Kati Horna
Cuando
buscas las huellas, los ecos, las resonancias de la revolución que Mujeres
Libres hizo suya, dándole la vuelta al papel que sus compañeros reservaban para
ellas, encuentras noticias que muestran las dificultades que tuvieron que
afrontar las anarquistas. Estas «huellas» se han encontrado en Solidaridad
Obrera, «órgano de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña y
portavoz de la CNT de España».
Estaba
leyendo este diario en torno a agosto de 1937, mes en el que Mujeres Libres
celebró la Conferencia en la que se constituyeron como Federación Nacional. En ese
año seguía vivo, aunque dañado, un proceso de revolución social en el contexto
de la Guerra Civil en el que habían participado las mujeres anarquistas desde
espacios libertarios diferentes. Mujeres Libres hacía once meses que existía y
había aprovechado ese tiempo para organizarse, crecer con rapidez inesperada y
reapropiarse de la revolución a su manera corporal y vivencial.
Vamos
a hablar del pasado entendiendo que una «verdadera revolución solamente puede
surgir a partir de un tiempo radicalmente nuevo, todo presente, tiempo-ahora»[1]. No se trata de romper con
el pasado, lo que presupondría ignorar una poderosa relación con lo que fue y
lo que será; se trata antes bien de vivir el presente en toda su dimensión de ahoridad,
comprendiéndolo en cuanto punto focal en el que toda la historia se
concentra.
Esta
concepción de la historia está incrustada profundamente en cada presente.
La
mayor parte de los hombres anarquistas se centraron en hacer la revolución en
el contexto de la guerra (esta es como una ola que lo inunda todo en Solidaridad
Obrera). No hay espacio para las mujeres, no hay espacio para Mujeres
Libres, no hay espacio para una revolución de la vida que es en lo que andaban
las mujeres anarquistas sin desatender las necesidades de dicha guerra.
No
tenían tiempo para prestar atención a lo que hacían las mujeres y, en general,
las siguieron tratando con condescendencia, paternalismo y superioridad. Algo
muy perceptible en el hecho de que, mientras Mujeres Libres celebraba en
Valencia la mencionada Conferencia para constituir la Federación Nacional (del
20 al 22 de agosto), Solidaridad Obrera, el día 22, en su sección
«La pregunta del día», se dirigía a las
mujeres obreras de una forma muy peculiar, perdonadme el eufemismo, al preguntarles
qué opinaban de la guerra y la revolución. El diario reconocía que las mujeres
«lo dieron todo», como les correspondía como mujeres sacrificadas, y eligió a una
madre, una viuda y una muchacha antifascista para que respondieran a sus
preguntas: «Se trata de saber lo que opina el sexo débil de esta inmensa
epopeya que vivimos» (…)».
Una epopeya masculina, se sobrentiende…
No les cuadra a las obreras ser el sexo
débil, pero todo queda claro cuando lo que se resalta no es su trabajo
productivo sino su condición de madre, viuda o muchacha antifascista.
La madre es caracterizada como «matronil y rozagante», la viuda como «mujer
resignada y de aspecto triste que lleva a una niña de la mano».
En realidad, ninguna de ellas dio su opinión
sobre la guerra y la revolución salvo para decir que lo habían dado todo:
una tenía cinco hijos combatientes, la viuda había perdido a su pareja en las
barricadas en julio del 36 y la «muchacha» consideraba a los soldados como los «auténticos
héroes».
Ellas vivían la guerra y la revolución a
través de ellos, según la subjetividad masculina.
Pocos días después, Solidaridad
Obrera informó sobre el mitin de clausura de la Conferencia
de Mujeres Libres (1 de septiembre), tituló la breve noticia como: «Importante mitin
de Mujeres Libres, en Valencia». La importancia del mitin se refería a aquello
que les pareció más destacado: la «misión principal de la mujer, [era] la de
ser educadora de sus hijos».
Nada nuevo bajo el
sol, como si no hiciera más de un año que se había iniciado una revolución
social.
