Amedeo Bertolo (Antología) (2019):
Anarquistas… ¡Y orgullosos de serlo!
Barcelona, Fundación Salvador Seguí.
Este libro está formado por un conjunto de textos
que Bertolo escribió a lo largo de muchos años. No pretendo repasar todos los
aspectos que trata en estos textos porque son innumerables ya que es el
pensamiento de toda una vida. Me he centrado en aquellos aspectos que se pueden
considerar como fundamentales en el núcleo duro del anarquismo y que se deben
actualizar. No están todos esos aspectos pero los que están en esta reseña creo
que son primordiales.
Y empezaremos por uno de los que podemos considerar
básicos: el cuestionamiento del poder. Mientras el marxismo atribuye a la
propiedad de los medios de producción el privilegio y la explotación; el
anarquismo opone la hipótesis sociológica de la distribución desigual y
jerárquica del poder como origen de la desigualdad social (la distinción entre
gobernantes y gobernados, entre los que mandan y obedecen, etc.). De esta
hipótesis derivó un proyecto revolucionario que además de la socialización de
los medios de producción, planteaba a la vez la destrucción de la autoridad en
forma de Estado, utilizando instrumentos organizativos y operativos (el mutuo
acuerdo, el federalismo, etc.) que buscaban la coherencia entre medios y fines.
Desde este punto de partida el anarquismo promovió desarrollos necesarios y
fecundos en mil direcciones: críticas a las instituciones coercitivas, a la
pedagogía, la religión y la iglesia, a la administración de justicia o a la
represión sexual y a la familia patriarcal.
El poder de los/las dirigentes se obtiene siempre
confiscándoselo a la sociedad, negando, de hecho y de derecho, a todos los
demás, la facultad de autodeterminarse individual y colectivamente. Esta autodeterminación
individual y colectiva, se traduce en una desestructuración del poder en todos
los macro y microsistemas en donde el poder se manifiesta: de la familia al
estado, pasando por la fábrica, el barrio, la escuela, el hospital, el
sindicato, el partido. Implica la socialización del poder en el sentido de que
no esté concentrado en roles sociales determinados sino extendido en todo el
cuerpo social.
La definición de poder es, por tanto, un nudo
central dentro del pensamiento anarquista. Sin embargo,
poder/autoridad/dominación han sido (y son) utilizados como sinónimos y de
contenido negativo por el anarquismo. De ahí la importancia de clarificar el
significado de los tres términos:
Poder
La producción de normas es fundamental en la
sociedad humana, produce sociabilidad y por lo tanto «humanidad». La persona
siempre está más determinada por la
sociedad de lo que ella pueda determinarla, produce la sociedad colectivamente,
pero es modelada por ella individualmente. La producción y la aplicación de
normas y sanciones definen entonces la función de regulación social, una
función para la cual Bertolo proponía el término poder.
Dominación
La dominación es cuando la función de
regulación social la ejerce solo una parte de la sociedad, si el poder es
monopolio de un sector privilegiado (dominante) da lugar a otra categoría, a un
conjunto de relaciones jerárquicas de mando/obediencia. Define las relaciones entre
desiguales, desiguales en términos de poder, o sea de libertad; define igualmente
las situaciones de supraordinación/subordinación; y define los sistemas de
asimetría permanente entre grupos sociales. La dominación pertenece de manera
privilegiada a la esfera del poder, los que detentan la dominación se reservan
el control del proceso de producción de la sociabilidad, expropiándoselo a los
otros. El fenómeno es similar al de la posesión privilegiada de los medios de
producción material, aunque aún es más grave ya que concierne a la propia
naturaleza humana: la dominación es negación de humanidad para todos los
expropiados, para todos los excluidos de los roles dominantes de la estructura
social.
Autoridad
El poder entendido como función reguladora de la
sociedad no es la única forma de determinación cultural de comportamientos. Hay
una amplia gama de relaciones asimétricas entre los individuos dentro de la
cual algunas elecciones de comportamiento se deben a opiniones o decisiones a
las que se ha atribuido un peso particular determinante. A las relaciones de
asimetría que son personales, Bertolo las define como influencia y a las
relaciones funcionales de asimetría (los sujetos interactúan desempeñando roles
que definen funciones sociales) como autoridad.
En el caso de la autoridad las asimetrías de competencia, determinan asimetrías
de determinaciones recíprocas entre los individuos.
Poder/dominación
Considera que es muy importante la diferencia entre poder y dominación que no siempre se ha
entendido dentro del anarquismo. Esta diferenciación permite concebir mejor y
expresar la negación central de la
filosofía anarquista y por lo tanto la afirmación
central de su valor fundacional: la libertad. Mejor hablar de dominio para las
relaciones de poder permanentemente
asimétricas también en ámbitos no políticos de lo social. E incluso para
las relaciones «análogamente» asimétricas entre el ser humano y la naturaleza,
que se refieren al mismo dominio imaginario tomado de lo social.
