Por fin este libro ha salido a la calle. En marzo se quedó en puertas de entrar en la imprenta y el Covid.19 lo paralizó todo. Quizás no es el mejor momento para que un libro salga a la calle, las librerías no funcionan con normalidad y las presentaciones de libros tendrán limitaciones, pese a ello estoy contenta con su aparición.
El objetivo
principal de este libro es conocer de manera exhaustiva la revista Mujeres Libres: el contenido, su
relación con la organización del mismo nombre y, especialmente a sus
protagonistas: las redactoras y las colaboradoras. No siempre les hemos podido
poner nombre e imagen porque, en muchas ocasiones, los contenidos fueron
anónimos o firmados con pseudónimos desconocidos, de la misma manera que
tenemos imágenes de mujeres aparecidas en la revista que no podemos identificar
con nombre y apellidos.
Cuando hablamos
en el título de «La Revolución de las Palabras», hacemos referencia al papel subversivo
que tuvieron las palabras para las mujeres. La experiencia de Mujeres Libres nos muestra cómo las
mujeres compartieron sus vidas con otras desde la escritura: institutos de
Mujeres Libres, alocuciones de radio, teatro callejero, conferencias y debates,
etc. Las mujeres cambiaron a través de las palabras: escribiendo, leyendo,
conversando y escuchando a otras, así como participando activamente en Mujeres
Libres y en las diversas actividades políticas y sociales que llevaron a cabo.
Teniendo en
cuenta nuestros objetivos, el índice de este trabajo empieza por aclarar la
genealogía de cien años en que se inscribió Mujeres
Libres, constatando el largo camino que había recorrido el feminismo social
en España y, en concreto, cómo las pioneras habían sentado las bases del
feminismo anarquista que floreció en toda su plenitud cuando se constituyó la
revista y la organización Mujeres Libres en 1936.
En el libro
está muy presente la vinculación entre la fundación de la revista y un plan de
acción a largo plazo que, el estallido de la Guerra Civil y de la Revolución,
aceleró dando lugar precipitadamente a la aparición de las dos primeras
Agrupaciones de Mujeres Libres, todo ello entre los meses de mayo y septiembre
de 1936. Se trata de conocer cuál fue el
plan de actuación que pusieron en marcha sus redactoras (Lucía Sánchez Saornil,
Amparo Poch y Mercedes Comaposada) y las colaboradoras con las que contó la
revista para empezar su andadura: tanto para escribir artículos como para la
propaganda, distribución y gestión.
A
continuación, nos centramos en las protagonistas de la revista, es decir, en
sus redactoras y colaboradoras. Nueve mujeres[1]
fueron especialmente relevantes, las conocemos porque fueron las que firmaron
más artículos con nombre, seudónimo o iniciales conocidas. Somos conscientes
que la mayoría de los artículos fueron anónimos y que es muy posible que
hubiera otras mujeres que escribieran más artículos que las nueve mujeres
indicadas, en todo caso esa posibilidad es mera especulación, mientras que
estas nueve mujeres que firmaron sus artículos son una realidad tangible. Hemos
separado redactoras de colaboradoras y de cada una de ellas hemos indagado en
tres cuestiones: sus rasgos biográficos, los artículos que escribieron en Mujeres Libres y la concepción feminista
que se derivaba de dichos escritos.
Después de
las protagonistas, hemos entrado en el contenido de la revista (en sus trece
números publicados) diferenciando dos etapas marcadas por el estallido de la
Guerra Civil y de la Revolución. El contenido de la revista en la primera etapa
fue sobre todo cultural y
educativo (se trata de los tres primeros números, mayo-julio 1936). Todo cambió
en la segunda etapa, en la que pasó a ser un periódico de combate (agosto 1936-otoño 1938).
En este libro nos hemos adentrado en las palabras de
las mujeres que lograron construir una constelación de eslabones solidarios,
conocerlas a ellas y saber de los esfuerzos que realizaron para construir
nuevas maneras de organizar la economía, la política y la defensa a través de
colectivizaciones, comités antifascistas y milicias junto a sus compañeros.
Pero hubo mucho más, y ahí estuvo la enorme trascendencia subversiva y
revolucionaria de sus empeños en la retaguardia, quisieron organizar de otra
manera los «cuidados» que la Revolución no había evitado que siguieran en sus
manos: se ocuparon de organizar de otra manera las maternidades, de organizar
guarderías para sus criaturas y comedores colectivos para poder trabajar y
tener los «cuidados» asegurados, se ocuparon de las personas refugiadas, de
capacitar a mujeres analfabetas, y de un sinfín de problemas cotidianos armadas
solo con las palabras.
