter irreductible de las prácticas de libertad que se encuentran enraizadas en la propia subjetividad del ser humano, así como en la unión entre vida cotidiana y acción política."
Me quedo con esto: para mí el valor a tener en cuenta siempre... ;)
Besos y cálido abrazo!!
:)
Me alegra mucho que hayas encontrado algo con lo que coincidas. La heroicidad suele estar allí donde pocas veces miramos, nos dejamos llevar por lo normativo incluso cuando hablamos de rebeldía.
EliminarBesos y abrazos!!