En el mitin
hablaron: Luisa García
Boronat, de las Juventudes Libertarias de Valencia, María Jiménez, Secretaria
del Comité Regional de Cataluña de Mujeres Libres, Mercedes Comaposada,
redactora de la revista Mujeres Libres y Federica Montseny que nunca
formó parte de esta organización y revista. Pues bien, solo mencionaron a Federica,
obviando los nombres de las auténticas protagonistas, destacando de sus
palabras que «la misión de la mujer es criar a los hijos y al mismo tiempo el mundo
para los hijos».
Una parte
importante de estas noticias las firmaba el redactor corresponsal Ben
Krimo, es decir León Azerrat Cohén, un periodista judío libertario. En
su crónica telefónica desde la Conferencia de la constitución de la Federación
Nacional afirmaba:
«La mujer ha venido a la vida a cumplir misiones
profundas y elevadas. Es madre, hija, compañera y hermana. Lo da todo y no
exige nada. Hasta ahora, la mujer para muchos es un objeto más de placer en
nuestra vida y sería magnífico borrar esta terrible concepción de la mujer».
La imagen que los hombres tenían de las mujeres
anarquistas estaba siendo cuestionada desde hacía tiempo, pero con muchas
dificultades. Para ellos, las mujeres existían como su complemento, «la otra»
que solo tenía sentido en referencia a ellos: madre, hija, compañera y hermana.
Ah, y como no, objetos de placer.
Las dificultades resuenan como ecos en el presente,
no son las mismas, pero persisten.
La revolución tuvo sus
límites, y uno relevante fue que consideraron a las mujeres como reproductoras
y cuidadoras y poca cosa más, ni siquiera advirtieron que estas, desde esos
espacios tradicionales, revolucionaron la existencia, fueron más allá que ellos
mismos. Ya lo decía el propio Ben Krimo: «Hasta ahora enfrascados los
hombres en nuestros problemas, no hemos tenido tiempo o no hemos querido
prestar a la mujer la atención que merece». Es decir, no se enteraban de lo que
pasaba a su alrededor y continuaban con su concepción paternalista, patriarcal
y panoli.
No se enteraban, pero
molestaban.
Lucía Sánchez Saornil en una
entrevista que le hizo Ben Krimo acabada la Conferencia de Valencia, a
su pregunta: «Qué dificultades
encontráis para vuestro desenvolvimiento?» No dudó en responder que las «dificultades
mayores han estado en la indiferencia masculina hacia nuestras aportaciones
(…)».
Porque indudablemente las mujeres anarquistas hablaban y actuaban mucho
más allá de esa imagen de madre-hija-hermana-compañera-viuda, ocupadas siempre
en los cuidados y la infancia, funciones que no rechazaban, pero no
necesariamente definían su identidad. Veamos las respuestas de Lucía a dos
preguntas más del periodista:
-----«¿Cuáles
son vuestras labores en estos tiempos?» Y respondía Lucía:
«(…) activar la
articulación nacional de nuestras Secciones de Trabajo para aportar a la guerra
un rendimiento oportuno en la primera ocasión. También hacer propaganda de
nuestra causa en el extranjero. En este mes acudiremos al Congreso Femenino de
Ginebra, y organizaremos varios actos en París y tal vez en Bruselas. No
tratamos de captarnos las esferas oficiales. Nos importa atraernos la simpatía
y la comprensión de los pueblos».
----«¿Qué aspiraciones
inmediatas tenéis?
(…) poder intervenir en
la dirección de los destinos de nuestro país. Nuestro deseo va más lejos del
iberismo: va hasta el internacionalismo. Pero nos hemos detenido en lo
nacional, mientras logramos estrechar lazos de relaciones con nuestras
camaradas de Portugal y otros países…».
¿Qué
relación había entre el papel que otorgaban los hombres a las mujeres y la
agencia de estas? Parecen dos mundos paralelos definidos, como bien dijo Lucía,
por la indiferencia de ellos hacia las aportaciones de ellas. Quizás, dos
maneras de entender la revolución.
Sin
duda, debemos vivir el presente en toda su dimensión de ahoridad,
pero el hoy no es sino el «punto focal en el que toda la historia se
concentra», ese es uno de los sentidos de conocer el pasado.
[1]
Andityas
Matos (2023): La an-arquía que viene. Fragmentos para un diccionario de
política radical. España, Ned Ediciones, pp. 61-62.


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