Hace mucho que indago en cómo adaptar la visión
genealógica a la investigación histórica (especialmente en el ámbito social y
cultural, sin descartar otros aspectos). Michel Foucault no definió qué era la
genealogía, sino que se esforzó en describir en contra de qué estaba, qué
convenciones de la historia y de la metafísica intentaba desarticular. A este
autor le repele articular sistemáticamente el método genealógico como algo
coherente y considera la práctica genealógica través del conflicto y en su
búsqueda de las fuerzas en conflicto (no se refiere a grupos, individuos o
conceptos). Articula la genealogía como una «emergencia»[1] sitiada, algo que tiene
que luchar por encontrar su lugar y que tiene que desplazar otras convenciones
históricas para prevalecer. La genealogía surge en oposición a la
historiografía progresista, por un lado, y a la metafísica, por el otro. Se
busca una historiografía liberada de las metanarraciones históricamente
determinadas o como mínimo ser capaz de reconocerlas. El programa negativo de
la genealogía se centra en romper con el fundamentalismo y la naturalización
que practica la historiografía convencional[2].
La genealogía niega que haya predestinación ni un
significado inmutable en lo que sucede, por tanto, todo lo que nos atañe es el
resultado de eventualidades históricas. Es necesario por ello, desnaturalizar
fuerzas y formaciones existentes, así como revelar el modo contingente en que
se produjo y se afianzó lo ocurrido. Esta mirada genealógica implica, como
señalaba Nietzsche, desestabilizar lo que creemos saber y desfamiliarizarnos,
cuestionando si los valores hacen lo que dicen que hacen o sirven a un propósito
que hay que descifrar[3].
La filósofa Elsa Dorlin[4], no pretende hacer un
trabajo de historia sobre la autodefensa sino más bien trabajar en una
genealogía: busca los vínculos sostenidos y subjetivos de varios relatos y cómo
se relacionan entre sí. Propone trazar el itinerario de «una historia constelar
de la autodefensa» que no consiste en entresacar, entre varios ejemplos,
aquellos que resultan más ilustrativos, sino más bien buscar una memoria de las
luchas cuyo principal archivo lo constituyen los cuerpos de los dominados. Al
abrir ese archivo se incluyen diversos relatos (no son los únicos posibles):
los saberes y las culturas sincréticas de la autodefensa esclava, las praxis de
autodefensa feminista, las técnicas combativas elaboradas en Europa del Este
por las organizaciones judías contra los pogromos y algunos más[5].
Esa constelación, afirma Dorlin, titila como derivada
de los ecos, de las imprecaciones, de los testamentos, de las relaciones, en
definitiva, que vinculan de modo sostenido y subjetivo los diferentes puntos
luminosos (los relatos que componen este libro). De esta manera la autora
establece una relación entre la base filosófica del Black Panther Party for
Self Defense y los insurgentes del gueto de Varsovia; las patrullas de
autodefensa queer están en una relación de referencia con los
movimientos de autodefensa negros; y así, van apareciendo más y más puntos
luminosos que van construyendo una genealogía de la autodefensa[6].
Dorlin, además, considera que su propia historia, su
experiencia corporal le pueden servir en su trabajo genealógico como prisma a
través del cual leer ese archivo compuesto de diversos relatos. La autora hace
explícito que no pretende trabajar a escala de los sujetos políticos constituidos,
sino a escala de la politización de las subjetividades, es decir, en lo
cotidiano, en la intimidad de los afectos relacionados con la rabia, en la
soledad de las experiencias vividas de la violencia frente a la cual se
practica continuamente la autodefensa.
Desde estos parámetros, Dorlin desgrana sus relatos en
ocho capítulos bien documentados y argumentados en los que cuestiona la
violencia defensiva considerada como una práctica de resistencia al orden
social, decantándose en favor de la autodefensa. Entendida esta no como un
medio con miras a un fin sino que como forma de politizar los cuerpos, sin mediación,
sin delegación, sin representación
Los relatos,
como ya se ha dicho, son diversos, pero hay cuatro temas claves que se pueden
percibir con claridad: las cuestiones de género y el feminismo; el colonialismo
y la esclavitud; los dominados; y, por último, la raza y el racismo. Estos aspectos se entrecruzan entre ellos
creando un caleidoscopio genealógico de gran riqueza existencial.
[1]
La emergencia es el punto de surgimiento, se produce siempre en un
cierto estado de las fuerzas, es la entrada en escena de las fuerzas, su
irrupción, el impulso por el que saltan a primer plano, cada una con su propio
vigor. Michel Foucault (1997): Nietzsche,
la genealogía, la historia. Pre-Textos, Valencia, pp. 33-36.
[2]
De estas cosas escribe Wendy Brown (2014): La política fuera de la historia.
Enclave de libros, Madrid, pp. 144-145.
[3] Esto en el texto de Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, la historia.
[5] Elsa
Dorlin, Autodefensa,
pp.
29-30.
[6] Elsa
Dorlin, Autodefensa,
p.
30.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios siempre aportarán otra visión y, por ello, me interesan.