Nada más volver de Berlín encontré este fragmento en el libro de Kertész que empecé a leer y no he podido evitar reproducirlo aquí ilustrándolo con dos fotografías de los dos espacios de los que habla, la Postdamer Platz y la sinagoga de Oranienburger Strasse. Como bien dice al final de este fragmento, todo, todo cambiará...
Me encuentro en la Postdamer Platz; el pálido sol de la mañana; el desierto cubierto de polvo y escombros en pleno centro de la ciudad, en el lugar que fuera el muro y en sus alrededores. Como después de un bombardeo aéreo enorme, devastador. El ligero olor a ceniza bajo esa suave iluminación, los caminos que conducen a la nada, el recuerdo de los olores y del ambiente de la primavera de 1945, la inasible melancolía de la supervivencia… Cuántas veces estuve así ante la puerta del campo de concentración de Buchenwald, saboreando, por así decirlo, la libertad que olía a cadáver y sabía a la sopa del Lager, y a la fragancia de la primavera… Luego paseo hasta la sinagoga de Oranienburger Strasse. Busco en vano la pequeña pastelería donde una mañana hace trece años, en 1980, cuando el barrio aún pertenecía a la RDA, se me antojó un trozo de pastel verde, grande como una pala de carbón. Desde la ventana de la pastelería mi mirada se proyectó sobre unas ruinas color ladrillo que había enfrente, y no pude quitarles los ojos de encima. Poco a poco surgieron las asociaciones.
En
fotografías documentales, la sinagoga en llamas… la Noche de los cristales rotos, La Oranienburger Stasse, el edificio de estilo morisco… Pagué y crucé la
calle a toda velocidad. En efecto, era la sinagoga. Entre las ruinas emergían
aquí y allá, por las grietas de los antiguos muros, algunas matas verdes. Ningún
vestigio de nada. En el interior, una inscripción casi ilegible en una placa,
que se limitaba a aclarar la situación legal de la propiedad. Un montón de
escombros mudos, caídos en el anonimato, ultrajados por el olvido. Ahora le han
puesto encima una centelleante cúpula dorada, como una corona de espinos. Pero
su entorno, las casas en estado ruinoso, la calle devastada, siguen recordando
la guerra; el olor a moho que emanan los portales, las imágenes de la
decadencia, la podredumbre. Como si las profundidades de un sótano se abrieran
de golpe, ahora aflora toda la muerte y toda la devastación que han dejado
atrás las últimas décadas. Dentro de pocos años todo esto desaparecerá; todo,
todo cambiará: los hombres, las casas, las calles; emparedarán los recuerdos,
tapiarán las heridas; el hombre moderno, con su característica flexibilidad, lo
olvidará todo, eliminará de su vida la borra turbia del pasado aplicando un filtro,
como si fuese el poso del café. Cierta sensación de satisfacción por el hecho
de ver todo esto quizá por última vez (y no solo de verlo, sino también de
sentirlo), como un naturalista que viese de pronto un ejemplar de una especie
extinguida que vive tranquilamente su anacrónica vida.
IMRE KERTÉSZ, Yo, otro. Crónica del cambio, pp. 67-68.
Creo en la memoria histórica principalmente para saber de dónde venimos, hacia dónde vamos, aprender e intentar que no se vuelvan a repetir errores, muchas veces fatales errores del pasado... y con un poco de suerte, legar un mundo mejor a los que nos vendrán...
ResponderEliminarPero el presente y el futuro no pinta muy halagüeño... sólo pensamos en huir olvidando y nos cuesta tanto aprender... y seguimos cayendo en lo mismo una y otra vez como en un círculo vicioso...
Besos!!
EliminarPD: "A los que vendrán o vienen después..."
La memoria histórica es imprescindible para conocernos como sociedad. ¿Se puede vivir sin memoria? Sí, se puede. Pero una sociedad amnésica es una sociedad fácil de manipular y de controlar jugando bien las cartas de las emociones y creencias. Eso, me temo, es lo que está ocurriendo. Miles de personas no están interesadas en la objetividad de los hechos sino en lo que mueve sus emociones y creencias aunque se les demuestre que lo que les están diciendo es falso (tema de la inmigración, quién provoca y se beneficia de la crisis y tantos otros temas).
EliminarNo, el futuro no es nada halagüeño.
Besos!!