Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

domingo, 13 de mayo de 2018

AUSCHWITZ, PENSAR EL PRESENTE


El libro de Enzo Traverso[1] que nos sirve de base para esta reflexión pivota sobre dos pilares: la figura del intelectual y la necesidad de pensar sobre Auschwitz.


Entonces, como ahora, la intelectualidad debería partir de una posición crítica para encarnar la heterodoxia, la disidencia y el pensar sin ataduras. El anticonformismo, la inquietud existencial y la mente abierta, son el punto de partida imprescindible para “alertar del incendio”, es decir, dar la alarma, reconocer la catástrofe, nombrarla y analizarla.

Hoy muy pocos intelectuales son capaces de mantener estas posiciones críticas e inconformistas que nos alerten del incendio. Algo parecido ocurrió en el contexto del nazismo y la II GM, solo una minoría fue capaz de mantener la mente abierta y alertar de la catástrofe que se estaba fraguando. Muchos intelectuales fueron colaboracionistas o formaron parte de la multitud de cegados, que no vieron nada de lo que ocurría a su alrededor.
Como señala Dasa Drndic en su excelente novela Trieste:
Los observadores ciegos, la gente “normal”, son los que hacen apuestas seguras, son los que no arriesgan. Ellos quieren vivir sus vidas sin interrupciones. En la guerra, e ignorando la guerra, esos observadores ciegos giran la cabeza con indiferencia y rehúsan activamente saber nada. Su autodefensa consiste en un escudo duro. Encerrados en su cápsula, se regocijan como larvas.
Los hay en todos los sitios. En los gobiernos neutrales de los países neutrales, entre los aliados, en los países ocupados, entre la mayoría, entre la minoría, entre nosotros. Somos nosotros, los bystanders.
Traverso considera que hubo cuatro grandes grupos de intelectuales:
*Los colaboracionistas, que no se tratan en el libro.
*Los no traidores sino trágicamente cegados ante el genocidio.
*Los llamados “alertadores de incendio”: intelectuales judíos exiliados que ven e intentan pensar Auschwitz, desarraigados en el aspecto social y anticonformistas en el cultural.
*Los supervivientes: especialmente quienes convirtieron Auschwitz en la fuente inspiradora  de su obra y, por tanto, plantearon la imposibilidad de pensar la vida y la cultura al margen de esa ruptura.
El libro recoge la huida de algunos intelectuales que no vieron la importancia de la catástrofe y las de aquellos que reflexionaron y pensaron sobre ella para analizarla, bien desde sus propias vivencias o bien por percibir enseguida la magnitud de lo que estaba ocurriendo.


Auschwitz aparece en estas páginas como el producto legítimo y auténtico de la civilización occidental y, por ese motivo, la intelectualidad tenía la obligación de reflexionar sobre los Lager para comprender una sociedad contaminada por la barbarie. La Solución final hundía sus raíces en el seno de las sociedades del siglo XX, aparecía como un test de las posibilidades ocultas de la sociedad moderna. En este proyecto fatal se unió la monopolización estatal de la violencia con la producción adecuada de indiferencia moral.


Auschwitz fue también el resultado de la fusión de la biología racial con la técnica y las fuerzas de destrucción de las sociedades industriales. Este genocidio partió del encuentro fatal del antisemitismo  moderno, biológico y racial, con el fascismo, dos polos oscuros y siniestros de la modernidad que encontraron una síntesis en Alemania, pero que por separado ya estaban ampliamente difundidos en la Europa de entreguerras (pp. 248-249). Los campos de exterminio no representan una “regresión” hacia el pasado sino un fenómeno histórico radicalmente nuevo: uno de los rostros de nuestra civilización.

Al sacar a la luz la dialéctica profunda del proceso de civilización, con todo el potencial de violencia e inhumanidad que implicaba, Auschwitz supuso una ruptura de civilización. La Solución final constituyó una cesura histórica porque el judaísmo era una de las fuentes del mundo occidental. Exterminar a los judíos significaba socavar las bases de nuestra civilización. Con los campos de exterminio se cuestionó radicalmente el fundamento mismo  de la existencia humana. En este sentido Auschwitz constituyó un “eclipse de lo humano” (pp. 251-252).

Para concluir, una reflexión de Primo Levi que consideraba que pese a la importancia de la reflexión, las palabras nunca podían estar a la altura de la herida que designaban. Sería vano buscar en ellas un refugio o un consuelo e ilusorio confiarles la tarea de una comprensión definitiva (p. 189).



[1] Enzo Traverso (2001): La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales. Herder, Barcelona.


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