Formamos parte de una genealogía y por eso resuenan ecos de algo que
existió y recogemos hoy. Todos esos ecos muestran la actualidad de un pasado que da sentido a la
inmersión hacia atrás, ecos que muestran un feminismo de largo recorrido, cuya
estrategia nos enfrenta a la diversidad y la diferencia como algo aportado por
el feminismo anarquista en el pasado y que hoy toca actualizar.
El feminismo anarquista, desde el folleto La mujer de Teresa Claramunt[1],
auténtico texto fundacional, asumió conceptos básicos del anarquismo como
la autogestión, la acción directa, el antiautoritarismo o el cuestionamiento del poder. En paralelo,
sin aceptarse como feministas porque consideraban este movimiento como burgués
e institucional, fueron sentando las bases de un feminismo obrerista con rasgos
específicos.
Mujeres
Libres (1936) manifestó siempre la sensibilidad intuitiva del anarquismo ante
cualquier forma de dominación, en especial la patriarcal, y la vigilancia ante
las diferentes formas de concentración del poder omnipresente en las relaciones
sociales: estado, capital, religión católica, centralismo, patriarcado, etc.
Así
mismo, cuestionaron la presunción de que el término
«mujeres» indicara una identidad común. «Mujeres» tenía
múltiples significados, puesto que el término se entrecruzaba con la modalidad
de clase, que marcaba diferencias insalvables entre ellas. Esa fue la razón por
la que cuando Dolores Ibarruri, en nombre de
la AMA (Agrupación de Mujeres Antifascistas), propuso a Mujeres Libres que se
integrara en dicha organización en aras de la unidad, Lucía Sánchez Saornil contestó
en negativo y dio dos razones: la primera que eran libertarias y no querían
perder su idiosincrasia en un organismo unitario y la segunda que supondría el
olvido de la verdadera finalidad de su
lucha, que iba más allá del limitado antifascismo, puesto que pretendían la
revolución social.
El
feminismo anarquista tuvo clara, desde las pioneras, la importancia de lo que sucedía en el mundo privado del hogar, en lo
personal, en las relaciones de pareja, desde ahí se construía la superioridad que sentían los hombres
respecto a sus compañeras. Reconocieron de
facto que lo personal era político y que, por tanto, había que transformar
lo personal para transformar lo social.
Su
rechazo al matrimonio, la defensa del amor libre y la libertad sexual, suponía
en la práctica la tolerancia hacia otras opciones sexuales fuera de la
heterosexualidad. La defensa de Lucía Sánchez, cuya opción sexual lesbiana fue
clara, de «substituir
por hechos las palabras», de reformar las costumbres y de empezar, en
definitiva, la revolución por «nosotros mismos» es una defensa apasionada de
una nueva manera de entender la pareja, el amor, la sexualidad y la diversidad
de opciones sexuales[2].
Destacaba
también Sánchez por hacer explícita una nueva manera de entender la maternidad,
que compartía con sus compañeras de redacción de la revista Mujeres Libres: Mercedes Comaposada y
Amparo Poch, al considerarla como una de las múltiples posibilidades de la
mujer para realizarse, cuestionando el condicionamiento biológico que defendían
médicos como Marañón[3].
Consideraban de gran importancia la autonomía femenina, la libertad de
criterio y el humanismo integral para implantar un sistema más justo y más
humano. El
humanismo[4]
se había afianzado en el anarquismo como la preocupación individualista de
garantizar el desarrollo de la personalidad y como inclusión, en el sueño de la
emancipación social, de todas las clases, de todos los círculos, es decir, de
toda la humanidad. En esta manera de entender el humanismo, las mujeres podían
tener un protagonismo central.
