BERTA VICENTE
Tres
ministerios (Igualdad, Justicia e Interior) andan confusos, perplejos,
frustrados y asombrados ante el aumento de asesinatos de mujeres en el mes de
diciembre de 2022 (trece mujeres asesinadas y un caso más que todavía se está
investigando) y en el de enero de 2023
(a día 11 debemos contabilizar cuatro mujeres asesinadas). Y es que desde el
Estado se confía en que, con recursos, leyes, ministras feministas en Igualdad
y labor policial se puede atajar la violencia de género.
La
evidencia nos dice que no es así, ya que incluso los países con los índices de
igualdad de género más altos del mundo (los países nórdicos) ostentan así mismo
altas tasas de mujeres víctimas de homicidios
intencionados por parte de su pareja (Islandia y Finlandia).
Las políticas que se ponen en marcha desde
el Estado intentan taponar un herida con tiritas puesto que parten de la
filosofía de la necesidad de «proteger» a las mujeres, lo cual conlleva la consideración
de que estas, como personas débiles y vulnerables, precisan de dicho amparo. Como
decíamos en otro texto[1], a lo largo de la
historia, la idea de que las mujeres necesitan la protección de y por parte de
los hombres (o del Estado) ha sido fundamental a la hora de legitimar la
exclusión de estas de ciertos ámbitos y su confinamiento en otros. Es decir, el Estado intenta atajar la consecuencia, no la
causa de la violencia contra las mujeres y las personas percibidas como
mujeres.
¿Y cuál es la causa? ¿Qué es lo que explica la violencia de
género? La violencia no se produce porque las mujeres sean débiles o vulnerables
por el hecho de ser mujeres, sino porque vivimos en sociedades con culturas de
la violencia contra ellas. El problema de la violencia es estructural, no
coyuntural, mientras no seamos capaces de desmontar esa cultura de la violencia
de género, no resolveremos la situación.
Señalaba Bakunin[2], y
siguieron su estela entre otras Emma Goldman, que resultaba mucho más
difícil oponerse a la tiranía social que a la tiranía del Estado ya que la
primera no presenta el carácter de violencia imperativa que distingue la
autoridad del Estado. No se impone con leyes, sino que lo hace de manera más
suave, más imperceptible, domina a los seres humanos «por los hábitos, por las
costumbres, por la masa de los sentimientos y de los prejuicios, tanto de la
vida material como del espíritu y del corazón, y que constituyen lo que
llamamos la opinión pública». Por ello, rebelarse contra esa influencia que la
sociedad ejerce, obliga a la persona a «rebelarse, al menos en parte, contra sí
mismo». Esta es la razón por la que el anarquismo(s) otorga un gran valor a la
transformación de la subjetividad o lo que es lo mismo, a la desubjetivación,
es decir, a dejar de ser lo que quieren que seamos. Lo que Emma Goldman
señalaba como «liberación de los tiranos internos» o emancipación interna.
Para poner fin a la violencia de género tenemos que
poner fin a las desigualdades estructurales entre los géneros, centrando
nuestro objetivo en esa «tiranía social» que señalaba Bakunin y horadando la
compacta membrana cultural que impera en las sociedades impregnadas de
generismo y que está compuesta por sedimentos acumulados durante miles de años
en las estructuras mentales y el imaginario social.
Ese complicado objetivo tiene que estar en el punto de
mira para evitar políticas que bien poco remedian. Mostrar a las mujeres, o más
precisamente, reificar sistemáticamente los cuerpos femeninos puestos en escena
como cuerpos victimizados a través de las campañas contra la violencia de
género actualizan la vulnerabilidad como el devenir ineluctable de toda mujer.
Y encima son un tributo ofrecido a los agresores: señala lo que produce el
hecho de ser poderoso[3].
Las mujeres debemos enfrentarnos como sujetas activas
a la violencia y desafiarla desde otros parámetros que vayan en la dirección de
desestabilizar sociedades construidas, entre otros pilares, sobre la cultura de
la violencia de género. Planteamos a continuación algunas líneas de actuación
desde el feminismo anarquista diferentes a las de las desorientadas y perplejas
instituciones del Estado.
Desde las redes comunitarias debemos realizar un
trabajo de tolerancia cero hacia la violencia de género (y otras violencias,
claro). Solo algo más del 1% de las denuncias de violencia de género proceden
del entorno de las mujeres que la sufren. Las mujeres deben sentir que el
entorno social (no los servicios sociales o la policía, que no descartamos,
pero no son los mejores apoyos) las ampara y las sostiene frente a la violencia.
Que los agresores se sientan en su entorno social vulnerables, sientan miedo y
exclusión.
El feminismo anarquista propone una repolitización
crítica en contraofensiva al generismo (incluido el del Estado) fortaleciendo
las respuestas, no desde las instituciones y la policía, sino desde las mujeres
mismas para que asuman una defensa activa frente a la violencia. Debemos poner
en el centro de la agencia de las mujeres la necesidad de la autodefensa
feminista. Dice Elsa Dorlin[4] que la autodefensa
feminista instaura otra relación con el mundo, otra manera de ser, al aprender
a defenderse las mujeres crean y modifican su propio esquema corporal, que se
convierte entonces, en acto, en el crisol de un proceso de concienciación
política. Con la autodefensa no se aprende a luchar, sino que se desaprende a
no luchar.
Hay que trabajar siguiendo la señalada estela de
Bakunin y Goldman en la politización de las subjetividades, es decir, en lo
cotidiano, en la intimidad de los afectos relacionados con la rabia, en la
soledad de las experiencias vividas de la violencia.
Desde estos parámetros, nos decantamos en favor de la
autodefensa, entendida esta no como un medio con miras a un fin, sino como
forma de politizar los cuerpos, sin mediación, sin delegación, sin
representación.
[1] Laura
Vicente, «Generismo
de Estado»
en Acracia, 26 de noviembre de 2022 http://acracia.org/generismo-de-estado/
[2] Miguel
Bakunin (1976, 4ª edición): Dios y el Estado. Barcelona, Júcar, p. 154.
[3] Elsa
Dorlin, (2019): Autodefensa. Una filosofía de la violencia. Tafalla,
Txalaparta, pp. 286-287, 294.
Considero muy sugerente tu propuesta, aunque solo indicas el enfoque general y menos dices de cómo puede llegar a concretarse, salvo esa incitación a la politización de los cuerpos en la vida cotidiana. En todo caso, prefiero la declaración más general: lo personal es político, del feminismo radical de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Somos cuerpos, pero no solo cuerpos. El machismo, en lo que tiene de dominación, no busca solo someter los cuerpos
ResponderEliminarMuy cierto, tan solo puedo sugerir un enfoque general, ojalá pudiera concretar más.
EliminarCuando se habla de cuerpo no se habla solo del cuerpo físico, se habla del cuerpo como experiencia que no procede de la razón sino más bien de la experiencia, algo muy vinculado a la manera de acceder al conocimiento de las mujeres (por obligación) que ha generado un arraigo a la realidad que no se da a través de la razón, de la ideología.