Para ser libre hay que carecer de deudas y
lazos y, sin embargo, estamos atados al Estado, a la comunidad, a la familia;
nuestros pensamientos están sometidos a la lengua que hablamos. El hombre
aislado, completamente libre, es un fantasma. Es imposible vivir en el vacío.
Consciente o inconscientemente, somos por educación esclavos de las costumbres,
de la religión, de las ideologías; respiramos el aire de la época.
Stefan Zweig, Montaigne, p. 77.
Leí
el libro de Bakunin: Dios y el Estado[1]
con apenas 20 años, no había vuelto nunca a él hasta ahora. Quién sabe porqué
un día decidí releer esa vieja edición de Júcar que se desmadejó toda conforme
iba leyendo (para evitarlo he comprado los dos primeros tomos de las Obras
completas del autor que está publicando la editorial Imperdible).
No
voy a decir que la relectura me haya deslumbrado, pero me han interesado mucho
sus reflexiones sobre el Estado (mucho menos la parte de Dios,
que tiene, sin embargo, algunos aspectos apeteciblemente irreverentes). Voy a
prescindir por tanto de sus reflexiones sobre dios y las religiones.
Como
bien señala Zweig: «respiramos el aire de la época» y Bakunin lo muestra en
esta obra en la que el caldo de cultivo de su pensamiento fueron las ideas de
la Ilustración. Sin duda alguna Bakunin sustenta sus ideas en este libro sobre
principios propios de la modernidad entre ellos la propuesta de una revolución
para el conjunto de la sociedad que se considera, por tanto, universal. La
importancia de la razón y, por ello, de la ciencia. Y una concepción de la
historia como línea de causalidad que construye un corpus de pensamiento y
acción que se fundamenta en una transmisión intencional de una generación a
otra siguiendo una línea de progreso.
Sin
embargo, he encontrado algunas intuiciones brillantemente actuales y esa es la
razón de esta breve reflexión.
1.
Su concepción de la autoridad no refleja el simplismo
del dualismo: dominados/dominantes y la idea de que la autoridad está
estáticamente localizada en los que tienen el poder, tal y como se aprecia en
esta brillante afirmación: «Cada uno es autoridad dirigente y cada uno es
dirigido a su vez. Por tanto, no hay autoridad fija y constante, sino un cambio
continuo de autoridad y subordinación mutuas, pasajeras y sobre todo voluntarias»
(p. 65).
2.
El papel de la «vida» en relación con la ciencia y la
propia historia puede resultar en algunos aspectos muy actual. Bakunin pone el
foco en la vivencia, en la multidimensionalidad de la experiencia, como punto
de partida para la indagación crítica.
Dice Bakunin que: «La verdadera escuela para el pueblo
y para todos los hombres hechos es la vida» (p. 76). Entiende la «vida» en
contraste con la ciencia que tan admirada era en el siglo XIX: «(…) la ciencia
es la brújula de la vida, pero no es la vida. […] La vida es fugitiva,
pasajera, pero también palpitante de realidad y de individualidad, de
sensibilidad, de sufrimientos, de alegrías, de aspiraciones, de necesidades y
de pasiones. Es ella la que espontáneamente crea las cosas y todos los seres
reales» (p. 94). Bakunin desconfía de la ciencia y por ello del gobierno de la
ciencia (que bien nos hubiera venido pensar sobre estas afirmaciones en los dos
años de covid por los que hemos pasado). Por este motivo, afirma que «(…) la
ciencia tiene por misión única esclarecer la vida, no gobernarla», su rechazo a
esa posibilidad es contundente cuando señala que el gobierno de la ciencia y de
los hombres de ciencia, no puede ser sino impotente, ridículo, inhumano y
cruel, opresivo, explotador, malhechor. Se puede decir que los hombres de
ciencia «no tienen ni sentido ni corazón para los seres individuales y
vivientes» (p. 95).
Bakunin intuye «que el gobierno de los sabios, si se
le deja hacer, querrá someter a los hombres vivos a experiencias científicas»,
y todavía va más lejos al afirmar que si los sabios no pueden hacer
experiencias sobre el cuerpo de los hombres, no querrán nada mejor que hacerlas
sobre el cuerpo social y he ahí lo que hay que impedir a toda costa (p. 96).
Bakunin parece presentir algo obvio en nuestro siglo, que la biopolítica, es
decir, el ejercicio del poder, con la inestimable ayuda de la ciencia, sobre la
vida de los individuos y las poblaciones, sería una realidad.
Y puesto que para los «seres reales, compuestos no
solo de ideas sino realmente de carne y sangre, la ciencia no tiene corazón»,
Bakunin afirma que lo que «predico es, pues, hasta un cierto punto, la rebelión
de la vida contra la ciencia, o más bien contra el gobierno de la
ciencia. No para destruir la ciencia (…) sino para ponerla en su puesto, de
manera que no pueda volver a salir de él» (p. 99). De hecho, hace tiempo que
salió.
3.
Otra idea brillante tiene que ver con la indivisibilidad
de la libertad: una persona no puede ser libre a menos que los demás sean
igualmente libres. Por ello el sometimiento de cualquier sector de la sociedad
no puede reducirse a algo que solo atañe a esa parte de la sociedad. Bakunin
seguramente pondría en cuestión la soberanía de la(s) identidad(es). En este
libro hay una «Nota sobre Rousseau» en la que aparece uno de los fragmentos más
repetidos y conocidos de Bakunin que confirma esta clave de la indivisibilidad
de la libertad:
«No soy verdaderamente libre más que cuando todos los
seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La
libertad de otro, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad, es al
contrario su condición necesaria y su confirmación. No me hago libre
verdaderamente más que por la libertad de los otros, de suerte que cuanto más
numerosos son los hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más
extensa, más profunda y más amplia se vuelve mi libertad. Es, al contrario, la
esclavitud de los hombres la que pone una barrera a mi libertad, o lo que es lo
mismo, su animalidad es una negación de mi humanidad, porque -una vez más- no
puedo decirme verdaderamente libre más que cuando mi libertad, o, lo que quiere
decir lo mismo, cuando mi dignidad de hombre, mi derecho humano, que consiste
en no obedecer a ningún otro hombre y en no determinar mis actos más que
conforme a mis convicciones propias, reflejados por la conciencia igualmente
libre de todos, vuelven a mi confirmados por el asentimiento de todo el mundo.
Mi libertad personal, confirmada así por la libertad de todo el mundo, se
extiende hasta el infinito» (pp. 151-152).
4.
Bakunin cuestiona en cierta forma la
existencia de la naturaleza humana, es contrario a pensar que el individuo sea
un ser universal y abstracto, por el contrario afirma Bakunin, cada uno nace
con una naturaleza o un carácter individual materialmente determinado (influyen
desde acciones materiales a geográficas, etnográficas, climatológicas,
higiénicas etc. etc.). El ser humano, señala Bakunin, no aporta al nacer ideas
y sentimientos innatos, como lo pretenden los idealistas, sino la capacidad a
la vez material y formal de sentir, de pensar, de hablar y de querer. No aporta
consigo más que la facultad de formar y de desarrollar las ideas, un poder de
actividad por completo formal, sin contenido alguno ¿Quién le da su primer
contenido? La sociedad (pp. 158-159).
Y termino…
Sin duda alguna esta relectura ha sido mucho más
enriquecedora que la de mi juventud, cuento en mi vista cansancio, pero también
muchas lecturas que me han permitido encontrar intuiciones y razonamientos
brillantes en un autor que resiste en algunos aspectos el paso del tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios siempre aportarán otra visión y, por ello, me interesan.