Hace mucho que entiendo
el papel de la historia en una doble dimensión: por un lado, investigar el
pasado para llenar el capazo de saberes y representaciones de lo ocurrido en
otro tiempo; y, por otro lado, hacer llegar ese capazo
a quienes luchan en el presente por la transformación social.
Quiero aclarar que no me considero una historiadora
militante como desde la Academia se nos cataloga a quien hacemos historia fuera
de su ala protectora, al margen, como me gusta decir a mí. Por eso siempre me
he negado a que digan que soy una historiadora libertaria o anarquista.
Mientras la mayor parte de los historiadores académicos se sienten objetivos o
neutrales en su quehacer histórico, nos endilgan a quienes estamos en el margen
la etiqueta descalificante de «militante» como sinónimo de investigación de
parte, subjetiva y, por tanto, menor.
Respecto a la investigación del pasado me he ido orientando
hacia una comprensión de la historia discontinua y contradictoria, con mucho de
accidental y contingente, en el sentido de que nada anuncia que se va a
producir un acontecimiento, puede suceder o no. La perspectiva de la historia
lineal, que tan vinculada está a la Modernidad, considera a esta como una línea
ordenada de causas y consecuencias que camina hacia adelante, que progresa
conduciendo a hechos que previsiblemente tienen que suceder. Es decir, que un
hecho histórico determinado proviene de algo que estaba en ciernes en un
elemento originario cuyo desarrollo se acaba concretando en dicho acontecimiento.
Esa es la razón por la que prefiero la
representación «geológica» de la historia a la «lineal». En la imagen «geológica»
el peso de la historia funciona a través de una acumulación espacial de capas heterogéneas
entre las cuales investigamos acontecimientos que sucedieron sin anuncio
previo, que pasan, a veces, como un rayo lleno de posibilidades por indagar y
escudriñar. La labor de la historia, desde esta perspectiva, es recoger las
historias discontinuas, sorprendentes e inesperadas y llevar a cabo un registro
retrospectivo de conflictos, afectos y saberes. Un registro de las
convergencias, de los accidentes, de los desórdenes, de lo descartado por la «gran
Historia».
Esos estratos sedimentarios son los depósitos dados
por las generaciones anteriores que definen a la comunidad por sus relaciones
históricas con los ancestros. De alguna manera, somos lo que somos en tanto que
herencia y en tanto que el pasado produce efectos sobre el presente, si no los
produce, si se rompe esa trabazón con el pasado y deja de «afectarnos» en
nuestro quehacer y en nuestra sensibilidad, los hechos pasados mueren y quedan
en libros polvorientos sin brújula, sin sentido.
Como decía al principio, por tanto, la historia
tiene otra dimensión, desde mi punto de vista no es una naturaleza muerta en la
que se curiosea sin más. El pasado tiene efectos sobre el presente y abre
posibles futuros. De ahí, que tiene sentido hacer circular esa historia
bastarda, lateral y subterránea, que no encaja en la ordenada historia lineal y
que es relevante desde la perspectiva social y cultural para hacer «historia
del presente» aunque parezca un oxímoron. No resulta fácil acercarnos a quienes
entienden la historia con esa proyección viva hacia el presente, la mayoría de
las veces se queda en pura nostalgia o en una especie de retromanía sin
sentido.
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