viernes, 3 de noviembre de 2023

LOS GIMENÓLOGOS: A ZARAGOZA O AL CHARCO Zaragoza, 20 octubre 2023

 



 Los Gimenólogos

Nada en los libros de Los Gimenólogos, recorre la senda habitual de la Historia hegemónica avalada por la Academia (todo con mayúsculas). No es el primer libro que leo de este grupo, ya me quedé enamorada de su trabajo con otro libro: En busca de los Hijos de la noche. Notas sobre los Recuerdos de la guerra de España de Antoine Gimenez que apoya perfectamente este libro titulado: Del amor, la guerra y la revolución. Recuerdos de la guerra de España.

No es habitual la autoría colectiva y tampoco lo es su manera de entender la historia. A Los Gimenólogos no les interesa la historia como «pasado» desligado del presente. No creo que les mueva la curiosidad o la nostalgia por recuperar ese pasado, sino que les guía la preocupación por el presente. Comparto con este grupo que el pasado afecta al presente y, por ello, comparto que la historia tiene una dimensión política que Los Gimenologos no ocultan y yo tampoco, cosa que hacen por sistema los historiadores e historiadoras de la Academia que nos tildan de hacer «historia militante» como si ellos y ellas hicieran otra cosa.

La gimenología, dice el grupo, es la ciencia que estudia las andanzas de los ilustres y utópicos desconocidos y desconocidas. Buscan algo que a mí me atrae mucho:  capturar la autonomía de cada iniciativa, la singularidad de cada acontecimiento y de cada persona que investigan, descienden en lo ordinario, en lo común, en lo invisibilizado por la Historia dominante y se niegan a universalizarlo como hace esa mayúscula Historia. Podría parecer que tejen mosaicos precarios, pero eso no lo veo como debilidad sino como potencia en tanto que se resisten a la totalización y a la clausura de sentido.

 El libro

El mosaico de historias se compone de cuatro personajes: Florentino Galván Trías, Emilio Marco Pérez, Juan Peñalver Fernández e Isidro Benet Palou. No son personajes de primera fila del mundo libertario y eso lo hace doblemente interesante. Quizás haya que empezar por singularizar a aquellas personas que sobresalieron y, a veces, se convirtieron, con razón o sin ella, en referentes, en líderes de un movimiento que proclama que no los tiene. En todo caso, las personas comunes son individualidades que personalizan el potencial de la inteligencia colectiva que mostró su capacidad de organización a partir del 19 de julio de 1936. Simples trabajadores, hombres y mujeres comunes, demostraron su capacidad para hacer funcionar fábricas, tierras, transporte, comercios, administraciones, escuelas, hospitales, guarderías y milicias.

Los relatos en torno a estos cuatro hombres implicados en las milicias del frente aragonés nos permiten aproximarnos a la revolución que se produjo en la retaguardia cercana al frente y su influencia en los habitantes del agro aragonés.

En estas historias se puede seguir cómo se formaba la militancia desde su niñez, que duraba poco, y así se entiende que cuando se produce el golpe de Estado, pese a su profundo antimilitarismo, no duden en marchar en alpargatas al frente de batalla para defender una revolución social con la que varias generaciones habían soñado.

 Y justamente, me gustaría hablar del «momento» de esa revolución soñada que la memoria (ahora llamada «democrática»), auspiciada por el poder, quiere matar

Cuando se produjo en España el golpe de Estado se rompió de forma intempestiva el tiempo «normal» de la existencia, el tiempo de la dominación. Este imponía sus ritmos, fijaba el ritmo del trabajo, el de los cuidados, el de la reproducción, el de los comicios, el orden de la adquisición de conocimientos y diplomas, etc. La distorsión del tiempo homogéneo que se produjo con el alzamiento militar fue una interrupción, un momento donde la gente común en la calle opuso su propio orden del día a la agenda de los aparatos gubernamentales. Este «momento» no solo fue un punto efímero de interrupción del flujo temporal, un punto que se desvanece en el curso del tiempo, sino que fue un «momentum», señala Rancière, un desplazamiento de los equilibrios y la instauración de otro curso del tiempo, «una reconfiguración del universo de los posibles»[1], es decir, mutaciones efectivas del paisaje de lo visible, de lo decible y de lo pensable[2].