En efecto, el fundamento axiológico del anarquismo
es la libertad. Bertolo habla en este texto desde la libertad entendida como
categoría sociológica: es decir la libertad como ausencia de poder. Y acota su
manera de entender la libertad:
« (…) la libertad social del anarquismo significa necesariamente también igualdad y diversidad» (p. 187).
«Libertad, igualdad y diversidad al más alto grado posible y con la necesaria coherencia entre sí: he aquí el núcleo de la especificidad anarquista. Y de ahí también la especificidad de la utopía anarquista» (p. 188).
Bertolo constata la oposición entre poder y
diversidad:
«El poder, por naturaleza, niega todo lo que se le
opone, y la diversidad se le opone, porque es ingobernable: ningún poder es
suficientemente elástico como para gestionar lo infinitamente diverso. Solo lo
diverso puede gestionarse a sí mismo. Lo diverso proclama la autogestión, lo
diverso es la negación viviente de la heterogestión. El poder, por tanto, es
una continua guerra –guerra a muerte- contra la diversidad, tiende a destruirla
o, por lo menos, a encarrilarla en la desigualdad. En particular el poder de
tendencia totalitaria de nuestros días es enemigo implacable de la diversidad»
(p. 96).
La propuesta de cambio anarquista supone un salto
cualitativo cultural (una «mutación cultural»), la función de la utopía
anarquista es ante todo, la función revolucionaria de hacer crecer la esperanza
y la voluntad de cambiar la sociedad hasta el punto, no de superar simplemente
los límites de un sistema dado de poder, sino de romper de par en par la
compacta membrana cultural que separa el espacio simbólico del poder del
espacio simbólico de la libertad. Una membrana formada desde hace miles de años
por el depósito, la estratificación y la transmisión, generación tras
generación, en las estructuras mentales y el imaginario social, de
comportamientos gregario autoritarios y valores jerárquicos, de fantasías y
mitos creados por y para sociedades constitutivamente divididas en dominantes y
dominados.
Los y las anarquistas son mutantes que tienden a
transmitir su anomalía cultural (anomalía en relación con la normalidad, o sea,
con el modelo dominante) y al mismo tiempo crear las condiciones ambientales
favorables a la mutación, o sea, a la generalización del carácter mutante
(150).
Es en esta ruptura
cultural donde se encuentra el verdadero sentido de la revolución
anarquista, que no es ni la gran noche, ni
el Apocalipsis, sino una «mutación cultural» de una intensidad y alcance
inauditos, hecha de cambios estructurales y comportamentales, de
transformaciones individuales y colectivas. Ya que el Estado está, sobre todo,
en la cabeza de la gente.
« (…) la utopía anarquista es, en realidad, el
espacio de las mil utopías (…). La utopía anarquista no tiene nada que ver con
las construcciones monolíticas y homogéneas que acabaron siendo utopías
autoritarias, es decir, modelos de poder» (pp. 190-191).
Para que la sociedad pueda levantarse contra el
Estado, debe poder imaginarse a sí misma –como posibilidad real, no como un
sueño- sin policías, sin sacerdotes, sin jueces, sin patronos, sin burócratas,
sin camarada-dirigente… es decir sin roles de poder, sin estructuras
jerárquicas. Debe pensar y poner a prueba formas de autogestión y democracia
directa, de descentralización y federalismo, relaciones no jerarquizadas entre
hombres y mujeres, entre personas adultas y niños/as, entre ciudad y campo, entre
trabajo manual e intelectual. En una palabra, debe pensar y experimentar
modelos utópicos anarquistas.
Todos los textos recogidos en este libro rezuman una
idea que parte de la riqueza poliédrica del anarquismo que tiene una fuerza en
sí, una riqueza y una frescura inagotables. Esta idea es la necesaria
reinvención de un anarquismo diferente que conserve el núcleo duro del viejo
(porque sin ese núcleo no hay anarquismo) envuelto de una pulpa de pensamiento
y de acción flexible, adaptable, experimentable, discutible, absolutamente no
dogmática. Es necesario inventar un anarquismo cambiante y multiforme en el
cual se reconozca el militante pero también el poeta, que comprenda en si la
lucha pero también la vida, que refleje todo aquello que en el comportamiento
individual y colectivo se mueve en sentido libertario y se refleje en él. Un
anarquismo entendido como gran transformación del imaginario social, que niegue
la dominación en todas sus formas, en todos los lugares culturales en los cuales se ha instalado desde hace
milenios. Un anarquismo como gran transformación cultural, sin esperar la
revolución y sin desesperarse si no se la ve probable.
La anarquía entendida, por tanto, como una dimensión
ética, como una constelación de valores que se puede resumir utilizando los
términos de libertad, igualdad, diversidad. Esa constelación de valores debe
informar el actuar diario, individual y colectivo, personal y social. Tienen
que ser compatibles un anarquismo social y un anarquismo existencial.
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