Acostumbramos a dar por sobreentendido el
significado de las palabras y para muchas personas los términos anarquismo y
rebelión tienen connotaciones muy diferentes e incluso contrapuestas. Anarquista
es aquel que rechaza el gobierno y, por tanto, que existan personas con poder
que impongan su voluntad al resto. Aunque parecido, el término ácrata va más
lejos al señalar que se renuncia además a la búsqueda
y ejercicio del poder[1].
De aquí que sea más acertado hablar de rebelión, que de revolución, entendida esta como
subversión de los valores más profundos y enraizados en cada persona. La
rebelión no es solo económica, es contra la opresión que brota de todos los
ámbitos de lo social. Por su dimensión ética convierte la cultura y la educación en elementos fundamentales. Por eso también se
fija en aspectos claves de la existencia: alimentación, salud, familia, amor,
sexualidad, relación y respeto a la naturaleza, etc. Desde la opresión, el
sujeto de la rebelión es la humanidad, todos
los que sufren la opresión, como señaló el movimiento de las plazas del 15 M,
el 99%.
En el siglo XIX cuando arraigó el anarquismo en
España existía una división que tendemos a olvidar, la frontera entre la escritura y la
oralidad. La escritura marcaba una diferencia de
clase: se abría una brecha entre hablantes y escribientes, iletrados o letrados. No dominar la lectura y la escritura
era percibido por las clases trabajadoras como una carencia, el anarquismo
batalló para llenar ese vacío partiendo, muchas veces, de una formación académica
mediocre y básica o a través del autodidactismo. Algunos/as anarquistas sabía
leer y escribir pero su mundo era el oral, quizás por ello daban tanta
importancia a la palabra escrita como semilla de rebelión que, si se extendía,
podía acabar con la opresión.
No es raro, por tanto, la proliferación de escritores
y escritoras dentro del mundo ácrata, así como la fundación de periódicos y
revistas, de vida efímera muchos de ellos, pero que constituía un elemento
clave de su idiosincrasia, mucho más que las orsinis o las stars (bombas y
pistolas) que el poder ha convertido en signo de identificación del anarquismo. Donde había un anarquista había
un periódico y, por tanto, obreros/as ilustradas.
Una anécdota sobre este tipo de obrero/a ilustrada se
produjo durante la visita de Einstein a Barcelona, cuando el científico mostró
interés por ir a un local de la CNT y el 27 de febrero de 1923 se encontró con
una sala llena de obreros/as puestos en pie rindiendo un homenaje al científico
alemán que afirmó: Vosotros sois revolucionarios
de calle y yo soy de la ciencia.
Un ejemplo de obrera ilustrada es Teresa Claramunt
(1862-1931)[2],
obrera textil cuya formación académica se limitó a los estudios primarios hasta
los diez años y que escribió centenares de artículos en la prensa anarquista,
una obra de teatro estrenada en 1896, titulada “El mundo que muere y el mundo
que nace” (estrenada por la Compañía Libre de Declamación formada por obreros y
acompañada por el quinteto musical, Fraternal)[3] y
un folleto de dieciséis páginas en 1905,
su obra más extensa, titulado La mujer Consideraciones
generales sobre su estado ante las prerrogativas del hombre. Un texto
breve pero excepcional, especialmente en
una mujer obrera.
Claramunt reconocía en La Mujer la especificidad de la
opresión femenina al señalar que las mujeres sufrían una subordinación por
razón de sexo y que el hombre era el responsable de dicha opresión, aunque el
tirano llevara blusa y alpargata. Admitía también la existencia de un sistema patriarcal
construido sobre el principio de la desigualdad de sexos. Eran las mujeres, por
tanto, las que tenían que tomar la iniciativa para acabar con las desigualdades
y con tal fin desarrollar su lucha con plena autonomía. Teresa Claramunt sentó,
de esta manera, los fundamentos del
feminismo anarquista obrerista.
FEDERICA MONTSENY
Pero Teresa, que utilizó la palabra escrita, destacó
como maestra en el arte de la palabra oral. De ella decía Federica Montseny
(1905-1994) que tenía una voz impregnante, una voz que atraía enseguida,
destacaba como oradora por su fuerza
expansiva, simplista, por su simpatía, que atraía las almas. Federica
afirmaba que Teresa no tenía cultura, no usaba frases floridas, pero tenía el instinto certero del Pueblo[4].
