Rita Segato se preguntaba a sí misma sobre qué hacen
las personas que tienen inclinación a pensar, cuál puede ser su contribución a
la vida, ella misma concluía que eran donadoras
de palabras, nombradoras. El nombre es lo que Segato llama imagen, el nombre de una cosa es una
imagen[1].
Esta imagen de donadoras
de palabras casa perfectamente con Mujeres Libres, no por casualidad mi
último libro lleva por título La revolución
de las palabras[2].
Y es que las mujeres
que se organizaron en torno a Mujeres Libres (organización nacida en septiembre
de 1936) y levantaron un maremoto de palabras a través de la revista del mismo
nombre (fundada en mayo de 1936), abandonaron el silencio tomando y donando palabras. Romper una genealogía de mujeres
silenciadas, vencer la tradición del silencio, no era nada fácil, ellas renunciaron conscientemente a la
victimización y, en un contexto de Guerra Civil, enunciaron a través de las palabras, sus problemas, sus deseos,
sus tristezas, sus sueños y sus temores.
Capturar
lo otro en la historia supone renunciar a la línea recta de Cronos,
desprenderse de la creencia natural de que la historia es una sucesión
cronológica de hechos que conducen a la modernidad. Supone entender la
historia como contrahistoria,
rechazando conscientemente la historia como gran relato para centrarse en la pequeña historia y en la construcción
de un relato detallado y significativo
sobre la gente común y real. Si
renunciamos a entender la historia como una organización lineal de acontecimientos es porque optamos por una organización nodal[3]
en la que cada nodo es un punto de intersección, conexión o unión de procesos
históricos que interactúan y confluyen en el mismo lugar (las historias locales
serán protagonistas en lugar de los grandes relatos). De esta manera percibimos
la historia en toda su diversidad y heterogeneidad.
La
revolución en femenino
Mujeres Libres participaron en la revolución
social iniciada el 19 de julio de 1936, sin embargo se han escurrido del gran relato de la revolución libertaria sobre la que
se han producido múltiples investigaciones. ¿Qué se ha resaltado de la
revolución libertaria? Aquello que formaba parte del standard de «revolución» de la modernidad, más marxista que
anarquista: una revolución modelizada en el sentido de que había un plan que
trazaba una línea política (que se intentó concretar en el Congreso de la CNT
celebrado en Zaragoza en mayo de 1936 cuando
abordaron el «Concepto Confederal del Comunismo Libertario») y
las masas eran las encargadas, siguiendo a la CNT (a sus dirigentes
especialmente), de ejecutar dicho plan. Como toda revolución tenía que tener su
componente épico, su epopeya, su heroísmo, que quedó asegurado por las jornadas
de julio de 1936 que derrotaron el golpe de Estado en determinadas zonas del
país y dieron inicio a la Guerra Civil.
De esta forma, el foco se ha puesto en aquello
que responde a esta concepción lineal de la revolución y de aquellos
acontecimientos que reflejaban el plan previamente fijado y que correspondía al
modelo de otras revoluciones de la modernidad protagonizadas, mayoritariamente,
por el marxismo y el marxismo-leninismo: las transformaciones económicas,
políticas y militares. Se trata, además, de un tipo de revolución protagonizada
mayoritariamente por los hombres, una «revolución en masculino». La peculiaridad
de que estemos hablando de una revolución libertaria introdujo, eso sí, un
modelo diferente: más horizontal y anti jerárquico, más basado en la
autogestión y en la acción directa a través de las milicias, «el pueblo en
armas», las colectivizaciones industriales y agrarias y los Comités de Milicias
Antifascistas.
