«Tanto el olvido como el recuerdo son selectivos»
Silvia Rivera Cusicanqui.
Confieso que cuando llevaba leído la mitad del libro[1],
pensé en abandonar su lectura (algo que no suelo hacer). Me agotaba su
ancestralismo, su espiritualidad que me sonaba a literatura (o a ficción), sus
intentos por recuperar un mundo perdido (el del indígena boliviano). Sin
embargo resistí este rechazo y seguí leyendo. No me he arrepentido, sobre todo,
porqué cuando se sitúa en el presente, o en el pasado reciente, sus
aportaciones resultan interesantes.
¿Qué es lo ch’ixi? Rivera aplica esta palabra, que
procede de la lengua indígena aymara,
a la epistemología que impulsa a habitar la contradicción, lo ch’ixi es lo mestizo, ni blanco ni negro sino
los dos. Ch’ixi es « (…) la incomodidad y el cuestionamiento que permite sacar
todo lo superfluo, la hojarasca que está obstruyendo ese choque y esa energía
casi eléctrica, reverberante, que permite convivir y habitar con la
contradicción , hacer de ella una especie de visión radiográfica que permita
descubrir las estructuras que subyacen a la superficie» (pp. 152-153).
“Un mundo ch’ixi es posible” es el primer capítulo
en el que reflexiona sobre la memoria, el mercado y el colonialismo. Este
último no acabó con el acceso a la independencia porque hay formas de
colonialismo internalizadas que resulta muy difícil de abandonar, de ahí una
pregunta pertinente: ¿Es posible descolonizar y desmercantilizar la modernidad?
Rivera es defensora de la ética del bien común para
sobrevivir los seres humanos y la reproducción de lo social, pero también en
pos de la sanación del planeta y de la reconexión de nuestras pequeñas
angustias con los latidos y los sufrimientos de esta época (p. 52). En esta
línea se plantea la relación entre hombres y mujeres:
«(…) ya estamos cansadas de ser socias honorarias de fraternidades masculinas (partidos políticos, sectas, congregaciones, gremios, iglesias, corporaciones, equipos de fútbol…) Aunque me pregunto: las mujeres realmente queremos que los varones sean socios honorarios en una sororidad o antifratría femenina? Para salir de esta disyuntiva axfisiante (…) hay que pensar en alguna forma de tejido intermedio. Es, precisamente, la idea o el deseo de lo ch’ixi lo que permite crear un taypi o “zona de contacto” donde se entretejen el principio femenino y el principio masculino de manera orgánica, reverberante y contenciosa» (p. 56).
¿Qué hacer en este presente en crisis?:
Desobediencia organizada, resistencia comunitaria, formas
comunales de autogestión, desprivatización de servicios y espacios públicos,
hacer política desde lo cotidiano/femenino para defendernos de las lógicas
perversas del capitalismo (p. 72).
Hacer a la vez que hablar. No silenciar las voces
disidentes. Importancia del ámbito del consumo. Repensar nuestros consumos
cotidianos, es ahí donde se hace más visible la brecha entre el hablar y el
hacer. Ese gesto lo enraíza en una «política del cuerpo» como política de
supervivencia: la micropolítica. Rechazar
el consumo a ciegas y de forma pasiva, es decir, las formas sonámbulas del
consumo (consumir lo menos posible cosas nuevas o globalizadas y lo más posible
cosas hechas por manos artesanales, consumir lo que me regalan, lo que me
invitan o lo que yo misma produzco) (p. 74).
Proceso de reaprendizaje de saberes, hay que pensar
en desprivatizar y en comunalizar nuestras acciones, buscando la coherencia
entre lo privado y lo público (p. 73).
“Palabras mágicas. Reflexiones sobre la naturaleza
de la crisis presente” es el segundo capítulo. Las palabras mágicas hay que
desmontarlas por engañosas, entre ellas está la nación, que resulta absurda y
obsoleta, de territorio-mapa, entendido como espacio cerrado (p. 118). La
autora quisiera ver un mundo de bio-regiones, no de naciones, de cuencas de
ríos, no de departamentos o provincias, de cadenas de montañas, no de cadenas
de valor, de comunalidades autónomas, no de movimientos sociales (p. 119). La
idea territorializada de la identidad y de la nación bloquean nuestra capacidad
de conocimiento social al alejarnos de esas múltiples realidades, que son a la
vez difusas y planetarias, compactas pero también porosas y moleculares (p.
120).
El «poder hacer» no es lo mismo que el poder como
dominación. El «poder hacer» son los mecanismos de reconstrucción desde
debajo de las formas de convivencia social. El poder como dominación lo que
hace es bloquear y coartar desde arriba
dichos mecanismos (p. 101).
Nacionalismo, machismo y centralismo estatal son
resultado de una continuidad. Habla de cómo los «izquierdo-machos» transforman
las movilizaciones con su carga de pulsaciones colectivas por sujetos
funcionales al poder aplacando la efervescencia, aquietando el magma social
ingobernable y reducir todo a un discurso y un liderazgo carismático y
autoritario (figura de Evo Morales como presidente indígena) (p. 111).
El tercer capítulo se titula: “Oralidad, mirada y
memorias del cuerpo en los Andes”. Destaca la perseverancia de la autora en
trabajar la materia de la historia oral como lengua capaz de un ejercicio
colectivo de desalienación. Hablar después de escuchar, porque escuchar es
también un modo de mirar, y un dispositivo para crear la comprensión como
empatía, capaz de volverse elemento de intersubjetividad. La epistemología
deviene así una ética. La energía emotiva de la memoria (p. 8).
Y, por
último, “Micro política andina. Formas elementales de insurgencia
cotidiana”. La autora desarrolla cómo entiende la micropolítica: es un escapar
permanente a los mecanismos de la política. Es construir espacios por fuera del
estado, mantener en ellos un modo de vida alternativo, en acción, sin proyecciones
teleológicas ni aspiraciones al «cambio de estructuras». En este sentido es una
política de subsistencias. Pero también es un ejercicio permanente y solapado
de abrir brechas, de agrietar las esferas molares del capital y del estado. Una
reproducción ampliada de lo micro a lo macro, que no traicione la autonomía
molecular de estas redes-de-espacios pero que pueda afectar y transformar
estructuras más vastas, sin sumirse a su lógica, es aún una posibilidad no
verificada, y por lo tanto un riesgo (p. 142).
[1]
Silvia Rivera
Cusicanqui (2018): Un mundo ch’ixi es
posible. Ensayos desde un presente en crisis. Buenos Aires, Tinta limón.
Cuando he visto el título con la palabra "chixi" leído chichi, la imaginación se me ha ido hacia otro lugar, ya sabes, los humanos somos seres sexuales, ayer leí que la primera vez que se practicó sexo fue hace 700.000 años y la verdad, de no ser por tu comentario, nunca se me habría ocurrido abrirlo ya que no conozco ni a su autora.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jajajaja, pues no tiene nada que ver con el chichi.
EliminarCreo que el libro te puede interesar porque hay mucho de antropología en sus páginas.
Un abrazo.
Lo busco.
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