Leí de Hustvedt en
2003, Todo cuanto amé y unos cinco
años después Elegía para un americano. Dos
novelas que me agradaron y que me llevaron a seguirle la pista desde entonces.
Me enteré que era pareja de Auster y yo soy bastante austeriana, para mí fue
otro punto positivo. Leí, hace relativamente poco tiempo, El
verano sin hombres y me decepcionó mucho el final. Cuando supe de estos
ensayos los compré para reconciliarme con ella y, en parte, lo he hecho.
Pronto vi que estaba ante una obra formada
por ensayos realizados con diversas finalidades (conferencias, artículos,
catálogos de arte, etc.) y que tenían un aspecto común que era la autora, pero
eran textos sobre temas dispares. Los ensayos se han centrado en las mujeres en la primera parte y en la psiquis en la segunda.
Los ensayos están organizados en una primera parte que tiene el título del
libro y una segunda que se titula « ¿Qué somos?».
El
planteamiento transversal del libro lo sintetiza su autora en la Introducción:
«Son dos los argumentos centrales que mantengo en este libro, a saber: todo el saber humano es parcial y nadie está libre de la influencia de la comunidad de pensadores o investigadores en la que vive» (p. 10).
Y
el otro:
«Si puede decirse que tengo una misión, ésta es simple: espero que ustedes, los lectores, descubran que una parte considerable de lo que les llega a través de libros, medios de comunicación e internet como verdades categóricas, científicas o no, es en realidad cuestionable y revisable» (p. 20).
Yo
añadiría un tercero que repite en varios capítulos y se resume en esta
afirmación:
«Para mí, ambigüedad no es un término pobre sino rico» (p. 223).
En
el primer bloque del libro: «La
mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres», la autora se centra en
cómo los artistas (hombres) contemporáneos expresan su visión de las mujeres y
cómo los observan las mujeres. De esta manera desfilan por sus ensayos:
Picasso, Jackson Pollock, Anselm Kiefer,
Pina Bausch, Jeff Koons, Louise Bourgeois, Anselm Kiefer, Mapplethorpe,
Almodóvar, Wim Wenders, Susan Sontag, Michel Houellebecq y otros/as.
La
autora rechaza la visión binaria: hombres/mujeres y amparándose en la
ambigüedad desarrolla una visión en la que los hombres tendrían una parte
femenina, las mujeres una parte masculina o, simplemente, que existen géneros y
sexos ambiguos que no responden a la visión binaria en la que hemos sido
educadas las personas y que son el pilar del patriarcado.
Muy
interesante el texto dedicado a Louise Bourgeois y su reflexión sobre el arte femenino, que
podría ser literatura femenina, y la manera en que se ha denigrado lo hecho por
las mujeres. Muy acertado aquello de que a «la mujer a menudo le conviene
envejecer» (p. 61).
Me ha resultado motivador el ensayo sobre la vulnerabilidad masculina cuando
debe enfrentar su costado femenino que hace referencia a la obra de Knausgard.
La expresión del escritor de que las mujeres no son competencia en el terreno
literario, no sólo nos ha parecido necia, sino arrogante e insolente. Qué pena
que este hombre que es rompedor en los elementos que definen la masculinidad,
sea capaz de una respuesta tan masculina. También resulta interesante la
influencia de lo masculino y femenino de la lectura como hecho cultural que es.
Se
cuestiona también el mercado del arte que convierte este en mercancía como
cualquier otro producto del mercado capitalista, ahí está la obra de Koons que
comenta la autora o el urinario de Duchamp o el arte callejero.
Su
visión del arte, que comparto, se resume en esta frase: «La experiencia del
arte es siempre una relación dinámica entre observador y objeto observado» (p.
43). Esa relación dinámica que es personal provoca que cada obra, novela,
canción, etc., tenga un valor diferente para cada persona.
La
reflexión sobre el impacto emocional de los libros que leemos me ha parecido
muy sugerente, habla, inspirándose en Susan Sontag, de los «libros
transformadores», aquellos que «dan pie a una forma de reconocimiento que nunca
se habría producido si no hubiéramos leído ese libro en particular» (p. 119).
Muy humana la experiencia que tuvo cuando desarrolló cursos de
escritura creativa como voluntaria en una clínica psiquiátrica en los que abordaba
el tema de la escritura como terapia, pero el ensayó se vuelve algo denso al
abundar en tecnicismos académicos.
Pasando
a la segunda parte: « ¿Qué somos?», en general, me ha gustado menos que la
primera parte. Interesante el debate sobre los prejuicios contra las mujeres en
las letras –como en otras áreas- y el lugar que ocupa la imaginación. También la exposición de la génesis de las ideas que un autor/a ha
de desarrollar para elaborar un nuevo libro, y cómo éste va evolucionando con
su gama de personajes –que muchas veces son ellos mismos los que conducen el
hilo narrativo- a medida que la historia avanza. Me ha sorprendido el asunto de
la sinestesia que tiene la autora, siempre había pensado que eran obsesiones
sin más.
El
ensayo sobre «El suicidio y el drama de la autoconciencia» me ha parecido
claro, motivador y muy interesante. Especialmente me han gustado sus
reflexiones sobre el impacto de la falta de cuidados en la niñez y sus
consecuencias cuando llegan a adultos/as.
En
el capítulo «Recordar en el arte: lo horizontal y lo vertical», subrayar este párrafo:
«Lo importante no es que vemos con todo detalle lo que hay en nuestro campo de visión sino que vemos lo más prominente. Albergar recuerdos perfectos del pasado tal vez tiene menos importancia que utilizar las lecciones aprendidas a partir de ellos como repeticiones flexibles en el futuro» (p. 339).
Me ha hecho recordar que la memoria tiene un papel en la historia que se ha
manipulado con fines políticos, desde ese punto de vista me ha gustado este
ensayo y este fragmento:
«No somos máquinas de razonar. Razonamos y juzgamos desde la emoción. También sabemos que recordamos lo que nos interesa» (p. 344).
Del
ensayo «Los pseudónimos de Kierkegaard y las verdades de la ficción», me hace recordar a los heterónimos de Pessoa. Ambos
necesitaron un cierto escudo, una distancia para no sentirse involucrados
personalmente en sus escritos. La asociación de que un genio puede albergar
cierta clase de esquizofrenia, o manía obsesiva no es nueva.
Adoro a Pessoa, ¿cómo no va a gustarme ese gran misántropo? En cambio
nada sabía de Kierkegaard más allá de que era uno de los grandes filósofos y
algo debí estudiar de él en algún momento. Destaco este fragmento:
«Pero ¿quién afirmaría que nuestra vida emocional está libre de enigmas? Todos somos extraños a nosotros mismos ¿no es así? Y el individuo puede contener en su interior un yo en plural» (p. 401).
Muy
de acuerdo. He encontrado reflexiones con las que me reconozco (como esta
última que he reproducido).
Concluyendo: se trata de un libro ecléctico, algo desparejo, que aborda
distintos temas relacionados con el arte, el feminismo y algo de ciencia.
Globalmente es un libro interesante que motiva la lectura de otros libros y que proporciona materia para hablar de muchos temas relacionados con sus análisis.
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