lunes, 23 de octubre de 2023

EL DESORDEN DE LA MEMORIA DE LA CLASE POLÍTICA

 

Creador Matthew Willis


La socialdemocracia hace más de cien años que se definió como un socialismo realista que abandonaba las utopías para promover mayor equidad económica e igualdad social aceptando la economía capitalista. A la vista está que, si el foco con el que miramos es global, su fracaso es estrepitoso, las desigualdades no solo no han disminuido, sino que se han incrementado en el planeta. Es cierto que, los llamados países occidentales, lograron un «estado de bienestar» tras la II Guerra Mundial que mejoró la situación social en sus países, pero que nunca se pudo generalizar y se alimentó de colonialidad[1]. La caída de la URSS favoreció el desmantelamiento de dicho «estado del bienestar» y la extensión del neoliberalismo.

El neoliberalismo se acompañó también del paso del fordismo al posfordismo (años 80 del siglo XX) que supuso la reorganización de los medios de producción y distribución: desregulación del capital y el trabajo, puestos temporales y externalización del trabajo, además de la cibernetización creciente del espacio de trabajo[2]. Hoy los trabajadores y trabajadoras deben adquirir nuevas habilidades en su deambular de puesto en puesto, de empresa en empresa. La organización del trabajo se descentraliza, las redes horizontales sustituyen la jerarquía piramidal y la flexibilidad se transforma en precariedad, desazón e inseguridad, algo que repercute en la salud de las personas.

La socialdemocracia no se plantea en ningún caso erradicar el capitalismo, en ningún caso va a desarrollar una política que pueda revertir estas tendencias (no creo que esté dentro de su agenda política y tampoco se lo permitiría la UE), eso es un sueño impensable, se conforma con mitigar sus excesos escondiendo nuestra complicidad con las redes planetarias de la opresión.

El realismo socialdemócrata alguna vez significó estar a tono con la realidad experimentada, ahora no. El PSOE y su secretario general intenta convencernos de que hay que someterse a una realidad moldeable, capaz de cambiar y reconfigurarse en cualquier momento y en cualquier tema. Ninguna decisión es definitiva, siempre se puede revisar y cambiar si la situación lo requiere (y la necesidad de votos para reeditar un gobierno «progresista» es una razón de peso). Resulta curioso que, en realidad, parece que no rechazan lo dicho con anterioridad, su relato, difundido por los medios de comunicación afines, indica simplemente desmemoria respecto a lo dicho en el pasado inmediato. La capacidad de Sánchez y su partido para pasar de un plano a otro de la realidad no puede sino maravillar.

Ahora resulta que decir una cosa en campaña y olvidarla en postcampaña, y decir lo contrario, es propia de un gran estadista como oí el otro día en la radio. El olvido, la desmemoria o el desorden de la memoria se convierte en la estrategia para mantenerse en el poder, para adaptarse a las circunstancias cambiantes de la política actual. Necesita, no obstante, que le acompañe una especie de olvido colectivo inducido. Para eso lleva días trabajando la maquinaria socialista con todos los recursos a su alcance.

Mi duda es si los dirigentes actuales del PSOE (los antiguos ya marcaron la pauta con los famosos Pactos de la Moncloa, el referéndum de la OTAN con el olvido más «glorioso» que yo haya visto, la reconversión industrial y otras lindezas) tienen creencias firmes de las que arrepentirse o por el contrario son conscientes vendedores de humo con cara aburrida e indiferente.

 Laura Vicente 

 



[1] El colonialismo o colonialidad es un proceso/movimiento, un movimiento social total, la perpetuación del cual se explica por la persistencia de formaciones sociales procedentes de la colonización. Esta distinción en Françoise Vergès (2022): Un feminisme descolonial. Barcelona, Virus, p. 29.

[2] Mark Fisher (2016-2018): Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? Buenos Aires, Caja Negra, p. 64.

 

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