jueves, 13 de febrero de 2020

LA REBELDE EMMA GOLDMAN



«El hoy es el padre del mañana.
El presente proyecta su sombra sobre gran parte del futuro»
Emma Goldman, Mi desilusión en Rusia (p. 298).


El libro que escribió Emma Goldman a raíz de su experiencia en la Rusia revolucionaria,  Mi desilusión en Rusia[1], me sirve de punto de partida para reflexionar sobre su manera de entender el anarquismo y la revolución. Calificamos a Goldman como rebelde más que como revolucionaria porque su posición ante la revolución que se produjo en Rusia en 1917 fue la de una rebelde, la de una mujer difícil de dirigir y doblegar. Pero también rebelde, más que revolucionaria en el sentido tradicional de la palabra, porque puso por delante de todo el carácter sagrado de la vida tal y como ella misma lo denominó. Emma Goldman es la antítesis del lema: «el fin justifica los medios», muy presente en las revoluciones sociales que se han llevado a cabo, especialmente en las de inspiración marxista (-leninista, -trotskista, -maoista, etc.).


Cuando fue deportada a Rusia desde Estados Unidos (diciembre de 1919), Emma Goldman llegó a su país de origen ilusionada y decidida a colaborar con la revolución pese a que el protagonismo del Partido Bolchevique le generaba cierta preocupación y desconfianza. Sus ganas eran tan grandes que tuvo una cierta obcecación por seguir dando credibilidad a las buenas intenciones del bolchevismo pese a lo que vio por sí misma enseguida (por no hablar de las informaciones que le hicieron llegar los/las anarquistas rusas). Su posición fue, pese a ello, de prudencia, así lo señalaba:
«Debo esperar. Debo estudiar la situación. Debo conocer los hechos. Sobre todo, debo tener la oportunidad de ver por mí misma al bolchevismo en acción» (p. 46).
En efecto, buscó hacerse una idea propia de la revolución recogiendo información y hablando con obreros/as, campesinos/as y mujeres en los mercados. Ella tenía claro que no iba a encontrar una revolución anarquista:
«Para mí el anarquismo ha sido y es el hijo, no de la destrucción, sino de la construcción, el resultado del crecimiento y del desarrollo de los conscientes esfuerzos sociales creativos de un pueblo regenerado. No espero por tanto que el anarquismo prosiga de forma inmediata a siglos de despotismo y sumisión.  Y ciertamente no esperaba verlo amparado por la teoría marxista» (pp. 15-16).
Conforme recopilaba información, el efecto que le causaba provocaba en ella dolor y, sobre todo, sus «ilusiones gradualmente socavadas y mis principios en fase de desmoronamiento» (p. 49). Llegó incluso a entrevistarse con Lenin en esa búsqueda del conocimiento de los hechos. Su impresión del dirigente bolchevique fue negativa, percibió a un líder cuya aproximación a la gente era meramente utilitaria, en función del uso que pudiera obtener de ella para su proyecto. La libertad de expresión y de prensa, que siempre defendió Goldman, no significaban nada para él.


Enseguida aprendió a diferenciar entre bolcheviques y revolución. Se dio cuenta de que ambos aspectos eran opuestos y antagónicos en cuanto a su objetivo y propósito y que los bolcheviques eran los sepultureros de la revolución. Ese cambio se produjo en los seis primeros meses de vida en Rusia, hacia junio/julio de 1920 ya había sacado las conclusiones principales sobre el carácter de la revolución bolchevique.
El propio Kropotkin en las dos entrevistas que tuvo con Goldman (especialmente en la  segunda entrevista en julio de 1920) le transmitió su percepción de que la revolución inicial llevó a la gente a cotas espirituales de altura y profundas transformaciones sociales, pero el bolchevismo con su opresión, persecución y acoso la habían hecho fracasar. Goldman criticó al anarquismo ruso por no estar mejor organizados y equipados para guiar las energías liberadas del pueblo hacia la reorganización de la vida sobre base libertaria. Kropotkin, en la misma línea, consideró que el anarquismo debía reflexionar más sobre la fase constructiva de la revolución que sobre la destructiva.
Tanto Kropotkin como Goldman decidieron en ese momento no denunciar la perversión totalitaria de la revolución rusa antes de la llegada al poder de Stalin. Las razones son muy similares en ambos: el acoso que sufría Rusia por parte de los aliados pero también porque no existía medio alguno de expresión en el interior de Rusia. Goldman afirmó con dolor: «Por primera vez en mi vida, me abstuve de denunciar graves males sociales» (p. 204). Ya sabemos que Kropotkin murió el 8 de febrero de 1921 y mantuvo ese silencio pero Goldman no lo hizo. Cuando decidió marchar de Rusia con Berkman y Shapiro, en diciembre de 1921, lo hizo con la idea de denunciar los crímenes cometidos en nombre de la revolución (de hecho, Mi desilusión en Rusia fue publicado en 1923).