Mujeres
Libres rechazó la idea de que la emancipación femenina fuera una competición de
atribuciones, intelectuales o físicas, entre los sexos. Rechazaban explícitamente
encuadrar a la mujer en los mismos casilleros que los hombres. El modelo
masculino no era aceptable para las mujeres puesto que habían esclavizado
a la humanidad. Pero tampoco se sentían
atraídas por el modelo femenino tradicional centrado en la sublimación de la
maternidad. Esta crítica implícita al binarismo las condujo a la necesidad de abrir
caminos nuevos que tenían que romper con los tradicionales.
La
cáscara del mundo viejo es rica en sugerencias para el feminismo anarquista del
siglo XXI. Hace mucho que las anarquistas no tienen dificultades para
denominarse feministas, así fue a partir de los grupos de mujeres que se
formaron en la segunda mitad de la década de 1970. Entonces, y ahora,
participan de organismos unitarios: coordinadoras feministas, asambleas por la
huelga del 8M, etc. y lo hacen con un bagaje específicamente anarquista y una
decidida defensa de la práctica asamblearia para tomar
decisiones y para combatir poderes y jerarquías.
Sin embargo, algunas de las llamadas «asambleas
por la huelga 8M» abren importantes interrogantes sobre la
manera de entender el asamblearismo[5]. No son asambleas aquellas
que se fundamentan en turnos de palabra cerrados e interminables que no conllevan
debate puesto que no se habla comunitariamente, solo habla una
persona detrás de otra, vaciando el dinamismo de las asambleas. Estas
asambleas son dominadas por una especie de poder opaco que controla la reunión,
construyendo con la excusa de la horizontalidad una micro-burocracia. Ese
poder en la sombra llega incluso a no hacer convocatoria pública de la asamblea
(pasando de palabra solo a las «amigas»), para que no haya opción a las
discrepancias y aprobar un manifiesto en el que se introducen temas no
consensuados y que eran objeto de importantes divergencias.
El feminismo anarquista debería tener claro que nunca puede colaborar con
la manipulación de las asambleas y no
debería apoyar que los organismos unitarios, como en el pasado fue la AMA
respecto a Mujeres Libres, se definan en
temas en los que no hay consenso imponiendo a los feminismos
minoritarios posiciones contrarias a su idiosincrasia, acordando tan solo
aquello que se puede consensuar.
El movimiento 8M (acciones diversas, huelga y manifestaciones) es un
fenómeno de videncia, este se produce cuando una parte relevante de la sociedad
ve de repente lo que tenía de intolerable y ve al mismo tiempo la posibilidad
de algo distinto[6].
En los últimos años este fenómeno ocurrió también con el Movimiento de las
plazas del 15M y ahora con las movilizaciones feministas que tienen su punto
culminante los 8 de marzo. Las amenazas para que esos movimientos mantengan su
vitalidad son muchas, el feminismo anarquista en ningún caso debe colaborar con
los intentos de manipulación para imponer un pensamiento único contrario a la
diversidad de los feminismos.
Por ello es importante que se muestre alerta ante la
evidencia de que nada, ni nadie, está realmente libre de
vehicular relaciones de poder, ya que éstas forman parte de nuestra propia
constitución como personas y se reproducen, no sólo de manera explícita, sino
también sutil. Esas relaciones de poder impregnan
cada una de nuestras relaciones y de nuestros hábitos cotidianos, las
transformaciones que logremos hacer de ellas se han de realizar insertando
nuevas formas de relación, liberando espacios, creando nuevos referentes
culturales, transformando las formas de representación, etc.
Entender la anarquía como la afirmación de lo múltiple, de la
diversidad ilimitada de los seres y de su capacidad para componer un mundo sin
jerarquías, sin dominación, sin subordinación, sin otras dependencias que la
libre asociación de fuerzas radicalmente libres y autónomas, puede ayudar a
afrontar los grandes debates actuales sobre las identidades, el sujeto político
«mujer», el papel de los hombres en la lucha, la posición ante el debate
abolicionismo/regulacionismo de la prostitución, etc.
