«
(…) la vida sin libertad es una monstruosa falsa ilusión (…)» (p. 376).
David
Porter[1]
hizo en 2006 la edición de un libro magnífico sobre las cartas que Emma Goldman
se cruzó con diversas amistades y compañeros/as de ideas respecto a su
experiencia en las visitas que realizó a la España revolucionaria durante la
Guerra Civil. Visitó España en tres ocasiones por periodos de dos a tres meses:
la 1ª visita (17 setiembre-mediados diciembre 1936) la hizo en la etapa de
mayor entusiasmo aunque las contradicciones en el seno de la Revolución habían
empezado. En la 2ª visita (16 septiembre-6 noviembre 1937), la mayor parte de
las contradicciones habían estallado. En su 3ª visita (mediados de septiembre a
comienzos de noviembre de 1938), había ya pocas esperanzas de derrotar el
fascismo y menos de salvar la Revolución. Durante sus visitas pasó la mayor
parte del tiempo viajando a diferentes zonas de la España revolucionaria
observando los esfuerzos constructivos en marcha y visitando la primera línea
del frente.
Una
de las cosas que más me han llamado la atención de la lectura de este libro es
la humanidad, las emociones, la fragilidad y también la fuerza que destilan
muchas de las cartas recogidas en esta magnífica obra. Cuando estalla la Guerra
Civil, Goldman acaba de vivir la muerte por suicidio de su compañero de vida,
Alexander Berkman en junio de 1936. El mundo se detuvo para ella. El estallido
de la Revolución el 19 de julio, puso en marcha, de nuevo, sus ganas de vivir.
Vino a conocer y a vivir la Revolución con su mirada entusiasta y crítica a la
vez, ella ya venía de otra gran ilusión defraudada en Rusia y no se fiaba de
las apariencias.
Aun
cuando se ilusionó, se identificó e hizo suya la Revolución española, su
inmersión en ella la obligó a poner en cuestión y a someter a crítica algunas
de las creencias más persistentes en el movimiento anarquista. Sus cartas
recogen su apasionada implicación, su empatía con la Revolución y con la suerte
de los y las anarquistas españolas, sintiéndose parte de ella y utilizando
enseguida el «nosotros» cuando hablaba de ella; sus dolores de cabeza, sus
insomnios, la preocupación por las amenazas internas y externas que percibe, se
«escuchan» latiendo en sus cartas.
Emma
Goldman defiende la Revolución frente a las críticas que llegan de algunos
sectores anarquistas de otros países. Y esa defensa tiene más valor porque era
consciente de los errores de los dirigentes de la CNT-FAI por su colaboración
con las fuerzas estatistas. Esta defensa se produce por la diferencia que lleva
a cabo entre dirigentes y bases anarquistas y anarcosindicalistas que pese a la
Guerra estan construyendo, con creatividad y entusiasmo, una Revolución
inspirada en el anarquismo que ella nunca esperó vivir a sus casi setenta años
(en su primer viaje tenía 67 años).
Se
posicionó finalmente contra la colaboración con las fuerzas estatistas y sus
críticas a Mariano, R. Vázquez, Federica Montseny («Es una “Lenin” con faldas»,
p. 72) y Juan García Oliver fueron contundentes. Vio reforzada su creencia
previa de que los líderes del propio movimiento anarquista eran personalmente
susceptibles a la corrupción autoritaria si su liderazgo no era controlado de
las bases en las que confiaba plenamente.
Llegó
a cuestionar la naturaleza de la revolución. Es muy interesante la diferencia
que marca entre anarquismo y revolución, afirma que son dos cosas diferentes:
«La revolución es siempre coercitiva y violenta; es siempre la expresión
culminante de los errores e injusticias acumulados, así como de las
brutalidades causadas por nuestro sistema (…)». Por eso, « (…) no podemos
esperar que el anarquismo se exprese en plenitud durante el periodo
revolucionario. Todo lo que podemos esperar es que los anarquistas eviten la
dictadura y el terror organizado (…)» (p. 297). La violencia que comporta una
revolución es lo contrario de lo que representa el anarquismo (p. 301).
Para
Goldman, « (…) la violencia es contradictoria con el anarquismo. Como filosofía
social, y como teoría sobre los derechos del individuo y sobre la libertad de
la colectividad, el anarquismo es la única teoría que no propaga la violencia»
(p. 305). Su función en un periodo revolucionario es minimizar la violencia de
la revolución y reemplazarla por los esfuerzos constructivos (p. 305). Y
concluye: «Me temo que se necesitará más de una revolución antes de que sea
posible que el anarquismo emerja en toda su belleza y toda su humanidad» (p.
298).
Me
he dejado muchos temas en el tintero: su feminismo y la relación con Mujeres
Libres (organización y revista), su admiración por Rudolf Rocker y Camillo
Berneri, su convicción de la influencia letal para la Revolución del
estalinismo y de su versión española, el PCE (incluso su temor a ser asesinada
por ellos como lo fue Berneri y Barbiere en los «Sucesos de Mayo» de 1937), la
necesidad de clarificar la naturaleza de la oposición anarquista no pacifista a
la violencia, su compromiso con Solidaridad Internacional Antifascista (SIA) y
las actividades de la sección británica, y tantos otros temas sobre los que
Emma la Roja, «la mujer más peligrosa del mundo», sigue siendo hoy actual.
[1] David Porter (editor), (2006): Visión en llamas. Emma Goldman y la
revolución española. Barcelona, El Viejo Topo.
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