Enseguida su mirada crítica se centró en los valores humanos, esta posición desde el humanismo fue considerada por el bolchevismo como burguesa. También estudió y recogió información sobre aspectos políticos o económicos. Consideramos que el pensamiento de Emma Goldman era global y que todos los aspectos eran elementos que formaban un todo en el que ella nunca olvidó los aspectos humanos.
Acusó al marxismo de centrarse en exceso en la cuestión económica (la necesidad de un proceso industrializador siguiendo las pautas que Marx había dejado planteadas en su teoría revolucionaria) y de abandonar la psicología de las masas (conciencia social y psicología de masas). Esa psicología la relacionaba con el apasionado deseo de libertad nutrido en Rusia por un siglo de agitación revolucionaria pero también por el carácter de las personas y de los pueblos (el carácter ruso, que ella consideraba natural y sencillo, tendía por ello a la acción directa). Emma Goldman como buena discípula de Kropotkin, daba valor al (…)
« (…) genio creativo del pueblo, de la cooperación entre el proletariado intelectual y manual. El interés común es la máxima de todo empeño revolucionario» (p. 281).
Por el contrario, los bolcheviques habían limitado la capacidad de la actividad popular reprimiendo toda tentativa independiente que habían desacreditado, desalentando toda iniciativa.


El mantenimiento del Estado era otro aspecto que distanciaba a Goldman de la manera de llevar a cabo la revolución, este pretendía monopolizar todas las actividades económicas, políticas, sociales y culturales. Para ello, el uso de la coacción derivó en violencia sistemática, opresión y terrorismo. El triunfo del Estado significaba la derrota de la revolución, ella se preguntaba desde el dolor que le causaba la violencia: «Si la Revolución realmente debía secundar tal cantidad de brutalidad y de crímenes, ¿cuál era entonces el propósito de la Revolución?» (p. 149). Y no es que partiera de la inocencia de que la revolución no implicaba violencia, pero esta tenía que tener unos límites muy precisos que los bolcheviques no estaban respetando (e insisto, todo esto lo estaba planteando Goldman antes de la llegada del stalinismo):
«Nunca he negado que la violencia es inevitable, y no voy a decir ahora lo contrario. Pero una cosa es emplear la violencia en combate como medio de defensa. Y otra completamente distinta hacer del terrorismo un principio, institucionalizarlo, adjudicarle la posición más importante en la lucha social. Ese terrorismo engendra contrarrevolución y, a su tiempo, él mismo se vuelve contrarrevolucionario» (p. 17).
La violencia, factor inevitable de las turbulencias revolucionarias, se convirtió en Rusia en una costumbre consolidada, en un hábito que resultaba insoportable para la rebelde Emma Goldman.
La libertad era la que debía vetar la tiranía y la centralización para luchar por transformar la revolución en una reconsideración de todos los valores económicos, sociales y culturales: « ¿Qué es el progreso si no la asunción general de los principios de la libertad frente a los de la coacción?» (p. 287).
Su programa era muy sencillo y quizás por ello muy actual: en el aspecto económico el anarcosindicalismo tenía un papel clave, las cooperativas tenían que crear vínculos comunes de servicio y ayuda mutuos. En el terreno cultural, mirada independiente y libertad de expresión, considerando muy relevante la unión de intelectualidad y masas obreras y campesinas, cosa que no sucedió en Rusia. Y frente al Estado, que es institucional y estático: « (…) la naturaleza de la revolución es, por el contrario, crecer, amplificarse y expandirse en círculos cada vez más amplios (…); la revolución es fluida, dinámica» (p. 293).
Convencida de que el mal residía en la concepción socialista de lo que era la revolución, consideraba que la gran misión de la revolución era un trasvase fundamental de valores. Un trasvase no solo de valores sociales, sino también humanos, considerando a estos últimos como los más importantes, pues constituían la base de todos los valores sociales. Este planteamiento hacía de Emma Goldman una pensadora que aportaba la idea de deconstrucción que  impulsó el anarcofeminismo cuando hablaba (y habla) de emancipación interna como elemento fundamental de la emancipación de género.
Si se cambiaban las condiciones económicas o políticas pero se dejaban ideas y valores subyacentes intactos, la transformación era superficial, no substancial. Los valores que implicaban un cambio profundo eran el «sentido de justicia y equidad, el amor a la libertad y a la hermandad entre humanos», (…) «la santidad de la vida» (p. 295).