Se deben tejer
nuevas subjetividades que puedan desarrollar la capacidad de las personas para
expresar la fuerza de que son portadoras en sí, de tal forma que puedan
reconocerse y asociarse sin necesidad de renunciar a la diferencia o a la
contradicción. El feminismo autónomo que practica el
anarquismo sitúa lo que es político en
lo próximo, que no es lo doméstico sino lo cercano. Todo en el mundo de la
política está hecho para distraernos de lo que está ahí, completamente próximo.
Lo cotidiano es ese lugar en el que a través de la inmovilidad se le intenta preservar de los
conflictos y de los afectos demasiado intensos. Desde la diversidad
de situaciones que afectan a las mujeres como la orientación sexual, la
identidad de género, la religión, la edad, la etnia, la clase social y otras
variables, el feminismo anarquista se abre a una apuesta de deconstrucción de
conceptos como sujeto, identidad, género, sexo, raza, etc. Desde el humanismo
integral que defiende el anarquismo, los hombres están incluidos en la lucha
feminista, esperamos de ellos su manera de deconstruir la masculinidad, que ha
sido una de las bases fundamentales del patriarcado, y que encuentren su
espacio en el proyecto de emancipación humanitaria.
Somos seres con
identidades plurales, fragmentarias, capaces de compromisos múltiples con toda
una variedad de colectivos. Esos compromisos enriquecen nuestras vidas y nos
capacitan. El objetivo desde la concepción anarquista de
la vida es la necesidad de identificar los mecanismos de concentración del
poder y construir herramientas para su redistribución y para la autonomía. En esta línea es importante la construcción de redes de cordialidad[7] basadas en el apoyo mutuo y el
reconocimiento entre mujeres que implica, compartir
conocimientos, evitar las manipulaciones de que somos objeto, romper el
aislamiento, la competencia, la sospecha permanente y la desconfianza entre nosotras.
Publicado en Contrainformación.es
30 marzo 2019
Traducido al portugués:
http://elcoyote.org/os-ecos-do-passado-no-anarco-feminismo-atual/
30 marzo 2019
Traducido al portugués:
http://elcoyote.org/os-ecos-do-passado-no-anarco-feminismo-atual/
[1]
Teresa Claramunt (1905/2018): La mujer.
Consideraciones generales sobre su estado ante las prerrogativas del hombre. Introducción:
Laura Vicente. Palma de Mallorca, Calumnia.
[2]
Lucía Sánchez Saornil, “La ceremonia matrimonial o la cobardía del espíritu”.
Horas de Revolución, pp. 24-26. Publicado
por el Sindicato del Ramo de Alimentación. Barcelona, s.d. Recogido en “Mujeres Libres”: España 1936-1939.
Selección y prólogo de Mary Nash (1976).
Tusquets, Barcelona, pp. 178-180.
[3]
En Mary Nash (1975): “Dos
intelectuales anarquistas frente al problema de la mujer: Federica Montseny y
Lucía Sánchez Saornil”. Convivium, 44-45, pags. 73-99. Marañón afirmaba
que existía una distinción entre los sexos basada primordialmente en las
glándulas de secreción que "imprimían un carácter peculiar a la criatura
determinando su sexo y con éste sus actividades en el campo social", p. 88.
[4] Camillo
Berneri, “Humanismo y anarquismo”, 1936.
berneri-1936-humanismo-y-anarquismo.pdf
Copiado
de Camillo Berneri, Humanismo y anarquismo, Los libros de la Catarata, Madrid,
1998.
[5]
Hay centenares de asambleas que se han constituido para la preparación de la
huelga de 2019, yo habló de la que conozco, la de Barcelona.
[6]
Un planteamiento referido a Mayo de 1968
que hace el Comité Invisible (2017): Ahora.
Logroño, Pepitas de calabaza, p. 159.
[7]
Concepto utilizado por Lucía Sánchez Saornil en relación a la revista Mujeres Libres en 1936. Es equivalente a
la sororidad.
Excelente texto compañera
ResponderEliminarGracias, compañera.
EliminarUn abrazo.