Timothy Snyder es un historiador que siempre me
depara sorpresas cuando lo leo, tanto en su faceta más histórica como en la de
interpretador de la realidad actual. Es suyo ese concepto de «política de la
eternidad»[1] que sitúa a un país en el centro de un
relato de victimismo cíclico. En ese tipo de política ya no existe una línea
que se extiende hacia el futuro como sucede en la «política de la
inevitabilidad»[2],
sino un círculo que hace que vuelvan las amenazas del pasado una y otra vez
(Snyder, 2018: 16-17). Él lo aplica en su libro a diversos países, sobre todo
EUA y Rusia, pero enseguida vi que la política de la eternidad se daba en gran
parte en Cataluña y que era el nacionalismo catalán quien la estaba aplicando.
La primera característica y la que me parece que
tiene más peso es que estamos ante una política que fabrica crisis artificiales
y manipula emociones. Si por algo destaca el nacionalismo catalán desde hace
ocho años es por construir ficciones políticas. Hoy ha quedado estancado en la
república imaginaria aprobada en un referéndum sin garantías y en el que no
participó la mayoría de la población. Se niega la verdad sistemáticamente y
reducen la vida al espectáculo y el sentimiento. Las jornadas históricas se
suceden unas a otras, las emociones se desbocan y los dramas cotidianos se
ensalzan.
La manipulación de las emociones cuenta con unos
medios de comunicación (en especial TV3) bien engrasados por subvenciones
cuantiosas. El objetivo de dicha manipulación es provocar sentimientos de
entusiasmo e indignación de forma intermitente con el fin de distraer la
atención de su falta de capacidad o de voluntad para gobernar. En lugar de gobernar, Puigdemont y su mano
derecha Torra, crean crisis y espectáculo, son especialistas en ello. Pero
además, se instalan en la ausencia de límites,
creen que puede hacer lo que quieran porque cuentan con la «voluntad del
pueblo», el famoso «mandato popular», que da preferencia a la ficción sobre los
hechos.
Negar la realidad suprime el sentido de la
responsabilidad sobre lo que sucede de verdad. El nacionalismo catalán ha
dividido a la sociedad catalana como solo puede hacerlo una mentira.
Si se puede mantener a los ciudadanos/as en la
incertidumbre mediante la constante fabricación de crisis, es posible manejar y
dirigir sus emociones. La TV tiene su papel al eliminar la pluralidad que
representa a diversos intereses para centrarse siempre en el mismo mensaje. El
propósito del nacionalismo catalán es crear un vínculo de ignorancia voluntaria
con el «verdadero pueblo catalán» de forma que entiendan que sus dirigentes les
están mintiendo pero les crean de todas formas. Es indudable que los
ciudadanos/as tienen que poner de su parte y acercarse a los políticos de la
eternidad. Desmoralizados/as por su incapacidad de cambiar su situación en la
vida tras la crisis económica del 2008, especialmente las clases medias, han aceptado
que el significado de la política no reside en las reformas institucionales,
sino en las emociones diarias. Dejan de pensar en un futuro mejor para sí
mismos, sus amigos y sus familiares, y prefieren la invocación constante de un
pasado orgulloso igualmente ficticio.
La fabricación de crisis artificiales sirven de dos maneras a sus propósitos, la
que llevan trabajando más durante estos años es la de producir problemas
imposibles de resolver porque son ficticios. El «España nos roba» es uno de los
que logró movilizar más adeptos en su momento, el problema no es lo que hace o
deja de hacer España, sino el simple hecho de que exista, razón por la cual se
la borra del lenguaje político, académico, activista, etc. con términos como
Estado español o Península Ibérica. Pero no podemos descartar que ERC esté
pasando a otra fase, la de parecer que resuelven las crisis fabricadas para
obtener poder real.
Otra característica hace referencia al papel de la Historia
en esta política de la eternidad, de hecho podríamos decir con Snyder que este
tipo de política destruye la Historia. Los políticos de la eternidad saltan de
un instante a otro, a décadas o siglos de distancia, para construir un mito de
inocencia y peligro (Snyder, 2018: 18). El pasado proporciona un tesoro de
símbolos de la inocencia que los gobernantes explotan para ilustrar la armonía
de la patria y la discordia del resto del mundo. Cataluña nunca ha existido en
la historia como nación con algún tipo de Estado, pero da igual. Se ofrecen
declaraciones poéticas sobre Cataluña destinadas a crear una unidad lírica a
partir de ofensas y derramamientos de sangre anteriores. A partir de ahí se
produce la invocación constante de un pasado orgulloso frente a las calamidades
históricas y el peligro amenazante siempre de España. Si hay que inventarse que
Colón o Teresa de Jesús eran catalanes, se inventa, ¿por qué no, si hay
creyentes dispuestos a creer en dichos símbolos de inocencia de la propia
nación?
Amparándose en esta inocencia primigenia cobra
sentido lo que Snyder llama «esquizofascismo» (Snyder, 2018: 143), nueva
variedad de fascismo. Como Cataluña es inocente, ningún nacionalista catalán
puede ser jamás fascista, siempre son los otros/otras. En realidad fascismo
quiere decir anticatalán (mejor antinacionalista catalán). Los españoles
pierden su individualidad y se transformaron en un colectivo cuya cultura
justifica su desprecio hacia ella. El individuo desaparece en la eternidad. La
política de la eternidad puede hacer que sean impensables otras ideas. Y eso es
lo que significa la eternidad: la misma cosa una y otra vez (Snyder, 2018: 41).
La crisis del coronavirus ha descolocado levemente
al nacionalismo catalán y a sus líderes, han intentado descarnadamente seguir
con su política de la eternidad incluso con bromas macabras como la de Clara
Ponsatí y su «de Madrid al cielo». Es posible que sus ficciones no oculten
realidades como su participación en los recortes sociales incluida la sanidad.
Torra está tan acostumbrado a comportarse en la Generalitat como fabricante de
indignación que no sabe cómo moverse cuando ha de formular políticas concretas
para toda la gente no solo para un grupo escogido de la ciudadanía. Bajo su
verborrea del «pueblo», de la «gente», Torra y el nacionalismo catalán se
refiere solo a «alguna gente». Que el coronavirus afecte a toda la gente, que no pueda señalar enemigos
interiores puede descolocarle, la duda está en si sus seguidores/as volverán a
creer en sus ficciones políticas.
[2]
En la política de la inevitabilidad el futuro es más de lo
mismo de lo que existe en el presente, las leyes del progreso son conocidas, no
hay alternativas y, por tanto, no se puede hacer nada.
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