La historia nunca se cuenta entera, la
«pericia» y la experiencia que otorga la academia prioriza otros temas que hoy
tienen más salida en el mercado editorial y en el mercado de la memoria. La
«memoria» debería ser, y no es, aquello que el relato histórico normativo nunca
ha logrado conquistar. El Movimiento Libertario no entra, por muchos motivos,
entre lo que interesa recordar a quienes controlan los fondos y el relato
histórico en el que el anarquismo tiene poca cabida. Mucho menos lo tiene un
movimiento como el de Mujeres Libres que tanto ha costado que sea reconocido
por el propio movimiento anarquista y anarco-sindicalista y que nunca ha
merecido la atención del Movimiento Feminista actual. Investigar sobre el
feminismo anarquista es tener asegurada una producción de silencio.
La «revolución en femenino» de Mujeres Libres se
desarrolló en la lógica de los nodos constituidos de forma simultánea, en ella
no hay prioridades en los acontecimientos, no hay modelización, no hay épica ni
heroicidad, la revolución es silenciosa, poco
aparente, sin espectacularidad. Una revolución que transcurrió como un río
subterráneo y que estaba cuestionando la dominación más antigua que padecía la
mitad de la humanidad, el patriarcado. Una revolución que no se centraba tanto en
la transformación económico-social o política (la que hemos llamado «revolución en masculino» en la que
ellas participaron poco, exceptuando las colectivizaciones), sino como mutación
cultural que implicaba un cambio vital, una revolución de la vida.
¿Hay
dos historias, dos revoluciones en función del género? Comparto con Segato[4]
que las mujeres nos
hemos autorizado más que los hombres a entretejer el pensamiento con la vida.
No soy partidaria del esencialismo pero la historia de los hombres y de las
mujeres (y, por tanto, la revolución) son dos historias diferentes aunque
entretejidas y constituyendo un mundo único.
Cuando Lucía Sánchez Saornil, Amparo Poch y Gascón y
Mercedes Comaposada Guillén vieron en la publicación de una revista el comienzo
de un proyecto a largo plazo, querían establecer, en palabras
de Lucía Sánchez, «una red de cordialidad a través de las mujeres de toda
España»[5].
La base para construir una organización sólida era el apoyo entre las mujeres y
el reconocimiento de autoridad mutua, de ahí esa fórmula de «red de
cordialidad» que hoy denominamos también como sororidad. La revista podía
cumplir ese papel de tejer una red de mujeres unidas por la cordialidad,
auténtico proyecto político, que priorizaba la vida, la potencia como cualidad
de todo lo vivo, confiriéndoles agencia.
La revista era la urdimbre, el punto de partida a
partir del cual se podía fabricar esa red de cordialidad que uniría a muchas
mujeres vinculadas a la revista de formas diversas y poder construir
una estrategia para erosionar, desestructurar,
desmontar, desobedecer, errar, desceremonializar[6].
Y mientras, capacitarse a través de la cultura que constituiría la bovina de
hilo para tejer la red.
El golpe de Estado, la Revolución social y la Guerra
Civil interrumpieron este plan recién comenzado y lo aceleraron todo. Desde la
revista se recogieron iniciativas ya en marcha y se impulsó la creación de las primeras
agrupaciones de Mujeres Libres y desde la nueva organización, se pasó a vivir y
construir la revolución.
¿Cómo fue esta «revolución de la vida, de los cuerpos, de las palabras» que
impulsó Mujeres Libres?
Dijo George Orwell en Homenaje a
Cataluña, que en la Barcelona revolucionaria se tenía el sentimiento de
haber entrado de repente en una era de igualdad y libertad en la que los seres
humanos estaban intentando comportarse como tales y no como piezas de la
maquinaria capitalista. También Emma Goldman señaló la gran libertad política que vivió en su primera
visita a España. Junto con estas personalidades conocidas tenemos muchos
testimonios de mujeres que hablaban en parecidos términos, sin embargo, suele
ser raro que las impresiones personales, más aun si son de mujeres, sean
recogidas en la gran historia, desatendiendo
o tergiversando los momentos de espontaneidad revolucionaria[7].
