Nada en los libros de Los Gimenólogos, recorre la senda habitual de la Historia hegemónica avalada por la Academia (todo con mayúsculas). Para empezar, no es habitual la autoría colectiva, tampoco lo es la manera de enlazar materiales proporcionados por «amigos» que se han ido reuniendo a lo largo de los años, su manera de entender la historia también es peculiar.
Los Gimenólogos son un grupo de historiadores-investigadores no
profesionales interesados en todo lo relacionado con la Revolución Social que
se dio en amplias zonas de la España de 1936. Por tanto, el tema de interés de
este grupo está acotado y podríamos decir que es personal y político. Me
parece, que a Los Gimenólogos no les interesa la historia como naturaleza
muerta a la que vuelven con curiosidad o nostalgia, sino que les guía la
preocupación por el presente. El pasado afecta al presente y, por ello, su
manera de entender la historia tiene una dimensión política que no ocultan.
La gimenología, dice el grupo, es la ciencia que estudia las andanzas de
los ilustres y utópicos desconocidos y desconocidas. Esta peculiar disciplina
busca capturar la singularidad de los acontecimientos y personajes que
investigan, descienden en lo ordinario, en lo común, en lo invisibilizado por
la Historia dominante y se niegan a universalizarlo como hace esa mayúscula
Historia. Podría parecer que tejen mosaicos precarios, pero eso no lo veo como
debilidad sino como potencia en tanto que se resisten a la totalización y a la
clausura de sentido.
A Zaragoza o al charco! [1] es también un título singular puesto que se refiere a un cuento sobre la cabezonería que nos achacan a las gentes aragonesas, pero que acabó siendo el grito de los milicianos cuando atacaban en el frente de Aragón. Y no es por casualidad, porque tras el tópico de la idiosincrasia aragonesa palpita, a veces, el cuestionamiento de la autoridad suprema sea dios u otros poderes, al que son tan dados las y los anarquistas.
El mosaico de historias se compone de cuatro personajes: Florentino Galván
Trías, Emilio Marco Pérez, Juan Peñalver Fernández e Isidro Benet Palou. No son
personajes de primera fila del mundo libertario y eso lo hace doblemente
interesante, es cierto que son historias desiguales como no podía ser de otra
manera ya que se reconstruyen con testimonios diferentes.
Se trata de individualidades que personalizan la extraordinaria
movilización colectiva que se produjo en julio de 1936 por parte del Movimiento
Libertario, es cierto que cuando hablamos de cifras de milicianos y milicianas
no son excepcionales, pero no podemos olvidar que en la retaguardia la
movilización si lo fue. Los relatos en torno a estos cuatro hombres implicados
en las milicias del frente aragonés nos permiten aproximarnos a la revolución
colectivizadora que se produjo en la retaguardia cercana al frente que contó
con la influencia de esas milicias sobre las posiciones de los habitantes del
agro aragonés.
En estas historias se puede seguir cómo se formaban los militantes desde su
niñez, que duraba poco, y así se entiende que cuando se produce el golpe de
Estado, pese a su profundo antimilitarismo, no duden en marchar en alpargatas[2]
al frente de batalla para defender una revolución social con la que varias
generaciones habían soñado. Estos relatos nos van dando cuenta de las
dificultades, las contradicciones, las situaciones no previstas, las reacciones
diversas (autoritarias y solidarias) que una empresa como la de transformar la
sociedad conllevaba.
Pese a que la tarea de hacer la guerra y la revolución era muy difícil,
percibimos algo que nunca deja de impresionarme: la magia de la revolución que
nunca olvidaron pese al alto precio que tuvieron que pagar. En este libro
palpita la vivencia de un proceso de emancipación colectivo que se plasmó a
través de la vibración en los cuerpos que fueron atravesados por dichas
experiencias y que nunca olvidaron. Los hombres y las mujeres realizaron en
acto una apertura de lo humano a lo utópico; este libro no oculta la
problemática de ese caminar indefinido hacia la utopía, nunca fue un lecho de
rosas.
Leyendo este mosaico de historias sabemos que la revolución va mucho más
allá del hecho de que el pueblo estuviera armado o de las colectivizaciones. La
revolución, si lo es, transforma la
existencia, pone en marcha una mutación cultural profunda que inventa,
experimenta y explora las capacidades individuales y colectivas de quienes se
emancipan. En ese proceso, la retaguardia y las mujeres tuvieron un papel
fundamental y lo echo en falta en este libro donde ellas aparecen como
personajes secundarios y sin relevancia. Confío en que este colectivo
emprenderá futuras investigaciones que las tendrán en cuenta.
Las
dos «Crónicas Gimenológicas» que ponen fin a este libro me parecen muy oportunas,
aunque provocan un cambio en el ritmo del libro que nos obliga a recomponer la
lectura de ¡A Zaragoza o
al charco! La primera «crónica» desarrolla
una visión general de las condiciones para lanzar la Utopía, es decir, el
comunismo libertario en el campo aragonés. El relato nos lleva desde el
concepto de comunismo libertario, la cuestión agraria y el sindicalismo, hasta
casos concretos de puesta en marcha de este proyecto y el ataque a las
colectividades, sin ignorar la pasividad de la CNT ante dichos ataques porque
quería volver a entrar en el Gobierno de la República.
La
segunda «crónica» es una aproximación al tema de la violencia revolucionaria
descendiendo a casos concretos que se dan en Barcelona y en el campo aragonés.
Especial interés tiene el apartado dedicado a la historia basura antilibertaria
durante la Guerra Civil (y sigue en la actualidad) puesto que no ha cesado la
descripción de la revolución como la irrupción de fuerzas sociales oscuras,
rayando en la delincuencia, violentas e incultas.
Invisibilizada
toda la obra constructiva, innovadora y transformadora, solo queda que muera el
recuerdo de aquello que puede producir efectos sobre el presente. Y si hay
intentos, como el de Los Gimenólogos y otros que se obstinan en seguir trayéndolos al hoy,
descargar toda la basura
antilibertaria que el poder académico y
mediático lanza contra unas experiencias emancipadoras que es mejor enterrar
para, desde el presente, no percibir posibles futuros emancipadores.
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