El golpe de Estado se detiene en la calle y lo hace la gente común, simples trabajadores y trabajadoras impulsados especialmente, aunque no únicamente, por la CNT y el anarquismo. La sublevación militar debilitó gravemente el Estado republicano; como mínimo provocó el colapso de sus mecanismos de coerción por la división que el golpe provocó en el ejército y en las fuerzas de seguridad y, además, no pudo impedir que el protagonismo popular diese paso a un proceso revolucionario allí donde la CNT tenía una presencia mayoritaria. El «momento anarquista»[3] se produjo, por tanto, por la aparente desaparición de las instituciones estatales y el debilitamiento de la influencia de los partidos institucionales.

Este «momento anarquista» es indudable que produjo efectos diversos, poliédricos. Más allá de las transformaciones que se iniciaron enseguida vinculadas con la economía, la política y lo militar, hubo otros efectos que pasaron por la actividad del cuerpo y los afectos, por el cuidado de los vínculos, en definitiva, por la sostenibilidad de la vida, muy valiosa en tiempos de guerra. Esta otra eficacia, ha sido muy poco pensada y valorada[4] y en realidad forma parte, aunque invisibilizada, del conjunto del sistema socioeconómico. La revolución tiene un componente de experiencia corporal y así se aprecia en este libro: la fortaleza de seres humanos que, de improviso, se fusionaron y actuaron como un solo cuerpo[5].

Dice Amador Fernández-Savater[6] que los anarquistas en el verano de 1936 allí por donde pasaban, allá donde podían, «revolucionaron la vida»: los modos de hacer y pensar, la relación con el trabajo y el dinero, el reparto de la tierra y las formas de decisión en común, el papel de las mujeres, los hábitos y las costumbres. Son momentos al margen, espontáneos, muchas veces desordenados, llenos de vida que superaban la ideología doctrinaria arraigándose en la existencia, momentos en los que primaba la horizontalidad, la toma de decisiones en igualdad, el deseo y el entusiasmo. El desafío fue hacer de todo ello una fuerza, sin importar la condición social, el género, la religión o la raza.

No fue ninguna novedad que el anarquismo atrajera o fuera atractivo para la parte de la sociedad considerada por las gentes de orden como la más vil y despreciable. Recordemos, con Los Gimenólogos en En busca de los hijos de la Noche, la carta que Mijail Bakunin dirigió a Serguei Netchaev el 2 de junio de 1870[7], en ella habla del «(…) pueblo cosaco o el mundo de los bandidos y de los salteadores de caminos» como gentes del pueblo que actúan «contra la opresión del estado y contra el yugo patriarcal y comunitario». Bakunin estaba convencido que para despertar en el pueblo ruso la solidaridad y el sentimiento de su poder, para conseguir una sublevación general, uno de los principales medios «debe ser aportado por el pueblo de los cosacos libres, por la multitud de nuestros vagabundos, los peregrinos, los ladrones y los bandidos (…) [gente] que protesta desde tiempos inmemoriales contra el Estado y el estatismo (…)». No son excepcionales las gentes anarcosindicalistas y anarquistas que tienen su origen en la pequeña delincuencia o en una rebeldía difusa sin vocación estatal que acabaron siendo personas muy activas e incluso tuvieron cargos de relevancia al frente de las organizaciones. El «momento anarquista» del verano de 1936 ejerció una gran influencia, como vemos en este libro, sobre muchas de esas personas rebeldes, situadas algunas al margen de la sociedad, algo que fue utilizado por sus enemigos para desprestigiar al Movimiento Libertario.