Hablaba con verdad se dirigía al otro, lo interpelaba y le hacía ingresar
dentro de su espacio sensorial, lo conmovía y el otro aceptaba ser conmovido. Sin embargo, para comprender bien el
alcance de la palabra nos faltan los gestos y las mímicas que la acompañaban.
La propia Federica Montseny fue otra mujer escritora,
con formación proporcionada por su madre, Teresa Mañé (1865-1939), ya que nunca
fue a la escuela. Mañé, amiga de Teresa, tuvo formación como maestra y es otra
de las pioneras del feminismo anarquista que escribió y dio vida, junto con su
marido Juan Montseny, a una de las revistas anarquistas más interesante, La Revista Blanca[5] (que tuvo dos épocas, la primera entre 1898 y
1905, la segunda entre 1923-1932).
Federica fue una destacada dirigente y una de las
intelectuales anarquistas más prolíficas, escribiendo sobre temas de muy
diversa índole. Se dio a conocer mediante su colaboración en La Revista Blanca y en El Luchador, dirigido por su padre,
ambas publicaciones le sirvieron para divulgar su pensamiento a través de unos
600 artículos. Además se publicaron quince folletos, dos novelas y alrededor de
cincuenta cuentos publicados dentro de las series de La Novela Ideal y La Novela
Libre publicadas por la editorial de La
Revista Blanca[6]. Las novelas sociales, casi
siempre referidos a la clase obrera, eran textos breves de treinta y dos
páginas que partían de la realidad propia creando héroes y heroínas de barriada
que desafiaban a patrones, padres autoritarios, caciques o curas. Estas novelas se introdujeron en los
hogares obreros y sus protagonistas formaban parte de las conversaciones
vecinales, sindicales o de los cafés de las cooperativas. Estas pequeñas
novelas posibilitaban el debate, la exclamación, la simpatía o el odio hacia
personajes y temas conocidos por quienes las leían. Tuvieron un éxito
extraordinario y se llegaron a hacer tiradas de diez mil ejemplares, llegando
algunas a los cincuenta mil[7].
La II República fue un importante momento de
visibilidad de las mujeres en la esfera pública, sin embargo conviene no
olvidar que había existido una genealogía de cien años, desde la formación de
los primeros núcleos de utópicas en la década de 1830, que unió a mujeres de
manera ininterrumpida por eslabones de sororidad y que hizo posible este
florecimiento de la presencia femenina a partir de 1931. La Constitución
republicana permitió la igualdad jurídica entre los sexos y favorecieron un
desembarco de las mujeres en el espacio público y, en concreto, en el campo de
la escritura. Es el caso de Lucía Sánchez Saornil, Amparo Poch y Mercedes
Comaposada, las fundadoras de la revista Mujeres
Libres (mayo de 1936), o la
propia Federica Montseny y otras mujeres anarquistas.
LUCÍA SÁNCHEZ SAORNIL
Al producirse el alzamiento militar, miles de mujeres irrumpieron en el escenario público en defensa de la República y/o de la revolución social. Durante la guerra las mujeres alcanzaron una visibilidad y un reconocimiento jamás logrado. Algunas llegaron a desempeñar responsabilidades políticas como fue el caso de la anarquista Federica Montseny primera mujer ministra en España al detentar la cartera del recién creado Ministerio de Sanidad y Asistencia Social.
Montseny nombró como colaboradoras a la Dra.
Mercedes Maestre (UGT) en Sanidad y a la Dra. Amparo Poch (“Mujeres Libres” y CNT) en Asistencia
Social, cuando esta se trasladó en el otoño de 1937 a Barcelona fue directora
del Casal de la Dona Treballadora dedicado a la capacitación de la mujer
obrera. En los pocos meses que Montseny fue ministra (nov. 1936-mayo 1937) elaboraron,
entre otros proyectos, uno de Despenalización del Aborto, inspirado en el que
había aprobado el Conseller anarquista de la Generalitat, García Birlán.
Lucía Sánchez Saornil participó activamente y se
involucró en el proceso revolucionario puesto en marcha con el golpe de Estado
y escribió poemas como el de “Madrid,
Madrid, mi Madrid” o el “Himno de Mujeres Libres”, poemas incluidos en su
“Romancero de Mujeres Libres” (1938), en el que aparecen recogidos poemas que, con
tono exaltado, casi de arenga, relataban acontecimientos históricos de la
guerra. Estos poemas escritos desde la militancia, a vuelapluma, buscaban la
comunicación inmediata para exacerbar los sentimientos revolucionarios.
