Creador Matthew Willis
La
socialdemocracia hace más de cien años que se definió como un socialismo
realista que abandonaba las utopías para promover mayor equidad económica e
igualdad social aceptando la economía capitalista. A la vista está que, si el
foco con el que miramos es global, su fracaso es estrepitoso, las desigualdades
no solo no han disminuido, sino que se han incrementado en el planeta. Es
cierto que, los llamados países occidentales, lograron un «estado de bienestar»
tras la II Guerra Mundial que mejoró la situación social en sus países, pero
que nunca se pudo generalizar y se alimentó de colonialidad[1]. La caída de la URSS favoreció
el desmantelamiento de dicho «estado del bienestar» y la extensión del
neoliberalismo.
El neoliberalismo se acompañó también del paso del
fordismo al posfordismo (años 80 del siglo XX) que supuso la reorganización de
los medios de producción y distribución: desregulación del capital y el
trabajo, puestos temporales y externalización del trabajo, además de la
cibernetización creciente del espacio de trabajo[2]. Hoy los trabajadores y
trabajadoras deben adquirir nuevas habilidades en su deambular de puesto en
puesto, de empresa en empresa. La organización del trabajo se descentraliza,
las redes horizontales sustituyen la jerarquía piramidal y la flexibilidad se
transforma en precariedad, desazón e inseguridad, algo que repercute en la
salud de las personas.
La socialdemocracia no se plantea en ningún caso
erradicar el capitalismo, en ningún caso va a desarrollar una política que
pueda revertir estas tendencias (no creo que esté dentro de su agenda política
y tampoco se lo permitiría la UE), eso es un sueño impensable, se conforma con mitigar
sus excesos escondiendo nuestra complicidad con las redes planetarias de la
opresión.
El realismo socialdemócrata alguna vez significó estar
a tono con la realidad experimentada, ahora no. El PSOE y su secretario general
intenta convencernos de que hay que someterse a una realidad moldeable, capaz
de cambiar y reconfigurarse en cualquier momento y en cualquier tema. Ninguna
decisión es definitiva, siempre se puede revisar y cambiar si la situación lo
requiere (y la necesidad de votos para reeditar un gobierno «progresista» es
una razón de peso). Resulta curioso que, en realidad, parece que no rechazan lo
dicho con anterioridad, su relato, difundido por los medios de comunicación
afines, indica simplemente desmemoria respecto a lo dicho en el pasado
inmediato. La capacidad de Sánchez y su partido para pasar de un plano a otro
de la realidad no puede sino maravillar.
Ahora resulta que decir una cosa en campaña y
olvidarla en postcampaña, y decir lo contrario, es propia de un gran estadista
como oí el otro día en la radio. El olvido, la desmemoria o el desorden de la
memoria se convierte en la estrategia para mantenerse en el poder, para
adaptarse a las circunstancias cambiantes de la política actual. Necesita, no
obstante, que le acompañe una especie de olvido colectivo inducido. Para eso
lleva días trabajando la maquinaria socialista con todos los recursos a su
alcance.
Mi duda es si los dirigentes actuales del PSOE (los
antiguos ya marcaron la pauta con los famosos Pactos de la Moncloa, el
referéndum de la OTAN con el olvido más «glorioso» que yo haya visto, la
reconversión industrial y otras lindezas) tienen creencias firmes de las que
arrepentirse o por el contrario son conscientes vendedores de humo con cara
aburrida e indiferente.
[1] El
colonialismo o colonialidad es un proceso/movimiento, un movimiento social
total, la perpetuación del cual se explica por la persistencia de formaciones
sociales procedentes de la colonización. Esta distinción en Françoise Vergès
(2022): Un feminisme descolonial. Barcelona, Virus, p. 29.
[2] Mark Fisher (2016-2018): Realismo
capitalista. ¿No hay alternativa? Buenos Aires, Caja Negra, p. 64.
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