domingo, 23 de febrero de 2020

UN MUNDO CH’IXI ES POSIBLE


«Tanto el olvido como el recuerdo son selectivos»
Silvia Rivera Cusicanqui.


Confieso que cuando llevaba leído la mitad del libro[1], pensé en abandonar su lectura (algo que no suelo hacer). Me agotaba su ancestralismo, su espiritualidad que me sonaba a literatura (o a ficción), sus intentos por recuperar un mundo perdido (el del indígena boliviano). Sin embargo resistí este rechazo y seguí leyendo. No me he arrepentido, sobre todo, porqué cuando se sitúa en el presente, o en el pasado reciente, sus aportaciones resultan interesantes.

¿Qué es lo ch’ixi? Rivera aplica esta palabra, que procede de la lengua indígena aymara, a la epistemología que impulsa a habitar la contradicción, lo  ch’ixi es lo mestizo, ni blanco ni negro sino los dos. Ch’ixi es « (…) la incomodidad y el cuestionamiento que permite sacar todo lo superfluo, la hojarasca que está obstruyendo ese choque y esa energía casi eléctrica, reverberante, que permite convivir y habitar con la contradicción , hacer de ella una especie de visión radiográfica que permita descubrir las estructuras que subyacen a la superficie» (pp. 152-153).

“Un mundo ch’ixi es posible” es el primer capítulo en el que reflexiona sobre la memoria, el mercado y el colonialismo. Este último no acabó con el acceso a la independencia porque hay formas de colonialismo internalizadas que resulta muy difícil de abandonar, de ahí una pregunta pertinente: ¿Es posible descolonizar y desmercantilizar  la modernidad?

Rivera es defensora de la ética del bien común para sobrevivir los seres humanos y la reproducción de lo social, pero también en pos de la sanación del planeta y de la reconexión de nuestras pequeñas angustias con los latidos y los sufrimientos de esta época (p. 52). En esta línea se plantea la relación entre hombres y mujeres:
«(…) ya estamos cansadas de ser socias honorarias de fraternidades masculinas (partidos políticos, sectas, congregaciones, gremios, iglesias, corporaciones, equipos de fútbol…) Aunque me pregunto: las mujeres realmente queremos que los varones sean socios honorarios en una sororidad o antifratría femenina? Para salir de esta disyuntiva axfisiante (…) hay que pensar en alguna forma de tejido intermedio. Es, precisamente, la idea o el deseo de lo ch’ixi  lo que permite crear un taypi o “zona de contacto” donde se entretejen el principio femenino y el principio masculino de manera orgánica, reverberante y contenciosa» (p. 56).
¿Qué hacer en este presente en crisis?:
Desobediencia organizada, resistencia comunitaria, formas comunales de autogestión, desprivatización de servicios y espacios públicos, hacer política desde lo cotidiano/femenino para defendernos de las lógicas perversas del capitalismo (p. 72).

Hacer a la vez que hablar. No silenciar las voces disidentes. Importancia del ámbito del consumo. Repensar nuestros consumos cotidianos, es ahí donde se hace más visible la brecha entre el hablar y el hacer. Ese gesto lo enraíza en una «política del cuerpo» como política de supervivencia: la micropolítica. Rechazar el consumo a ciegas y de forma pasiva, es decir, las formas sonámbulas del consumo (consumir lo menos posible cosas nuevas o globalizadas y lo más posible cosas hechas por manos artesanales, consumir lo que me regalan, lo que me invitan o lo que yo misma produzco) (p. 74).

Proceso de reaprendizaje de saberes, hay que pensar en desprivatizar y en comunalizar nuestras acciones, buscando la coherencia entre lo privado y lo público (p. 73).

“Palabras mágicas. Reflexiones sobre la naturaleza de la crisis presente” es el segundo capítulo. Las palabras mágicas hay que desmontarlas por engañosas, entre ellas está la nación, que resulta absurda y obsoleta, de territorio-mapa, entendido como espacio cerrado (p. 118). La autora quisiera ver un mundo de bio-regiones, no de naciones, de cuencas de ríos, no de departamentos o provincias, de cadenas de montañas, no de cadenas de valor, de comunalidades autónomas, no de movimientos sociales (p. 119). La idea territorializada de la identidad y de la nación bloquean nuestra capacidad de conocimiento social al alejarnos de esas múltiples realidades, que son a la vez difusas y planetarias, compactas pero también porosas y moleculares (p. 120).

El «poder hacer» no es lo mismo que el poder como dominación. El «poder hacer» son los mecanismos de reconstrucción  desde debajo de las formas de convivencia social. El poder como dominación lo que hace es bloquear y coartar desde arriba dichos mecanismos (p. 101).

Nacionalismo, machismo y centralismo estatal son resultado de una continuidad. Habla de cómo los «izquierdo-machos» transforman las movilizaciones con su carga de pulsaciones colectivas por sujetos funcionales al poder aplacando la efervescencia, aquietando el magma social ingobernable y reducir todo a un discurso y un liderazgo carismático y autoritario (figura de Evo Morales como presidente indígena) (p. 111).

El tercer capítulo se titula: “Oralidad, mirada y memorias del cuerpo en los Andes”. Destaca la perseverancia de la autora en trabajar la materia de la historia oral como lengua capaz de un ejercicio colectivo de desalienación. Hablar después de escuchar, porque escuchar es también un modo de mirar, y un dispositivo para crear la comprensión como empatía, capaz de volverse elemento de intersubjetividad. La epistemología deviene así una ética. La energía emotiva de la memoria (p. 8).

Y, por  último, “Micro política andina. Formas elementales de insurgencia cotidiana”. La autora desarrolla cómo entiende la micropolítica: es un escapar permanente a los mecanismos de la política. Es construir espacios por fuera del estado, mantener en ellos un modo de vida alternativo, en acción, sin proyecciones teleológicas ni aspiraciones al «cambio de estructuras». En este sentido es una política de subsistencias. Pero también es un ejercicio permanente y solapado de abrir brechas, de agrietar las esferas molares del capital y del estado. Una reproducción ampliada de lo micro a lo macro, que no traicione la autonomía molecular de estas redes-de-espacios pero que pueda afectar y transformar estructuras más vastas, sin sumirse a su lógica, es aún una posibilidad no verificada, y por lo tanto un riesgo (p. 142).



[1] Silvia Rivera Cusicanqui (2018): Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis. Buenos Aires, Tinta limón.


3 comentarios:

  1. Cuando he visto el título con la palabra "chixi" leído chichi, la imaginación se me ha ido hacia otro lugar, ya sabes, los humanos somos seres sexuales, ayer leí que la primera vez que se practicó sexo fue hace 700.000 años y la verdad, de no ser por tu comentario, nunca se me habría ocurrido abrirlo ya que no conozco ni a su autora.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajajaja, pues no tiene nada que ver con el chichi.
      Creo que el libro te puede interesar porque hay mucho de antropología en sus páginas.

      Un abrazo.

      Eliminar

Tus comentarios siempre aportarán otra visión y, por ello, me interesan.