Además, quisieron vivir una vida plena en medio del
desbarajuste de la Guerra, de los bombardeos, de la proximidad del frente de
batalla, de las personas heridas o muertas que había que cuidar o enterrar. En
ese contexto, tomaron la palabra,
enunciaron sus problemas, sus deseos, sus tristezas, sus sueños y sus temores. Organizaron sus vidas personales y las
de las personas a su cargo, vivieron sus emociones, sus pasiones, su
sexualidad, ordenaron la crianza, el trabajo y el activismo para que fueran
compatibles. Muchas de ellas lo hicieron solas, sin hombres, por primera vez en
sus vidas. Esa fue su revolución, una transformación de largo recorrido que
empezó a cambiar las formas de vida, las relaciones personales, el trabajo, los cuidados, y un sinfín de aspectos
que cuestionaban la dominación patriarcal que padecían.
No resulta fácil acercarnos a lo que
algunas mujeres, que dieron su testimonio sobre Mujeres Libres (organización y
revista), denominaron como «atmósfera compartida de energía mágica», una sensación
de que el mundo vivido hasta entonces se convertía rápidamente en una reliquia
histórica, en una larga pesadilla dejada atrás. La promesa de un nuevo comienzo
que no tenía más límites que los de la imaginación resultó difícil de olvidar
para las protagonistas. Las mujeres, embarcadas en la aventura de tirar
adelante Mujeres Libres, experimentaron
la humanización de la sociedad que se produjo durante la Revolución social. Un
sociedad que vivió un terremoto en la retaguardia, espacio que se feminizó. Un
lugar en el que había muchas mujeres asumiendo múltiples responsabilidades
solas y abriendo caminos de libertad en plena Guerra, mujeres que decidían
abandonar el silencio y tomar la palabra,
mujeres dispuestas a arrojar sus cadenas animadas por una atmósfera de
esperanza sin restricciones tremendamente estimulante. Mujeres cuya
vida mutó al desaprender la pasividad.
Las
alternativas liberadoras de largo alcance
implicaron un salto cultural cualitativo que hizo crecer la esperanza y la
voluntad de cambiar la sociedad hasta el punto, no de superar simplemente los
límites de un sistema dado de poder, sino de romper de par en par la compacta
membrana cultural que separaba el espacio simbólico del poder del espacio
simbólico de la libertad. La compacta membrana que las mujeres libertarias,
involucradas en el proyecto de Mujeres Libres, quisieron romper, estaba
compuesta de sedimentos que se habían ido acumulando durante miles de años en
las estructuras mentales y el imaginario social, consolidadas en comportamientos
autoritarios y valores jerárquicos propios de sociedades fundamentadas en la
dominación patriarcal.
Romper una
genealogía de mujeres silenciadas y dominadas no era nada fácil, rechazar y
confrontar cualquier forma de dominación era un programa que en sí mismo era
una revolución, sobre todo cuando se pusieron manos a la obra para construir
relaciones sociales y comportamientos
individuales bajo parámetros de clase y de género radicalmente nuevos. Esa
revolución solo sucumbió en 1939, la otra hacía tiempo que había sido
derrotada. La importancia de la revolución protagonizada por las mujeres la
supieron ver muy pronto en el bando insurrecto que preparaba una represión
desmedida y específica para ellas. Curiosamente el bando insurrecto la percibió
más y mejor que sus propios compañeros de organización que trataron de pararlas
aludiendo a la división del Movimiento Libertario. Una actitud que nunca
reconocieron errónea.
[1] Lucía Sánchez Saornil, Mercedes
Comaposada Guillén, Amparo Poch y Gascón, Consuelo Berges Rábago, Carmen Conde
Abellán, Lola Iturbe Arizcuren, Áurea Cuadrado Castillón, Pilar Grangel
Arrufat, Etta Federn-Kohlhaas.
Jolín, una aragonesa-catalana siendo editada por una editorial granadina, si todo fuera así y fluyera tal cual, no tendríamos estas luchas baldías.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy acertado, algo fácil parece un "milagro", jajaja
EliminarUn abrazo.