Escritos con un lenguaje directo, natural y desprovisto de todo recurso que
pudiera oscurecer la inteligibilidad del contenido. También en las ediciones de
Mujeres Libres apareció el folleto “Horas de revolución” que recogió
colaboraciones periodísticas publicadas en los primeros meses de guerra[8].
La actividad intensa de Lucía continuó durante el
año 1937, tanto en “Mujeres Libres”, ya que asistió y glosó los acuerdos
tomados en su Conferencia Nacional y asumió el cargo de Secretaria de la Federación
Nacional, como en su faceta de escritora, ya que asistió al XI Congreso de
escritores antifascistas. Umbral se
trasladó a Barcelona en los últimos días de 1937, o los primeros de 1938, y
Lucía y Mery marcharon también a esta ciudad. Igual decisión adoptó Solidaridad
Internacional Antifascista (SIA)[9]
que renovó su Consejo Nacional con la
incorporación, entre otros, de Lucía en Prensa y Propaganda. En mayo de 1938
Lucía asumió la función de Secretaria General[10].
La
vida de Lucía, igual que la de miles de mujeres comprometidas en el bando
republicano, fue una lucha constante por negar la sumisión femenina impuesta
por el franquismo. La dictadura fue un duro correctivo para estas mujeres.
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[1] Desarrolla este tema, Félix
García Moriyón, “Existe una identidad anarquista”, Libre Pensamiento, nº 86, primavera 2016, pp. 6-13.
[2]Laura Vicente (2005): “Teresa Claramunt. Des de l’altre banda de
la “perfecta casada”. La dona sotmesa al “tirano de blusa y alpargata”. Cercles,
Universitat de Barcelona, 8. Laura Vicente (2006): “Los inicios del feminismo
en el obrerismo catalán. Un folleto de Teresa Claramunt”. Arenal, 13.
[3] Laura
Vicente (2006): Teresa Claramunt. Pionera
del feminismo obrerista anarquista. Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid, pp.
123-125.
[4] Federica Montseny (1938): “La mujer en la paz y en la guerra”, Conferencia celebrada en el
Centro de Mujeres Libres. Publicaciones Mujeres Libres, Barcelona, p. 12.
[5] Sobre esta revista es
interesante el libro de Dolors Marín i Silvestre y Salvador palomar i Abadia
(2006): Els Montseny Mañé un laboratori
de les idees. Publicacions de l’Arxiu Municipal de Reus, Reus. En la
revista colaboraron escritores como Dorado Montero, Unamuno, Giner de los Ríos,
Cossió, Azcárate, Benavente, Brossa o Clarín.
[6] Mary Nash (1975): “Dos intelectuales
anarquistas frente al problema de la mujer: Federica Montseny y Lucía Sánchez
Saornil”. Convivium, 44-45, pags.
73-99, p. 74.
[7] Sobre
este tema ha escrito Dolors Marín (2010): Anarquistas.
Un siglo de movimiento libertario en España. Ariel, Madrid, pp. 212-213.
[8]
Rosa Maria
Martin Casamitjana (1992): “Lucía Sánchez Saornil. De la vanguardia al olvido”.
DUODA, Revista d’Estudis Feministes, núm.
3, págs. 60-61, p. 48.
[9] SIA fue creada en un Pleno
Nacional de la CNT en Valencia el 15 de abril de 1937. Su finalidad era
humanitaria y política.
[10] Lucía Sánchez Saornil (2014): Poeta periodista y fundadora de Mujeres
Libres. Introducción y selección de Antonia Fontanillas Borràs y Pau
Martínez Muñóz. Madrid, La Malatesta, pp. 50-51.
Gracias por este artículo Laura.Mas una gran aportación para la história del anarcofeminismo.En un rato lo comparto en nuestro grupo de Lucía en el face.
ResponderEliminarThiago Lemos
Muchas gracias Thiago por tus palabras y por la difusión del artículo. Saldrá finalmente publicado en la revista Crisis en formato más reducido.
EliminarSalud y un abrazo!!
ResponderEliminarGracias por la aproximación!!
Besos!
A ti, querida X
EliminarBesos!!