La lectura del libro Borderlands/La
frontera. La nueva mestiza de Gloria Anzaldúa[1] me
ha sugerido diversas impresiones-reflexiones que se han desbordado por el
contenido de la propuesta. Era consciente de que me iba a enfrentar a un libro
diferente, una manera no académica de entender la teoría queer, un libro en el que la poesía tenía un gran protagonismo (más
de un tercio del libro) como forma de expresión de su experiencia y de su
manera de entender el feminismo.
El espacio de Anzaldúa era el de la mezcla de culturas,
de feminismos, de géneros de escritura, de identidades, de espiritualidad. Ella
se definía como activista chicana, puesto que nació en Harlinger (Texas), la
parte mexicana que ocupó Estados Unidos a
raíz del conflicto bélico que se produjo entre 1846 y 1848 (era tejana de
séptima generación). Anzaldúa invocaba (se
auto invocaba así misma) a la «nueva mestiza», un sujeto consciente de sus conflictos de
identidad que retaba el pensamiento binario occidental desde un feminismo
decolonial que destacaba la intersección de conflictos sexo/género, clase
social y raza, estableciendo una relación con la cultura impuesta por el
colonialismo.
Pese a que mi interés por estos planteamientos feministas
es grande, el libro de Anzaldúa no me ha interesado tanto como esperaba. La
propia autora, y comparto su opinión, consideraba que la palabra era (y es) una
máquina de producción del mundo[2].
Hay una pugna y tensión en los modos de decir/se y decir/nos que no es negativa
sino que debe impulsarnos a ver las posibilidades de articulación política que
hay ahí. Me parece que Anzaldúa en este
libro entra en ese reto de traducir la tensión y la incomodidad del decir
(se/nos) en posibilidades políticas, sin embargo tengo serias dudas sobre su
manera de hacerlo.
Parto de la necesidad de un marco global para pensar los feminismos sin por ello universalizar la experiencia de todas las mujeres. Anzaldúa toma el camino, en este libro, de la biografía y la genealogía, un camino para salir de la invisibilidad y el silencio forzado, que tiene muchas posibilidades pero también riesgos.
Entre las posibilidades está el reconocimiento de las
vidas queer con toda la complejidad
de alegrías y tristezas, potencialidades e imposibilidades, encuentros y
pérdidas. Entre los riesgos está la deriva hacia un individualismo que puede
reducir las posibilidades de la lucha colectiva y hacia un esencialismo que puede
conducir al conservadurismo.
La idea de que a través de la narración de la experiencia
personal las mujeres pueden llegar a una toma de conciencia susceptible de movilizar lo suficiente como para provocar
el final de la organización social que explota y ejerce el dominio patriarcal es
cuestionable. La importancia del yo-sujeto parte de una idea, que no comparto,
basada en que las personas tenemos una «naturaleza intrínseca» enterrada bajo
la personalidad que el colonialismo, en el caso de Anzaldúa, le había impuesto[3].
Realmente lo que podemos tomar como natural no responde a ninguna esencia,
sino que resulta de un conjunto de prácticas que lo han instituido. No se
trata, siguiendo a Foucault, de rescatar lo que está enterrado, oculto por las apariencias normativas, sino deconstruir
dichas apariencias para ver cómo han sido construidas, no hay ninguna
«naturaleza intrínseca» enterrada, no hay ninguna determinada forma del ser fija
e inamovible.
La realidad se desagrega en una multitud de formas de
poder y de hegemonía y la acción colectiva susceptible de transformar esa
realidad también se divide en multitud de prácticas difíciles de conectar
entres sí. Las identidades múltiples definen una lucha contra las opresiones
apoyándose sobre el análisis de los procesos sociales globales. Si todo el
mundo oprime de una forma o de otra, el objetivo acaba por no ser el cambio de las estructuras sino de las personas una a
una, cada una luchando sobre su terreno por su identidad. La política propuesta
es, pues, una deconstrucción individual, basada en nociones provisionales en
devenir y fragmentadas.
La herencia de la Ilustración y del pensamiento racional
es señalada como la causante del colonialismo por parte del hombre (y la mujer)
blanco occidental, de clase media y heterosexual. El universalismo debe ser
fuertemente criticado puesto que coexiste con la exclusión, la dominación y el
colonialismo, y la cultura occidental no tiene ninguna lección a dar a otras
culturas del mundo. Pero no comparto la idea de que las culturas formen grupos
homogéneos e inmutables ignorando aspectos claves como la clase social o el
género que distorsionan e introducen grandes diferencias en el hecho cultural.
La identidad cultural
de cada persona es un bien precioso a defender porque es su riqueza y
evita la uniformización, es necesario luchar por mantener la variedad cultural
sobre la Tierra, sin olvidar que todas las culturas tienen aspectos criticables.
Las culturas solo viven si son libres de evolucionar. La idea de que las
culturas tienen un origen antiguo que marca su autenticidad y que deben
conservarse sin variación, nos adentran en un peligroso esencialismo[4].
El libro de Anzaldúa, desde mi punto de vista, está
excesivamente centrado en el yo-sujeto, considerando que a través de una
orientación espiritual, basada en una sospechosa superioridad ética, se pueden
obtener objetivos feministas colectivos y transformadores. La espiritualidad no
está exenta de un reverso inquietante cuando la autora habla de que los
blancos, pero también buena parte de «nuestra propia gente» (el pueblo chicano)
«se han separado de sus raíces espirituales y han tomado nuestras obras
artísticas espirituales en un intento inconsciente de recuperar esas raíces».
Para ello es mejor abandonar el modelo occidental: los mitos griegos y el punto
de vista escindido del cartesianismo y «enraicémonos en el suelo y el alma
mitológicos de este continente»[5]. Anzaldúa
pobló su libro de creencias en que esa «alma mitológica», esas «raíces
espirituales» inmunizaban contra el poder masculino consolidado en
comportamientos autoritarios y valores jerárquicos propios de sociedades
patriarcales, idealizando de esta manera la importancia de dicha espiritualidad.
[1] Gloria Anzaldúa (2016): Borderlands.
La frontera. La nueva mestiza. Madrid, Capitán Swing.
[2] Una
formula muy interesante que aparece en el libro de Judith Butler, Virginia Cano
y Laura Fernández (2019): Vidas en lucha.
Conversaciones. Buenos Aires, Katz Editores, p. 21.
[3] Gloria Anzaldúa: Borderlands, p. 56.
[4] Estas reflexiones sobre la cultura en Vanina (2020): Où va le féminisme. Acratie, pp. 80 y
82.
[5] Gloria Anzaldúa: Borderlands, p. 123.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios siempre aportarán otra visión y, por ello, me interesan.