Resulta llamativo contrastar estas impresiones con
la imagen de muerte, represión, asesinatos en la retaguardia, luchas políticas,
divisiones internas en el bando republicano que aparecen en la mayoría de los
libros que relatan los entresijos de la Guerra Civil. ¿Estamos hablando de otra
guerra o de otra revolución? Obviamente no es así, estamos hablando en clave nodal de acontecimientos constituidos de forma
simultánea, en la que cada
nodo es un punto de intersección, conexión o unión de procesos históricos que
interactúan y confluyen en el mismo lugar con características incluso
contradictorias. ¿La «revolución en femenino» lograba que la vida superara la
muerte? Lo cierto es que las protagonistas de Mujeres Libres vivieron con
pasión un tiempo en el que la sociedad se mantuvo unida por el cemento de la
solidaridad, sin el peso muerto del poder y la autoridad.
No
resulta fácil acercarnos a esa atmósfera compartida de energía mágica, de
alegría compartida, a esa sensación de que el mundo vivido hasta entonces se
convertía rápidamente en una reliquia histórica, en una larga pesadilla dejada
atrás. La promesa de un nuevo comienzo que no tenía más límites que los de la
imaginación resultó difícil de olvidar para nuestras protagonistas. Las
mujeres, sin apenas principios ideológicos consignados más allá de unas
nociones libertarias muy elementales, embarcadas en la aventura de cambiar la
vida, experimentaron la humanización
de la sociedad que se produjo durante la Revolución social. Un sociedad que
vivió un terremoto en la retaguardia, espacio que se feminizó. Un lugar en el
que había muchas mujeres protagonizando pequeñas insurgencias que desestabilizaban las normas
y jerarquías en el día a día, asumiendo múltiples
responsabilidades solas y abriendo caminos de libertad en plena Guerra, mujeres
que decidían abandonar el silencio y tomar
la palabra, mujeres dispuestas a arrojar sus cadenas animadas por una
atmósfera de esperanza sin restricciones tremendamente estimulante. Mujeres
cuya vida mutó al desaprender la pasividad de sus vidas y hacerse
responsables de sí mismas y de la marcha del mundo.
Aunque no
fue la única, Mercedes Comaposada empezó a hilvanar desde muy pronto (se instaló
en Barcelona en septiembre de 1936) una red de cordialidad entre las mujeres
más capacitadas por su formación académica y las mujeres obreras con menos
capacitación. De esta manera se construyó una red solidaria que permitió a las mujeres
obreras alfabetizarse, leer, ampliar sus horizontes, cambiar de trabajo, tener
iniciativa propia, en definitiva, romper la cadena patriarcal de sumisión
secular. Aprendiendo unas de las
otras, mujeres con instrucción enseñaron herramientas culturales básicas a
quienes no las tenían y estas capacitaron a su vez a otras haciendo crecer
redes de apoyo mutuo, de solidaridad, de emancipación, que nunca olvidaron y
siempre agradecieron. Para muchas mujeres, como lo reconocía Concha Guillen,
militar en Mujeres Libres cambió su existencia, fue «una luz que se encendió»[8].
Pero hubo mucho más, y ahí estuvo la enorme
trascendencia subversiva y revolucionaria de sus empeños en la retaguardia.
Quisieron organizar de otra manera los «cuidados» que la Revolución no había
evitado que siguieran en sus manos, se dedicaron a gestionar la vida y a ser solucionadoras de problemas y
preservadoras de la vida en el cotidiano. Se ocuparon de organizar de otra manera las maternidades, de organizar
guarderías para sus criaturas y comedores colectivos para poder trabajar y
tener los cuidados asegurados, se ocuparon de las personas refugiadas, de
capacitar a mujeres analfabetas, y de un sinfín de problemas cotidianos armadas
solo con las palabras.
