Dice Ernaux, al final de Los años, que es difícil apreciar un «yo» en esta «autobiografía impersonal» y es muy cierto. La forma de abarcar su vida es captar la duración que constituye su paso por la tierra en una época determinada, ese tiempo que la ha atravesado, ese mundo que ella ha grabado, solo con vivir (nace en 1940 y esta obra se publica en 2008).
La
forma de su libro surge, por tanto, «de una inmersión en las imágenes de su
memoria para detallar los signos específicos de la época», se trata, dice la
autora, de «un relato resbaladizo» en un continuo en el que apenas da
referencias cronológicas. De esta forma Ernaux refleja de manera magistral la
dimensión vivida de la Historia a través de la memoria individual y colectiva.
Los años es un viaje en el tiempo en el que vemos cambiar las
costumbres, la cultura, las relaciones personales y familiares, al compás de
los cambios económicos, de los hábitos de consumo, del ámbito laboral y de
cuidados, de la propia sociedad francesa, de las decepciones políticas (la
reelección del socialista Mitterrand nos devolvía la tranquilidad, «más valía
vivir con la izquierda sin esperar nada que ponerse nerviosos todo el tiempo
con la derecha», de Mayo del 68, etc.
Hace una descripción magnífica de cómo se rompió el tiempo «normal» de la existencia en Mayo del 68 y se desencadenó un tiempo huracanado, un tiempo cualitativo, gozoso, no mesurable, no utilitario (Walter Benjamin):
«Una noche escuchamos (…) [que] había barricadas en el barrio Latino (…). Ahora nos dábamos cuenta de que pasaba algo y ya no teníamos ganas de de hacer vida normal al día siguiente. Nos cruzábamos, indecisos, nos reuníamos. Dejábamos de trabajar sin razón precisa ni reivindicación, por contagio, porque es imposible hacer algo cuando surge lo inesperado, salvo esperar. Lo que sucediera al día siguiente, no lo sabíamos y no buscábamos saberlo. Era un tiempo aparte».
El
transcurso de su vida personal (tomando como referencia fotografías y la
memoria) se entremezcla, como es evidente en esta cita, con los sucesos de la
época conformando una autobiografía colectiva en el que el habitual «yo» deja
paso al «nosotros» para construir un caleidoscopio de hechos, acontecimientos,
pequeños y grandes cambios y su viaje de la infancia a la adolescencia, la
madurez y la vejez.
Quizás,
la llegada a la vejez desliza sentimientos de nostalgia al ver el pasado como
parte de sí misma y sentir cierta frustración por el fracaso de la confianza en
que el progreso significaría una mejora que, ni siquiera en Francia, se ha
realizado, mucho menos en el conjunto del planeta.
Ernaux
utiliza un estilo rápido, directo, conciso, con cambios de ritmo continuos, combinando
explicaciones más largas con pequeños fragmentos de pocas líneas que inicia en
minúscula. Un estilo que te impregna mientras lees porque resulta cercano y
poco intelectualizado.
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