Quizás por ese componente tan heterogéneo del ámbito libertario y anarquista, su práctica fue también un conglomerado de dudas, libertad, afinidad, discusión, igualdad, cordialidad, amistad, muy difícil de manejar y disciplinar. Pero por eso mismo, pese a lo que significaba una guerra en cuanto a dolor y muerte, numerosos testimonios afirmaron que la revolución fue alegre y que fueron felices durante la guerra. Como señala Enzo Traverso muchos actores de las revoluciones «(…) las describen como momentos maravillosos de ingravidez, cuando los seres humanos se ven habitados de improviso por la sensación de superar la ley de la gravedad y, desechando todas las formas heredadas de sometimiento y obediencia, se convierten en amos de su destino»[8].

Leyendo este mosaico de historias sabemos que la revolución va mucho más allá del hecho de que el pueblo estuviera armado o de las colectivizaciones. La revolución, si lo es, transforma   la existencia, pone en marcha una mutación cultural profunda que inventa, experimenta y explora las capacidades individuales y colectivas de quienes se emancipan. En ese proceso, la retaguardia y las mujeres tuvieron un papel fundamental y lo echo en falta en este libro donde ellas aparecen como personajes secundarios.

 Matar su recuerdo.

En este libro no se ocultan las dificultades, las contradicciones, las situaciones no previstas, las reacciones diversas (autoritarias y solidarias) que una empresa como la de transformar la sociedad conllevan. De hecho, en la segunda parte del libro se introducen dos «Crónicas» y en la segunda se encara el tema de la violencia revolucionaria descendiendo a casos concretos que se dieron en Barcelona y en el campo aragonés. Especial interés tiene el apartado dedicado a la historia basura antilibertaria durante la Guerra Civil (prolongada en la actualidad) puesto que no ha cesado la descripción de la revolución como la irrupción de fuerzas sociales oscuras, rayando en la delincuencia, violentas e incultas.

Si se logra invisibilizar toda la obra constructiva, innovadora y transformadora del Movimiento Libertario, solo queda que muera el recuerdo de aquello que puede producir efectos sobre el presente. Descargar, desde el poder político, mediático y académico, toda la basura antilibertaria contra unas experiencias emancipadoras que es mejor enterrar tiene como objetivo que desde el presente, no se puedan percibir posibles futuros emancipadores y nos conformemos con sus pobres proyectos «progresistas», triste vaselina de un neoliberalismo que no pueden ocultar. Si nos prohíben el futuro, el pasado solo se repite una y otra vez bajo la forma de la nostalgia y la retromanía.

Así que tenemos que celebrar proyectos como el de Los Gimenólogos y otros que se obstinan en seguir trayendo esa obra al presente. No para tratar de imitarla, sino como señala Tomás Ibáñez para dar a conocer que aquellas gentes tuvieron la osadía de atreverse a luchar y que se sepa por qué y cómo lo hicieron, y desde ahí innovar, inventar, levantar en el presente algo tan original como lo que se consiguió levantar en el pasado.

 

[1]  Jacques Rancière (2011): Momentos políticos, Madrid, Clave Intelectual, p. 141.

[2] Jacques Rancière (2010): La noche de los proletarios. Archivos del sueño obrero. Tinta Limón, Buenos Aires, p. 9

[3] J. Rancière en Momentos políticos, p, 141.

[4] Amador Fernández-Savater (2021): La fuerza de los débiles. El 15 M en el laberinto español. Un ensayo sobre la eficacia política.

[5] Enzo Traverso (2022): Revolución. Una historia intelectual. España, Akal, p. 97.

[6] A. Fernández-Savater: La fuerza de los débiles, p. 115.

[7] Los Gimenólogos (2009): En busca de los Hijos de la Noche. Notas sobre los Recuerdos de la guerra de España de Antoine Gimenez. Pepitas de calabaza, Logroño, pp. 590-591.

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