La perversión de todos los valores éticos que eran fundamentales en la concepción revolucionaria de Emma Goldman, cristalizaron en la consigna del Partido Bolchevique de que el fin justificaba los medios. Tras la consigna llegó la mentira, el engaño, la hipocresía, la traición, el asesinato. La experiencia enseñaba que los medios y métodos no se podían separar del objetivo último: «Los medios empleados  se convierten, a través del hábito individual y de la práctica social, en parte integrante del propósito final». Psicológica y socialmente, los medios influían y alteraban los objetivos por necesidad: «(…) despojar los propios métodos de su componente ético equivale a sumergirse en las profundidades del más absoluto amoralismo» (p. 296). Por ese motivo calificó  esa fórmula del fin justifica los medios como una «fórmula jesuítica».
Cualquier sugerencia del valor de la vida humana o de la importancia de la integridad revolucionaria, era repudiada como «sentimentalismo burgués». En definitiva Emma Goldman se percató de que para el bolchevismo todo era legítimo si servía a su planteamiento de la revolución, cualquier otra política era acusada de débil, sentimental y traicionera con la revolución. Eran auténticos «puritanos sociales», en el sentido de que creían que solo ellos eran los elegidos para salvar a la humanidad.
Los nuevos valores, que debían ser la clave de la revolución, pretendían la transformación de las relaciones básicas del ser humano con el ser humano y de este con la sociedad. Confiaba en un nuevo concepto de la vida que podía regenerar la mente y lo espiritual. El fin era establecer la santidad de la vida humana, la dignidad del ser humano y su derecho a la libertad y al bienestar. El objetivo había que construirlo con el mismo material que la vida que se perseguía.
Estas eran las razones por las que Emma Goldman se fijó enseguida, y así se lo comentó a sus amigos/as, en lo que le parecía «una extraña falta de solidaridad» en la población, lo resumió de esta manera: «A la gente ya no le quedaba ni la vitalidad, ni la empatía necesarias para pensar en el prójimo» (p. 48).
Se percató también de que la dictadura bolchevique había dado un hachazo al aspecto social de la vida en Rusia. No había foros para el debate, ni clubs, ni lugares de encuentro, ni restaurantes, ni siquiera salas de baile. Cuando se lo comentó esto último a un amigo bolchevique (Zorin), este le contestó: «Las salas de baile son lugares de reunión de contrarrevolucionarios. Las hemos cerrado» (p. 268). Probablemente de ahí venía esa frase que tanto se repite en boca de Goldman: «Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa». Bailar era síntoma de una vida llena de alegría y vitalidad, mientras que ella veía la vida que impulsaba el Partido Comunista como una vida severa e intimidatoria, una vida sin color ni calidez, una vida de represión del pueblo.


[1] Emma Goldman (2018): Mi desilusión en Rusia. Barcelona, El Viejo Topo.


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