Además, quisieron vivir una vida plena en
medio del desbarajuste de la Guerra, de los bombardeos, de la proximidad del
frente de batalla, de las personas heridas o muertas que había que cuidar o
enterrar. En ese contexto, tomaron y
donaron palabras, se autoenunciaron, se otorgaron agencia conscientes del
poco tiempo que tenían para hacerlo. Organizaron
sus vidas personales y las de las personas a su cargo, vivieron sus emociones,
sus pasiones, su sexualidad, ordenaron la crianza, el trabajo y el activismo
para que fueran compatibles. Muchas de ellas lo hicieron solas, sin hombres,
por primera vez en sus vidas. Esa fue «su revolución de la vida», una
transformación de largo recorrido que empezó a cambiar las formas de vida, las
relaciones personales, el trabajo, los
«cuidados» y un sinfín de aspectos que cuestionaban la dominación patriarcal
que padecían. Estas mujeres vislumbraron otros mundos posibles y, pese a la
derrota, nunca lo olvidaron.
Nosotras, y los movimientos feministas actuales,
como señala Rita Segato, debemos recuperar la memoria de una politicidad en
clave femenina cuyos hilos de memoria
quedaron intersectados, rasurados, impedidos de continuar su historia[9]
al ser derrotada en 1939.
[1]
Esta referencia se encuentra
en el Épílogo del libro de Amador Fernández-Savater (2020): Habitar y gobernar. Inspiraciones para una
nueva concepción política. Barcelona, NED, p. 360. La lectura de este libro
ha incentivado e inspirado estas reflexiones sobre mi libro recientemente
publicado. Leía algunos pasajes del libro de Fernández-Savater y Mujeres Libres
me iba saliendo al paso.
[2] Laura
Vicente (2020): La revolución de las
palabras. La revista Mujeres Libres. Granada, Comares.
[3] Esta
perspectiva de que la historia es un conjunto de nodos históricos heterogéneos
la he tomado del libro de Walter D. Mignolo (2007): La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial. Barcelona,
Gedisa, p. 72.
[4]
Rita Segato (2018): Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos
Aires, Prometeo Libros, p. 21.
[5]
Carta de
Lucía Sánchez a Josefa Tena, una activista libertaria de Mérida con la
que mantenía correspondencia relacionada
con la revista, el 10-VII-1936 en Montero Barrado, op.
cit,, p. 116.
[6] Esa
estrategia la encontré en Rita Segato, Contra-pedagogías de la crueldad, p. 65.
[7]
Esta idea de desatender las impresiones personales es de Colin Ward (2013), Anarquía en acción. La práctica de la
libertad. Madrid: Enclave de Libros, pp. 75-76.
[8] Eulàlia Vega, “Mujeres
libres, una luz que se encendió. La organización libertaria en la memoria de
sus militantes”, en VVAA (2016): Mujeres
Libres y Feminismo en tiempos de crisis. Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo
y Fundación Andreu Nin, p. 111.
[9]
Épílogo del libro de
Amador Fernández-Savater, Habitar y
gobernar, p. 366.
Una deslumbrante reflexión que defiende con lucidez lo que otros llamarían la retaguardia de la guerra y la revolución.
ResponderEliminarNo lo es porque nunca lo fue, ya que el apolíticismo de los libertarios y libertarias les obligó a crear un mundo paralelo donde la transformación de la vida cotidiana adquiría un valor en si mismo. El mayor logro del anarquismo histórico español quizá proceda de ese enfoque sobre la pedagogía, los derechos, la cultura y el cultivo del ocio creativo. Obviamente no es casualidad que a pesar de resistencias interiores las mujeres encontrasen en el movimiento un espacio para acceder a sus derechos.
Saludos
Gracias por tu comentario.
EliminarDe hecho es la retaguardia por muchos motivos, no solo porque lo era en la Guerra Civil, sino por cómo lo han posicionado en la historia que ha recogido lo importante de lo que han decidido que no lo era.
El interés por esos aspectos cotidianos de la vida, desatendidos por otras maneras de entender la lucha social, es algo que la memoria activa nos puede permitir tender hilos entre ese pasado y este presente.
Saludos.