Uno de los efectos indeseados de cualquier nacionalismo (lo subrayo más que nada porque siempre
que hablo del nacionalismo catalán tengo que decir que incluyo al español, al
malayo, al guatemalteco y a su pastelera madre para no parecer sospechosa) es la creación de un “relato de la nación” que
implica manipulación del lenguaje y del contenido de cualquier información.
Resulta indignante que el Sr. Puigdemont diga que
piensa ir al Parlamento español para “explicar lo que piensan hacer los catalanes”,
¿a qué catalanes se refiere este señor?, seguramente se refiere a quienes él
representa con los votos obtenidos, es decir, a Junts pel sí; es posible que
incluya también a la CUP, compañero de andanzas de los primeros. Sin embargo,
resulta que quienes votaron a estos partidos no son los catalanes, son una parte de los catalanes, una parte que ni siquiera llega al 50%.
Pese a tal evidencia, se consideran con el “derecho democrático” de denunciar
déficits democráticos ajenos sin mirar los propios, denunciar corrupciones
ajenas sin mirar las propias y así hasta el infinito.
Pero distorsionar los hechos bien poco importa si estropean el “relato
nacional”. Si estas narrativas se realizan desde el poder, como ocurre en
Cataluña, la creación de falsas verdades (de la postverdad) y de mitos busca
producir silencio entre quienes no se las “creen”, mientras que, repetidos hasta la saciedad por los
fieles creyentes, se convierten en “verdades”, en falsas verdades, pero eso
poco importa. Estas “verdades” no se pueden poner en cuestión sin correr el
riesgo de ser condenados como traidores, o
botiflers a la catalana, a la
patria. Resulta más cómodo guardar
silencio que separar la verdad de la falsedad, ese es el peligro de los mitos
que, opuestos a la explicación racional del mundo, hay que aceptarlos completos aunque
sustituyan a la realidad. Todos los
nacionalismos sin excepción pretenden
construir y controlar el “relato de la nación”, vivir en un territorio
que está en plena construcción de dicho “relato” significa escuchar o leer continuamente el simplista relato nacional (o
independentista como le gusta a la izquierda que teme el término nacionalismo
como a una mala pena) que ha ido creciendo al calor del poder y de sus recursos
(medios de comunicación, ediciones, congresos, museos, becas, etc.) voceados desde las instituciones, desde
la voz “autorizada” de diputados/as, políticos/as, miembros de la llamada
sociedad civil o comentaristas de cualquier medio de comunicación que de pronto
son expertos/as en historia, en economía, en sociología, en filosofía y en
otras muchas materias.
Y ahí estamos, aguantando su postverdad, soportando
a unos dirigentes y sus aliados “anticapitalistas” (sic) hablando en mi nombre
(y en el de la mitad de la población catalana).
¡¡Puigdemont,
no me representas, no hables en mi nombre!!
Seria interesante analizar las causas por las que tanta gente se calla ante tanta "postverdad", ¿No se sabe dar respuesta a tanta mentira".
ResponderEliminarUn abrazo.
Me gustaría saberlo Emilio Manuel. Hoy mismo en el Parlamento, además de utilizar las partes de la historia que les han interesado a unos y a otros, poniéndola al servicio de sus intereses (cosa que me mosquea mucho). El Sr. Tardà ha hablado como si él representara a toda Cataluña, ha hablado como si Cataluña (ente abstracto donde los haya, igual que España o Francia) nunca hubiera intervenido en el devenir del resto de España, como si "cataluña" siempre hubiera mantenido una postura digna, coherente, honrada, etc y la "mala de españa" la hubiera intentado siempre pervertir y llevar por el mal camino. Que esa soflama nacionalista tan pedestre haya emocionado a Iglesias me parece patético, la verdad. Pobre izquierda... ¿dónde está?
EliminarUn abrazo!!
ResponderEliminarBesos!!
Abrazos :)
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