martes, 3 de noviembre de 2020

LA PALABRA DE GLORIA ANZALDÚA COMO MÁQUINA DE PRODUCCIÓN DEL MUNDO


La lectura del libro Borderlands/La frontera. La nueva mestiza de Gloria Anzaldúa[1] me ha sugerido diversas impresiones-reflexiones que se han desbordado por el contenido de la propuesta. Era consciente de que me iba a enfrentar a un libro diferente, una manera no académica de entender la teoría queer, un libro en el que la poesía tenía un gran protagonismo (más de un tercio del libro) como forma de expresión de su experiencia y de su manera de entender el feminismo.

El espacio de Anzaldúa era el de la mezcla de culturas, de feminismos, de géneros de escritura, de identidades, de espiritualidad. Ella se definía como activista chicana, puesto que nació en Harlinger (Texas), la parte mexicana que  ocupó Estados Unidos a raíz del conflicto bélico que se produjo entre 1846 y 1848 (era tejana de séptima generación).  Anzaldúa invocaba (se auto invocaba así misma) a la «nueva mestiza», un sujeto consciente de sus conflictos de identidad que retaba el pensamiento binario occidental desde un feminismo decolonial que destacaba la intersección de conflictos sexo/género, clase social y raza, estableciendo una relación con la cultura impuesta por el colonialismo.

Pese a que mi interés por estos planteamientos feministas es grande, el libro de Anzaldúa no me ha interesado tanto como esperaba. La propia autora, y comparto su opinión, consideraba que la palabra era (y es) una máquina de producción del mundo[2]. Hay una pugna y tensión en los modos de decir/se y decir/nos que no es negativa sino que debe impulsarnos a ver las posibilidades de articulación política que hay ahí. Me parece que  Anzaldúa en este libro entra en ese reto de traducir la tensión y la incomodidad del decir (se/nos) en posibilidades políticas, sin embargo tengo serias dudas sobre su manera de hacerlo.

Parto de la necesidad de un marco global para pensar los feminismos sin por ello universalizar la experiencia de todas las mujeres. Anzaldúa toma el camino, en este libro, de la biografía y la genealogía, un camino para salir de la invisibilidad y el silencio forzado, que tiene muchas posibilidades pero también riesgos.

Entre las posibilidades está el reconocimiento de las vidas queer con toda la complejidad de alegrías y tristezas, potencialidades e imposibilidades, encuentros y pérdidas. Entre los riesgos está la deriva hacia un individualismo que puede reducir las posibilidades de la lucha colectiva y hacia un esencialismo que puede conducir al conservadurismo.

La idea de que a través de la narración de la experiencia personal las mujeres pueden llegar a una toma de conciencia susceptible  de movilizar lo suficiente como para provocar el final de la organización social que explota y ejerce el dominio patriarcal es cuestionable. La importancia del yo-sujeto parte de una idea, que no comparto, basada en que las personas tenemos una «naturaleza intrínseca» enterrada bajo la personalidad que el colonialismo, en el caso de Anzaldúa, le había impuesto[3]. Realmente lo que podemos tomar como natural no responde a ninguna esencia, sino que resulta de un conjunto de prácticas que lo han instituido. No se trata, siguiendo a Foucault, de rescatar lo que está enterrado, oculto por las apariencias normativas, sino deconstruir dichas apariencias para ver cómo han sido construidas, no hay ninguna «naturaleza intrínseca» enterrada, no hay ninguna determinada forma del ser fija e inamovible.

La realidad se desagrega en una multitud de formas de poder y de hegemonía y la acción colectiva susceptible de transformar esa realidad también se divide en multitud de prácticas difíciles de conectar entres sí. Las identidades múltiples definen una lucha contra las opresiones apoyándose sobre el análisis de los procesos sociales globales. Si todo el mundo oprime de una forma o de otra, el objetivo acaba por no ser el cambio de  las estructuras sino de las personas una a una, cada una luchando sobre su terreno por su identidad. La política propuesta es, pues, una deconstrucción individual, basada en nociones provisionales en devenir y fragmentadas. 

La herencia de la Ilustración y del pensamiento racional es señalada como la causante del colonialismo por parte del hombre (y la mujer) blanco occidental, de clase media y heterosexual. El universalismo debe ser fuertemente criticado puesto que coexiste con la exclusión, la dominación y el colonialismo, y la cultura occidental no tiene ninguna lección a dar a otras culturas del mundo. Pero no comparto la idea de que las culturas formen grupos homogéneos e inmutables ignorando aspectos claves como la clase social o el género que distorsionan e introducen grandes diferencias en el hecho cultural.

La identidad cultural  de cada persona es un bien precioso a defender porque es su riqueza y evita la uniformización, es necesario luchar por mantener la variedad cultural sobre la Tierra, sin olvidar que todas las culturas tienen aspectos criticables. Las culturas solo viven si son libres de evolucionar. La idea de que las culturas tienen un origen antiguo que marca su autenticidad y que deben conservarse sin variación, nos adentran en un peligroso esencialismo[4].

El libro de Anzaldúa, desde mi punto de vista, está excesivamente centrado en el yo-sujeto, considerando que a través de una orientación espiritual, basada en una sospechosa superioridad ética, se pueden obtener objetivos feministas colectivos y transformadores. La espiritualidad no está exenta de un reverso inquietante cuando la autora habla de que los blancos, pero también buena parte de «nuestra propia gente» (el pueblo chicano) «se han separado de sus raíces espirituales y han tomado nuestras obras artísticas espirituales en un intento inconsciente de recuperar esas raíces». Para ello es mejor abandonar el modelo occidental: los mitos griegos y el punto de vista escindido del cartesianismo y «enraicémonos en el suelo y el alma mitológicos de este continente»[5]. Anzaldúa pobló su libro de creencias en que esa «alma mitológica», esas «raíces espirituales» inmunizaban contra el poder masculino consolidado en comportamientos autoritarios y valores jerárquicos propios de sociedades patriarcales, idealizando de esta manera la importancia de dicha espiritualidad.

 

 



[1] Gloria Anzaldúa (2016): Borderlands. La frontera. La nueva mestiza. Madrid, Capitán Swing.

[2] Una formula muy interesante que aparece en el libro de Judith Butler, Virginia Cano y Laura Fernández (2019): Vidas en lucha. Conversaciones. Buenos Aires, Katz Editores, p. 21.

[3] Gloria Anzaldúa: Borderlands, p. 56.

[4] Estas reflexiones sobre la cultura en Vanina (2020): Où va le féminisme. Acratie, pp. 80 y 82.

[5] Gloria Anzaldúa: Borderlands, p. 123.


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